Llegamos a la clínica, papá corrió con mi madre en brazos y pedía ayuda, los mellos corrieron detrás de él y yo fui a aparcar el auto. Llegué a recepción, pregunté por la señora Dakota de Zuluaga, me dieron el piso a donde ir y salí corriendo. El ascensor estaba lleno, pregunté por las escaleras y estaban en la otra sala.
Sin importar el que me viera como una loca corrí desesperada por los pasillos y de la nada apareció un hombre, choqué de manera fuerte con él. Fue tal el impacto que el joven no pudo equilibrarse por tener las manos ocupadas con una bandeja de comida.
Ambos caímos en efecto rebote. El joven cayó de espalda y se golpeó con el borde de la pared. —Se escuchó el impacto duro y el golpe seco—. Por mi parte caí de frente y mis rodillas se vieron afectadas.
—¡Fíjate por donde caminas!
Era un chico vestido de negro, la bebida achocolatada se había derramado por el lugar, se tocó la cabeza y su mano se llenó de sangre.
» ¡Lo que faltaba!
—Lo siento.
Me levanté con un fuerte dolor en las rodillas. El joven me encaró… Se quedó mirando desde el piso como si me conociera, arrugó su frente.
—¿Otra vez tú?
—Disculpe, ¿no lo conozco?
Me hice la desentendida, claro que recordaba a ese atractivo chico, pero jamás me imaginé que nos reencontraríamos en estas circunstancias.
—¡Ah! ¿No?
Se levantó, señaló con su dedo el pómulo izquierdo. Era muy alto, y era lindo.
» Un celular volador, ¿lo recuerdas? —Ya no podía seguir ocultando mi comportamiento anterior.
—Lo siento, sin embargo, en esta ocasión fue sin intención. —El joven iba a refutar—. Mi madre me necesita, discúlpame, lamento el golpe, al menos estamos en una clínica y te pueden revisar.
Le di la espalda y corrí en busca de mi familia. Esto sí era mucha casualidad. Encontrarlo de nuevo, en una ciudad diferente y otra vez lo golpeé. «Tierra trágame». Llegué al área donde ingresaron a mamá. Papá caminaba de un lado al otro, los mellos sentados. Un doctor salió por una puerta doble blanca, se acercó a la enfermera y esta señaló a mi padre. Me acerqué de manera lenta, el doctor se acercó.
—Señor Zuluaga, lamento darle esta noticia, pero la neurisma fue fulminante, no pudimos hacer nada.
¿Qué dijo? Eso no debían decirlo los médicos, como se le ocurrió decir que mi madre murió… ¡No!, no, él se equivocó, ella llegó con pulso…
—Estaba preparando la cena. —Esas palabras salieron de mi boca—. Papá dijo que tenía signos… —No sé qué pasaba—. Yo conduje lo más rápido que pude.
—Lo siento, se realizará todo el papeleo.
—No, no, no. ¡Mi mamá no se ha muerto! ¿Cierto papá?
Cada uno estaba por separado tratando de asimilarlo. Los mellos se movieron en su puesto de adelante y atrás. Papá seguía sin decir nada, yo veía todo, pero no aceptaba nada. Mamá estaba bien, nunca se enfermó… Los dólares de cabeza, me dijo que era por la falta de gafas…
» ¡Ella juró estar siempre a mi lado! Papá, papi, mi mamá no se ha muerto, ¿cierto?
—Emily…
—¡Ella juró nunca dejarnos, los mellos la necesitan! —Papá corrió a abrazarme—. ¡Ella no se pudo ir! Papá, papá, ella no me dejo. No lo hizo. ¿Cierto?
—Mi amor.
Los mellos llegaron a nuestro lado y cuando me abrazaron no pude más y comencé a gritar. Era una loca gritando el que no me dijeran mentiras, porque mi mamá no había muerto.
……**……
Me atendían en una camilla. El encuentro de nuevo con esa desconocida cabello rosado volvió a dejarme con un golpe y en esta ocasión fue necesario los puntos. Mi madre era quien me esperaba a que me suturaran tres puntos en la cabeza.
En la parte de afuera se escuchaba a una chicha gritar por la muerte de un familiar. Bueno, no era cualquier familiar, era su madre la que acababa de desaparecer. En el área donde me estaban suturando, nadie opinó. Si se me muriera mi madre, estaría gritando igual a esa joven. De un momento a otro dejó de grita.
—¿Cómo te caíste hijo?
—No me caí mamá. Una insolente me tumbó. Y tuvo el descaro de decir «Esta vez no fue con intención».
Niña tonta, bonita, pero descaradamente torpe. Me dolía la cabeza. Mamá ya tenía el brazo vendado, fueron treinta puntos, ahora tendrá una cicatriz desde el codo hasta la muñeca. Le mandaron reposo, a mi igual. Mamá dio su declaración y levantó los cargo. Firmó los documentos en la clínica para que nos dieran de alta. Al salir de la clínica varios periodistas nos interceptaron.
—¡¿Va a levantar cargos contra su esposo?!
Iniciaron las preguntas impertinentes. La abracé, ¿cómo se enteraron tan rápido?
—¿Va a separarse de uno de los hombres más ricos de Atlanta? —preguntó otro.
—¿Cómo tomará la noticia sus hijos de su infidelidad?
Mi madre se detuvo en ese momento y encaró al periodista. Esas son las jugadas sucias del gran señor Serkan. Me imagino que esa fue la razón por la cual los abuelos me heredaron a mí el setenta por ciento de las empresas una vez cumpla la mayoría de edad, porque conocieron a su verdadero hijo.
—Jamás lo he sido.
—Tenemos información diferente.
—Eso lo resolverá un tribunal. Pero si lanza una calumnia más, me encargaré de que le quiten su credencial. Jamás he sido infiel, algo que mi esposo no puede jurar.
Al ingresar al auto, mamá temblaba. Sonó su celular y yo lo contesté.
—Margarita. —Era el abogado de la familia—. ¿Margarita?
—Soy Iskander.
—Muchacho, pásame a tu mamá.
—No puede, te pondré en altavoz.
—¿Dime?
—Serkan saldrá bajo fianza, está muy enojado, no regreses a tu casa.
—¿Por qué me ayudas si eres su perro faldero?
—No te ayudo, pero tampoco es justo. Te aconsejo que no te le acerques.
—Gracias.
—Mamá…
—Vamos por tu hermana y nuestras cosas. ¿Estarás conmigo hijo? Tu papá va a buscar la manera de dejarme ante el mundo como la mala.
—Si se enfrenta a ti.
—No te metas…
—Me faltan seis meses para ser mayor de edad. Y quien demandará a mi padre seré yo. Y él no tendrá a las empresas Demir completas para usar a su antojo.
—Hijo, no… déjame a mí lucharlo, debo hacerlo. Aunque me imagino que ya debió de borrar la evidencia de las cámaras —sonreí.
—Muy seguro, pero no podría borrar, ni saber de las mías y será una prueba en contra para el mismo.
—Iskander como…
—No soy idiota mamá. Le conté al abuelo desde hace un par de años… desde la muerte de Deniz, tengo mucha información acumulada que él custodia y desde entonces me ha orientado para enfrentar a papá. Algo debo aprender de un buen militar de inteligencia retirado. —Se puso a llorar—. Yo seré quien denuncie a mi padre, y sé que lo que verás en dichos videos no te gustará.
—Esa ha sido la causa de tu rebeldía. ¿Cierto? —bajé la mirada.
—Vamos por Azra.
—Te amo, hijo.
—Y yo a ti mamá.
Durante todo el trayecto no dejó de llorar. Mientras conducía me toqué la herida en la cabeza. Era mucha casualidad encontrarme con ese cabello rosado en escenarios y ciudades distintas… ¿Qué estaría haciendo esa linda pelirosada en la clínica?
No dejaba de llegar la gente a darnos el pésame. Y deseaba, ¡qué se largarán de aquí!, pero ni eso hago… Si hablo voy a llorar. Mis abuelos llegaron anoche para darle apoyo a mi padre, quien se mantenía firme, pero anoche lo escuché llorar en su habitación.En la mañana se llevó a cabo el sepelio y si me preguntan cómo fue… No lo sé, no tengo idea, fui arrastrada de un lado al otro por la mano de mis abuelos paternos. Los mellizos me abrazaban cada vez que podían. Ellos, más que nadie, sabían por lo que mi corazón pasaba. Aunque los dos perdieron a sus padres el mismo día. A mí por lo menos me quedaba papá.—¿Sigue sin hablar? —El abuelo dejó chocolate con pan en la mesa de noche.—Y sin comer. —Le respondió la abuela.Tenían cuarenta y cinco años de matrimonio, mamá deseaba llegar a esa edad matrimonial con papá. —No llores, no llores—. Tuvieron dos hijos. Papá y el tío Danilo, quien murió en un aparatoso accidente con su esposa. Ahora les queda papá y tres nietos. Recuerdos de mi ma
Se me caía la cara de la vergüenza. Esto era imposible, ni que fuera una novela. Era demasiada coincidencia.—Emy, ¿te encuentras bien?—Abuela, ya me da pena con ese joven. La primera vez acepto que fue una pataleta.—¿Qué le hiciste? Se veía muy enojado.—Le lancé mi celular en la cara, lo herí en el rostro hasta el punto de sacarle sangre. Pero en mi defensa su carro arruinó el peinado el día de mi cumpleaños. La segunda vez fue cuando murió mamá; me lo llevé por delante y con el filo de la esquina de la pared se reventó la cabeza. Recuerdo la sangre en su mano, en su enojo mostró la herida, aunque estaba cubierta, ¡y ahora lo quemé abuela! Salí del baño, venía jugando con el bolso; realizando giros. No lo vi y le eché el café encima.—Se le puso la piel muy roja. —llegamos a la sala de espera—. ¿El día de tu cumpleaños vivían en Nueva York? —afirmé.—Exacto, es mucha casualidad encontrarme al mismo joven, en escenarios distintos siempre lo agredo y ni sé cómo se llama.—Ten presen
Miré el celular, habían pasado once días desde que pelirosada había llegado a la casa de mis abuelos. En aquel momento, antes de retirarse después de la cena, le pedí su número de celular para concretar las citas. Le marqué una vez para confirmar que si era su número verdadero. Algunas chicas suelen ser un tanto quisquillosa y ella parece ser una de esas. —Joven Iskander, ¿otra vez sonriendo solo? —Desde hace días lo hacía, y era cada que pensaba en la pelirosada—. ¿Ya desea desayunar? Le hice arepa asada con mucha mantequilla y huevitos revueltos con tomatito y cebollita como le gustan.Me gustaba mucho el acento de los paisas, hablaban mucho en diminutivo, no he podido imitarlos. Yo tengo marcado las palabras de modo firme como era costumbre en los santandereanos. Y a la rosada peligrosa se le marca mucho el acento costeño.—¡Ea Ave María! Por supuesto, pues.Luz Dary, la señora de confianza desde que mis abuelos se radicaron en Medellín, ya hacía seis años soltó la carcajada ante
No dejé de reírme, mientras él se mantuvo serio. ¿No le dio pena bajarse del carro con ese casco?—Se dice, hola.Continué riéndome. Mis abuelos también lo hicieron, él ingresó y los saludó muy amable.—Hola, Iskander.Le dio la mano al abuelo mirándolo a los ojos. Vestía de jean negro y camiseta gris, el casco era negro. Su hermanita tenía un vestido azul cielo, se veía preciosa.—Lo siento, pero no confió en que no salga herido. Hasta que no me sienta tranquilo protegeré mi cabeza. —Nos explicó a todos.—Adiós, abuelos.Mientras caminaba al auto, su hermanita lo grababa a escondidas. Al mirarme se sonrojó.—No le digas, pero se está comportando extraño.—¿Extraño?—Iskander es muy serio, nunca se ríe. Y mamá no cree que por momentos lo hace solo.Azra se sentó en el puesto de atrás, a mí me dejó de copiloto. En ese momento me percaté del reloj de Batman en su muñeca. Eso me hizo reír aún más, pero no dije las razones del nuevo ataque de risa. No tenía idea de lo que pasaba conmigo,
Llegué al hipódromo antes de la hora de la carrera. No tardé mucho en encontrarla, con ese cabello rosado, uno la identificada a metros. Me senté en las gradas, dejé el casco a un lado, más que para evitar algún golpe, era para sacarle un brillo a esos ojos tristes.Calentaba con un grupo de amigas, sonó el celular. Era mi padre. Lo he estado evadiendo porque Ezra ha pasado a mi lado todo este tiempo y si me enojaba no quería que lo viera. Puse la opción grabar y contesté.—¡Hasta que tomas la llamada!—Estaba ocupado.—¡Dile a tu madre que desista del divorcio!—Son temas de adultos, eso no es lo que sueles decir siempre. Además, si la hubieras tratado con respeto, ella estaría a tu lado.—Iskander, no me retes. Y deja esa altivez, puedo quitártela con un chasquido.—Ahora quieres desistir, porque comprendiste que en seis meses yo tendré el 70% de las acciones de la compañía y tú el treinta. Sobre ese treinta lo debes compartir con mi madre y como mamá siempre fue precavida, cada vez
Él me ponía nerviosa. Mucho en verdad. Hace un momento cuando nos alejamos de Gabriel sentí un extraño cosquilleo en la mano y un calor en el cuello. Desde ayer no he dejado de tenerlo presente, sonrió sola cada vez que lo recuerdo con el casco en su cabeza.Subimos al carro. En una amena charla de gustos deportivos supe que él era jugador de fútbol en su colegio, eso podía explicar lo desarrollado que tenía su cuerpo. Llegamos al centro comercial. Era cerca al barrio de mis abuelos; algo que le agradecí porque así me sentía más tranquila.Me dejó pagar las entradas; escogí una de acción. Espero sea buena. Con respecto a la comida, por nada del mundo permitió pagarla. Había comprado mucha; los combos con palomitas de maíz, vasos extra grandes de gaseosa, perros calientes, nachos, un paquete de papas y para completar pidió una pizza personal para cada uno.—¿Pretendes engordarme en un día?—Acabas de eliminar muchas calorías por tu competición. Debes estar hambrienta.—¿Y tú?—Yo soy t
Tenía la lengua afuera, se supone que cuento con resistencia en las piernas, pero lo tenía para un terreno lineal, nunca he sido buena con los escalones. Miré a Iskander y se veía relajado, un poco agitado, nada más.—Falta poco, floja. Apenas llevamos diez minutos.—¡No soy floja! Es que no soy amante a las escaleras. En los últimos doscientos escalones ya no me quedaba aire. Extendió su mano y otra vez me guiñó el ojo. Entrelazamos nuestras manos, él era quien hacía una fuerza de jalado. Marcó el ritmo y con tal de que no me soltara mantuve un poco la renuencia. No sé lo que sucede entre los dos, pero algo sucedía. Mi abuela anoche habló conmigo sobre las salidas con el nieto de sus amigos. Sus palabras volvieron.—¿No crees que sea malo?Acarició mi cabello. En el cine la había pasado mal y bien. Lo malo era el miedo de quedarme sola y por eso, me tocó pedir compañía, hablar con ella, menguó el susto. Pero lo que pasaba con él me tenía aún más asustado. —No hija. De hecho, lo v
No sé si hice bien traerla, espero que sí. Para mí, ella había sido ese oasis ante mis problemas familiares. Y ahora con lo de irnos del país… No sé por qué había pensado en tener algo con ella. Sin embargo, mis problemas son delicados, más no irreversibles. Solo habían pasado unas tres semanas más o menos de la muerte de su madre. Eso ya era otro nivel. Me limité a abrazarla. Estábamos en el mirador, la brisa jugaba con su cabello rosado. No me soltó, y tampoco quería hacerlo. Los minutos pasaron, no dije nada hasta que ella habló. —Gracias, Iskander. —Sin dejar de abrazarme, se apoyó en mi pecho para volver a mirar la linda vista—. Es hermoso, a mamá le gustaban estos lugares. —Lo siento. —No, era lo que necesitaba. —levantó la mirada, esos lindos ojos azul claro desbordaban lágrimas, quise limpiárselas, sin embargo, me contuve—. Tenía rabia con el de arriba, sigo estando enojada, aunque al llegar aquí se sintió bonito. Gracias. Ella me gustaba, no podía negarlo, nuestros acerca