Miguel estaba por contestar la pregunta de su futura esposa, cuando escuchó aquel nombre, su corazón se sobresaltó, giró su cabeza como rapidez para buscarla, y vio a una hermosa mujer con sus mismas características. «¿Es ella?» se dijo en la mente, y sin pensar en nada se puso de pie, salió corriendo tras de Lu. Luciana tembló al darse cuenta de que él estaba tan cerca, cruzó la calzada casi corriendo. —¡Espera! —gritó Miguel, intentó ir tras de ella, pero los autos se lo impidieron, resopló. El corazón de Luciana se aceleró, subió con rapidez al primer taxi que pudo, giró su rostro y sus ojos se encontraron con los de él, volteó para que Irma no la recociera. —¿Qué ocurre? ¿Conoces a esta tal Lucía? —preguntó Irma con evidente molestia, alcanzándolo. —Es la chica que me ayudó cuando me desmayé, quería darle las gracias en persona, y una gratificación —mintió. —¿Solo eso? —averiguó Irma mirándolo con seriedad. —Sí era eso nada más, y no vayas a empezar, quiero dormir tranquilo
«¡Porque tú eres nuestro papá!»Un silencio sepulcral inundó la iglesia, esa frase hizo que el corazón de Miguel se le subiera a la garganta, las piernas le fallaron cayó al piso de rodillas ante los pequeños. —¿Mis hijos? —balbuceó, los labios le temblaban, así como el corazón, y sus ojos, se hallaban anegados de lágrimas. —¿Ustedes dos… son mis hijos? —volvió a preguntar sin poder creerlo.¡Cuántas noches imaginó teniendo una familia junto a la mujer que se le aparecía en sueños! Y ahora su sueño era una realidad, los hijos que pensó que jamás pudo tener con Luciana, ahora estaban ahí frente a él, su cerebro era un completo caos, los recuerdos volvieron de manera imprevista, frunció el ceño, apretó los párpados, se sentía aturdido. —¿Estás bien? —fue lo único que lograba distinguir en esa misma tierna vocecita que días antes le salvó la vida. A lo lejos podía oír los gritos de Irma, pero ni siquiera entendía lo que decía. —Miguel, hijo ¿estás bien?—Necesito mis pastillas, urge
Miguel parpadeó, y puso atención a lo que decía su cuñada. —¿Qué? ¿Por qué dices eso Paula? —gritó con la voz agitada. —No, es un complot en mi contra, no les creas. —Lloriqueó Irma desesperada, estaba perdida. —No miento. —Paula observó a Irma—, tú eras la mujer que le pasaba información, la amante de ese loco eres tú, m@aldita desgraciada. —No sabes lo que dices, no tienes pruebas —vociferó Irma. —Yo sí las tengo. —La voz de Mariela quién fue durante años la mejor amiga de Irma, se escuchó, no había asistido a la boda por ella, sino por la amistad con la familia Duque—. Yo te encontré en ocasiones saliendo del departamento de mi primo, y me mentiste diciendo que habías ido para que te recetara tranquilizantes, pero ahora lo entiendo todo, eran amantes. Miguel apretó los puños, intentaba contenerse, pero no pudo más, se acercó a Irma, alzó su mano, decidido a abofetearla. —¡No! —La voz del señor Duque, su padre, lo detuvo—, jamás golpees a una mujer por más miserable que
Todo era un verdadero caos en la mente de Juan Miguel. Habían sido demasiados secretos descubiertos en tan corto tiempo; necesitaba pensar con claridad, tomar cartas en el asunto, charlar con los niños, con la señora que estaba a su cargo, estaba lleno de dudas, que necesitaba resolverlas a la brevedad.—Hijo, es mejor ir a la casa, no es conveniente que estés en el mismo hotel con Irma, su familia, y los niños —recomendó María Paz, la madre del joven. —Tienes razón mamá —dijo él. Acarició la cabeza de ambos niños, los observó de nuevo con atención, suspiró profundo al verlos—, eres tan linda —murmuró a Dafne—, te pareces tanto a tu madre, eres igual de hermosa que Luciana —comentó y su corazón dolió al mencionarla, desconocía si ella aún lo seguía amando, luego observó a Mike—, eres idéntico a mí cuando tenía tu edad. ¿Cómo no me di cuenta ese día? —cuestionó. Los niños se observaron entre ellos, y sonrieron. —Estabas bajo los efectos de esa medicina, ¿estás igual de enfermo que E
Luciana inclinó su cabeza, volvió a sollozar. —En parte sí, no te lo voy a negar, no soy ese tipo de mujer. —Alzó sus párpados lo miró a los ojos—, pero tengo otros motivos, has estado conmigo desde siempre, me has ayudado con el cuidado de mis hijos desde que nacieron, tengo tanto que agradecerte, que quiero intentarlo, decidí dejar mi pasado atrás. —Por agradecimiento Lu —contestó él con decepción en el tono de su voz—, sabes que no soy ese tipo de hombre, jamás te presionaría a estar a mi lado por todo lo que hemos pasado juntos, no quiero que seas mi pareja, ni por despecho, ni lástima, ni agradecimiento, sino porque estés convencida de que me vas a llegar a amar, aunque sea un poco de lo que yo te amo. Luciana pasó la saliva con dificultad, el corazón se le apretujó en el pecho. ¿Cómo podía darle esperanzas? Si no lograba sacarse del alma a Juan Miguel. —Dame tiempo —suplicó. —Vivimos juntos cinco años Lu, ¿más tiempo? —Frunció el ceño, la miró a los ojos—, he sido paciente,
Los niños se observaron entre ellos, y decidieron confiar en su papá, asintieron con la cabeza, entonces una niña de larga cabellera castaña, y ojos azules apareció. —Tío, dice la abuela que ya está lista la comida, que vengan a comer —comunicó Mariluz, observó a sus pequeños primos, y les brindó una sonrisa. —Vengan conmigo —dijo Miguel, invitando a la señora Caridad a seguirlos, entonces se dirigió a sus hijos—. Ella es su prima Mariluz, y en la casa van a conocer al resto de la familia. —Hola —pronunció Mariluz. Mike y Dafne la saludaron con la misma cordialidad. Una vez que entraron a la casa, los pequeños abrieron sus ojos con sorpresa, el gran salón era enorme y muy elegante, decorado con finos muebles y adornos muy sofisticados, pero lo que más llamó la atención de los niños, fue la gran mesa del comedor. Observaron a toda esa gente, y prefirieron quedarse junto a su papá, sin moverse.—¿Qué ocurre? —preguntó Miguel. —Nunca hemos comido con tanta gente —informó Dafne. Mig
Después de compartir el almuerzo y que los chiquitines salieran al jardín a jugar con el resto de sus primos, Paula aprovechó para acercarse a ellos. —Hola, no puedo creer que sean hijos de mi amiga Luciana y que esté viva —comentó con la voz débil—, ella y yo nos quisimos mucho, vivíamos juntas. Dafne y Mike, dejaron de comer su helado, se miraron entre ellos, fruncieron el ceño. —¿Eres la misma Paula que tenía una enfermedad incurable? —cuestionó Dafne. Paula suspiró profundo, asintió. —Sí, soy la misma. —Pero mi mamá cree que te moriste, te recuerda con tristeza, eras su única amiga, ahora solo tiene a doña Caridad para contarle sus penas —comentó Mike. Paula se aclaró la garganta, apretó los labios. —Es una larga historia, que espero poder compartirla con su mamá, me muero por verla, y abrazarla. —La voz se le entrecortó y los ojos se le llenaron de lágrimas—, pero no le vayan a decir nada, esperemos que su papá hable antes con ella. —Está bien, no diremos nada —dijeron l
Al día siguiente. Miguel desde muy temprano salió de la casa de sus abuelos, las mañanas en la ciudad de Cuenca eran demasiado frías, una bruma de niebla cubría las montañas alrededor, pensó en sus pequeños, y el corazón se le estrujó. Condujo de nuevo hasta la casa de Lu, para mirarlos de lejos, eran casi las seis y cuarenta de la mañana cuando el portón de fierro se abrió, y Luciana apareció, el corazón de Miguel latió con fuerza descomunal, ella sostenía de su mano a Mike, el niño estaba con el uniforme de su escuela y encima tenía una chamarra azul para el frío. Y luego los ojos de Miguel se abrieron con amplitud. —¿Emiliano? ¡El hombre que salvó a Lu y a mis hijos, es el mismo que trabaja a mi lado! —exclamó sacudiendo la cabeza, sin poder creer que el mundo era tan pequeño, o que quizás el destino se había confabulado para llevarlo cerca de sus niños, resopló, y notó como él cargaba en sus brazos a Dafne, la niña iba cubierta con una chamarra rosa, estaba abrazada a él, se