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Capítulo 3: ¿Se encuentra bien, señor?

Al día siguiente. 

Luciana caminaba por las calles de la ciudad de Cuenca, tenía las manos en los bolsillos de su chaqueta, la mañana había amanecido casi con siete grados de temperatura, el cielo estaba nublando, y una bruma de neblina adornaba las montañas alrededor. 

Necesitaba con urgencia conseguir un nuevo empleo, y en una esquina se encontró con el puesto de periódicos, y mientras la mujer le daba el cambio, la mirada de Lu, se posó en la portada de una importante revista. 

«La hermosa ciudad de Cuenca en Ecuador, ha sido escogida por el importante empresario Juan Miguel Duque y su bella novia: Irma Mejía para la celebración de su boda en la catedral de la Inmaculada»

La mirada de Lu cambió de tinte, apretó el diario con todas sus fuerzas. 

—El evento del año —susurró arrastrando las palabras. 

—Imagine señorita que, por esa boda, se van a cerrar las calles de la ciudad ese día, no van a permitir vendedores ambulantes, dicen que es el evento del año —comunicó la mujer al notar a Lu interesada en aquel evento. 

—¿En serio? —refunfuñó con evidente molestia—, seguramente son gente importante, deben tener muchas influencias. —Negó con la cabeza, agarró el cambio.

—En el diario, la página de sociales habla de todo lo referente a ese matrimonio —informó la vendedora. 

Luciana sintió ganas de romper en picadillo el periódico y lanzar al río que atravesaba la ciudad todas esas revistas, asintió tensa, y se alejó, siguió su rumbo. 

—¡Te vas a salir con la tuya, m@ldita bruja! —susurró apretando los dientes, llegó a su casa furiosa, abrió el portón de hierro, lanzó el diario hacia la encimera, se colocó los audífonos y salió a trotar al parque que tenía al frente, necesitaba despejar su mente de la amargura que la estaba consumiendo. 

****

Miguel se encontraba solo en la suite. Irma había salido desde temprano con la decoradora de interiores, necesitaba finiquitar algunos detalles de su nueva casa.

Él se miró al espejo, se acomodó el saco, y salió de la suite, se escondió en el pasillo por unos minutos, hasta que vio pasar a la camarera, espero un par de segundos más, y regresó. 

—Buenos días —saludó con amabilidad abriendo la puerta—, olvidé unos documentos. —Se aproximó a la mesa de noche, tomó su cartera. 

La muchacha saludó asintió, entre las reglas estaba no establecer conversaciones con los huéspedes. 

—¿Puedo hacerte una pregunta? —cuestionó Miguel con su voz varonil, y su sonrisa ladina. 

La camarera se mordió los labios. 

—Claro. 

—Ayer tuve un pequeño percance, una compañera tuya me ayudó. —Rascó su nuca—, no recuerdo su nombre. —Fingió no mostrarse interesado—, creo que era Lucía, quiero darle una gratificación, pero la gerente me dijo que no era posible darme su dirección. ¿Crees que tú puedas ayudarme? —Guiñó un ojo. 

La chica sintió que las piernas le temblaron, él era muy atractivo, alto, de piel tan blanca como la nieve, y cabello dorado como el sol, sus ojos eran azules como el mar, además que vestía muy elegante, y desprendía un aroma seductor. ¿Qué mujer podía negarse a ayudarlo?

—Se llama: Lucía Cedeño, ella renunció ayer, no sé con exactitud su dirección, pero puedo conseguirla —advirtió sonriente. 

—¿Me harías ese favor?

—Por supuesto —contestó la muchacha. 

—Entonces aquí te espero, lo que pasa es que voy a salir, y quiero hacer todas esas vueltas de una vez. 

—Claro, no se mueva, vuelvo en un ratito. —La muchacha salió enseguida de la habitación. 

Miguel sintió su pulso acelerarse, salió a la terraza, buscando respirar con calma, pero la ansiedad era más grande, sentía un hormigueo en su piel. 

—Por fin voy a encontrarte, debo hablar contigo, tienes que ser tú. 

Y en cuestión de unos minutos escuchó de nuevo la puerta. 

—¡Señor! —exclamó la camarera. 

Miguel inhaló profundo, y regresó a la suite. 

—Aquí está la dirección. —Le entregó un papel. 

Miguel tomó aquella hoja como si fuera un gran tesoro, el corazón le latió con fuerza, sacó un par de billetes de veinte dólares y le entregó a la camarera, salió de la suite con una sola esperanza, encontrarla, volver a verla, hablar con ella, y saber que era real, que no estaba muerta. 

****

Al medio día.

Luciana les sirvió el almuerzo a sus hijos. Emiliano el policía que le salvó la vida, y quién estos años había figurado como su esposo, y padre de sus hijos, había tenido una entrevista de trabajo, y llamó a avisar que había sido contratado como gerente administrativo, estaba muy contento, pero no podía llegar a almorzar con ellos como era costumbre, tenía muchos pendientes.

—Les tengo una buena noticia, Emiliano se quedó con el empleo.

Los mellizos aplaudieron, contentos.

—Entonces, hoy cenaremos pizza —dijo Dafne—, él prometió comprar la más grande si se quedaba con ese puesto.

—Bueno era lo más lógico, es un buen profesional, y si en esa empresa tienen un buen sistema de selección de personal, Emiliano era el candidato idóneo —añadió Mike.

—No olviden llamarlo papá, por favor, recuerden que debemos cuidarnos de los malos. —Los miró a ambos—, también quiero avisarles que, hoy voy a salir a buscar empleo, tengo varias opciones, la señora Caridad se va a quedar a cuidarlos, por favor no le den problema, ella está un poco mayor. 

Dafne y Mike sonrieron en su interior, y asintieron. 

—Seremos obedientes —contestaron a dúo. 

Luego de que finalizaron el almuerzo, Luciana se colocó su mejor atuendo, unos pantalones de vestir negros, una blusa blanca y un blazer rojo, recogió su cabello en un moño, maquilló sus labios con brillo nude, y tan solo se colocó rímel en las pestañas. 

—Luces bien bonita —dijo Dafne—, nuestro papá debe verte así, estoy segura de que caería rendido a tus pies. —Ladeó los labios y su mirada brilló.

Luciana no pudo evitar sonreír, y hasta imaginó la escena, pero eso era una fantasía, suspiró.

—¿Y qué sabes de esas cosas Dafne? —investigó con seriedad. 

—Hemos visto como Emiliano te mira cuando te arreglas así, entonces si él pone cara de bobo, con más razón nuestro papá. 

Mike carcajeó al escuchar a su hermana, y Lu no pudo evitar hacerlo. 

—Es la impresión que causa una mujer bonita en un hombre —añadió Mike. 

—Son incorregibles, por favor nada de problemas y si salen al parque tengan cuidado. 

—Ve tranquila, que tengas suerte —expresó Mike, se acercó a ella y la abrazó. 

Luciana sintió su pecho inflarse, al pesar del dolor, de los días amargos que vivió en el pasado, sus hijos eran su mejor recompensa, y por ellos estaba dispuesta a todo, incluso a dar la vida.  Se despidió de ambos, besando sus frentes, y justo llegó la vecina que iba a cuidar a los niños, entonces se fue tranquila. 

Los niños contaron en el cronometro del reloj de Mike, los minutos para que la señora Caridad se quedara dormida, de inmediato se metieron a la alcoba de su madre, y con cuidado de no hacer alboroto, empezaron a esculcar en sus cajones, necesitaban encontrar algo que los llevara a descubrir el nombre de su padre.

—No hay nada —refunfuñó Dafne, se sentó en la cama, cruzó sus brazos.

—Seguramente lo escondió en la parte alta del closet, y no alcanzamos hasta allá, necesitamos una mesa y una silla, y si hacemos ruido, ya sabes quién va a despertar —advirtió Mike.

Dafne miró el ropero, y se quedó pensativa, luego observó la cómoda, pero era muy pesada, para que entre los dos pudieran moverla.

—Necesitamos la escalera que tiene el vecino de al lado, debemos pensar un buen pretexto para que nos la preste —informó.

—Pero él llega solo en las noches, y a esa hora ya está aquí Emiliano.

—Pues, no nos daremos por vencidos, ya pensaremos la forma de subir —aseguró Dafne—, mientras se nos aclara la mente, vamos al parque.

****

Miguel conducía por las calles de la ciudad observando el GPS, siguiendo también las indicaciones que la camarera del hotel le dio. En su reproductor de música: «Saturno by Pablo Alboran» se escuchaba. 

—En Saturno viven los hijos que nunca tuvimos —tarareó, pensando en Luciana, y sintiendo una opresión en el pecho no lo dejaba respirar con calma.

Él seguía entonando la canción que tanto le recordaba a ella, seguía las indicaciones del GPS, hasta que a través del retrovisor notó que un auto venía tras de él, desde hacía algún tiempo.

—¡Qué extraño! —Frunció el ceño, pisó el acelerador lo más que pudo, las calles de la ciudad de Cuenca eran estrechas, había mucho tráfico y semáforos en cada esquina. —¡M@ldición! —refutó y sus ojos vislumbraron el parque que decía en la dirección, dobló el volante en la siguiente esquina, se metió por una pequeña calle, y aquel auto negro también.

—¡No puede ser! —vociferó Miguel, se dio cuenta de que se había metido en una vía sin retorno. Apagó el auto, buscando salir con rapidez, pedir ayuda, y cuando descendió del vehículo, aquellos delincuentes con rapidez se acercaron, lo empujaron contra la puerta. 

—¿Qué quieren? —preguntó Miguel con la respiración agitada—, llévense el auto si es lo que desean. 

—La idea al comienzo era esa, pero no podríamos vender este lindo convertible, en cambio, es mejor pedir una buena gratificación por tu rescate. 

Ninguno de los maleantes se dio cuenta de que Dafne se hallaba escondida detrás del gran torco de un arbusto, y escuchó todo, la niña asomó su cabeza y miró la escena, sintió que la piel se le erizó. 

Con cautela y caminando despacio, se fue alejando con lentitud, como si nada pasara, se dio cuenta de que los delincuentes miraron para todo lado, y ella se sentó en el césped, fingió jugar con una muñeca, alzó su manita y llamó a su hermano, quién estaba al otro lado. 

—¿Por qué no sigues escondida? —refutó Mike arrugando la nariz, molesto, cuando se acercó.

—Ve a casa, toca el botón de la alarma comunitaria, no mires al frente, esos tipos quieren secuestrar a ese señor, apúrate antes de que se lo lleven. 

Mike no perdió el tiempo, corrió con la velocidad del correcaminos, llegó a casa, y aplastó el botón de auxilio, de pronto la sirena comunitaria se escuchó en todo el barrio, la gente empezó a salir, los delincuentes golpearon a Miguel en el estómago, y huyeron. 

Miguel cayó aturdido de rodillas, sofocado por el golpe, y mareado, aquellas situaciones de estrés, le causaban jaqueca, no supo quién lo salvó, pero en su interior agradeció a Dios. De pronto notó una menuda sombra en el pavimento. 

—¿Se encuentra bien, señor? ¿No le hicieron daño?

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