Los niños se observaron entre ellos, y decidieron confiar en su papá, asintieron con la cabeza, entonces una niña de larga cabellera castaña, y ojos azules apareció. —Tío, dice la abuela que ya está lista la comida, que vengan a comer —comunicó Mariluz, observó a sus pequeños primos, y les brindó una sonrisa. —Vengan conmigo —dijo Miguel, invitando a la señora Caridad a seguirlos, entonces se dirigió a sus hijos—. Ella es su prima Mariluz, y en la casa van a conocer al resto de la familia. —Hola —pronunció Mariluz. Mike y Dafne la saludaron con la misma cordialidad. Una vez que entraron a la casa, los pequeños abrieron sus ojos con sorpresa, el gran salón era enorme y muy elegante, decorado con finos muebles y adornos muy sofisticados, pero lo que más llamó la atención de los niños, fue la gran mesa del comedor. Observaron a toda esa gente, y prefirieron quedarse junto a su papá, sin moverse.—¿Qué ocurre? —preguntó Miguel. —Nunca hemos comido con tanta gente —informó Dafne. Mig
Después de compartir el almuerzo y que los chiquitines salieran al jardín a jugar con el resto de sus primos, Paula aprovechó para acercarse a ellos. —Hola, no puedo creer que sean hijos de mi amiga Luciana y que esté viva —comentó con la voz débil—, ella y yo nos quisimos mucho, vivíamos juntas. Dafne y Mike, dejaron de comer su helado, se miraron entre ellos, fruncieron el ceño. —¿Eres la misma Paula que tenía una enfermedad incurable? —cuestionó Dafne. Paula suspiró profundo, asintió. —Sí, soy la misma. —Pero mi mamá cree que te moriste, te recuerda con tristeza, eras su única amiga, ahora solo tiene a doña Caridad para contarle sus penas —comentó Mike. Paula se aclaró la garganta, apretó los labios. —Es una larga historia, que espero poder compartirla con su mamá, me muero por verla, y abrazarla. —La voz se le entrecortó y los ojos se le llenaron de lágrimas—, pero no le vayan a decir nada, esperemos que su papá hable antes con ella. —Está bien, no diremos nada —dijeron l
Al día siguiente. Miguel desde muy temprano salió de la casa de sus abuelos, las mañanas en la ciudad de Cuenca eran demasiado frías, una bruma de niebla cubría las montañas alrededor, pensó en sus pequeños, y el corazón se le estrujó. Condujo de nuevo hasta la casa de Lu, para mirarlos de lejos, eran casi las seis y cuarenta de la mañana cuando el portón de fierro se abrió, y Luciana apareció, el corazón de Miguel latió con fuerza descomunal, ella sostenía de su mano a Mike, el niño estaba con el uniforme de su escuela y encima tenía una chamarra azul para el frío. Y luego los ojos de Miguel se abrieron con amplitud. —¿Emiliano? ¡El hombre que salvó a Lu y a mis hijos, es el mismo que trabaja a mi lado! —exclamó sacudiendo la cabeza, sin poder creer que el mundo era tan pequeño, o que quizás el destino se había confabulado para llevarlo cerca de sus niños, resopló, y notó como él cargaba en sus brazos a Dafne, la niña iba cubierta con una chamarra rosa, estaba abrazada a él, se
—¡Es demasiado! —exclamó Emiliano. —Solo necesito doscientos —comunicó. Miguel respiró profundo, pensó con rapidez. —Justamente estaba hablando con la gerente de recursos humanos, ella me dijo que iba a abrir una línea de crédito para todos nuestros empleados en un supermercado, y almacenes de ropa, calzado, así como en farmacias, pero aún no tengo esos datos —indicó—, dame una hora y averiguo, y pediré que te proporcionen lo que necesitas para tu esposa. —La voz le sonó débil. Aquellos beneficios no le sonaron nada extraño a Miguel, ya había laborado en otras empresas en las cuales tenía crédito en supermercados, almacenes de calzado, y farmacias. —Gracias, espero que me avisen entonces —comunicó, y salió de la oficina. Miguel cerró los ojos apretó con fuerza el vaso que tenía en sus manos que se hizo pedazos, y uno de los vidrios se incrustó en su piel, pero ni siquiera sintió dolor, porque el que sentía en su alma era peor que aquel ardor físico. —Unos días más, y te t
En los siguientes días Miguel iba las tardes a jugar con sus niños, se veía en casa de doña Caridad para que la gente del barrio no le comentara a Lu que sus hijos jugaban en el parque con un desconocido. Compartir con los pequeños esas horas llenaba su alma, pero sintió mucha tristeza cuando Emiliano le comunicó que no los iban a cambiar de colegio por el momento. Un día antes del evento de inauguración Luciana fue a la boutique, miró varios vestidos, abrió sus ojos de par en par al mirar los precios. —¿No tiene algo que esté de oferta? —indagó a la chica que la estaba atendiendo. —Sí claro, son unos vestidos que están por salir de temporada, venga a verlos —indicó. Lu asintió, y miró uno que le gustó mucho, observó que tenía el cincuenta por ciento de descuento, y se decidió por ese, de igual forma hizo con los zapatos. Miguel por su parte contaba las horas, deseaba el momento de estar frente a ella, aunque temía su reacción. Y por fin el anhelado momento llegó al día s
Luciana palideció, lo observó con angustia, temía que Irma apareciera de un momento a otro, y el tormentoso pasado volviera y lastimara a sus hijos. —Señor Duque, usted me confunde, yo me llamo Lucía, está equivocado. —Desvió su mirada.Miguel se quedó contemplándola por segundos, moría de ganas de besarla, de abrazarla, el corazón le latía con fuerza. —¿Ya no confías en mí? —preguntó sintiendo la garganta rasposa. —Ya le dije, está confundido, déjeme salir —solicitó ella, se reflejó en la limpia mirada de él, el corazón le vibró. Lu se aproximó a la puerta, las manos le temblaban, giró la cerradura, esta no se abrió, resopló—. Voy a gritar pidiendo ayuda —expresó sin mirarlo, se puso a pelear con el mango, agitándolo con desesperación. Miguel no pudo contenerse más, la abrazó por la cintura, cerró sus ojos al volver a sentir su calor, y el perfume de su piel, su corazón se estremeció. —No tengas miedo, yo jamás te haría daño, lo sabes, no soy tu enemigo Luciana —susurró al oído
—¡Tú no comprendes! —vociferó Lu sollozando—. Emiliano arriesgó su vida por salvar la mía y de mis bebés, sin ese hombre yo no habría podido sola con mis hijos, y tú apareces a quererlo cambiar todo de la noche a la mañana, las cosas no funcionan así Juan Miguel Duque.—Para ti es fácil decirlo, y comprendo que estés agradecida con Emiliano, yo también lo estoy, pero no es justo, yo lo perdí todo, a ti, a mis hijos, me quedé hasta sin memoria, y no encontraba un motivo para luchar por volver a caminar, a hablar. —Apretó sus puños—, hasta que empezaste a aparecer en mis sueños, y ahora resulta que yo debo hacerme a un lado. —Negó con la cabeza—, no lo voy a aceptar, si tengo que pelear por mis derechos lo haré —enfatizó. Luciana volvió a inclinar su cabeza, se abrazó a sí misma y volvió a llorar. —No hagas esto más difícil, mientras más cerca estemos de ti, corremos peligro, Albeiro no me va a perdonar por lo que le hice, se va a vengar. —¿Y piensas que yo lo voy a permitir? —gruñó—
—¡Luciana! ¡Juan Miguel! Ambos se separaron de golpe, sintiendo el frenético palpitar de sus corazones. Miraron al hombre que los sorprendió y soltaron el aire que estaban conteniendo. —¡Qué imprudentes son! —recriminó Juan Andrés—. Emiliano te anda buscando —comunicó mirando a Lu.—Debo volver con él —expresó Luciana con angustia, miró una vez más a Juan Miguel, y suspiró. Miguel la tomó de la mano. —No faltes mañana, o caso contrario estaré en tu casa, hablando con la verdad con Emiliano —enfatizó, aún sentía en sus labios, el sabor de los besos de Lu que tanta falta le habían hecho. —Te di mi palabra —dijo Lu, ella también aún guardaba en sabor de los labios de Miguel, cuanto había añorado con ese beso. De inmediato se alejó y buscó el tocador, necesitaba retocarse el maquillaje, el peinado, antes de que su esposo la encontrara. —¿Cómo te sientes? —preguntó Juan Andrés a su hermano, notó en el semblante de Miguel, dudas, desconcierto; sin embargo, sus ojos volvieron a brillar