Termino de bajar las últimas escaleras del portal de mi edificio y camino hasta el maletero del coche en donde únicamente faltaba por meter mi maleta y dos bolsas más. Mis padres, Mario y yo ya estamos listos para irnos por fin hacia Valencia.
Anoche, después de haber permanecido media hora mirando hacia el techo con estrellitas que brillan en la oscuridad que pusieron mis padres cuando era más pequeña, intenté dormir de todas las maneras posibles, pero obviamente fue en vano. Por suerte, o por desgracia, porque ahora tengo más sueño que nunca, me acordé que había dejado una serie de N*****x apartada debido a la universidad, así que para matar el tiempo me vi un par de capítulos.
Mi padre al asegurarse que estábamos todos en el coche y que no faltaba nada por guardar en el maletero, lo arrancó y nos pusimos en marcha. Nos espera un largo camino de casi cuatro horas para llegar a Cheste.
Yo por experiencia propia voy preparada como cada año, ya que es un trayecto largo. A mis pies tengo una bolsa con un libro de mi escritora favorita, la Nintendo Switch y el ordenador portátil. Mario, por su parte, suele pasarse la mayor parte del camino durmiendo, o viendo alguna película en la Tablet. Aunque una partidita al Mario Bros nunca falta.
Mientras observaba tranquilamente como nos alejábamos de nuestra calle, recibo una notificación de mensaje al móvil. Desbloqueo el móvil y lo leo.
"Mi preciosa Vans,¿A qué hora llegas?-Albert"
Ruedo los ojos al leer el apodo que él mismo puso para mí cuando tenía apenas diez años. Cuando era pequeña a mí me encantaban las deportivas vans, pero nunca me las compraron, hasta que un día Albert en navidades me regalo un par de color vino que me encantaban.
Desde ese entonces, siempre me las ponía para cualquier ocasión y Albert, creyendo en su ingenio, empezó a llamarme Vans porque dice que justo coincidía con mi nombre. Pensando en el estúpido apodo le respondo de vuelta.
"Acabamos de salir de casa,aún nos quedan tres horas y media por lo menos.-Nessa"
Después de escribir el mensaje, sin esperar respuesta de su parte, bloqueé el móvil dejándolo en el asiento central. A través de la ventana del coche vi una señal enorme azul que indicaba que nos adentrábamos a la autopista en dirección a Valencia. Como cada año, el mismo trayecto y las mismas ganas de siempre de ver a mi gente.
Cogí el portátil de la bolsa que estaba a mis pies y pulsé el botón de encendido. Hacía varios días que no escribía en el blog, y aunque no suelo hacerlo diariamente, de vez en cuando agradezco hacerlo.
Desde que tomé la decisión de escribir en esa plataforma, me he dado cuenta que me ha servido, sobre todo, para desahogarme. No me leen muchas personas, pero con saber que tan solo hay una persona que lo hace, me siento más que satisfecha.
Por suerte, tengo gente de confianza, como los amigos del pueblo, mi familia y Sam, pero desde siempre me expreso mejor a través de la escritura. También se debe un poco a la confianza perdida con respecto a mis padres.
Miré hacia los asientos delanteros en donde se encontraban ambos hablando mientras de fondo sonaba una canción de la radio y suspiré.
Es cierto que estoy agradecida con ellos por todo lo que hacen por mí, pero muchas veces no me ha quedado otra que rendirme. No soporto la idea de que tengan tan claro que a lo único que me debo dedicar es a estudiar y sacar buenas notas. Tenemos una relación un poco extraña y bipolar.
Pensando en ello, abrí la plataforma de mi blog en donde siempre escribo y le doy a añadir nueva entrada.
"Por fin de camino hacia donde siempre debo estar.
Ahora mismo estoy rumbo a mi pueblo y un año más, es imposible no escribir sobre lo que siento. No veo la hora de llegar y disfrutar de lo que más amo. Las motos.
Quien me lee desde hace tiempo sabe cuál es mi situación y porque siempre espero con ansias estas fechas del año. Es un sentimiento que es imposible de explicar con palabras, pero si me miras a los ojos en este momento, con solo una mirada lo podría hacer.
Tengo más ganas que nunca de disfrutar de mi pasión, de la gasolina, del ruido de los motores, de esos que te ponen hasta los pelos de punta.
Y, sobre todo, de sentir la sensación de libertad.
Con el tiempo he aprendido que nadie podrá interponerse entre tu y tus sueños, si tu no se lo permites. Y aunque me duela, un año más seguiré haciendo lo que más amo, a pesar de que las personas más cercanas a mí no estén dispuestas a apoyarme. Lo he hecho durante años, y lo seguiré haciendo hasta que las cosas cambien.
Un beso,
N."
Terminé de escribir la entrada con una “N”, como siempre hago en cada publicación, y revisé si tenía algún error ortográfico antes de pulsar el botón para publicarlo. Eché un vistazo a la vista previa con la cual quedé satisfecha y apago el ordenador antes de guardarlo dentro de la bolsa.
Me quedo ensimismada observando por la ventanilla hacia los coches que nos adelantaban por el carril izquierdo y me fijo en las señales azules que dejábamos atrás. Aún íbamos por Tarragona y nos quedaban dos horas y media para llegar.
Miro hacia mi derecha donde se encuentra mi hermano pequeño durmiendo, como siempre, y escucho unos leves ronquidos, que sonaban más como un gato ronroneando.
Sin poder evitarlo, cojo el móvil que seguía justo donde lo deje antes y abro I*******m para grabar un vídeo con uno de sus efectos, en donde la boca se le hace más grande cada vez que ronca. Me echo a reír y se lo mando a Alex.
Sabía que él no me iba a responder, a esta hora siempre suele entrenar, así que cerré su chat y dejé el móvil donde estaba. Volví mi mirada otra vez hacía la autopista apoyando la cabeza en el cristal y sin darme cuenta se me fueron cerrando los ojos hasta dejarme dormir.
*****
Escuchaba a lo lejos a mi madre diciendo mi nombre, pero no la veía, todo estaba oscuro. No me di cuenta que aún estaba soñando hasta que algo me empezó a mover la pierna y escuchaba esa voz cada vez más fuerte, haciendo que abriera los ojos lentamente.
Lo primero que vi fue a mi madre mirando desde el asiento de copiloto hacía el asiento trasero donde nos encontrábamos mi hermano y yo. Ella tenía la mano sobre mi rodilla, que alejó al ver como por fin abría los ojos. Miré hacia Mario, quien seguía dormido igual que antes, solo que ahora tenía la cara pegada a la ventanilla.
-Vanessa, despierta a tu hermano. Estamos a punto de llegar. - Dice ella señalando hacia donde estaba Mario. Al ver que asentí con la cabeza, se giró y volvió a mirar al frente.
Sacudí levemente el hombro de Mario con la intención de despertarlo mientras susurraba su nombre. Tras varios intentos, el pequeño empezó a abrir los ojos restregando sus manos sobre ellos. Cuando me sonrió, me aseguré de que se despertaba y que no se dejara dormir otra vez. Estábamos a cinco minutos de la casa de mis abuelos.
- ¿Alex está en casa? - Pregunté con la esperanza de que dijeran que sí. Hace una hora habría terminado su entrenamiento y tenía muchas ganas de verlo.
- No. Lo verás en la cena. - Dice mi madre mirándome por el espejo retrovisor.
- Este fin de semana tiene una carrera importante y tiene que prepararse. – Dice ahora mi padre mientras giraba el volante hacia la izquierda adentrando el coche hacia nuestra calle.
- ¿Podré ir al menos a verlo entrenar? No lo veo desde hace meses. - Pregunté esperanzada mirando como él suspiraba.
- Será mejor que no lo distraigas. Es muy importante. Además, ya te he dicho que no me gusta que vayas por el circuito - Responde él dando por terminada nuestra conversación.
Rodé los ojos y me mantuve callada. He aprendido que lo mejor que puedo hacer es eso, callarme. Alex siempre ha tenido una gran presión porque mis padres son muy exigentes. Sobre todo, mi padre, que a pesar de que viva en Barcelona, siempre se las arregla para estar encima de él y comportarse como su representante.
Aunque Alex siempre da lo mejor de él, incluso más, para mi padre nunca es suficiente y siempre le exige más. Negué con la cabeza al pensar en ello y suspiré.
Ignorando el sentimiento de impotencia que empezaba a crecer por mi cuerpo, observé la casa amarilla que siempre ha pertenecido a mis abuelos y donde yo prácticamente crecí. Frente a esta se encontraban cuatro personas saludándonos con la mano mientras sonreían. Enseguida cualquier mal sentimiento se me fue volando y la felicidad inundó mi cuerpo.
Mis abuelos estaban junto a mis dos amigos, Albert y Marco, esperando a que mi padre aparcara el coche en uno de los aparcamientos libres. Cuando se apagó el motor del coche, sin pensarlo dos veces salí de este y fui a abrazar a mis abuelos.
No pude evitar acordarme de aquellos dos ancianos que me encontré en el parque ayer mientras esperaba a Sam y sonreí. Les di un beso a cada uno y me giré hacia Marco y Albert. Este último tenía a Mario en brazos mientras que Marco estaba esperando a que terminara con mis abuelos para lanzarse hacia mí.
- Bonjour mon amie française. Comment ça va? - Dice él abrazándome. Me eché a reír por su intento de buena pronunciación, pero le correspondí él abrazo.
- Ha estado practicándolo toda la mañana y encima lo pronuncia mal. - Dice Albert negando con la cabeza mientras se reía de su primo quien le enseña el dedo del medio.
Albert bajó a mi hermano de sus brazos ignorando a Marco, y caminó hacia mí para darme un abrazo. Antes de separarme de él me dio un beso en la frente diciéndome que me había echado mucho de menos.
- Por cierto, Vans. Lo que te hizo esta madrugada el Señor Francés, merece venganza. - Dice él señalando a Marco mientras este me hace señas negándolo. - ¿No crees?
- Ya lo creo. – Dije asintiendo mientras entrecerraba los ojos hacia el moreno, quien me miraba y sonreía con cara angelical.
Negué con la cabeza girándome hacia la casa en donde minutos antes entraron tanto mis padres como mis abuelos. Observé que el coche estaba cerrado y a su lado quedaban dos maletas por fuera. Me acerqué a estas y con ayuda de Albert las metimos en la casa colocándolas en la entrada junto a las demás.
- Nessa, tenemos una sorpresa para ti. - Dice Marco cerrando la puerta de la entrada llamando completamente mi atención. Me giré hacia él con una ceja levantada.
- ¿Una sorpresa? – Pregunté sorprendida. Tanto Albert como él asintieron con la cabeza.
- Sí – Dice Albert. – Pero tienes que venir a nuestra casa.
- Vale – Dije un poco dudosa, aunque intrigada. – Pero primero voy a dejar mis cosas en la habitación y enseguida bajo.
Ambos asintieron y se adentraron en la cocina donde minutos antes estaban mis padres. Cogí la maleta color vino que estaba junto a las demás y subo las escaleras hacia el pasillo del piso de arriba. Cuando llego a este, camino directamente a la primera habitación que encuentras.
Entro a la habitación y observo las cuatro paredes que se encuentran frente a mí. Sigue igual que siempre, tal cual como la deje la última vez que vine. Caminé hacia el armario y dejé la maleta junto este y la bolsa en donde tenía el portátil encima de la cama.
Me dispongo a bajar a el piso de abajo pensando en la sorpresa que los chicos tienen para mí. No sé qué podría ser, la verdad. De ellos me espero cualquier cosa.
- Intenta no llegar tarde, vamos a cenar en familia, no lo olvides. - Me recordó mi abuela mientras los chicos se terminaban de tomar el chocolate caliente que ella nos preparó. - No te preocupes, abu. – Dije dándole un beso en la mejilla y dándole un golpe a Marco en el hombro para que se diera prisa. – Espabílate, hombre. - Ya voy, ya voy. – Dice bebiéndose de golpe lo que quedaba de chocolate en su taza. Al terminárselo se levantó y metió la taza en el lavavajillas. Se acercó a mi abuela y le dio un beso – Delicioso, ¡como siempre! Ella le respondió con una sonrisa mientras Albert lo cogía del brazo y lo empuja hacía la puerta de la entrada para salir de la casa. Los seguí y antes de salir de esta nos despedimos de todos los presentes. - ¡Marco, saluda a Maribel de mi parte y dile que un día de estos me paso a verla! - Dice mi madre, quien estaba sentada junto a mi abuelo en el salón. Maribel es la madre de Marco. Ellas son muy amigas desde la univ
Desde donde estábamos, a unos veinte metros de la casa, pude ver el coche azul marino de Alex aparcado por fuera de esta. Sin importarme dejar atrás a mis primas, corrí hacia la puerta abriéndola rápidamente antes de atravesar la entrada. Busqué en el piso de abajo esperando encontrarme a algún miembro de mi familia, pero no encontré a nadie. Sin perder más tiempo atravieso el salón y me acerco a la puerta de cristal que daba hacia el jardín trasero de la casa. Allí es donde normalmente hacemos las comidas familiares. La puerta ya se encontraba abierta, por lo que la atravesé dejándome una vista completa del jardín. En la mesa, que estaba en medio de este, se encontraban mi tía, mi madre y mis abuelos hablando tranquilamente, mientras que mi tío y mi padre estaban en la parrilla preparando la comida. Observé a la derecha, donde pude ver la espalda de un chico moreno jugando a la pelota con Mario y sin dudarlo corro hacia él. Cuando estaba a escasos metros int
Admiro el cartel enorme que teníamos justo delante de nosotros en donde ponía letra por letra el apellido de mis dos amigos, "Ballester". Se trata de un diseño bastante deportivo en donde predominaban los colores del club: el rojo, el negro y el blanco. Los chicos y yo nos encontrábamos en la entrada para socios del circuito esperando a que un coche que estaba delante nuestro terminara de ser identificado para poder acceder a la zona. Una vez el portero que se encargaba de mirar los carnets de socios dio el visto bueno, el conductor de aquel deportivo rojo se puso en marcha y se adentró hacia los aparcamientos, dejando vía libre para que mi amigo pudiera colocarse en su lugar. Albert arrancó el motor del coche y pisó un poco el acelerador para colocarse a la par que la cabina donde se encontraba aquel señor, quien al ver que se trataba de mi amigo, sonrió. - Buenos días, Albert. - Dice él mientras sonreía amablemente hacia nosotros. -
No aparto la mirada de mi hermano Alex mientras él corre hasta la entrada donde se encuentran mi padre y Mario hablando con uno de los entrenadores del club. Cuando llegó hasta ellos, los saluda a los tres metiéndose en la conversación y pude observar cómo cogía del hombro a mi padre girándolo sutilmente para colocarlo de espaldas a donde estábamos nosotros. A su lado, Mario, llamó su atención haciendo que él bajara la mirada hacia su hijo. Segundos después mi padre asintió con la cabeza y Mario se fue con dos niños que lo estaban esperando a unos metros de ellos. - ¡Vans! – Dice Albert sacudiéndome del brazo. Me había quedado totalmente paralizada en el sitio. – Tienes que ir a cambiarte ¡Ya! - ¡Joder! – Dije sin darme cuenta que aún estaba delante de aquella chica, su hijo y su hermano. Miro al niño un poco apurada. – Eso no se dice, ¿eh, Tommy? Mi padre no podía verme así vestida, o de lo contrario, ya podía despedirme de poder venir aunque ellos p
Alex, Marco y Albert aún no habían entrado en el circuito, seguían esperando a que los pilotos que estaban entrenando en este momento terminaran. Junto a ellos se encontraban tres chicos más, uno lo reconocí como el piloto número veinte. Cuando terminaron la última vuelta, los que estaban en pista salieron, dejándola libre para los seis que estaban esperando, entre ellos mis amigos y mi hermano. Una vez se colocaron en la parrilla de salida y sonó el pitido anunciando el comienzo del entrenamiento, los seis le dieron al gas dejando una ligera nube de tierra detrás suyo. Álvaro, uno de los chicos, se coloca en primera posición, pero por poco tiempo, pues Albert le adelantó. Las posiciones se mantienen de esa manera hasta que, en un descuido tonto, los dos se van al suelo. Me levanto de mi asiento preocupada mientras observo como el equipo de médicos se acerca tanto a Albert como al otro chico. Me tranquilicé cuando vi como él se levanta y tras coger su
Una vez llegamos, Mi madre, Mario y yo nos adentramos en el circuito por donde mismo entran los miembros del club. El lugar estaba a rebosar de gente, y se notaba que hoy era un día de competición importante. El ganador podrá competir en el campeonato de España. Lo que cualquier piloto español desea. Mi padre, junto a mi hermano Alex, llevan en el circuito desde esta mañana, al igual que el resto de pilotos y sus entrenadores. Algunos para terminar de hacer los últimos retoques a las motos, y otros para entrenar antes de la competición. Se notaba la tensión en el ambiente, al igual que la emoción y los nervios. Los pilotos estaban cada uno en sus carpas, mentalizándose y preparándose para la carrera. Sin embargo, los familiares de estos ya estaban guardando sus asientos en las gradas para poder verla con todos los detalles. Miro hacia las carpas y pude ver la de mi hermano, Albert y Marco. Me gustaría verlos antes de que comience la carrera. Miro a mi madre,
"Nunca había estado tan nerviosa como hoy. Me costó poder acercarme a alguien y relacionarme a pesar de que nunca he tenido problemas a la hora de conocer y hablar con otras personas. Cuando iba por los pasillos a través de todos aquellos alumnos con libros y cada uno a lo suyo, me sentía como pez fuera del agua. Pero es cierto y debo recordar lo que nos dijeron en las charlas de la Universidad cuando vinimos con el instituto. Y es que bachillerato nunca será lo mismo que la Universidad, y aquí cada uno va a su bola. A pesar de que al principio me sentía como un bicho raro y no sabía dónde me había metido, el día acabó mejor de lo que esperaba. Conocí a un chico rubio, que al igual que yo, está en el primer año de Filología Francesa. Él estaba mucho más tranquilo que yo, tanto, que gracias a sus pequeñas bromas y su personalidad tan peculiar logró que mis nervios se disiparan. Al ver que con el paso de las horas estaba cada vez más tranquila, su
Observo asustada hacia el coche negro que se encuentra a unos escasos metros de mí. En el asiento de piloto está sentada una chica con el pelo castaño y ojos claros, que me mira a través del parabrisas totalmente preocupada, mientras en el asiento trasero un niño pequeño que podría tener la edad de mi hermano observa atento lo que sucedía. Respiro hondo quitándome la tensión que el susto me había causado y me acerco a la ventanilla donde se encuentra aquella chica. Nada más tenerla en frente, le pido disculpas por haber cruzado sin mirar antes y le prometo un par de veces que no volverá a pasar. Ella desde su deportivo negro de cinco plazas, me sonríe mientras le quita importancia a lo que sucedió minutos antes. - No te preocupes, bonita. La próxima vez vete con más cuidado. - Dice ella sonriendo mientras echa un vistazo por el espejo retrovisor hacía el niño, quien seguía mirando atento entre las dos. - Lo tendré. – Dije tomando distanci