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𝓔𝓵 𝓿𝓾𝓮𝓵𝓸

Me encontraba sentada en el avión, tenía una escala en Miami y un largo viaje para pensar. Seguía teniendo miedo. Las tripulantes de vuelo ya habían dado las instrucciones de emergencia porque el avión estaba en marcha.

No podía dejar de pensar en que, si Andrés llegaba a saber lo que estaba haciendo, me mataría.

Mientras tanto, volví a sumergirme en el recuerdo porque, todavía necesitaba convencerme del todo. Ese comienzo mágico no se comparó con nada al final que tuvo mi historia con él... Cerré los ojos tras un suspiro, reviviendo el comienzo...

Había pasado mucho tiempo después de la muerte de mis padres, sin embargo, el dolor aún existía, por lo mismo no me era fácil sonreír, pero llegué al departamento de mi amiga y desde ese el primer segundo sentí que la vida me había cambiado.

Todas mis cosas estaban perfectamente ordenadas, era como si desde el primer día yo hubiese vivido ahí. Me sentía relajada y en casa, lo que era bueno para mi recuperación mental.

Paulina me sirvió un jugo y se sentó en el sofá que estaba frente a la TV, me quedé mirándola y ambas, al mismo tiempo, dijimos: —Es momento de conversar.

—Paulina, ¿tú sabes cómo es que Andrés llegó al lugar donde ocurrió todo?

Tan solo con recordar lo ocurrido me temblaban las manos.

—Sí, enana, los vió esperando un taxi desde el restaurante y fue en busca de su chaqueta, imagino que decidió ofrecer llevarlos a casa, pero cuando salió de la oficina con las llaves, se dio cuenta de que se habían ido. Me preguntó si ya había pasado el taxi. A lo que respondí lo que había visto: que el taxi no había llegado y que los vi caminando. Él fue a buscarlos para llevarlos a casa y los encontró.

—Menos mal, aún me siento aliviada de que no ocurriera lo peor —confesé, no deseando revivir esos recuerdos porque no quería pensar en lo que habría pasado si Andrés no hubiera llegado.

—Emilia, sé que nos conocemos muy poco, pero ¿está pasando algo entre Andrés y tú?, ¿te gusta? —Me dio un codazo en el brazo y rió.

—¿Gustarme? No. Es guapo, simpático, amable y educado, ¿cómo podría gustarme un hombre así? —Reí.

—Difícil pregunta. Hay algunas cómo yo, con pésimo ojo. Siempre me gustan los hombres problemas.

Al escucharla decir eso, pude ver en su mirada que no lo había pasado nada de bien en el amor. Se veía solitaria.

Sin abrir los ojos, sonreí, recordando que esa tarde reímos mucho. Realmente mi nueva compañera de departamento sabía cómo pasar un buen rato y, aunque era sólo tres años mayor que yo, tenía muchas historias de vida. Era esforzada. Con lo que ganaba en el restaurante se pagaba sus estudios. Sus padres, quienes vivían al sur del país, le rentaban el departamento, por lo mismo, para alivianarles la carga a ellos, es por lo que decidió tener una compañera.

Las turbulencias me obligaron a abrir los ojos y alejar por un momento los recuerdos que estaba teniendo. Sin embargo, me relajé de nuevo viendo las nubes a través de la ventana. No podía dejar de pensar en mi amiga. Lloramos y reímos tanto, compartimos muchas historias en el corto periodo que vivimos juntas. Le conocí millones de dietas que jamás duraron más de dos horas.

«Espero que esté bien y que no salga perjudicada por mi culpa», pensé.

Era imposible olvidar. Me dolía el cuerpo, la última pelea fue más lejos que las anteriores. Los golpes y heridas que me hizo eran más dolorosas que nunca. Él era el amor de mi vida, el hombre perfecto, pero nada era lo que parecía. Mi Superman se transformó en el peor villano de la historia.

Con un suspiro, volví a sumergirme en mis recuerdos. Estos eran los buenos, al menos...:

El primer día que llegué a vivir con Paulina, nos quedamos conversando hasta las dos de la mañana, y mi despertador sonó a las siete, así que me levanté con mucha dificultad. Me prometí a mí misma que lo ocurrido con Diego sería solo un mal episodio, el cual tenía que tratar de olvidar.

Sabía que me habían dado días de descanso, pero necesitaba volver a trabajar. Tener la mente ocupada es más sanador que cualquier medicamento.

Ese día me duché, me vestí, desayuné algo rápido y salí a la calle. Me crucé con mi amiga justo al volver a la esquina, nos reímos porque dijo que iba a comenzar una nueva dieta. Luego me fui a mi vestidor. Realmente con los problemas económicos que estaba teniendo en el último tiempo, no tenía mucho que ponerme, pero sabía que llegando mi primer pago podría ir a hacer un par de compras.

Llegué al restaurante y se me apretó el pecho cuando recordé todo lo ocurrido, pero cerré los ojos y, con la frente en alto, saludé a mis compañeros, quiénes no sabían nada de lo que había pasado.

Entré a mi oficina y vi que la de mi jefe aún estaba cerrada, miré la hora y eran las ocho de la mañana. Me pareció extraño, ya que siempre era el primero en llegar.

Esa mañana la pasé trabajando sin parar. Recuerdo que tenía tantos papeles que escribir en una planilla Excel, que si no pasaba, por lo menos, una noche en eso, se me haría imposible cumplir con mi trabajo. Y, realmente, así fue.

Sentí que abrieron la puerta y vi a mi compañera de departamento.

—Enana, vamos a almorzar.

—No puedo, tengo mucho qué hacer. —Hice un puchero.

—Okey, te traigo un plato, entonces.

—Gracias, eres la mejor.

Pasadas algunas horas, alguien cerró la puerta de la oficina y se sentó delante de mí. Como estaba tan colapsada de trabajo, no puse mayor atención.

—Emilia, ¿estás bien? Pensé que tomarías algunos días de licencia —murmuró una voz conocida, que hizo que mi corazón saltara. Aspiré su aroma y antes de subir la cabeza para contestar, aproveché cada segundo y disfruté del sonido de su respiración.

Una sonrisa amable salió de mi boca, levanté la cabeza y, al verlo, no pude despegar mis ojos de los suyos.

—Emilia, ¿estás bien? —insistió amablemente.

—No me tomaré los días, estoy bien. Necesito pedirte que me dejes trabajar hasta tarde hoy, tengo que ingresar todo esto. —Apunté los papeles arrumados—. Necesito mantenerme ocupada. Paulina no va a estar y no me agrada estar sola en casa sin hacer nada.

—Bueno, entonces tendré compañía, porque, así como tú tienes que ingresar todo eso, yo tengo que hacer los balances. Anota tus horas extras y mañana a primera hora te vas a descansar.—Apoyando sus manos de los reposabrazos de la silla, se levantó y se acercó a la puerta.

—Gracias.

—Por favor, habla con Paulina y pídele que deje todo arreglado en la cocina para que cenemos más tarde.

—Okey, le aviso de inmediato.

Nunca supe qué tenía ese hombre ¿porqué mi libido aumentaba solo con verlo? mi corazón no dejaba de acelerarse. En ese momento no podía ser amor, pero si sentía una química especial.

Lo vi alejarse mientras me levanté de mi puesto de trabajo y fui en busca de mi compañera de apartamento para dar la orden del jefe.

—Paulina, Andrés necesita que coordines todo para dejar dos cenas. Nos quedaremos trabajando hasta tarde.

Paulina alzó las cejas con sorpresa y luego, sus ojos se llenaron de un brillo juguetón.

—¡Eh, enana, una cena romántica! No está nada mal. —Me dio un codazo.

—No te imagines cosas, solo nos quedaremos trabajando. Quiere algo simple para recalentar y cenar.

—Okey —aceptó y, con una risita burlona, se alejó.

—Emilia ven a mi oficina por favor —dijo Andrés al verme a través de los ventanales de su oficina.

Me levanté de la silla, y obedecí a quien me llamaba.

—Quiero agradecerte que hayas regresado. De verdad, no sé cómo lo habríamos hecho si te hubieses tomado los días de licencia.

—Andrés, soy yo la que tiene que agradecerte. Si no fuera por la oportunidad de trabajo, mi vida no sería la misma.

Él siguió yendo directo hacia mí. Y lo hacía tan lentamente que escuchaba sus pasos y, con ellos, mi corazón traicionero queriendo salir por mi boca.

—Tú trabajo será recompensado, eres muy buena.

Se acercó aún más, estábamos lo suficientemente cerca para sentir nuestras respiraciones. Mi boca estaba seca. Recuerdo que me sentí tan confusa con su presencia y sus palabras. No pude evitar preguntarme en ese momento sobre lo que habría querido decir. Quería saber cómo me iba a recompensar. De algo sí estaba muy segura. Quería que esa recompensa fuera con sexo.

Mi cabeza daba vueltas y me imaginaba a ese hombre que estaba frente a mí sin su camisa.

Pude sentir su perfume y mi libido subió a tal nive, que escuchaba a mi sexo rogando por un orgasmo. Sus labios eran perfectos y estaba segura que junto a los míos podrían hacer magia. Mis pensamientos morbosos recorrían mi cuerpo y mientras lo miraba rogando por un beso, me despertó el golpecito de la puerta de vidrio.

Tartamudeando y parándome del golpe que recién me había dado por despertar así de mis sueños, reaccioné diciendo:

—Andrés, es mejor que me vaya a mi escritorio y siga trabajando.

—Por favor, deja pasar a Gabriela. Debe tener mucho que decir. —Rió.

Sabíamos perfectamente lo que ella imaginó en ese momento.

Solo pensé que lo más probable era que le haría algún escándalo por la cercanía que vió entre nosotros, cosa que no me pareció prudente ni en aquel entonces, ni ahora, ya que era nuestro jefe. A menos que tengan algo oculto de lo que yo, hasta ese momento, no me había enterado.

Volví a mi escritorio, nuevamente, sin poder concentrarme. La puerta de Andrés había quedado cerrada. No podía escuchar ni ver nada, porque lo primero que hizo la rubia fue cerrar las persianas.

Me sentía enojada, estaba a punto de ir y jalarle el cabello. Pero sabía que no tenía derecho alguno de hacer eso. No todavía.

Las horas pasaron, los empleados se fueron y yo seguí en lo mío, pasando llamadas, organizando su agenda y traspasando información al computador. Recuerdo que estaba tan absorta en eso, que el tiempo pasó volando hasta que lo volví a escuchar:

—Emilia, ¿vamos a cenar? Son las diez y no hemos comido nada. —acotó mi jefe mientras salía de su oficina.

—Sí, claro, voy.

No me había dado cuenta de que ya era tarde, así que dejé lo que estaba haciendo a un lado y me levanté rápidamente

El ambiente en la cocina era distante, no nos hablamos. Calentamos nuestros platos y nos fuimos a una mesa que estaba perfectamente decorada para una cita romántica.

«Trágame tierra que esta no podría haber sido otra que mi amiga», pensé.

Reí al recordar nuestras caras al ver tal cosa. No nos quedó de otra que reír por las ocurrencias de Paulina.

—Creo que alguien quiere que esto sea más que una cena de trabajo. —Me miró.

—No lo creo, quizá entendieron mal las instrucciones y pensaron que cenarías con otra persona —dije, nerviosa.

—No nos hagamos problemas, tenemos una bonita mesa, un buen vino y velas.

Relajémonos un rato, ha sido una tarde muy agotadora con tantos números.

Me senté y él, como todo un caballero, me acomodó el asiento.

Miré el celular y vi que tenía un W******p de Paulina, diciendo:

—Espero que disfrutes tu cena.

De inmediato lo apagué. No quería que mi jefe leyera que todo eso había sido obra de Cupido.

Me sirvió vino y comenzamos a disfrutar del gran plato gourmet que en mi vida habría pensado probar por lo costoso que era.

«No fue el único platillo gourmet que comí luego de ese», sonreí al pensarlo.

—Quiero felicitarte, Emilia, me sorprende lo bien que has hecho tu trabajo.

—Gracias, la verdad es que me gusta y, a pesar de lo agotada que estoy, me hace sentir útil.

—Útil es poco, eres importante para mi restaurante. Si sigues así, cuando termine el postnatal de Irma, tendré que inventarme algo, no puedo dejarte ir. ¿Y cómo te han tratado tus compañeros de trabajo?

—La verdad es que no me da el tiempo para compartir con ellos como me gustaría, pero siempre que he necesitado ayuda han estado disponibles, son muy amables.

—Okey, en menos de diez minutos de conversación, entendí que te estoy explotando.

—No, no, para nada, me gusta lo que hago y mantiene mi cabeza ocupada.

Dejó los cubiertos sobre la mesa y se quedó mirándome.

—Dime, Emilia, ¿qué es lo que necesitas borrar de tu vida con tanta urgencia que, a los dieciocho años, estás cenando con un hombre doce años mayor? Deberías estar en casa, viendo N*****x, o haciendo cosas menos importantes.

—No sabes lo que me costó encontrar este trabajo, quiero hacerlo bien. No me interesa N*****x ni nada de eso.

Eso era cierto. No tuve tiempo de disfrutar de esas cosas luego de la muerte de mis padres. La vida coge verdadero sentido cuando se te arrebata lo que hacía que tú fueses el sentido para ellos.

Suspiré para no pensar en mis padres y sí en el resto de esa cena tan peculiar:

— ¿Y qué es lo que te interesa?

«¡Tú!», pensé. Estuve a punto de soltarlo, pero menos mal que los efectos del vino aún no llegaban a hacerme hablar más de la cuenta. No podía parar de mirarlo, en la posición que estuviese, se veía sexi.

—Me interesa vivir el día a día y ser feliz.

—Me parece válido. Es interesante como esta conversación se transformó en algo más que una reunión de trabajo, creo que la bonita mesa de tu amiga causó su efecto. —Me guiñó un ojo.

No podía creer lo que veía y escuchaba en ese momento, pero me gustaba. Él me confundía, era muy distante, pero a la vez me gustaba el juego que estábamos teniendo.

En un minuto de silencio se levantó de la mesa y fue detrás de la barra al equipo de música.

—Espero que te guste Aerosmith.

—Me encanta, aunque no es de mi época. —Levanté una ceja a modo de burla.

Ambos reímos, ya que estábamos conscientes de que yo era doce años menor.

Abrió una segunda botella de vino y mi boca empezó a reaccionar.

Por ahora, no podría arrepentirme de todo lo que pasó al comienzo porque, por más que el final no fue el esperado, el comienzo fue bonito. Reí al recordar lo próximo que solté y que culpé al vino por eso:

— ¿Y tú?, ¿tienes algo con Gabriela?

— ¿Por qué? ¿Estás celosa?

«¡Por Dios, yo y mis preguntas con alcohol, es mi jefe, eso no debería importarme!» pensé.

—No te sonrojes —pidió mientras se llevaba la copa a la boca para beber de ella.— ¿Y tú tienes novio?

—No.

—¿Y por qué no? Eres muy bonita y joven.

—¿Y por qué tú no tienes novia?

—¿Sabías que es de mala educación responder una pregunta con otra?

—Si fuera así, caerías en el círculo de la mala educación, acabas de responder la mía con otra pregunta.

La canción Crazy de Aerosmith empezó a sonar y para evadir el tema no se me ocurrió nada mejor que empezar a cantar, menos mal soy afinada, si no habría hecho el ridículo.

Podría sentir, aún aquí y ahora, la pena que tenía en ese momento y que ignoré con éxito.

—Veo que te gusta cantar, ven conmigo. —Tomó otra botella de vino, dos copas y me llevó de la mano.

Nos dirigimos a un cuarto VIP, lugar que no conocía y que asumí que tenía el restaurante para recepciones más privadas. Era grande y muy bonito. En una pared estaba la torre Eiffel dibujada y los sillones eran de estilo provenzal.

Todo en tonos blancos, negro y rojo.

—Qué bonito lugar, podría celebrar mi cumpleaños la próxima semana aquí.

Él, con su bella sonrisa, me miró.

—Puedes celebrar tu cumpleaños aquí, no hay problema. Solo espero ser invitado.

—Creo que eres el único invitado que tengo. Bueno, tú y Paulina.

Nuevamente sonrió y, al poco tiempo, se fue acercando.

—Entonces, podemos empezar a celebrarlo desde ahora.

Mi boca no paraba de decir estupideces, si seguía bebiendo así y dejando que el alcohol hablara por mí, me quedaría sin trabajo y haciendo una locura.

Afortunadamente mi lengua suelta no consiguió que me botaran, logró algo peor, «pensé mientras miraba por la ventana»

—Bien, aquí están los micrófonos. —Abrió la puerta del mueble en donde estaba el parlante y me entregó uno.

El ambiente pasó de ser denso a intenso.

Encendió el proyector y buscó Crazy de Aerosmith.

—Come here baby

You know you drive me up a wall

The way you make good on all the nasty tricks you pull

Seems like we're making up

more than we're making love

And it always seems

you got someone on your mind other than me

Girl, you got to change your crazy ways

You hear me... —cantaba muy bien. Definitivamente esa canción decía mucho, se me secó la garganta y no pude hacer nada más que escucharlo.

—Bien, es hora de ir a acostarnos, son las doce de la noche y mañana es un largo día, puedes tomarte la mañana libre.

No me afecta reconocer ahora que su cambio tan drástico me confundió, así que podría culparlo por lo que repliqué ese día. Si eso no bastaba, bien podría culpar al alcohol...

—¿A acostarnos?

Nuevamente el alcohol hablaba, quería más, quería estar con él, quería conversar, conocerlo e irme a la cama con él.

—Sí, a acostarnos, cada uno en su cama y en su casa, o si quieres en la misma, pero es peligroso, porque puedes acusarme de acoso laboral y, en verdad, quiero asistir a tus diecinueve años. Dudo que pueda hacerlo desde la cárcel.

—No te acusaría de acoso laboral.

Claro que no sabía que podría terminar acusándolo luego de más que acoso laboral. Bufé para olvidarme de esa molestia y no perder el hilo de mis recuerdos. Me concentré en regresar al tiempo exacto para la culminación de esa noche.

Me levanté del sillón, le quité el micrófono y empecé con mi karaoke.

—Ahora es mi turno.

Rápidamente busqué la canción Livin'on a Prayer de Bon Jovi y empecé a cantar.

—Once upon a time not so long ago

Tommy used to work on the docks, union's been on strike

He's down on his luck, it's tough, so tough

Gina works the diner all day working for her man

She brings home her pay, for love, for love... —recité la letra, agradeciendo saber un poco de inglés.

Se sentó en el sofá solo a mirar lo que yo estaba haciendo, se veía feliz, lo estaba pasando bien. A mí se me olvidó que era mi jefe y sólo me importó disfrutar del momento.

Finalmente me senté a su lado, nos reímos, porque su música era algo antigua para mi gusto y la mía no era casi nada conocida por él.

Vimos videos y poco a poco fuimos acercándonos el uno al otro. Finalmente quedamos abrazados escuchando música.

Nunca entenderé ni me daré el tiempo de pensarlo, realmente, cómo es que podía sentirme tan cómoda con él sin conocerlo de nada.

Seguíamos bebiendo, por lo menos yo, ya estaba bastante ebria, pero lo estábamos pasando tan bien que no me importaba lo que pasaría.

En un momento dado él tomó un poco de distancia y era lógico, no solo era mi jefe, sino que era algo mayor.

—¿Por qué te alejas? —pregunté.

—No quiero que me malentiendas, pero pasaste por un suceso un poco traumático hace muy poco. No quiero que sientas que te estoy acosando yo ahora.

—No, de hecho, me gusta que me abraces. No estamos haciendo nada malo, solo escuchando música.

Finalmente hice lo que el alcohol me hizo hacer, digo el alcohol, porque sobria no habría hecho nada.

Me acerqué, apoyé mi cabeza en su hombro y él respondió abriendo sus brazos para acomodarme.

Y podría odiar ahora lo bien que me sentí al hacerlo, pero no lo hago. No odio los buenos momentos a su lado, solo desearía que nunca hubiesen llegado los malos.

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