El fiscal Araujo debía hacer su trabajo, ese hombre no dejaba cabos sueltos, y aunque sabía que la señal que emitía ese móvil con el cual Majo se comunicaba con su familia era falsa, él les seguía el juego. Entonces, mientras estaba en su despacho, recibió una llamada privada, era desde fuera del país. —Tengo lo que me pidieron, todo está listo, con lo que enviaré, lo pueden refundir en prisión. —Perfecto, envío el mail al cual debe enviar toda la información. —En unos minutos lo tendrá, esperé con paciencia. Cuando colgó la llamada, la mirada le brilló, esbozó una amplia sonrisa. —Al fin te tengo Salvador Arismendi. **** En esos días en el crucero, Majo y Salvador aprovecharon el tiempo para conocerse, planear la estrategia en contra de sus enemigos, y no perdieron la oportunidad para hacer el amor. Solían mirar el atardecer, tomar café en la cubierta, sostener las largas charlas que terminaban en noches apasionadas. Cuando llegaron a Canadá, el momento crucial en s
Arismendi sabía que no podía ponerse a pelear, que seguramente su cabeza ya tenía un precio, y aunque ahora su corazón estaba roto, no deseaba morir, no hasta vengarse y ver a María Joaquina Duque destruida, tal como ella lo hizo con él. —Así es, todos cuando caemos en este lugar, nos volvemos iguales, o hasta peores —musitó. —¿Cuánto por darme seguridad? El hombre mostró su amarillenta dentadura. —¿Cómo sabe qué no me pagaron para darle su buena bienvenida? —musitó—, aunque motivos para vengarme me sobran. —Entiendo, pero si te atribuyen otro crimen se seguirá sumando tu condena, llevas como cinco años aquí, y te sentenciaron a veinte, y si muestras buena conducta, yo mismo me podría encargar de que te reduzcan la pena. —Apretó los puños, si había algo que odiaba era hacer tratos con delincuentes, esa gente no merecía ni un ápice de consideración, pero ahora estaba en juego su vida, ya no era el reacio abogado que contaba con un gran equipo de seguridad, ahora era un pobre imbé
Majo lo miró a los ojos, con profunda seriedad. «Si supieras» pensó. —Nada, no pasó nada, él es un caballero —musitó—. Espero reciba la condena adecuada, ¿a dónde lo llevaron? —preguntó. Sebas la miró con atención, no vio un ápice de duda en su mirada, así que le creyó. —Imagino que, a una unidad de flagrancia, ese es el procedimiento, pero ya no debe importarte, ya la pesadilla con ese hombre finalizó. —Le acarició la mejilla, acercó sus labios a ella, intentó besarla. Majo giró su rostro. —Me duele mucho la cabeza, y quiero estar sola, imagino que tú anhelas estar con tu hija y tu familia. Sebastián apretó el puño, pero no dijo nada. —Sí me gustaría estar con Emilia. —Entonces que descanses. —Sonrió—, buenas noches. —Buenas noches, cariño, descansa. —La besó sin darle tiempo a esquivar su caricia. Majo correspondió aquel beso, y eso lo dejó tranquilo. Cuando él se fue ella se quedó sola, pensativa, triste, el alma le dolía, sabía que lo que había hecho tenía gr
Arismendi se aclaró la garganta, constató lo que afuera se decía, que estos criminales gozaban de beneficios, pero para eso debían estar involucrados con gente importante. —No, solo vine a charlar. —Y miró ahí sobre la mesa un juego de naipes. —¿Charlar? ¿Y qué podría interesarme a mí? —Mucho, porque imagino que Sebastián Sáenz te dijo que podría evitar que tu esposa se viera involucrada en tus negocios ilícitos, pero te mintió, porque yo tengo entendido que van a expedir una orden de captura en contra de ella, es cuestión de días. —¿¡Qué!? —Aquel mafioso se levantó, pidió a sus hombres apagar la música, despachar a las chicas. —¡Si estás mintiendo, te asesinaré yo mismo! —rugió. —¿Qué sacaría con mentirte? Se bien que sería mi condena de muerte, él solo te ha estado sacando dinero para su campaña, pero es un traicionero, busca su beneficio personal, sino me crees pídeles a tus abogados que investiguen. —Y tú, ¿cómo puedes evitar que metan en prisión a mi mujer?—Simple, podemos
Desde la prisión, Salvador seguía comunicado con el mundo, a pesar que lo tenían vigilado, había conseguido un móvil de alta tecnología, que no fuera fácil de rastrear, y la persona que vigilaba a Majo, le envió el video. —Así que todo fue una trampa para beneficiar a tu noviecito, tus falsos besos, tus palabras de amor, tus caricias, todo…—gruñó, apretó los puños, en una de las paredes, tenía la imagen de ella junto con la de sus demás enemigos. Enseguida Salvador marcó al hombre que vigilaba a Majo. —Quiero un informe detallado, de lo que hace, de cada minuto, hasta las veces que va al baño —enfatizó con esa voz ronca y firme que solía mostrar. —¿Qué ha hecho hoy? —Dio esas declaraciones, sin embargo, usa el móvil que usted le dio, no lo podemos rastrear, sabe que es imposible. —Dile a Facundo que la rastree e intervenga ese teléfono, él sabe cómo hacerlo, quiero saber con quién se comunica. ¿Sigue junto a Sáenz? —Él no durmió anoche en la hacienda, se fue con su hija, ella
Sebastián logró sostener en sus brazos a Majo. Salvador abrió sus ojos, palideció, no lo pensó dos veces, no le importó la traición, o si ella lo estaba engañando, se saltó los protocolos y en cuestión de segundos estaba a su lado, quiso agarrarla de la mano.—No te le acerques —gruñó Sebastián. —A mí no me das órdenes —rugió Salvador—, llamen un médico —vociferó, observó el semblante lleno de palidez de Majo, se estremeció, el corazón le dolió. —Aquí no mandas —rugió Sebastián—, además todo es tu culpa, hipócrita. Arismendi apretó los dientes, tensó sus músculos, contuvo las ganas de golpearlo, sin embargo en ese momento solo le interesaba ella, la traicionera. —Doctor Arismendi, vuelva a su lugar —ordenó el juez. —No señoría —rebatió él—, no estoy haciendo nada indebido, solo quiero ayudar. —Para eso está el señor Sáenz, ya un médico vendrá, vuelva a su lugar, o lo declaro en desacato. Arismendi gruñó, soltó un resoplido de inconformidad, regresó a su lugar, mientras Sebas in
—No tengo tiempo para eso doctor, dígame dónde compramos el oxígeno —gruñó con ansiedad.El médico con la mano temblorosa anotó una dirección, y uno de los autos de Arismendi fue por el oxígeno para Majo. —Usted se viene con nosotros —ordenó al médico. Majo logró abrir sus ojos, no era la primera vez que le sucedía algo así, esos episodios de alto estrés le causaban esos ataques de taquicardia. —Mi bolso, ahí tengo mis medicamentos —susurró agitada.Arismendi frunció el ceño, no sabía que ella tenía ese padecimiento, él mismo abrió el bolso de ella, sacó un frasco. —¿Es este? —indagó. —Sí —contestó ella. Salvador antes de entregárselo, le mostró al médico. —¿Qué es?El médico leyó el contenido, frunció el ceño. —Es un medicamento a base de hierbas, para reducir los síntomas de la ansiedad, como la taquicardia. —¿Es seguro?—No lo sé, yo no he estudiado homeopatía. —Dame mis gotas —bramó Majo. Salvador resopló, se las entregó, y ella enseguida se colocó en la boca el gotero
—No te vas a liberar de mi tan fácilmente María Joaquina Duque —enfatizó casi gruñendo, respirando agitado—, estás en mi territorio, y no te voy a dejar ir, eres mi prisionera. Majo abrió sus ojos, separó los labios, inhaló aire, no le sorprendía su actitud, él era así, siempre conseguía lo que quería, entonces se puso de pie, no le iba a poner el camino tan fácil. —Pues será la única forma de tenerme a tu lado, a la fuerza, a la mala, porque luego de lo que hiciste, lo que habíamos construido se esfumó —declaró ella, lo empujó, requería salir, tomar aire fresco, pensar las cosas con calma, no dejarse llevar por sus emociones, y menos por sus sentimientos, aunque tenía el corazón latiendo a millón, y no sabía si era por su taquicardia, o porque estaba junto a él, a pesar de que estaba muy dolida. Arismendi la tomó del brazo, y luego la agarró de la cintura, la pegó a su cuerpo, la miró a los ojos, su cuerpo entero se estremeció al tenerla cerca. «¡Dios como ansiaba abrazarla, besa