La conocía, ¿no? A Claudia Rivero. Vivía también en la colina.
Al verla, Amanda tuvo alivio y miedo a la vez. Por un lado, la sensación de ver a otra persona fue reconfortante. Por el otro, encontrarla en ese estado le generó un montón de preguntas cuyas respuestas probablemente no serían agradables.
—Ayúdame, por favor —volvió a decir la chica, extendiendo la mano.
Amanda asintió y la ayudó a levantarse notando como apenas tenía fuerzas para alzarla y como Claudia hacía gestos de dolor con cada movimiento.
Claudia, por su parte, notó q
Cuando se produjo el corto de electricidad, el pequeño Adrián estaba en su habitación viendo una de sus series preferidas: Invencible. A sus once años, esta caricatura repleta de violencia, mensajes amorales y connotaciones sexuales debería estar más que prohibida para él, pero claro, ¿quién iba a impedir que la viera? Sus padres no estaban. Nunca estaban a esa hora, así que Adrián podía abrir los streaming y ver lo que le diese la gana. Se reproducía una orgásmica escena de sangre cuando todo se quedó a oscuras y él, al borde de su cama, hipnotizado por la pantalla, tardó unos segundos en entender lo que estaba pasando. Lanzó uno de esos improperios que ningún niño se atrevería a decir en presencia de sus progenitores y sali&oac
—Amanda… —la voz de Claudia fue apenas un eco disparado por sus cuerdas vocales, proferidos por una dama paralizada que observa su final acercarse Amanda no respondía. Se había sentado una esquina, sobre un colchón muido. El lugar era un asco. Si alguna vez fue una casa decente, ahora se veía reducida a un cuadrado de piedra cuyas baldosas desaparecidas caían ante la vegetación que se les deslizaba hasta cubrirlas. Las paredes sucias no mostraban signos de humanidad. Y los únicos mueblen era una silla rota y un colchón de manchas sospechosas rodeado por un par de condones usados, apenas visibles ante el nido de sombras donde habitaban. Claudia se
Cuando comenzó a llover, Juan sonrió pensando que era el colmo de su situación. Desde su puesto de trabajo en la garita de vigilancia, pudo ver a todos los residentes que paseaban salir corriendo a la comodidad de sus casas mientras él se protegía bajo un techo con fisuras por donde se le colaban goteras del tamaño de insectos. Verlos a todos irse fue ver escaparse sus esperanzas de cenar. Más de veinticuatro horas sin comer. La noche transcurrió, la lluvia no cesó y para hacerlo todo más deprimente, a la media noche hubo un corte de electricidad que lo dejó totalmente a oscuras, apenas iluminándose con una linterna. &nb
Las risas no duraron demasiado para Claudia y Amanda. Después de la pequeña cuesta donde se ubicaban las canchas, llegaron a una intersección de tres vías. Izquierda, derecha y de frente. A la derecha el camino se desliza entre la montaña, llevando a una vía que algunos valientes conductores seguían pues al final salían a una urbanización hermana. Conductores valientes porque dicho camino es una mina de agujeros en el asfalto que requieren a un piloto de carrera capaz de esquivarlos sin caerse por la vereda. A la izquierda llevaban a otra sección de Nueva Casarapa donde solo hay, por supuesto, más edificios. Y de frente… De frente el camino seguía
Maldito seres de pieles adheridas. Tan triunfantes durante el día, protegidos en la ignota claridad. No ven que la luz les ciega. Que están atrapados a merced del tiempo, con cuerpos cuya descomposición comienza con el nacimiento. Al menos sirven de entretenimiento de vez en cuando. Buenos juguetes para sacar del baúl y golpearlos contra el pavimento. Tan débiles por dentro. Basta con tirar de un hilo y el resto se deshace solo. Nada le/les provocaba más placer que ver a esos seres, disque humanos, desintegrarse bajo su propio peso. Sus mentes son torres de ladrillos mal construidas. Un bloque que le quitas y todos se viene abajo. Y él/ellos disfrutaba con quitar ese bloque. Con ser el lobo de un cuento que una vez percibi&oa
Estaba muerta, o al menos así se sentía Claudia mientras corría, desesperada, sabiendo que si se detenía sería el fin del camino. Atrás estaban ellos. Todos ellos. Había escuchado el ruido del portón abrirse y acto seguidos los de multitudes atrapadas en el trance de la oscuridad, persiguiéndola a ella, a una desconocida, movidos por cadenas de otro plano. Por favor, por favor pensaba Claudia al huir. Los Aleros eran un conjunto de casas de dos pisos a cada lado de la calle, con vías como pasillos torciendo a los lados, donde solo había más casas. Con el terror en la garganta, Claudia se acercó a uno de los domicilios y empezó a golpear l
Volvemos a Nueva Casapara. Una distinta, quizá. Podemos ver ojos abrirse con el despertar de la mañana. Mentes separándose del mundo del Morfeo, entregándose a las manos de la señora realidad, tan variable y ajena como una amante prohibida. Si nos deslizamos por el pavimento podemos ver las mismas calles que a la vez son distintas. Saltamos directo al centro comercial pequeño que acompaña a la Laguna y vislumbramos los primeros trabajadores acercándose para comenzar su jornada. Se levantan las santa marías, se abren las rejas, se preparan los productos y se limpian los mostradores. Jóvenes detrás de cajas registradoras en lo que serían sus primeros empleos, atendiendo a mayores de edad con problemas de sueños y a madres o padres que buscan alimento para sus pequeños.
Los edificios de la Urbanización Nueva Casarapa son demasiado parecidos entre sí, o al menos eso dicen sus detractores. Cuatro pisos con paredes color ladrillos y techos de tejas que cubren la escalera de los condominios, cuyos apartamentos apenas son separados por un muro de concreto que no oculta secretos y gemidos. Y es que todos los edificios están unos al lado del otro, limitados por un pequeño camino de pavimento adornado con setos que lo flanquean. El resto es puro estacionamiento abierto que rodea las construcciones. La simpleza era el secreto del éxito de Nueva Casarapa. Poca creatividad es igual a pocos gastos. Lo que había comenzado como un pequeño conjunto de condominios al pie de una colina se hab