Alessa se rascó los ojos mientras iba a la cocina por un vaso de leche. Eran las nueve de la noche y se estaba preparando para ir a la cama como la niña buena que definitivamente no era. No conciliaría el sueño, como en noches anteriores, pero ya era un hábito dar vueltas en la cama y ver el techo durante horas.Carla no estaba en el departamento sino en casa de un chico, teniendo su dosis de romance semanal. Por fin iba a descansar de sus burlas y comentarios respecto a Leonardo Gold. Como si lo suyo fuese un romance o algo así. ¡Eso fue absurdo! ¡Ridículo!¿Romance? La idea le revolvió el estómago, ah, eso y la idea de tener hijos. Desde el asunto de la pastillita milagrosa, Carla no paraba de hacerle bromitas con el multimillonario que tenía edad suficiente para ser su padre. Eso sí era intenso.Su mejor amiga seguiría con ese jueguito mucho tiempo antes de que se le olvidara.—Cómo si me fuera a enamorar de él. Por favor —masculló, bebiendo un sorbo de leche—. No es nada del otr
¿Y qué mierda podía querer el señorón de ella ahora?¡No pudo dejar de pensar en eso toda la mañana y le envió mensajes a Carla como: “Me van a despedir. Consígueme el disfraz para trabajar en la tienda de shawarmas. Este sexy trasero necesita un plan B.”Carla le preguntó qué pasaba, qué ocurría, si el señor Gold la despidió porque ya habían tenido sexo. Alessa texteó: “No.”Carla le mandó una cadena de audios, reprochando lo mismo de siempre.—Exagerada —refunfuñó Sinclair. Aunque no podía culpar a su mejor amiga por preocuparse por ella.Al amanecer, se fue a preparar su desayuno.Unos golpes en la puerta le cortaron la inspiración. ¿Y ahora qué? Podía ser Carla con un bat de béisbol y una cara de dragón, lista para darle una lección de amor.Caminó bien perezosa hacia la puerta y puso en la mano en el picaporte. Pero si eran casi las siete de la mañana. Nadie, nunca, la visitaba a esa hora. ¿Y si era un ladrón madrugador, un violador, o un vendedor de órganos? Se asomó por la cerr
¿Alejarse del señor Gold? ¿De ese... narcisista con manos grandes y lengua salaz?¡Pero si apenas la cosa se ponía buena!—Profesora Sprout, si al caso vamos...Su teléfono volvió a sonar y ya no le importó nada. Suficiente. Sprout la vio correr hacia la barra de la cocina con mucha sospecha.—¿Qué? —siseó Alessa en cuanto contestó la llamada.—Te ordené: Aquí. Temprano.Tsk. Había acertado.—Mire, señor, este no es el momento para sus sermones.—Te lo dejé muy claro: soy tu jefe, tú me perteneces.Un burbujeo caliente recorrió el pecho de Alessa. No podía olvidar que Sprout estaba observándola muy atentamente, así que se desentendió de las fuertes declaraciones.—Sinclair, tenemos que terminar esta conversación —protestó la profesora.Alessa volteó a verla, pero Leonardo siguió hablándole en el oído.—¿Acaso pondrás a prueba mis límites, niña? No soy tan indulgente.—Estoy esperando tu respuesta, Sinclair —insistió Sprout por otro lado.¿Se habían confabulado? Los dos iban a explotarl
Fiel a su palabra, el jefe Reynolds estaba abajo del edificio esperándola junto al auto.No fue la primera vez que Alessa se sintió atrapada por su encanto varonil y misterioso. Reynolds no solo era el jefe de seguridad del señor Gold, sino que también era condenadamente guapo con su cabello negro rizado, su piel morena y sus ojos verdes.Vaya tipo.Grandote. Rudo.Pero tan, tan rígido y serio.¿Cómo Leonardo y él pudieron llevarse bien? Si eran completamente opuestos.Alessa no pudo evitar darle vueltas a esos detalles mientras se acercaba.—Señorita Sinclair —la saludó en cuanto la tuvo enfrente.Hmmp, existió un tiempo donde nunca la saludó. Qué curioso.A veces sentía que Reynolds la observaba, por el espejo retrovisor, cuando la buscaba; sin embargo, el hombre era tan escéptico que era una posibilidad realmente absurda. —¿Qué haces aquí? Reynolds alzó una ceja.—Esperando llevarla a la mansión del señor Gold.—¿Desde hace una hora? ¿Por qué nunca te comunicas? —preguntó sin ve
El jefe Reynolds le abrió la puerta cuando llegaron a la mansión y la miró de cerca. Por primera vez, Alessa pensó que el olor de su colonia era delicioso.—¿Pasa algo, Reynolds?—No mencione a Elliot Le Roux delante del señor Gold.—Je, ni me acordaba del tipo ese. —Era verdad, ya se le había medio olvidado la existencia de ese hombre—. Pero, ¿por qué? Ay, Reynoldsito, siento miedo.Él tuvo un tic en su ojo, como si quisiera rodar los ojos. —Es una advertencia, señorita Sinclair. Vaya con el jefe antes de que sea tarde.Alessa le restó importancia a todo el alboroto y entró a la rimbombante mansión.—Bienvenida, señorita Sinclair, siempre bienvenida —la saludó la voz robótica del mayordomo virtual.—Qué onda, Dany —respondió gustosa.Para ser un tipo que ni siquiera existe, Dan era demasiado fácil de agradar. Era muy raro que los magnates actuales no tuvieran tecnología avanzada, pero Leonardo Gold había superado sus expectativas. ¿Por qué un mayordomo virtual? ¿Tan desconfiado era
Alessa fue presa del corrientazo que produjo su gemido cuando Leonardo le mordisqueó el cuello y la acorraló contra el Jeep.Sus besos la despertaron del letargo. Sus manos fueron tan implacables como su intención. Sin embargo, él estaba abriéndole la blusa cuando la ira resurgió y lo empujó hacia atrás. Asimismo, se alejó del Jeep y de él.—Estás equivocado. Muy equivocado, señor Gold —lo apuntó con un dedo, agitada, afectada por sus trucos. Pero no menos cuerda ni menos decidida—. Así no funcionan las cosas.Leonardo se distrajo descaradamente con la vista de su escote y su brasier (porque logró abrirle la blusa hasta la mitad). Y todavía pareció enojado.—Vas a jugar a esto, ¿cierto?—¿A qué? —fingió inocencia—. Solo pienso en lo que me conviene a mí. Solo a mí.Leonardo rodó los ojos. A pesar la furia que lo delataba, todavía tenía el descaro de sonreír. Alessa pensó en una buena forma de quitarle esa maldita cara de presumido. Pero ella también jugaba sus propias cartas en este j
—Entonces, señor Gold, ¿cerrará la puerta con cadenas?La mano llegó a su cabello antes de que pudiera escapar.La respiración de Alessa tartamudeó fuertemente cuando los dedos de Gold se anudaron sin piedad en sus mechones rojos, cavando hasta la raíz. Su jadeo hizo eco del punzante dolor. Él se cernió sobre ella como una sombra, y la atenazó con una sola mirada.—¿Qué acabas de decir? Su pulso se disparó. Aunque su falta de miedo la condujo a caminos sinuosos y ciegos.—Me escuchaste perfectamente —contraatacó, entreabriendo los labios. Incluso en la ira, Leonardo miró de reojo su boca cereza—. Parece que te suena el nombre.Afianzó el agarre en su pelo, acercándola más a él.—Parece que conoces la razón.—Es tu enemigo —dijo simplemente—. Debe ser muy influyente para que lo consideres una amenaza. Tú, tan egocéntrico.—Si te acercas a él...—¿Qué? ¿Vas a destruirme? —lo presionó, buscando en su rostro algo más que burla y narcisismo. ¿Si existió? ¿Ese algo? ¿O el infame Leonardo G
La voz robótica de Dan hizo eco en la mansión cuando le dijo que el señor Gold exigía que volviera al taller.Lo ignoró.Cuando corrió hacia la entrada, la figura fuerte del jefe Reynolds se materializó junto al auto donde siempre la traía y la llevaba.—¿Señorita Sinclair?—Sácame de aquí.El ceño fruncido del hombre mayor la juzgó mientras ella abría la puerta trasera del carro por su cuenta.—Tengo órdenes estrictas del señor Gold —aseveró estoico.—Y yo soy una niña desamparada, sin fama, sin auto, lejos de su casa —dramatizó Alessa, apoyándose de la puerta del vehículo. Reynolds entrecerró los ojos, haciéndola sentir el triple de pequeña y frágil—. Anda, Reynolds, ni que fuese un delito o un insulto a tu patrón que me lleves a mi casa sana y salva.La inseguridad sobró en Reynolds. Él miró hacia la mansión, la miró a ella, y repitió el proceso, perdido en su pensamiento.—Por favor —suplicó la joven pelirroja—. Serás mi héroe.Al final, Reynolds aceptó....—Leo...El multimillona