El Desmayo

Quien más feliz se sentía en ese momento era Dorothea, deseaba ver como su prima era destruida frente a la sociedad, quería que todo el mundo la viera en la cama con ese viejo decrépito del señor Humberto y convertirla en el hazmerreír de la ciudad, estaba segura de que sus padres la obligarían a casarse con ese viejo, para mantener la buena reputación de la familia la sola idea de imaginárselo la hacía muy feliz.

Dorothea condujo a un grupo de personas al cuarto de su prima, cuando abrieron la puerta la sonrisa de felicidad se borró de su cara de forma abrupta, efectivamente su prima estaba en la cama con un hombre, pero no espera que ese hombre fuese su prometido -¡¿Qué significa todo esto?! –exclamo Doris con el rostro desencajado, su grito despertó a las dos personas que seguían enrollados sobre la cama. Ambos abrieron los ojos muy confundidos y avergonzados de verse completamente desnudo frente a tantas personas – ¡zorra! –Grito Grecia acercándose a la cama y dándole una bofetada a Meredith –te criamos como parte de esta familia ¿y así es como nos paga? –Reclamaba la mujer alterada, Meredith llevo una mano a su cara sintiendo el agudo dolor en su mejilla.

¡No! ¡No es lo que creen! —Intentó excusarse, cubriendo su cuerpo con la sabana —. ¿No es lo que creemos? ¿Qué es entonces? —preguntó su tío, sacándola de la cama por el cabello y lanzándola al suelo con furia —. ¡Perra! Te di un techo, comida y educación para que luego me traicionara acostándote con el novio de mi hija —enfurecido, el hombre golpeó con fuerza a Meredith mientras la sujetaba por el cabello. No le importó que estuviera desnuda frente a la mirada desaprobadora de los invitados, quienes grababan todo complacidos por la golpiza que le daban a la chica.

—¡No sé qué pasó! No quería hacer esto – Grito entre lágrimas sintiendo un fuerte dolor en su cuero cabelludo -¡basta! – Una voz se escuchó desde la puerta, deteniendo los movimientos del enfurecido hombre, se trataba del abuelo de Meredith quien acababa de llegar a la fiesta de compromiso de su nieta –todos salgan de la habitación –Ordeno el hombre observando a su nieta con decepción, algo que lastimo profundamente a Meredith que seguía sentada en el piso llorando.

—Los dejaré solo para que se pongan ropa, los estaremos esperando abajo —dijo el anciano saliendo del lugar. En ese momento, Derek se levantó de la cama y agarró a Meredith del cuello levantándola del piso. —¡ahhh! –gritó asustada, mientras luchaba por zafarse del agarre de Derek con desesperación —. Eres una perra repulsiva —el hombre la lanzó sobre la cama haciéndola rebotar en el colchón —… Tienen… Tienes que creerme, yo no hice nada —dijo entre jadeos frotando su adolorido cuello —. ¡Deja de mentir! –gritó Derek perdiendo la paciencia. Meredith al escucharlo rugir, se encogió y tembló como un cachorro. —Sé que pusiste la droga en la bebida para tenderme una trampa y romper mi relación con Doris —¡No! ¡Eso no es cierto! –Se defendió ella inmediatamente – desde ahora te advierto que nunca estaré con una perra como tú – Derek saco su teléfono y lo coloco en su oído –Alan, necesito que vengas a la mansión Stewart y traigas un anticonceptivo de emergencia -Derek entro al baño dejándola sola y humillada sobre la cama.

No entendía lo que había pasado, solo recordaba haber brindado con su prima, se tomó una copa y después se sintió extraña. Lo más probable es que el mesero colocara algo en la bebida ahora que lo pensaba que no había visto a ese hombre antes en la mansión.

Quince minutos después, un fuerte toque se escuchó en la habitación. Meredith no tenía ningún ánimo de abrirle la puerta a nadie hasta que escuchó una voz desde afuera: —Amo Lancaster, abra la puerta, soy Alan —Era la voz del asistente de Derek, así que no le quedó de otra que abrir la puerta. Meredith volvió a colocarse su arrugado uniforme de mucama y corrió a abrir la puerta. Frente a ella había un hermoso hombre que le sonreía amablemente –hola soy Alan Manchester el asistente del joven Lancaster me dijeron que estaba aquí - el hombre le hablo educadamente, era un chico alto, de cabello rubio, ojos verdes y porte elegante, pero en ese momento lo último que Meredith le importaba era la belleza física de un asistente – dame el anticonceptivo – Dijo extendiendo la mano, esa actitud sorprendió a Alan, su jefe era uno de los hombres más rico de la ciudad cualquier mujer moriría por tener un hijo con él, pero ese no parecía el caso de la chica frente que tenía en frente. Alan le dio la caja con la medicina junto a una botella de agua. Meredith la abrió de inmediato, tomándose la pastilla.

Fue entonces cuando Derek salió del baño ya vestido —ya tomé la pastilla como tanto querías —dijo caminando hacia el baño. Meredith entró a la ducha y abrió el grifo quedándose bajo el agua, todo esto era una horrible pesadilla de la cual quería despertar.

PRESENTE:

Meredith entró a su habitación y se dejó caer sobre la cama abrazando su almohada, ahogando un sollozo, por fin podía dejar desahogarse en paz. Su mente se negaba a creer que Alan estuviese muerto, él era el único rayo de sol que iluminaba su miserable vida. Había perdido a sus padres cuando era muy pequeña, perdió a su abuelo hace dos años, quien era el único que defendía, no estaba lista para perder otra persona querida por ella.

La mañana siguiente, Meredith se despertó aturdida, su cabeza se sentía pesada y su cuerpo estaba muy débil. No había podido dormir en toda la noche, sus ojos tenían grandes ojeras que le daban apariencia de zombi. Una fuerte sensación de náuseas que la hizo correr al baño a vomitar. Cuando terminó, se lavó los dientes, viendo su apariencia demacrada en el espejo. Se sentía terrible, pensó que todo era culpa de la carga de estrés que vivía constantemente en esa casa, solo deseaba que su esposo pronto le pidiera el divorcio y poder largarse de ese lugar cuanto antes. Ya no soportaba estar un segundo más con esas personas.

Después de cambiarse de ropa, Meredith bajó a hacer el desayuno como todas las mañanas, pero su mente no estaba concentrada donde debería. Recordaba la llamada de su esposo, rezándole al cielo que Alan estuviese sano y salvo. La angustia la estaban matando, sentía que se ahogaba con sus propias emociones.

Un fuerte olor a humo la sacó de sus pensamientos, dándose cuenta de que había quemado el desayuno. Frustrada, apagó la estufa lanzando todo al suelo de un manotazo. Agobiada por sus emociones, abandonó la cocina lista para huir de ese lugar. No importaba si Derek le daba el divorcio, ella no seguiría un segundo más en esa casa.

-¿Dónde está el desayuno? – preguntó su prima Dorothea con quien chocó en la puerta cuando salió de la cocina. —No me siento bien –dijo agarrando su cabeza. Su vista se nublaba y su cabeza se empezaba a sentir pesada, sentía que en cualquier momento se desmayaría.

-¿Esa es tu excusa para holgazanear hoy? Tengo hambre, no me importa si estás enferma, quiero mi desayuno ya mismo en la mesa -Meredith froto su cabeza, la voz chillona de Doris estaba taladrado sus oídos –Doris déjame ir por favor –le rogó pasando por el lado de su prima quien la sostuvo con fuerzas del brazo, antes de que pudiese decir algo Meredith sintió como todo a su alrededor daba vuelta y perdió el conocimiento desplomándose en el suelo

-¡Meredith! –Doris golpeó su rostro en un intento por despertarla. En ese momento los demás miembros de la familia llegaron encontrándose con la escena. —¿qué pasó? –preguntó Derek corriendo hacia su esposa y levantándola del piso.

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