02. Reloaded

Después de pensar y pensar por tantos días, comencé con un pequeño cambio de actitud, ya no quería más oscuridad en mi vida.

Una nueva semana en la oficina, mis compañeros como siempre payaseando. Don José el dueño de la agencia, tan prepotente como siempre, aprovechándose de que era mi primer trabajo y de que soy novata, ya que llevaba tres meses trabajando ahí. Siempre me exigía más de lo necesario y me amenazaba con que me despediría si no hacía lo que él decía.

El ambiente laboral era bueno, todos mis compañeros jóvenes, nos llevábamos bien, pero era una agencia pequeña, sin renombre y en realidad, sentía que no podía aspirar a más, por ser novata y no tener la experiencia suficiente.

Estábamos haciendo una campaña para una farmacéutica internacional que llegaría al país, donde yo estaba a cargo de todo el material gráfico. Habíamos estado muy atareados esa semana.

El miércoles tuvimos reunión con Rodrigo, jefe de área y con Don José. Nos trató pésimo, porque no estábamos cumpliendo con la normativa gráfica de la marca. Con la cabeza gacha, mirándome los pies, sólo escuchaba los retos y asentía a lo que él nos gritaba.

Esto es el colmo, ¡no lo soporto más! —pensé.

Terminó la reunión y salimos a nuestra oficina.

—Rodrigo... —lo llamé.

—¿Diiiiiime? —dice en tono divertido, como siempre.

—¿Podemos hablar? —digo seria.

—Obvio, sabes que sí. Al final del día nos quedamos y conversamos ¿te parece? —A pesar de que era nuestro jefe, sólo tenía un par de años más que yo.

—Dale, me parece —respondí. Retomándo mis labores en el computador.

El día pasó con tranquilidad, Don José se había ido a su otra empresa, una imprenta que tenía cerca de la agencia, así que no lo escucharíamos gritar más por este día.

Llegó la hora de irnos a casa. La mayoría habían salido rápidamente, ya que éramos jóvenes y era jueves, así que todos tenían sus planes listos para salir de happy hour o algo así, menos yo, obviamente.

—¿Qué me querías decir? —pregunta un poco apurado, con su bolso en el hombro y su chaqueta en la mano.

—Quiero renunciar, pero me da miedo, es mi primer empleo como diseñadora, no tengo experiencia, me costó muchísimo encontrar este trabajo… —digo, soltando todo lo que pensaba de una vez, porque veo que está apurado y quiere irse luego—. Sé que soy muy nueva, pero no puedo dejar que me pasen a llevar faltándome el respeto y denigrándome de esa forma —menciono, con los puños apretados—. Don José se pasó de la raya hoy —agrego con rabia.

—Te entiendo, Don José es todo un caso, pero es fácil de llevar, lo que pasa es que te ve novata y se aprovecha de eso —dice mientras deja sus cosas nuevamente en el escritorio —Emilina trasero de gelatina —Se ríe—. Sé que tú tienes un carácter fuerte, no dejes que Don José te intimide y muéstrate como eres de verdad, como lo haces con nosotros —asevera con un tono más serio que de costumbre.

—Ni te imaginas lo que significa para mí, tener que renunciar por algo así. Lo único que quiero es trabajar, juntar algo de dinero y poder salir de la casa de mis padres, porque ya no aguanto más ahí —digo con la voz quebrada.

—Tú tienes talento, no lo has sabido explotar aún, pero sé que puedes. He visto lo que haces y no creas que, con aguantar malos tratos, vas a ganar experiencia. Ésta es una agencia pequeña, no la conoce nadie, no tenemos grandes clientes, te pagan poco, no te sientas atada acá por querer escapar de tu casa —Me aconseja—. Búscate algo mejor, si es lo que necesitas para que tu talento salga a la luz, aquí no vas a poder crecer mucho más de lo que ya has hecho… —Siento sus palabras muy sinceras.

—Gracias… —Suspiro—. Entonces mañana renunciaré sin previo aviso, sólo te lo digo para que estés preparado y buscar un nuevo reemplazo —digo decidida, poniéndome de pie. Le doy una palmada en la espalda como agradecimiento, ya que no soy muy de abrazos.

—Cerremos y salgamos juntos —Me pide.

—Ok, no hay problema.

“¡Al fin es viernes y fin de mes!”, exclamaban mis compañeros felices, aunque para mí es un día más. Lo único que me consolaba, era que me pasaba horas en el chat conversando con mis “amigos” y “conociendo” gente nueva...

Eran las cuatro de la tarde, cuando Don José comenzó a llamarnos de a uno para darnos nuestro cheque. Cuando es mi turno me acerco a la oficina y cierro la puerta detrás de mí, él me miró con el ceño fruncido.

—Gracias —le digo recibiendo mi pago—. Quería informarle que hoy es mi último día en esta agencia, por lo que resta de tarde dejaré todos los trabajos ordenados y respaldados para que, a mi próximo reemplazo no le cueste encontrar la información —espeto lo más seca posible.

—¿Así que te vas? —dice en un tono serio.

—Ehm… sí. Me ofrecieron algo mejor —Miento, ya que no podía permitir que mi orgullo fuera pisoteado con alguna de sus frases, apocándome.

—Está bien, buena suerte —dice, restándole importancia y hace un ademan de que me retire.

Salgo de la oficina de Don José con una pequeña sonrisa en los labios, no podía tener un infierno en casa y otro en el trabajo, eso tenía que cambiar y si yo no daba el primer paso, nadie lo haría por mí.

Cuando llegué a casa, entré extrañamente feliz, mi madre estaba en la cocina y mi padre estaba sentado en el comedor viendo una serie mientras esperaba la cena.

—¡Hola! —saludo.

—Ya voy a servir —dice mi madre, antes si quiera saludar.

—Voy enseguida —digo, mientras entro al baño, me lavo las manos y la cara.

Vuelvo al comedor y ayudo a servir los platos en la mesa, me siento y los miro a ambos, me aclaro la garganta y les digo:

—¡Renuncié!

Sabía que renunciar significaba que tendría que pasar más tiempo con mi madre, pero no me quedaba otra. No podía seguir sintiéndome humillada en el trabajo, también. Sabía que en el fondo soy una buena profesional y que me apasiona mucho mi trabajo, pero eso era siempre y cuando se me valorara como tal.

(…)

Unos días después, dedicaba las mañanas a postular a nuevos empleos, y, aunque nada nuevo se veía en el horizonte, mi cambio de actitud me ayudaba mucho a seguir adelante.

Hice mi muro de los deseos, siguiendo uno de los consejos de “El Secreto”, con las cosas que quería para mi vida, mis metas y objetivos.

En las tardes me montaba en la bicicleta elíptica y pasaba alrededor de una hora pedaleando, mientras escuchaba música que realmente me motivara. Compartía con mi madre algunas horas y ayudaba en casa. Era la hija modelo, que, en realidad siempre he sido.

Por las noches me sumergía en el chat, donde era “conocida” y “popular”. Tenía varios “enamorados virtuales”—. Si supieran cómo soy físicamente, ¡Puaj! ni me escribirían.

Cuando era pequeña sufrí mucho de bullying y ni se imaginan el daño que eso causó en mi manera de ser y pensar, sobre todo con mi autoestima.

Siempre he tenido problemas con el peso, por lo mismo, una autoestima muy baja, la cual mi madre siempre aportaba un granito de arena, haciéndome sentir peor. Me consideraba una “gordita feliz”, siempre haciendo bromas, riéndome y haciendo reír a los demás, pero nadie sabía que por dentro tenía una batalla con mis propios demonios, aunque eso estuviera cambiando de a poco, con este nuevo enfoque que estaba intentando darle a mi vida, y uno de los cambios que quise incorporar, era el de aceptarme como realmente soy.

Llevaba un par de meses conversando con Cristian, un chico con el que tenía mucha química. Habíamos pasado rápidamente de conversar en la sala de chat, donde hay más participantes, a pedirme el Messenger y hacerlo en privado. Hace días me pedía que nos viéramos a través de la webcam para “vernos las caras”, pero yo siempre inventaba alguna excusa.

Estaba demasiado nerviosa, ese día había decidido aceptar su petición; era tarde, así que no había riesgo de que mis padres se asomaran por la puerta. Me había arreglado, puse una luz para que no se me viera ningún “defecto” en la cara y había hecho varias pruebas. Sentía el corazón a mil por hora, ya que hace tiempo nadie me generaba esas mariposas en el estómago.

Decido iniciar el chat con video sin decirle nada antes.

Cristian: ¡Hola Emi! ¡Qué sorpresa! —¡Y sí! ahí estaba él, demasiado guapo.

Emilia: Pensé que no aceptarías :-O —Lo saludo con la mano.

Cristian: Wow... no... o sea, sí, ¿cómo no iba a aceptar, si era yo el que insistía en verte? —Sonríe, mientras yo tengo fuegos artificiales en el estómago.

Emilia: no me mires así, me pones nerviosa —Le hago pucheros y me tapo con el sweater que traigo encima.

Cristian: es que me siento estafado —dice y sonríe.

Emilia: ¿Por qué? ¿por mí? —cuestiono confundida.

Cristian: Sí. Cuando te pregunté cómo eras, me dijiste “caucásica, tez blanca, ojos pardos y cabello rizado”

Emilia: pero es así ¿o ves algo diferente? —cuestiono confundida y le pongo cara de pregunta.

Cristian: es que de verdad eres más que eso, eres muy linda —dice y lo veo guiñarme un ojo.

Creo que morí en este momento —pienso.

Emilia: :-O no digas tonterías, es la luz que ayuda y muchoooo jejeje :P —Y trato de sonreír para para pasar desapercibida con mis nervios.

Cristian: Sácame la lengua, no me envíes emoticones —Pide coqueto, mientras yo me retuerzo de los nervios en mi asiento.

Emilia: ¡Nooooo, me da vergüenza! —Lo miro y luego de un momento lo hago rápidamente, se ríe.

Luego de conversar, mirarnos y coquetearnos por un largo rato, nos despedimos, deseándonos las buenas noches.

Estuvimos en este juego con la cámara por varios días, hasta que decidimos juntarnos en persona, para saber si la química era real, tal cual cómo la sentíamos a través del chat y de la cámara.

Estaba realmente nerviosa, llevaba más de dos años desde la última relación que tuve. Francisco fue mi primer novio. Lo conocí en el chat, no había otra forma de conocer personas para mí. Estuvimos por cinco años y medio juntos. Creí que era el amor de mi vida, pero la vida nos hizo entender que no.

Hasta el momento, sólo había conocido chicos con los que no tuve química o simplemente, no entendieron mis demonios y se alejaron.

Con Francisco comenzamos un noviazgo adolescente a los dieciséis años. Con él, perdí mi virginidad y por lo mismo, pensé que sería el primero y el último; estaba muy equivocada. A medida que fuimos creciendo, nuestros gustos y afinidades, fueron cambiando.

Sus padres me querían mucho, igual que su hermano menor Gonzalo.

El último tiempo antes de que todo terminara, Francisco estaba muy distante. Yo estaba en tercer año de universidad, tenía muchos ramos, lo que se resumía a muchos trabajos para entregar; además, que a veces trabajaba como mesera en eventos y matrimonios, para costear mis útiles de la universidad.

Él también estaba en la universidad, en segundo año de Ingeniería en Construcción Civil; había perdido su primer año, porque pensó que lo suyo era la Arquitectura, pero a mitad de año lo dejó.

Ya no salíamos tanto como de costumbre y sólo nos veíamos los fines de semana, por lo que no podía decirle que no saliera con sus amigos, aunque en realidad no me molestaba que lo hiciera, al menos él podía tener ese mundo al que yo no podía acceder tan fácilmente y no era quién para impedirle conocerlo y disfrutarlo.

Comenzó a ir a fiestas electrónicas, donde el agua embotellada y las pastillas con caritas felices circulaban por el lugar. Era un ambiente muy distinto al que habituábamos, y lo más común, era ver jóvenes adinerados en estas fiestas, lo que estaba muy lejos de nuestra realidad, al menos de la mía.

No teníamos una clase social baja, nuestros padres podían pagar nuestros estudios universitarios, aunque en mi caso sólo papá trabajaba, ya que mi madre se había retirado hace unos años, un año antes de terminar la escuela. En cambio los padres de Francisco, trabajaban en un banco muy importante y podían darse gustos de vez en cuando.

Además de las fiestas, Francisco estaba obsesionado con un juego en línea de franco tirador, en el que pasaba casi todas sus tardes y sus horas “libres” jugando, lo que nos quitaba aún más tiempo, como pareja.

Lo crítico comenzó poco antes de las fiestas patrias. Un día simplemente desapareció, no me llamó, ni me texteó. Traté de no tomarle mucho peso, no quise suponer nada, pero algo dentro de mí, me decía que éste era el fin de nuestra relación.

No estuve muy equivocada.

Al día siguiente llamó diciendo que “tenía mucho que pensar”, que por eso había estado distante y se había ido a la playa con su mejor amigo, Sebastián. Quería estar lejos para tomar algunas decisiones. Era el fin, ya tendría que hacerme la idea y tomar estas fiestas para volver a barajar mis prioridades y sueños en la mesa y volver a ordenar mi vida. Dos días después llegó a mi casa y terminamos.

Me dolió, pero no tanto como yo pensé, quizás mi orgullo me ayudo a salir adelante, no lo sé. Pero una semana después seguí con mi vida sin volver a pensar en él.

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