Condón roto

El cuerpo de Madox estaba bañado en sudor y jadeaba mientras se introducía una y otra vez en la cavidad húmeda y apretada que lo recibía con mucho gusto. Besaba, dejando notorias marcas, la delgada espalda debajo de él. Deliciosa, hermosa.

¿Cuántas veces había alcanzado el orgasmo desde que había llegado a esa casa? Ya ni sabía. Había demasiados condones en el suelo usados en el suelo y estaba agotado pero no deseaba parar. Las feromonas omegas lo estaban volviendo loco. Si no fuera por la protección de látex estaba seguro que ya el vientre del pequeño chico estaría hinchado de semen porque había anudado innumerables veces.

Solo había salido de la cama en los momentos que él se había quedado desfallecido para hidratarlos y alimentarlos. Él tampoco era de hierro. Pero siempre volvía de nuevo minutos después de llenar sus estómagos a reanudar la faena de aliviar el deseoso celo.

Además, no podía sacarse de la cabeza la nuca desprovista de el omega delante de sus ojos

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