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𝓤𝓷 𝓹𝓪𝓼𝓸

Quedaban solo dos horas para estar lejos de todo. No podía estar tranquila, necesitaba que el avión despegara pronto.

En ese momento no sabía qué sería de mi vida, solo tenía claro que tenía suficientes ahorros para mantenerme, por lo menos, un mes en el lugar más económico que encontré en la ciudad de Orlando.

Me dolía la cabeza y no podía dejar de recordar lo terribles que habían sido los últimos cinco años. Necesitaba ser feliz y mientras más trataba de olvidar, más recordaba.

Cada paso que daba era una huella más que destacar en mi historia.

Andrés era muy inconsecuente con su forma de ser, primero me salvó de ser abusada y luego solo me hizo daño.

Aún siento el miedo y el olor a hospital que sentí cuando desperté al día siguiente de lo ocurrido con Diego. Escuchaba el sonido de las máquinas, mientras yo trataba de analizar lo que sabía que había ocurrido, pero nada me concordaba.

Tenía miedo de abrir los ojos, pero necesitaba hacerlo para que alguien me dijera que todo había sido un pésimo sueño.

Logré despertar, a mi lado encontré a Paulina, quien, de un salto, me abrazó y habló.

—Estás bien, trata de descansar. —Me acarició la mano.

—Paulina, ¿qué pasó?, ¿dónde estoy? ¡Por Dios, qué vergüenza! ¿Y Andrés? ¿Cómo está Andrés? Él..., él me defendió.

—Tranquila, enana, estás bien, es lo importante. Nuestro jefe tiene un par de moretones, pero el otro canalla está hospitalizado con unas costillas rotas. —Rió.

—¿Dónde estamos?

—Estamos en la clínica. Andrés llamó a la ambulancia y te trajeron, estás en buenas manos, sana y salva. Ese imbécil no alcanzó a hacerte nada. Ahora solo tienes que descansar. Creo que Andrés se siente responsable por lo que te pasó. —Hizo un puchero.

—No... ¿Por qué dices eso?

—Porque no ha dormido, ha estado desde lo ocurrido aquí, me avisó pensando que quizá yo podría haber sabido algo de algún familiar tuyo. Supimos que no tenías familia y todo lo que has pasado al momento de tratar de ubicar a alguien. Yo me contacté con un amigo de investigaciones para que me dé datos de familiares, o amigos y no consiguió nada. Lo siento.

Se notaba que mi nueva amiga era una buena persona, pero no quería que sintiera lástima por mi. Sabía por cómo me estaba diciendo las cosas que era lo que estaba ocurriendo.

—Mis padres fallecieron y a medida que fui necesitando ayuda mis amigos, desaparecieron.

—Bueno, quiero que sepas que estoy para apoyarte, lo que pasó solo lo sabemos el jefe y yo. Es algo muy personal tuyo y no nos corresponde contarlo.

—Muchas gracias.

—Ahora descansa, se viene un día complicado.

Escuché el toque en la puerta y vi entrar a Andrés a la habitación, no sabía cómo mirarlo ni como hablarle.

Venía entrando con el doctor, quien le estaba explicando que necesitaba descansar y seguir con un tratamiento psicológico después de lo que había vivido.

Paulina me miró y en voz baja se despidió.

Solo quería dormir y que la tierra me tragara, no quería ver ni escuchar a mi jefe, pero sabía que tarde o temprano tenía que agradecerle lo que había hecho por mí.

—Soy el doctor Rodolfo Merino, ya estás bien. Tienes que ser fuerte, te firmaré el alta y te daremos unos días de descanso en casa.

El doctor se veía muy simpático, mantenía su sonrisa cada vez que hablaba. Era canoso, pero se veía joven aún, de ojos verdes y un poco más bajo que Andrés.

—No, no quiero, por favor no me dé días de descanso. Quiero seguir trabajando, tengo que pagar la clínica y llevo solo una semana en mi puesto.

Andrés, sorprendido y abriendo sus bellos ojos, me sonrió.

—Tranquila, no tienes que pagar nada, Rodolfo es un viejo amigo, de la clínica me hago cargo yo, fue un accidente laboral.

El doctor me hizo firmar una hoja para ser dada de alta y se despidió de un apretón de manos de su amigo.

Yo seguía sin entender nada, trataron de abusar de mí, ese Superman que era mi jefe me salvó, estaba en una clínica de lujo en donde todos, sin ser ni familia ni amigos, eran muy amables.

—Don Andrés, no puedo dejar que usted pague la clínica. Ambos sabemos que no fue un accidente laboral, por lo tanto, yo veré cómo pagarlo.

Se sentó en la silla que estaba a un lado de la cama y me tomó la mano.

Por Dios, no sé si lo que sentí era parte de lo que estaba viviendo o qué, pero no quería que me soltara.

—No, me niego. Lo ocurrido fue por culpa de un empleado mío, el cual te aseguro que no volverás a ver, de eso me encargaré yo. Tú ahora tienes que estar tranquila, la policía vendrá en un rato más a tomar tu declaración. Por el momento necesito solo dos favores tuyos: el primero, que me digas Andrés, y que no me hagas sentir viejo, porque no lo soy, solo tengo treinta años. Y el segundo es que trates de recordar lo más posible, todos los datos son útiles para meter a Diego en la cárcel.

—¿Por qué haces todo esto por mí? Te lo agradezco, pero, de verdad, no es tu responsabilidad, ya me salvaste, eso es suficiente.

—Lo haría por cualquier empleada, además, mi deber es que llegues sana a tu hogar.

—No creo que sea tu deber, pero lo agradezco.

—Emilia, cuando tenía diez años mis padres se fueron por trabajo a Inglaterra, y yo, que era hijo único, me fui con ellos. También fallecieron y me quedé solo. Sé lo que es eso, y tratar de salir adelante. Gracias a Dios mis padres me dejaron una herencia que podría haber usado para vivir toda mi vida, pero preferí hacer algo con ella. Con ese dinero me vine a Chile.

—¿Trabajas solo por entretención? —dije, sonriendo.

—No es tan así, lo veo más como un crecimiento personal.

Su mirada se volvió fría de un momento a otro, como si algo ocultara.

—Muchas gracias, de verdad. Si no fuera por ti, la historia sería otra.

—Lo sé.

Sin pensar, le hice cariño en la barbilla, lugar donde tenía marcado un golpe. Él se dejó, no me quito la mirada y mis manos no querían dejar de tocarle su bello rostro.

Tenía que admitirlo, ese hombre, aunque fuera mayor que yo, me tenía encantada. Mi corazón latía cada vez más rápido y las mariposas en el estómago se hacían presentes de una forma tan incómoda que sentía que escaparían por mi boca.

Al rato llegó la policía, no quería que este momento de revivir todo llegara, pero de todas formas conté lo que recordaba.

Pensé que alguien podría sentirse mal después de ser acosada, o violentada, pero la palabra mal se queda corta, solo podía llorar.

Finalmente se fueron. Paulina entró en la habitación con mis cosas. Andrés nos dijo que cerraría lo de la clínica y que nos esperaba en la salida para llevarnos a casa.

—Paulina, estoy nerviosa, necesito aire. —Miré para todos lados con ganas de salir rápido de ahí.

—Tranquila, ya nos vamos. Quiero proponerte algo y espero que me digas que sí. —Aplaudió cómo una pequeña niña y sonrió emocionada.

—¿Qué cosa?

Su actitud me tenía curiosa y expectante.

—Yo rento un departamento sola, no es muy grande, pero tiene buena ubicación. En verdad me encantaría que te fueras a vivir conmigo, estarías acompañada y nos iríamos juntas al trabajo, además, así compartiríamos gastos.

—Me encanta la idea.

De verdad me gustaba mucho saber que ya no estaría sola, pero todo este cambio en mi vida me daba miedo. Estaba confundida, perdida. ¿Eran realmente todas estas personas tan buenas?

—Qué bueno que te gustó, porque tus cosas ya están en nuestro departamento —contestó alegre.

—¿Qué?, ¿cómo? ¿Y la renta?

—Ya arreglé todo, Andrés me ayudó a retirar tus cosas y a cerrar el trato con la señora que te rentaba la habitación. El doctor dijo que no podías estar sola porque habías vivido un trauma que no era fácil de llevar, así que me tomé la atribución de mover tus cosas. Yo necesito una amiga, compañera de departamento y tú, estar con alguien.

Todo estaba siendo muy repentino y personas que conocía muy poco, se estaban comportando como si fuesen amigos de la vida entera.

—Enana, déjate llevar, no te compliques ahora por el lugar dónde vas a vivir. Vamos que te ayudo a levantarte. —Estiró sus brazos y me ayudó a salir de la cama.

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