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Desvié la vista, concentrándome en la mesa. No quería tener que lidiar con su mirada que me recriminaba e intimidaba. 

–Sólo soy yo...- solté de pronto. - Sólo soy yo en el mundo. No tengo a nadie conmigo, nadie que me ayude. Hace unos años  me quedé en la calle, por... razones que no vienen al caso.- Aclaré mi garganta, y continué - Tenía que encontrar alguna manera de ganar dinero, sobre todo, para comer. Dudo que usted haya dormido alguna vez en la calle... -alcé mi vista y su rostro se suavizó. Claro estaba que no había tenido que pasar por algo así. 

- Bueno, yo si - retomé - Y, créame cuando le digo, que no se lo deseo a nadie. El frío, el hambre, la violencia, el miedo...- la voz se me quebró mientras se me nublaba la vista y recordaba todo lo que había atravesado. 

La imagen de aquellas noches frías, tapada con una frazada rota que había encontrado, inundaron mi mente. 

Volví a mirar al policía, éste me observaba serio. En la sala reinaba el silencio, sólo se escuchaba mi respiración agitada y el tic-tac del reloj. 

-¿No había otra manera que no sea bailar allí?- dijo por fin después de unos segundos, que me parecieron interminables.

-Honestamente, y aunque no lo comprenda, no... ¿Piensa usted que me gusta ese trabajo?- respondí molesta. Él seguía juzgándome. 

-No, per...-

-¿Cree usted- lo interrumpí - que es agradable para una chica de mi edad, bailar frente a todos esos degenerados, que podrían ser mi padre?- dije desesperada.

Abrió sus ojos por un segundo al oírme alzar la voz. El silenció volvió a la escena, sólo por unos segundos.

-¿Y su familia? ¿Padres, tíos, abuelos, amigos...?- volvió a preguntar. Había retomado su postura seria y masculina.

-Creo que ese tema es demasiado privado- respondí y tensé mi mandíbula. 

No quería hablar de ello, y estaba segura de que esa pregunta no era necesaria. Sólo quería saciar su curiosidad, pero definitivamente no le concernía. 

Me mantuvo la vista unos segundos más, y cuando vió mi firmeza, suspiró.

Bajó su vista al reloj negro que rodeaba su muñeca, y mientras se ponía de pie, dijo:

-Bien, terminamos. Ahora vendrán para llevarte- 

-¿Me liberarán?- pregunté con ilusión. 

Él me observó en silencio. Hubiese esperado ver cualquier reacción en su rostro: soberbia, burla, enojo. Pero me sorprendió encontrarme con su lástima. 

-No. Vas a pasar la noche aquí, mientras corroboramos tus datos- 

Me puse pálida. Todo mi cuerpo se sintió flojo, y mi corazón comenzó a latir con fuerza.

No. No podía ser.

-Ya les dije todo lo que querían. ¡Dije la verdad!- respondí agobiada.

-Lo sé, señorita Johnson. Pero así son las normas que debemos cumplir. Vamos a ratificar su historia y ver si tiene alguna relación con los jefes. -

Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Ni siquiera podía quitarlas porque tenía las estúpidas manos atadas. 

El policía se acercó lentamente a la mesa, apoyando las palmas de sus manos sobre ésta. Se inclinó un poco hacia mí y murmuró:

-Sé que está diciendo la verdad. Le creo. Pero lo que queda ya no depende de mí-

M****a. Al final, de nada había servido contarle todo.

De todos modos, iba a permanecer aquí, hasta quién sabe cuando. 

No respondí, y él pareció saber que no diría más nada. 

Si no me podía ayudar ¿Para qué me había hecho tantas preguntas acerca de mi vida privada? 

Sinceramente, me alegraba no tener que verlo más.

En silencio y con pasos firmes, abandonó la habitación. 

En cuanto estuve sola, me eché a llorar con más fuerza. Las lágrimas me hacían cosquillas en las mejillas, pero no podía hacer nada. 

Dios. Me sentía abrumada.

Todo ésto era tan injusto.

Yo nunca había querido trabajar allí, ni era la vida que imaginaba para mí. 

Pero aún así, estaba aquí, pagando por los delitos de aquellos hijos de puta.

¿Cómo iban a comprobar que era inocente? 

Estaba jodida.

En ese instante me vino la imagen de mi madre a la cabeza y el dolor que sentía en mi alma se agudizó. 

Perdona mamá, no pude cumplir con mi promesa. 

La puerta se abrió de forma brusca llamando mi atención. Y ésta vez, el policía rubio entró. 

-Vamos- ordenó serio. 

Joder, qué mal me caía. Casi peor que el poli guapo. 

Me puse de pie y le dediqué una mirada fulminante. Él ni siquiera se inmutó.

Caminamos durante unos minutos por varios pasillos, tantos que si quería escaparme, no sabría por dónde ir. Todo estaba hecho a propósito. 

Era como un laberinto: girabas a la derecha, luego a la izquierda, y después más giros.

Finalmente, atravesamos una puerta y llegamos a las celdas. 

Nunca había visto una en persona, sólo en las películas. Y debo decir que se veía mucho peor en vivo. Los gruesos barrotes de hierro oxidados parecían indestructibles. 

El oficial se acercó a la primera de las celdas, tomó unas llaves de su bolsillo, y abrió la reja.

El ruido de ésta chillando al deslizarse me estremeció.

Ni siquiera esperé su estúpida orden. Avancé, y una vez dentro, me quedé de pie, paralizada.

Miré a mi alrededor y suspiré. Éstas cuatro paredes, serían ahora mi hogar, por tiempo indefinido. 

El lugar era frío, oscuro, y olía bastante mal. Había una cama en una esquina, y era generosa al decirle así, ya que eran un par de maderas con un delgado colchón sobre éstas. 

Y nada más.

Paradójicamente, este sitio, era sin duda, mejor que la calle.

Ciertamente no quería vivir aquí, pero por lo menos me darían comida y no pasaría tanto frío. Sobre todo los días de lluvia. 

De todos modos, no tenía otra opción que permanecer aquí por tiempo indefinido. 

Suspiré y me senté en el suelo. Ojalá todo fuera una maldita pesadilla.

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