No dejaba de llegar la gente a darnos el pésame. Y deseaba, ¡qué se largarán de aquí!, pero ni eso hago… Si hablo voy a llorar. Mis abuelos llegaron anoche para darle apoyo a mi padre, quien se mantenía firme, pero anoche lo escuché llorar en su habitación.
En la mañana se llevó a cabo el sepelio y si me preguntan cómo fue… No lo sé, no tengo idea, fui arrastrada de un lado al otro por la mano de mis abuelos paternos. Los mellizos me abrazaban cada vez que podían. Ellos, más que nadie, sabían por lo que mi corazón pasaba. Aunque los dos perdieron a sus padres el mismo día. A mí por lo menos me quedaba papá.
—¿Sigue sin hablar? —El abuelo dejó chocolate con pan en la mesa de noche.
—Y sin comer. —Le respondió la abuela.
Tenían cuarenta y cinco años de matrimonio, mamá deseaba llegar a esa edad matrimonial con papá. —No llores, no llores—. Tuvieron dos hijos. Papá y el tío Danilo, quien murió en un aparatoso accidente con su esposa. Ahora les queda papá y tres nietos. Recuerdos de mi madre me abrumaron.
Pero ya no estaba, no me verá graduarme, menos ganar carreras de patinaje. Hasta aquí llegaron mis recuerdos con una madre perfecta. Eso no era justo, tantos seres endemoniados en la tierra porque carecen de humanidad y se llevan a un alma buena… No lo acepto.
—Hablaré con Braulio, el año escolar terminó, podría irse con nosotros y que estudie si lo desea en Colombia.
—Me parece bien lo de llevarnos a nuestros nietos, o por lo menos a Emily, están en vacaciones, retomarían en agosto. Los mellizos están con refuerzos escolares, ya los conoces y no quiero dejar a Braulio solo.
—Tienes razón, Leonor. —El abuelo se sentó a mi lado—. Emy, ¿te gustaría quedarte aquí o viajar con nosotros? —No respondí.
Papá ingresó vestido de negro, mis hermanos iguales, tenían los ojos rojos, mis lágrimas salieron de nuevo.
—¿No ha comido? —La abuela negó.
—Hijo, estábamos pensando en si nos la llevamos, está en vacaciones y en dos meses podrá regresar cuando… La resignación haya llegado. —Las manos me temblaron.
—Los mellizos no pueden viajar, están en varios talleres de recuperación.
—Pueden viajar después.
—¿Quieres irte, Emily?
Me encogí de hombros. Siento que si hablo iba a morirme de dolor. Me aferré a lo último que creo conveniente. Si lloro como si no hubiera un mañana daré por sentado que sí acepto la muerte de mi madre.
—Voy a comprarle el vuelo a mi hija. Papá pásame los datos de su vuelo. Para comprar el mismo si se puede. —Se acercó a la cama. Acarició mi rostro—. Hija, debes poner de tu parte, hazlo por mí, come un poco por favor. No soportaría… —Se le quebró la voz—. Dakota en donde esté seguirá con nosotros.
No hables papá, no sigas. No quiero llorar más, no como muy seguro lo haré al comprender que mamá ya no estará a mi lado.
» Hija, llora, por favor…
……**……
No estaba de acuerdo con la decisión de mi madre. El abuelo vino hace dos días para apoyarla en los tribunales, habían contratado a una muy buena abogada y por solicitud de ella y del abuelo Mario, también apoyó el que saliéramos de Estados Unidos, aprovechando que estamos vacaciones de verano.
—¿Por qué?, pronto seré mayor de edad. ¡Quiero apoyarte mamá!
—Esta lucha será mía, Iskander. Sin importar quien sea Serkan, él es tu padre, tu sangre. Soy yo quien se está divorciando con él, sin embargo, tú jamás dejarás de ser su hijo.
Nos habíamos quedado en un hotel y ahora buscaba un apartamento para irnos a vivir.
—Hijo. Yo me voy a quedar con Margarita. No dejaré a mi hija sola.
—Lo que me hubiera ahorrado si les hubiera hecho caso a ustedes de no casarme con Serkan… pero veo a mis hijos y digo, lo vuelvo a soportar todo por ellos.
—Mamá.
—Ya les compré los tiquetes, y aprovechando que tu padre no los ha bloqueado para salir del país. Por favor, si están lejos de sus garras tendré la fortaleza para enfrentarlo. No podrá secuestrarlos y doblegarme.
—Quería ver cómo se le caía su mentira.
—¡Iskander!, pase lo que pase él siempre será su padre, ahora debes mantener a tu hermanita a salvo. Nos hablaremos todos los días, estaré con el mañoso de tu abuelo.
—Serás el hombre de la casa hasta mi regreso. Debes cuidar a tu abuela.
—Está bien.
En Medellín teníamos algunos amigos, pasar un par de meses en Colombia sería agradable. Además, mamá era demasiado terca.
Al día siguiente llegamos al aeropuerto. El abuelo me dio muchas indicaciones para asegurar la casa en las noches, las claves de las cámaras de vigilancia, en donde había guardado las llaves de la moto que era de mi único uso. Sí que era un viejito mañoso. Azra fue llenada de besos por parte de nuestra madre. Le dijimos adiós e ingresamos a la sala de embarque.
—Iskander, tengo hambre.
—Azra, cenamos en el hotel. —miró su reloj.
—El vuelo es en tres horas y cenamos hace dos.
—¿Cómo puedes comer tanto? —sonrió.
—¿Acaso no vez que tengo mucho espacio para llenar? —Solté una carcajada.
—Te debes aguantar una hora más. Luego te compro algo.
—Con mucho chocolate.
Pasamos los registros, llegamos a la sala donde deberíamos tomar el vuelo en primera clase. Se nos pasó el tiempo mirando las redes y jugando en el celular.
—Ya pasó la hora, tengo hambre.
Le pellizqué sus regordetes cachetes, hasta sacarle un quejido, luego le di un beso en la frente.
—Quédate aquí no te muevas.
Tomé la mochila, tengo el buzo para ponerme en el avión. Aunque era de noche, tenía puesta la gorra para que no se viera la gasa que tenía puesta sobre los puntos que me cosieron. En Medellín debía ir a donde un doctor para que me los quitara.
Hice la fila en una cafetería; me pedí un capuchino bien caliente para mí, y a mi hermana le pedí una torta de chocolate, un paquete de galletas con chocolate y dos cajitas de leche. En el morral metí las dos cajas de leche con las galletas, porque en la madrugada me pedirá comida de nuevo. La torta en la mano y mi capuchino bien caliente, apenas di un paso afuera del establecimiento y con la intención de beber un sorbo, un bolso de no sé dónde me echó encima el capuchino.
—¡Carajos!
¡Me quemó!, lo había pedido bien caliente. De rapidez me quité el morral y la camiseta, mi pecho había quedado muy rojo.
—Lo siento, señor…
¡No podía ser cierto! Díganme que es una puta broma. Al levantar la mirada la pelirosada tenía unas gafas puestas a las ocho de la noche.
—Pero ¡¿Qué karma estoy pagando contigo?!
—¿Disculpe?
—¡No le quiero escuchar decir discúlpeme! —Ya me tenía cabreado la chica bonita—. ¡No te bastó con hacerme esto! —Le mostré la marca en mi pómulo, me quité la gorra—. ¡Hacerme esto! —Le mostré la gasa cubriendo los puntos—. Ahora ¡me quemas!
Con la misma camiseta me terminé de limpiar, el pecho lo tenía bastante rojo.
—Lo lamento de verdad.
—¿Acaso me estás viendo?
Un impulso me llevó a quitarle las gafas y el insulto que tenía para soltarle, lo reprimí. Un par de señores de la edad de mis abuelos se acercaron. La joven tenía los ojos demasiado hinchados y esa mirada azul clara se encontraba opaca, tanto que sentí tristeza por ella. Se le humedecieron los ojos. Yo no pude hablar.
—¿Pasa algo, joven? —Se acercó el señor canoso.
—Emily, ¿te encuentras bien?
La joven afirmó, yo aún tenía la imagen de su rostro demacrado.
—Debería ponerse camiseta joven.
—No tengo, la joven me acaba de echar el capuchino encima y la maleta como debe imaginar no se encuentra a mi disposición.
—Parece que fue un accidente. Más no intencional.
—Con ella no lo creo, señor.
—¿Tiene algún problema con mi nieta? —La señora alzó su barbilla.
—Yo no, al parecer su nieta sí.
Saqué del morral el buzo negro y me lo puse. Tomé la torta del piso, al menos cayó sobre la servilleta, espero esos señores se hayan marchado con la insolente esa. Esto ya rayaba en lo inaudito. Tres veces he sido agredido por la misma persona, en lugares impensable, ni que viviéramos en un pueblo. ¡Estamos en Estados Unidos! Al levantarme el señor seguía ahí. Ella ya no estaba, ni su abuela.
—¿Le debo algo, joven?
—No, tranquilo señor. —Sus ojos tristes volvieron a mi mente—. Disculpe, —el hombre se detuvo—. ¿Por qué ella tiene los ojos tan hinchados?
—Hace cuatro días perdió a su madre. Y hasta la noche de ayer se desahogó. —afirmé. No dije nada. Nos alejamos y de camino boté la camiseta. Sin embargo, la mirada de esa joven me había cautivado.
Se me caía la cara de la vergüenza. Esto era imposible, ni que fuera una novela. Era demasiada coincidencia.—Emy, ¿te encuentras bien?—Abuela, ya me da pena con ese joven. La primera vez acepto que fue una pataleta.—¿Qué le hiciste? Se veía muy enojado.—Le lancé mi celular en la cara, lo herí en el rostro hasta el punto de sacarle sangre. Pero en mi defensa su carro arruinó el peinado el día de mi cumpleaños. La segunda vez fue cuando murió mamá; me lo llevé por delante y con el filo de la esquina de la pared se reventó la cabeza. Recuerdo la sangre en su mano, en su enojo mostró la herida, aunque estaba cubierta, ¡y ahora lo quemé abuela! Salí del baño, venía jugando con el bolso; realizando giros. No lo vi y le eché el café encima.—Se le puso la piel muy roja. —llegamos a la sala de espera—. ¿El día de tu cumpleaños vivían en Nueva York? —afirmé.—Exacto, es mucha casualidad encontrarme al mismo joven, en escenarios distintos siempre lo agredo y ni sé cómo se llama.—Ten presen
Miré el celular, habían pasado once días desde que pelirosada había llegado a la casa de mis abuelos. En aquel momento, antes de retirarse después de la cena, le pedí su número de celular para concretar las citas. Le marqué una vez para confirmar que si era su número verdadero. Algunas chicas suelen ser un tanto quisquillosa y ella parece ser una de esas. —Joven Iskander, ¿otra vez sonriendo solo? —Desde hace días lo hacía, y era cada que pensaba en la pelirosada—. ¿Ya desea desayunar? Le hice arepa asada con mucha mantequilla y huevitos revueltos con tomatito y cebollita como le gustan.Me gustaba mucho el acento de los paisas, hablaban mucho en diminutivo, no he podido imitarlos. Yo tengo marcado las palabras de modo firme como era costumbre en los santandereanos. Y a la rosada peligrosa se le marca mucho el acento costeño.—¡Ea Ave María! Por supuesto, pues.Luz Dary, la señora de confianza desde que mis abuelos se radicaron en Medellín, ya hacía seis años soltó la carcajada ante
No dejé de reírme, mientras él se mantuvo serio. ¿No le dio pena bajarse del carro con ese casco?—Se dice, hola.Continué riéndome. Mis abuelos también lo hicieron, él ingresó y los saludó muy amable.—Hola, Iskander.Le dio la mano al abuelo mirándolo a los ojos. Vestía de jean negro y camiseta gris, el casco era negro. Su hermanita tenía un vestido azul cielo, se veía preciosa.—Lo siento, pero no confió en que no salga herido. Hasta que no me sienta tranquilo protegeré mi cabeza. —Nos explicó a todos.—Adiós, abuelos.Mientras caminaba al auto, su hermanita lo grababa a escondidas. Al mirarme se sonrojó.—No le digas, pero se está comportando extraño.—¿Extraño?—Iskander es muy serio, nunca se ríe. Y mamá no cree que por momentos lo hace solo.Azra se sentó en el puesto de atrás, a mí me dejó de copiloto. En ese momento me percaté del reloj de Batman en su muñeca. Eso me hizo reír aún más, pero no dije las razones del nuevo ataque de risa. No tenía idea de lo que pasaba conmigo,
Llegué al hipódromo antes de la hora de la carrera. No tardé mucho en encontrarla, con ese cabello rosado, uno la identificada a metros. Me senté en las gradas, dejé el casco a un lado, más que para evitar algún golpe, era para sacarle un brillo a esos ojos tristes.Calentaba con un grupo de amigas, sonó el celular. Era mi padre. Lo he estado evadiendo porque Ezra ha pasado a mi lado todo este tiempo y si me enojaba no quería que lo viera. Puse la opción grabar y contesté.—¡Hasta que tomas la llamada!—Estaba ocupado.—¡Dile a tu madre que desista del divorcio!—Son temas de adultos, eso no es lo que sueles decir siempre. Además, si la hubieras tratado con respeto, ella estaría a tu lado.—Iskander, no me retes. Y deja esa altivez, puedo quitártela con un chasquido.—Ahora quieres desistir, porque comprendiste que en seis meses yo tendré el 70% de las acciones de la compañía y tú el treinta. Sobre ese treinta lo debes compartir con mi madre y como mamá siempre fue precavida, cada vez
Él me ponía nerviosa. Mucho en verdad. Hace un momento cuando nos alejamos de Gabriel sentí un extraño cosquilleo en la mano y un calor en el cuello. Desde ayer no he dejado de tenerlo presente, sonrió sola cada vez que lo recuerdo con el casco en su cabeza.Subimos al carro. En una amena charla de gustos deportivos supe que él era jugador de fútbol en su colegio, eso podía explicar lo desarrollado que tenía su cuerpo. Llegamos al centro comercial. Era cerca al barrio de mis abuelos; algo que le agradecí porque así me sentía más tranquila.Me dejó pagar las entradas; escogí una de acción. Espero sea buena. Con respecto a la comida, por nada del mundo permitió pagarla. Había comprado mucha; los combos con palomitas de maíz, vasos extra grandes de gaseosa, perros calientes, nachos, un paquete de papas y para completar pidió una pizza personal para cada uno.—¿Pretendes engordarme en un día?—Acabas de eliminar muchas calorías por tu competición. Debes estar hambrienta.—¿Y tú?—Yo soy t
Tenía la lengua afuera, se supone que cuento con resistencia en las piernas, pero lo tenía para un terreno lineal, nunca he sido buena con los escalones. Miré a Iskander y se veía relajado, un poco agitado, nada más.—Falta poco, floja. Apenas llevamos diez minutos.—¡No soy floja! Es que no soy amante a las escaleras. En los últimos doscientos escalones ya no me quedaba aire. Extendió su mano y otra vez me guiñó el ojo. Entrelazamos nuestras manos, él era quien hacía una fuerza de jalado. Marcó el ritmo y con tal de que no me soltara mantuve un poco la renuencia. No sé lo que sucede entre los dos, pero algo sucedía. Mi abuela anoche habló conmigo sobre las salidas con el nieto de sus amigos. Sus palabras volvieron.—¿No crees que sea malo?Acarició mi cabello. En el cine la había pasado mal y bien. Lo malo era el miedo de quedarme sola y por eso, me tocó pedir compañía, hablar con ella, menguó el susto. Pero lo que pasaba con él me tenía aún más asustado. —No hija. De hecho, lo v
No sé si hice bien traerla, espero que sí. Para mí, ella había sido ese oasis ante mis problemas familiares. Y ahora con lo de irnos del país… No sé por qué había pensado en tener algo con ella. Sin embargo, mis problemas son delicados, más no irreversibles. Solo habían pasado unas tres semanas más o menos de la muerte de su madre. Eso ya era otro nivel. Me limité a abrazarla. Estábamos en el mirador, la brisa jugaba con su cabello rosado. No me soltó, y tampoco quería hacerlo. Los minutos pasaron, no dije nada hasta que ella habló. —Gracias, Iskander. —Sin dejar de abrazarme, se apoyó en mi pecho para volver a mirar la linda vista—. Es hermoso, a mamá le gustaban estos lugares. —Lo siento. —No, era lo que necesitaba. —levantó la mirada, esos lindos ojos azul claro desbordaban lágrimas, quise limpiárselas, sin embargo, me contuve—. Tenía rabia con el de arriba, sigo estando enojada, aunque al llegar aquí se sintió bonito. Gracias. Ella me gustaba, no podía negarlo, nuestros acerca
Mi corazón latía a millón. Una centena de hormigas comenzaron a revolotear mi estómago y creo que dejé de respirar.—Emily, debes abrir la boca y sigue mis movimientos.Lo hice más por la vergüenza que acababa de pasar. Fue evidente que le di a entender; eres el primero en besarme. ¡Tierra trágame! Sin embargo, sus suaves labios me fueron guiando, la sensación fue tomando auge. Nos separamos por falta de aire, acarició mi nariz con la suya.Reanudamos el beso, poco a poco tomaba confianza ante el intercambio de fluidos, mordiscos y sutiles gemidos.» Son muy suaves tus labios pelirosada.Mi rostro lo sentí arder, y él no ayudó con su risita burlona. No le pude sostener la mirada. No debería sentir tales sensaciones de alegría. Mi mamá murió hace muy poco. —Se nos enfría el chocolate.No pude mirarlo, comimos en silencio. Tenía razón, la arepa era deliciosa. Terminé chupándome los dedos.—Te dije que era la mejor.—Tenías razón.Una empleada pasó a recoger los platos y volvimos a se