—¡Sí, soy una escort! —gritó la bella mujer de larga cabellera castaña, piel clara, y ojos color chocolate. —¡No tuve más opciones en la vida! —vociferó agitada—, era eso, o ver morir a mi hermano, así que, si me amas, debes aceptarme con lo que implica, ser una dama de compañía.
El hombre inclinó su cabeza, su respiración era agitada, abría y cerraba sus puños, se debatía entre los prejuicios sociales tan elevados que tenía, y el amor que aquella mujer, dedicada a acompañar y complacer hombres había despertado en él.
Ella lo miraba expectante, el corazón le latía a prisa, esperaba una respuesta, entonces él giró y clavó su azulada mirada en sus dulces ojos color miel, se reflejó en ellos.
—Yo te amo, y te voy a sacar de esta vida —aseguró.
—No es fácil —sollozó ella—, esos hombres no lo van a permitir…
—¡Ya estás bajo mi protección! ¡Nadie volverá a obligarte a hacer lo que no quieres! —La abrazó muy fuerte.
—Tengo miedo. —Se aferró al pecho de él—, nuestra relación será complicada, yo no pertenezco a tu mundo.
Él le sonrió, le acarició la mejilla con ternura.
—Sí en este mundo no aceptan lo nuestro, en Saturno podremos empezar una vida juntos. —Sonrió.
—¡Saturno será un buen lugar para vivir! —contestó ella sonriente, se acercó a él para besarlo.
De pronto se escucharon balazos, ruidos, una puerta se abrió de golpe, un hombre mal encarado apareció, apuntó directo al cuerpo de la chica.
—¡Nadie sale con vida de este mundo Luciana Gómez! —espetó y haló el gatillo, disparó.
—¡No! —gritó el hombre desesperado. —¡Ella no! —Se removía en la cama, su rostro estaba lleno de lágrimas. —¡Luciana vuelve! —fue la súplica llena de dolor que retumbó en las paredes.
La mujer que dormía a su lado, se sentó, apretó los puños con tal fuerza que sus uñas se clavaron en la piel.
—¡Sigues pensando en ella! —susurró frunciendo los labios. —¡Cuánto me alegro de que esté muerta Luciana! —susurró bajito—, y que tú, mi amado Miguel nunca te hayas enterado de la existencia de esos dos engendros. —Apretó los dientes—, lo bueno es que todos murieron, y nadie supo de eso, solo yo. —Sonrió con malicia, entonces movió el cuerpo de su novio—, despierta cariño, tuviste una pesadilla.
Miguel despertó agitado, su frente estaba llena de sudor, sus ojos húmedos, y en el pecho percibía una gran opresión.
—¡Otra vez soñaste con esa mala mujer! —recriminó Irma, su futura esposa.
Miguel apretó los ojos, resopló.
—Lo lamento, no puedo controlar mis sueños —habló con la voz seca—, voy por agua. —Se puso de pie y fue directo a la cocina de la elegante suite del lujoso hotel donde se estaban hospedando, previo a su boda en los próximos días, ahí recargó sus manos sobre la encimera, sintió una opresión que le quemaba el pecho. —¿Por qué si te burlaste de mí, sigo pensando en ti? —cuestionó en un susurro. —¿Por qué apareces en mi mente para atormentarme, Lu? ¿Por qué me hiciste creer que me amabas y te fuiste con tu amante? —se cuestionó sintiendo que el alma le dolía. —¿Por qué me siento tan mal cuando te pienso? ¿Por qué tu recuerdo aún duele?
*****
Al día siguiente.
—¡Ya no sé qué hacer contigo Lucía Cedeño! —espetó la gerente del prestigioso hotel donde ella laboraba. —¡Otro cliente se quejó de ti! ¡Estás despedida!
Aquella frase retumbó por enésima vez en la mente de Lucía, sus ojos color miel se llenaron de lágrimas, y pensó en sus dos hijos.
—¡Por favor señora, no lo haga! —suplicó—, yo necesito el empleo, no hice nada malo, fue ese hombre que quiso pasarse de listo y yo me defendí.
Lucía Cedeño trabajaba como camarera en una importante cadena de hoteles; sin embargo, parecía que su vida estaba destinada a encontrarse con hombres que siempre querían aprovecharse de su belleza, estaba cansada de las propuestas indecorosas, de que le palmotearan al descuido los glúteos cuando limpiaba las habitaciones, o peor aún que la quisieran forzar a tener relaciones con ellos.
«Es como si me notará lo que fui en el pasado» pensó.
Cuando la rescataron de manos de aquella mafia, la pusieron en la lista de testigos protegidos, hicieron creer que Luciana Gómez y sus bebés recién nacidos habían muerto en una explosión en el burdel donde la tenía secuestrada, ahora tenía una nueva identidad, todos la conocían como Lucía.
—Lo lamento Lucía, sabes bien que en nuestros hoteles el cliente es lo primero, además…—Reprimió lo que estaba pensando decir.
—Pero tengo dos hijos que mantener, ellos necesitan una educación más especializada, su coeficiente intelectual es superior al de los demás pequeños. —La miró con desesperación.
La gerente negó con la cabeza, suspiró profundo, conocía a esos dos diablillos, y se condolió de la situación de Lucía.
—Te voy a dar una última oportunidad, te cambiaré al piso de la suite presidencial, así que toma tus cosas y ve a limpiar, hay un cliente muy importante.
La mirada de Lucía brilló, esbozó una amplia sonrisa, abrazó emocionada a su jefa, la señora: Fabiana.
—No la voy a defraudar, muchas gracias.
—Mejor ve a hacer lo que ordené, antes que me arrepienta —sentenció.
Lucía se perdió en los pasillos del lujoso hotel a toda prisa, Fabiana sonrió.
«Espero no te metas en más problemas»
****
Juan Miguel Duque se hallaba en la terraza de la suite presidencial, pensativo. No había acompañado a su novia a ultimar los detalles de la boda, no se sentía bien, cada vez que Luciana aparecía en sus sueños, al día siguiente el dolor de cabeza con el que amanecía era punzante.
Luego de haber estado en coma, después de ese grave accidente, aún tenía secuelas de aquel golpe, apaciguaba la molestia con medicamentos, pero estaba cansado de consumirlos, por lo que sobó su frente intentando aplacar su malestar, no deseaba volver a quedarse dormido, cerró sus ojos por segundos, pero cada que lo hacía la imagen de Luciana se venía a su memoria.
—¿Por qué no recuerdo con claridad nuestra historia? —se cuestionó aturdido, y una agitación en el pecho que no lograba comprender.
Entre tanto, Lucía frunció el ceño, al no mirar el rótulo de: “Hacer la limpieza” en la suite presidencial, entonces tocó a la puerta, y no escuchó ningún ruido, pero de pronto su corazón se agitó con tal fuerza que tuvo que llevarse la mano al pecho, fue como si detrás de aquella madera fuera a encontrarse con algo no muy agradable.
Algunas de sus compañeras ya se habían llevado buenos sustos al encontrar a clientes desmayados, y hasta una vez hasta hubo uno muerto.
—¡Dios mío, que esta vez no me toque a mí! —imploró.
Con sumo cuidado ingresó la tarjeta, la puerta se abrió, Lu miró por todo lado, y liberó el aire que estaba conteniendo, de inmediato se inclinó a retirar las sábanas de la cama, de pronto ese aroma tan varonil impregnado en una de las mantas, revivió antiguo recuerdos, su estómago se encogió, cerró sus ojos, suspiró.
«Miguel, tantos años sin saber de ti. ¿Qué habrá sido de tu vida?» pensó y de nuevo aquel dolor atravesó su alma.
****
En la terraza Juan Miguel apretó los dientes del dolor, no pudo resistir más, se puso de pie y se sintió algo mareado.
—Mi medicamento —susurró, y agarrándose de los muros, logró abrir la puerta corrediza, su visión algo borrosa se posó en la figura de la mujer que estaba inclinanda acomodando una sábana. —¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? —cuestionó.
Esa voz sobresaltó los sentidos de Lu, sintió que el corazón le dio un brinco.
«No, no puede ser él» Se quedó estática, sin atreverse a girar.
—¡Señorita!
Lu escuchó los pasos de él, sus sentidos se alertaron, entonces dio vuelta, sus ojos se cruzaron con los de Juan Miguel, pensó que alucinaba, las piernas le temblaron, los labios se le abrieron. Después de cinco largos años estaba frente a ella, el hombre al cual nunca dejó de amar, el padre de sus hijos.
Miguel parpadeó, arrugó el ceño, se quedó paralizado, sintiendo que el corazón le latía desaforado, varios flashes vinieron a su mente. Luciana se quedó sin respiración, y ambos rememoraron aquella noche en la cual sus caminos se separaron:
(***)
Miguel entró como un desquiciado a aquella casa, la sangre se le congeló cuando miró prendas regadas en el piso, apretó la mandíbula, abría y cerraba sus puños. Subió en un par de zancadas, y abrió la puerta de la habitación de un solo golpe.
—¡Luciana! —gritó iracundo, sus pupilas estaban dilatadas. —¡Así los quería encontrar!
Ella estaba desnuda abrazada al cuerpo de aquel hombre.
Lu derramó varias lágrimas, miró a Miguel, y notó la rabia, la decepción en sus ojos, el corazón se le hizo pedazos.
«¡Soy inocente!» declaró ella en su mente, no podía hablar, la tenían amenazada.
Miguel la miró con desprecio, se acercó a Albeiro, quién era su ex pareja y el supuesto escolta que contrató, entonces lo agarró del cuello, le lanzó un puño, pero el hombre se defendió. Empezaron una batalla campal.
Lu se estremeció, estaba pálida, temía por su reciente embarazo, como pudo se envolvió en una sábana, y se alejó.
—¡Basta! —gritó Lu.
Juan Miguel escuchó la voz de ella, la miró con profunda ira, enojo, decepción.
—¿Por este infeliz me rechazabas? ¿Cómo fuiste capaz de meterlo en nuestra propia casa? —Subió por la cama y de un salto estaba frente a Luciana, la tomó de los brazos, la zarandeó.
—Miguel yo…
—Vamos Lu, díselo —gritó Albeiro, la miró amenazante.
Luciana inclinó la cabeza, temblaba, un gran torrente de lágrimas viajaba por sus mejillas.
—Yo… no te amo, estoy enamorada de Albeiro, me regreso con él.
Esas palabras fueron como puñaladas para el corazón de Miguel, ahora tenía sentido todo, desde que ese hombre llegó ella actuaba extraño.
—Eres la peor de las mujeres, la más falsa, la más mentirosa. —La agarró del brazo, tal como estaba envuelta en una sábana, casi a rastras la bajó por las escaleras, abrió la puerta de la casa, y la echó. —¡Lárgate! ¡No quiero volver a verte jamás! ¡Eres una prostituta de lo peor! —Gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. —¡Jamás debí fijarme en alguien como tú! ¡Por ti hice a un lado mis principios, dejé a mi novia! ¡Espero nunca volver a cruzarme en tu vida!
El rostro de Luciana se hallaba cubierto de lágrimas, se quedó en el piso sollozando, no se defendió, no podía hacerlo, todo había sido planeado a la perfección. Y ella había quedado ante él como la peor de las mujeres.
—Miguel… las cosas no son…
—Cállate, no quiero escuchar tus mentiras.
«Lamento tanto que no me escuches, y dudes de mí, aunque todo me culpa, me duele no decirte sobre la existencia de nuestros bebés» dijo ella en su mente, sintiendo un dolor tan fuerte que le desgarraba el alma.
Miguel miró a Albeiro con profundo odio, el hombre sonrió, alzó a Lu del suelo, y se la llevó.
«Adiós Miguel»
****
—¡Eres tú! —exclamó Miguel todo era confuso para él, tanto que se desvaneció.
Lu parpadeó volviendo al presente, abrió sus ojos con gran sorpresa, corrió para sostenerlo.
—¡Miguel! —exclamó sintiendo su cuerpo temblar y su corazón a punto de salirse del pecho. —¿Qué tienes? —cuestionó agitada. Sus ojos lo contemplaron, se veía más varonil, más maduro, mucho más atractivo, sus dedos le acariciaron el rostro, palpó la blanquecina piel de él, y no pudo evitar derramar un gran torrente de lágrimas—, despierta.
Él no reaccionaba, y eso asustó a Lu, entonces lo colocó con delicadeza sobre la alfombra, corrió al teléfono del hotel a pedir auxilio.
—El huésped de la suite presidencial se desmayó, no reacciona, necesito ayuda —habló con la voz temblorosa.
—¿Qué? —preguntó asustada la señora Fabiana—, de inmediato envío al doctor. ¿Está con él su prometida?
—¿Prometida? —inquirió Lu, balbuceando, esa frase fue como una puñalada en su corazón.
—Sí, muchacha, él se está hospedando con una mujer, con su futura esposa.
Lu inclinó su rostro, su corazón volvió a fragmentarse en miles de pedazos como esa noche en la cual ella tuvo que romperle el corazón a él, haciéndole creer que lo estaba engañando.
—No, no hay nadie con él, más bien localiza a su… novia —esa última palabra pasó como hiel por su garganta.
—Bien, ya va el médico allá.
Luciana colgó de inmediato la llamada, enseguida colocó una almohada en la cabeza de Miguel, lo cubrió con una manta, volvió a contemplarlo.
«Eres idéntico a nuestro hijo» pensó y volvió a llorar, entonces sin pensarlo un segundo se aproximó a él, inclinó su rostro y besó sus fríos labios.
—Aún te amo, nunca he dejado de hacerlo. —Acarició el rubio cabello de él sintiendo su pecho agitado—, espero que la mujer que escogiste te haga feliz.
Entonces la curiosidad fue muy grande, quiso descubrir quién era la afortunada, buscó en las cosas, y miró en unos de los cajones de la mesa de noche una elegante tarjeta de invitación de boda.
—Irma y Juan Miguel —masculló apretando los dientes.
Lu palideció, cerró sus puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en la piel, la respiración se le volvió irregular.
—¿Irma? ¿Te vas a casar con esa arpía? ¿Con la culpable de nuestra separación? ¿Con la mujer que quiso robarme a mis bebés?
La sangre hirvió por sus venas, se llenó de ira, enojo, dolor, celos. Se llevó la mano a la cabeza, se acercó a Miguel.
—¡Eres un imbécil, Juan Miguel Duque! —recriminó el pecho le ardía de pensar que esa mujer andaba por ahí tan campante y que iba a convertirse en la esposa de él. —¡Fue ella, Irma es cómplice de Albeiro! —exclamó, entonces reaccionó, y recordó como aquella mujer intentó robarle a sus bebés, y abrió sus ojos de par en par. —¡Ella no puede verme! ¡No puede saber que sigo viva! ¡Mis niños correrían peligro! ¡Él escapó de prisión! ¡Debo irme! —Miró al padre de sus hijos con profunda decepción. —¡Jamás sabrás de su existencia! —sentenció ella, sin imaginar que el destino muy pronto podría a sus pequeños frente a su papá.
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Queridos lectores espero disfruten de este libro, no es necesario leer los anteriores, pero si deesean el orden de la Saga Duque, aquí se los dejo:
Un café para el Duque.
Hoy te vuelvo a enamorar.
¿De nuevo a tu lado?
Una esposa de mentira.
No sabía que tuvimos dos hijos.
Miguel abrió sus ojos, parpadeó, aún veía borroso, frunció el ceño, y buscó con la mirada a la mujer que minutos antes vio en la alcoba. —¿En dónde está Luciana? —indagó con desesperación. La mirada de Irma su novia se oscureció por completo, fingió una sonrisa, pero cada vez que él recordaba a su gran amor, ella se llenaba de celos, que le quemaban la piel como las llamas del infierno. —Cariño, esa mujer está muerta. Miguel negó con la cabeza. —¡No! ¡Yo la vi! ¡Estuvo aquí! —exclamó agitado. —¡Debo ir a buscarla! —expresó con la respiración acelerada, se notaba angustiado, intentó ponerse de pie, pero de nuevo se mareó. Irma sentía que se comía lo más amargo, la garganta le quemaba como hiel. —Ella murió, por favor descansa, ya no pienses en esa mala mujer —solicitó gruñendo. Miguel resopló, apretó sus puños. «¡Yo la vi, era ella, estoy seguro!» dijo en su mente. «¡Debo averiguar por mi propia cuenta!»Cerró sus ojos, necesitaba estar más restablecido y pensar con claridad.
Al día siguiente. Luciana caminaba por las calles de la ciudad de Cuenca, tenía las manos en los bolsillos de su chaqueta, la mañana había amanecido casi con siete grados de temperatura, el cielo estaba nublando, y una bruma de neblina adornaba las montañas alrededor. Necesitaba con urgencia conseguir un nuevo empleo, y en una esquina se encontró con el puesto de periódicos, y mientras la mujer le daba el cambio, la mirada de Lu, se posó en la portada de una importante revista. «La hermosa ciudad de Cuenca en Ecuador, ha sido escogida por el importante empresario Juan Miguel Duque y su bella novia: Irma Mejía para la celebración de su boda en la catedral de la Inmaculada»La mirada de Lu cambió de tinte, apretó el diario con todas sus fuerzas. —El evento del año —susurró arrastrando las palabras. —Imagine señorita que, por esa boda, se van a cerrar las calles de la ciudad ese día, no van a permitir vendedores ambulantes, dicen que es el evento del año —comunicó la mujer al notar
La suave voz de una niña pequeña se coló por los oídos de Juan Miguel, se hallaba de rodillas, con la mano en el estómago, entonces alzó su cara, y miró ese tierno rostro. Dafne era una mini copia de Luciana cuando era niña, tenía su mismo color de piel, sus facciones suaves, su cabello color chocolate, solo el color de sus ojos era distinto, la pequeña los tenía azules como su papá; sin embargo, la mente del hombre aún no tenía claridad. Dafne parpadeó al mirar a aquel señor, sintió una extraña sensación, pero no fue temor, sino algo diferente, él la observaba con dulzura, ella lo contempló atenta, y luego arrugó el ceño. —Usted se parece mucho a mi hermano —comunicó. Miguel se sentía aturdido, necesitaba tomar su medicamento, veía borroso, todo empezaba a dar vueltas a su alrededor, la voz de la niña se le hizo lejana. —¿Se siente mal? —preguntó la chiquilla, abriendo sus ojos, de par en par. —¿Está herido? —indagó Mike, al llegar corriendo agitado. —No veo sangre a su alr
—¡Dafne! ¡Mike! La voz fuerte y gruesa de Emiliano sobresaltó a los chiquillos. —¡Nuestro papá! —exclamaron agitando sus manitas, asustados. —¿Qué hacemos? —preguntó Mike a su hermana, abriendo sus ojos de par en par. —Entretenlo, sácalo de la casa, mientras usted. —Miró al hombre que rescataron—, debe esconderse, venga conmigo al baño —suplicó, agarró a su propio padre de la mano y ambos sintieron una gran calidez. —Pero…—Juan Miguel no deseaba esconderse, sino más bien dar la cara, agradecerle al padre de los niños por la valentía de ellos, pero al verlos tan asustados y desesperados, accedió muy a su pesar. Mike escondió la caja de Luciana, bajo la cama, y salió corriendo a saludar a Emiliano. —Hola —contestó agitado. Emiliano lo observó con suma atención. —¿Qué está pasando? ¿En dónde está tu hermana? —Me acordé de que mañana debemos llevar unos materiales, y la librería de la vuelta ya mismo cierra, vamos pronto. —Lo tomó de la mano para sacarlo de la casa. —Es
Era viernes por la noche, el jefe de Luciana se había enterado de que ella solía cantar de vez en cuando en los bares, y le pidió que esa noche lo hiciera en el restaurante. Lu tenía las emociones a flor de piel, contaba las horas y deseaba que no amaneciera, que no llegara el medio día del día siguiente, el alma le dolía, la tristeza se le notaba en el semblante, en su mirada llena de melancolía, hasta pasó por su mente, presentarse en la iglesia, desenmascarar a Irma, pero desistió, tenía miedo que al hablar, Albeiro su ex pareja apareciera a hacerle daño a sus hijos. —Está bien —contestó y suspiró profundo. —Perfecto, pediré que preparen el escenario. —¿Qué vas a cantar?—Aunque no sea conmigo —respondió. ****Dafne y Mike se aseguraron que Emiliano se estuviera duchando, aprovecharon ese momento para tomar el móvil de él, y marcar el número que estaba en la tarjeta que les dejó Juan Miguel. «Usted se ha comunicado al consorcio colombiano de café Alma mía, en este momento no
Miguel estaba por contestar la pregunta de su futura esposa, cuando escuchó aquel nombre, su corazón se sobresaltó, giró su cabeza como rapidez para buscarla, y vio a una hermosa mujer con sus mismas características. «¿Es ella?» se dijo en la mente, y sin pensar en nada se puso de pie, salió corriendo tras de Lu. Luciana tembló al darse cuenta de que él estaba tan cerca, cruzó la calzada casi corriendo. —¡Espera! —gritó Miguel, intentó ir tras de ella, pero los autos se lo impidieron, resopló. El corazón de Luciana se aceleró, subió con rapidez al primer taxi que pudo, giró su rostro y sus ojos se encontraron con los de él, volteó para que Irma no la recociera. —¿Qué ocurre? ¿Conoces a esta tal Lucía? —preguntó Irma con evidente molestia, alcanzándolo. —Es la chica que me ayudó cuando me desmayé, quería darle las gracias en persona, y una gratificación —mintió. —¿Solo eso? —averiguó Irma mirándolo con seriedad. —Sí era eso nada más, y no vayas a empezar, quiero dormir tranquilo
«¡Porque tú eres nuestro papá!»Un silencio sepulcral inundó la iglesia, esa frase hizo que el corazón de Miguel se le subiera a la garganta, las piernas le fallaron cayó al piso de rodillas ante los pequeños. —¿Mis hijos? —balbuceó, los labios le temblaban, así como el corazón, y sus ojos, se hallaban anegados de lágrimas. —¿Ustedes dos… son mis hijos? —volvió a preguntar sin poder creerlo.¡Cuántas noches imaginó teniendo una familia junto a la mujer que se le aparecía en sueños! Y ahora su sueño era una realidad, los hijos que pensó que jamás pudo tener con Luciana, ahora estaban ahí frente a él, su cerebro era un completo caos, los recuerdos volvieron de manera imprevista, frunció el ceño, apretó los párpados, se sentía aturdido. —¿Estás bien? —fue lo único que lograba distinguir en esa misma tierna vocecita que días antes le salvó la vida. A lo lejos podía oír los gritos de Irma, pero ni siquiera entendía lo que decía. —Miguel, hijo ¿estás bien?—Necesito mis pastillas, urge
Miguel parpadeó, y puso atención a lo que decía su cuñada. —¿Qué? ¿Por qué dices eso Paula? —gritó con la voz agitada. —No, es un complot en mi contra, no les creas. —Lloriqueó Irma desesperada, estaba perdida. —No miento. —Paula observó a Irma—, tú eras la mujer que le pasaba información, la amante de ese loco eres tú, m@aldita desgraciada. —No sabes lo que dices, no tienes pruebas —vociferó Irma. —Yo sí las tengo. —La voz de Mariela quién fue durante años la mejor amiga de Irma, se escuchó, no había asistido a la boda por ella, sino por la amistad con la familia Duque—. Yo te encontré en ocasiones saliendo del departamento de mi primo, y me mentiste diciendo que habías ido para que te recetara tranquilizantes, pero ahora lo entiendo todo, eran amantes. Miguel apretó los puños, intentaba contenerse, pero no pudo más, se acercó a Irma, alzó su mano, decidido a abofetearla. —¡No! —La voz del señor Duque, su padre, lo detuvo—, jamás golpees a una mujer por más miserable que