Desde la prisión, Salvador seguía comunicado con el mundo, a pesar que lo tenían vigilado, había conseguido un móvil de alta tecnología, que no fuera fácil de rastrear, y la persona que vigilaba a Majo, le envió el video. —Así que todo fue una trampa para beneficiar a tu noviecito, tus falsos besos, tus palabras de amor, tus caricias, todo…—gruñó, apretó los puños, en una de las paredes, tenía la imagen de ella junto con la de sus demás enemigos. Enseguida Salvador marcó al hombre que vigilaba a Majo. —Quiero un informe detallado, de lo que hace, de cada minuto, hasta las veces que va al baño —enfatizó con esa voz ronca y firme que solía mostrar. —¿Qué ha hecho hoy? —Dio esas declaraciones, sin embargo, usa el móvil que usted le dio, no lo podemos rastrear, sabe que es imposible. —Dile a Facundo que la rastree e intervenga ese teléfono, él sabe cómo hacerlo, quiero saber con quién se comunica. ¿Sigue junto a Sáenz? —Él no durmió anoche en la hacienda, se fue con su hija, ella
Sebastián logró sostener en sus brazos a Majo. Salvador abrió sus ojos, palideció, no lo pensó dos veces, no le importó la traición, o si ella lo estaba engañando, se saltó los protocolos y en cuestión de segundos estaba a su lado, quiso agarrarla de la mano.—No te le acerques —gruñó Sebastián. —A mí no me das órdenes —rugió Salvador—, llamen un médico —vociferó, observó el semblante lleno de palidez de Majo, se estremeció, el corazón le dolió. —Aquí no mandas —rugió Sebastián—, además todo es tu culpa, hipócrita. Arismendi apretó los dientes, tensó sus músculos, contuvo las ganas de golpearlo, sin embargo en ese momento solo le interesaba ella, la traicionera. —Doctor Arismendi, vuelva a su lugar —ordenó el juez. —No señoría —rebatió él—, no estoy haciendo nada indebido, solo quiero ayudar. —Para eso está el señor Sáenz, ya un médico vendrá, vuelva a su lugar, o lo declaro en desacato. Arismendi gruñó, soltó un resoplido de inconformidad, regresó a su lugar, mientras Sebas in
—No tengo tiempo para eso doctor, dígame dónde compramos el oxígeno —gruñó con ansiedad.El médico con la mano temblorosa anotó una dirección, y uno de los autos de Arismendi fue por el oxígeno para Majo. —Usted se viene con nosotros —ordenó al médico. Majo logró abrir sus ojos, no era la primera vez que le sucedía algo así, esos episodios de alto estrés le causaban esos ataques de taquicardia. —Mi bolso, ahí tengo mis medicamentos —susurró agitada.Arismendi frunció el ceño, no sabía que ella tenía ese padecimiento, él mismo abrió el bolso de ella, sacó un frasco. —¿Es este? —indagó. —Sí —contestó ella. Salvador antes de entregárselo, le mostró al médico. —¿Qué es?El médico leyó el contenido, frunció el ceño. —Es un medicamento a base de hierbas, para reducir los síntomas de la ansiedad, como la taquicardia. —¿Es seguro?—No lo sé, yo no he estudiado homeopatía. —Dame mis gotas —bramó Majo. Salvador resopló, se las entregó, y ella enseguida se colocó en la boca el gotero
—No te vas a liberar de mi tan fácilmente María Joaquina Duque —enfatizó casi gruñendo, respirando agitado—, estás en mi territorio, y no te voy a dejar ir, eres mi prisionera. Majo abrió sus ojos, separó los labios, inhaló aire, no le sorprendía su actitud, él era así, siempre conseguía lo que quería, entonces se puso de pie, no le iba a poner el camino tan fácil. —Pues será la única forma de tenerme a tu lado, a la fuerza, a la mala, porque luego de lo que hiciste, lo que habíamos construido se esfumó —declaró ella, lo empujó, requería salir, tomar aire fresco, pensar las cosas con calma, no dejarse llevar por sus emociones, y menos por sus sentimientos, aunque tenía el corazón latiendo a millón, y no sabía si era por su taquicardia, o porque estaba junto a él, a pesar de que estaba muy dolida. Arismendi la tomó del brazo, y luego la agarró de la cintura, la pegó a su cuerpo, la miró a los ojos, su cuerpo entero se estremeció al tenerla cerca. «¡Dios como ansiaba abrazarla, besa
Majo resopló, apretó sus puños. —No soy una mujer indefensa, sé cómo hacer las cosas —bramó. Salvador colocó sus palmas sobre una mesa, y luego inclinó la cabeza. —La desesperación me consume, no quiero que vuelvas a su lado, ya no me importa hacer justicia, ni descubrir sus crímenes —avisó y resopló—, ven conmigo, vámonos juntos a otro país, a un lugar donde empecemos de cero, donde esa gente no nos haga daño. —La voz le sonó irregular. Majo lo observó con seriedad, sin vacilar. —Yo no soy una cobarde, no pienso huir, me metiste en esto, y pienso llegar hasta las últimas consecuencias —enfatizó—, yo puedo hackear sistemas informáticos, puedo tener acceso a los archivos del fiscal, pero no me has dicho: ¿por qué ese hombre te odia? —Araujo está metido en esa mafia, es él quién ordena el paso de los camiones que se llevan a las chicas, el problema es que no tengo testigos —comunicó—, quien lo puede delatar es la mujer a la que fuimos a buscar y nos emboscaron, ella fue su amante.
Abel se aclaró la garganta. —No lo conozco, pero Majo sí, y parece que muy bien, ella me llamó la otra noche. —Observó a Malú. —¿Recuerdas que salí de la habitación a la terraza? —Sí, claro se me hizo bastante extraño. —Era Majo, me pidió hablar de forma confidencial, y luego me suplicó casi llorando que hablara con el presidente, que usará mi amistad con él para pedirle que sacara a Arismendi de la prisión donde lo llevaron de manera injusta, ella confía en ese hombre, y le importa demasiado. Joaquin giró su rostro y observó a su esposa. —¿Sabes algo María Paz? ¿Qué relación tiene Majo con ese hombre? —No lo sé, ella no quiso hablar, pero sí estaba bastante extraña desde que volvió —comunicó. En ese momento el móvil de María Paz sonó, miró que era un número extraño, un código internacional, frunció el ceño. —Hola mamá. —¡Majo! ¿Estás bien? ¿En dónde estás? ¿Qué te hizo ese hombre? —Tranquila mamá, no te angusties, estoy bien, no sé en dónde pero bien. —Pero… ¿Ese h
—Desde hace algún tiempo he querido charlar contigo acerca de Sebas. —Malú se acomodó junto a su esposo en la hamaca. Abel dejó a un lado el libro que estaba leyendo, abrazó a Malú por la cintura, inhaló una gran bocanada de aire, miró a su mujer a los ojos. —No puedo hablar de alguien sin tener pruebas que lo incriminen, sabes bien que luego de lo que nos ocurrió con Luz Aída, no volví a acusar a nadie, sin embargo, tengo sospechas. Malú sintió un estremecimiento en el corazón, rememorar que él se acercó a ella solo por venganza, creyendo que su adorada madrina Luz Aída era buena, sacudió su corazón, pero no venía al caso rememorar a esa infeliz, lo que importaba era Sebas. —¿Sospechas? ¿A qué te refieres? —Siempre he pensado que Sebastian sigue enamorado de ti, y que usó a Majo para estar a tu lado. Malú frunció el ceño. —¡Es una locura! —rebatió—, yo jamás le he dado motivos, lo quiero como a alguien de la familia, como a Eduardo, lo veo como mi cuñado. Abel la tomó
—¿Qué? —Salvador reaccionó, intentó soltarse gruñendo, estaba desnudo, sin poder agarrar una manta—. Majo no me agrada este juego, suéltame. —No dijiste eso hace minutos, así que asume las consecuencias, y por cierto esta llavecita se va por el excusado. Y así lo hizo, la mandó por el sanitario. —¡Te vas a arrepentir Majo! —advirtió. —No te tengo miedo, buenas noches. —Salió de la alcoba. Majo salió de la recamara, y Salvador se quedó vociferando, gruñendo, peleando con las esposas como una fiera salvaje, pero era muy orgulloso y no podía llamar a pedir ayuda a sus hombres, iba a convertirse en el hazmerreír de ellos, y encima lo verían desnudo. —¡Estás loca! —gritó. Majo caminó por el pasillo, y luego se aclaró la garganta, entró agitada a la cocina. —¿En dónde están los guardias? —preguntó a la cocinera. —Afuera señorita, ¿qué ocurre?—No lo sé. Majo salió corriendo, miró al hombre de confianza de Salvador. —Algo le pasa a Salvador está encerrado en la alcoba, y parece qu