Durante el trayecto a la mansión, imaginé que Valentina me haría esa pregunta y tuve la certeza cuando nuestros ojos se cruzaron. Era mucho más hermosa de lo que había imaginado. Un rostro nacarado surcado por unas muy pequeñas y sutiles pecas, que parecían formar una galaxia entre una mejilla y otra, bajo sus ojos de una claridad aguamarina que, lejos de ser fría, era cálida y, aunque miraron con tristeza el plástico que le ofrecí, estaban ansiosos por una respuesta que pudiera confortarlos y devolverles la alegría que siempre parecían tener.
—¿Te parece si entramos?
Valentina asintió, pero me hizo una seña con la mano para que aguardara. La vi acercarse a la chófer y hablar con ella. Al verla, no me cupo ninguna duda de que era un
No lo podía creer. Me dio la tarjeta de crédito y no solo eso, hizo que su secretario privado (papasito) viniera a entregármela, en persona. Ahora, no sabía cuánto cupo tenía la tarjeta y tampoco tenía forma de saberlo, aunque, según Miguel, el monto era suficiente para cubrir mis necesidades mes a mes, pero, ¿y qué tal mis caprichos? Además, si mi padrastro conocía “mis necesidades” de la misma forma en que sabía lo que me gustaba vestir, o de la manera como se preparó para mi llegada, estaba segura de que el cupo de la tarjeta apenas si debía ser suficiente para un vestido y algunos dulces. Solo había una forma de averiguarlo.—Emily, ¿ya podemos irnos?—Por supuesto, señorita, pero pensé que querr&
Admito que me sentí un poco descompensado cuando la vi entrar al estudio. Escurría agua por el cabello, lo que le daba una aspecto entre tierno y salvaje y, no sé si por el frío, por el hecho de que también llevaba la camiseta algo mojada o porque no llevaba puesto un sostén, pero alcanzaba a ver (aunque no quisiera) sus pezones bajo la camiseta de calaveras verdes fluorescentes que llevaba puesta (y sí, era una camiseta horrible, aunque a ella se le veía muy bien).—Salí un poco, sí —contestó a mi pregunta sobre si había estado divirtiéndose.—Eso supuse. —Me levanté de la silla y caminé hasta la parte frontal del escritorio. Valentina estaba frente a la misma gaveta de libros que en la noche anterior, a solo unos pasos d
De todo lo que dijo el cerdo de mi padrastro, lo único que me emocionó fue poder volver a mi colegio. Lo extrañaba. Allí había hecho mi preescolar y primaria, y la mitad del primer año de secundaria, antes de que me enviaran al internado, una decisión que, estaba segura, había sido sembrada por Camilo, mi padrastro, en la cabeza de mi mamá luego de haberse casado con ella. Las fechas coincidían. Después de la boda, no pasaron ni tres meses y yo ya estaba por fuera de sus vidas, con el uniforme del internado y asistiendo a clases de catequesis con las monjas.«Una señorita debe preservar su más grande tesoro, su castidad, hasta el día en que fuera consagrada con el sacramento del matrimonio».Fue la primera lección que aprendí en esa clase
El reloj marcaba las 5:59 de la mañana y llevaba dos horas dando vueltas en la cama sin poder dormir, incluso después de que la parejita que dormía al lado de mi habitación hubiera terminado de manifestarse la atracción física que se tenían hacía ya algo más de tres horas.6:00 A.M.Me levanté, como si fuese algún tipo de autómata o arma siniestra venida del futuro para cumplir una misión que salvaría a la humanidad. Estaba vestida solo con la ropa interior que el tirano me había obsequiado y una de las camisas que compré la tarde anterior. Salí de mi habitación y caminé hasta la puerta de la de mi vecino. Presioné la chapa. Estaba cerrada, como ya había considerado. Golpeé, con insistencia
Salí a la empresa para despejarme después del bochornoso incidente que provocó la mocosa de mi hijastra. Cómo era posible que se hubiera atrevido a tanto, llegar en esa facha a mi habitación, con apenas algo de ropa sobre su cuerpo, acostarse en mi cama y pasarse el dedo por entre… y, para colmo, la dependienta reconoció el conjunto de ropa íntima que Valentina llevaba puesta. Fue eso, y no otra cosa, lo que la convenció de que yo debía ser un pervertido que mete a colegialas en su mansión para acostarse con ellas, les compra ropa íntima y otra clase de disfraces eróticos, y hasta objetos.Y después, la muy descarada, llega como si nada hubiera pasado a decirme que armó ese lío, por el que hubiera podido ser arrestado y señalado por la prensa de pedófilo, ¡porque quer&ia
Al final de la tarde recuperé mi vieja habitación, en el ala Este de la mansión. Mis afiches de Ozzy, Alice Cooper, Bon Jovi, Guns´n Roses y otras bandas de rock estaban donde los había dejado, al igual que algunos de los peluches y muñecos de mi infancia tardía, que se habían salvado de la última purga que realicé, unos meses antes de irme al internado. Salté encima de la cama, sobre mi viejo colchón y, al recostarme, encontré la horma perfecta de mi cuerpo, de cuando tenía doce años, pero, aún así, resultaba mucho más cómodo que el colchón que intentaba engullirme mientras dormía.Esculcando en el closet, encontré el viejo MP3, mi primer reproductor de música y en el que, desde los siete años, empecé a escuchar las bandas rock
Era un inmenso oso de peluche, sobre mi cama, con una gran tarjeta que decía “Lo Siento”. No cabía duda de quién había puesto ese oso sobre la cama, al que me arrojé a abrazar. Cogí la tarjeta, olía a su colonia, así que sí había sido él quien la había escrito, con su puño y letra, lo que emocionó aún más. Y, al fin, me pedía disculpas por la manera en que se había estado comportando desde mi llegada. Quise ir a verlo, pero eso implicaba recorrer la mansión en su búsqueda, lo que me recordó que no tenía un celular y que hubiera sido mucho más sencillo solo llamarlo, agradecer el detalle y preguntarle dónde estaba.Ya no me parecía que era el misógino tirano que creía que era; solo era un ser humano que
¡Le gustaban las motos!Estaba por perderme a una chica a la que le gustan las motos, de verdad, no solo montarlas. Nunca lo hubiera creído de Valentina.Debo enviarle una ancheta de licores y los mejores quesos a Miguel, además de un bono generoso, porque sin sus consejos, yo seguiría siendo el mismo cretino que recibió a Valentina como si fuera una mocosa llena de piojos, acné y hormonas alborotadas que creía que era, el primer día, en el vestíbulo de la mansión.¡Qué equivocado estaba!Resultó que se vestía como una mujer algo mayor que su edad, como una veinteañera recién graduada de la universidad que asiste a su primer trabajo, no muy formal, ta