No dejé de reírme, mientras él se mantuvo serio. ¿No le dio pena bajarse del carro con ese casco?—Se dice, hola.Continué riéndome. Mis abuelos también lo hicieron, él ingresó y los saludó muy amable.—Hola, Iskander.Le dio la mano al abuelo mirándolo a los ojos. Vestía de jean negro y camiseta gris, el casco era negro. Su hermanita tenía un vestido azul cielo, se veía preciosa.—Lo siento, pero no confió en que no salga herido. Hasta que no me sienta tranquilo protegeré mi cabeza. —Nos explicó a todos.—Adiós, abuelos.Mientras caminaba al auto, su hermanita lo grababa a escondidas. Al mirarme se sonrojó.—No le digas, pero se está comportando extraño.—¿Extraño?—Iskander es muy serio, nunca se ríe. Y mamá no cree que por momentos lo hace solo.Azra se sentó en el puesto de atrás, a mí me dejó de copiloto. En ese momento me percaté del reloj de Batman en su muñeca. Eso me hizo reír aún más, pero no dije las razones del nuevo ataque de risa. No tenía idea de lo que pasaba conmigo,
Llegué al hipódromo antes de la hora de la carrera. No tardé mucho en encontrarla, con ese cabello rosado, uno la identificada a metros. Me senté en las gradas, dejé el casco a un lado, más que para evitar algún golpe, era para sacarle un brillo a esos ojos tristes.Calentaba con un grupo de amigas, sonó el celular. Era mi padre. Lo he estado evadiendo porque Ezra ha pasado a mi lado todo este tiempo y si me enojaba no quería que lo viera. Puse la opción grabar y contesté.—¡Hasta que tomas la llamada!—Estaba ocupado.—¡Dile a tu madre que desista del divorcio!—Son temas de adultos, eso no es lo que sueles decir siempre. Además, si la hubieras tratado con respeto, ella estaría a tu lado.—Iskander, no me retes. Y deja esa altivez, puedo quitártela con un chasquido.—Ahora quieres desistir, porque comprendiste que en seis meses yo tendré el 70% de las acciones de la compañía y tú el treinta. Sobre ese treinta lo debes compartir con mi madre y como mamá siempre fue precavida, cada vez
Él me ponía nerviosa. Mucho en verdad. Hace un momento cuando nos alejamos de Gabriel sentí un extraño cosquilleo en la mano y un calor en el cuello. Desde ayer no he dejado de tenerlo presente, sonrió sola cada vez que lo recuerdo con el casco en su cabeza.Subimos al carro. En una amena charla de gustos deportivos supe que él era jugador de fútbol en su colegio, eso podía explicar lo desarrollado que tenía su cuerpo. Llegamos al centro comercial. Era cerca al barrio de mis abuelos; algo que le agradecí porque así me sentía más tranquila.Me dejó pagar las entradas; escogí una de acción. Espero sea buena. Con respecto a la comida, por nada del mundo permitió pagarla. Había comprado mucha; los combos con palomitas de maíz, vasos extra grandes de gaseosa, perros calientes, nachos, un paquete de papas y para completar pidió una pizza personal para cada uno.—¿Pretendes engordarme en un día?—Acabas de eliminar muchas calorías por tu competición. Debes estar hambrienta.—¿Y tú?—Yo soy t
Tenía la lengua afuera, se supone que cuento con resistencia en las piernas, pero lo tenía para un terreno lineal, nunca he sido buena con los escalones. Miré a Iskander y se veía relajado, un poco agitado, nada más.—Falta poco, floja. Apenas llevamos diez minutos.—¡No soy floja! Es que no soy amante a las escaleras. En los últimos doscientos escalones ya no me quedaba aire. Extendió su mano y otra vez me guiñó el ojo. Entrelazamos nuestras manos, él era quien hacía una fuerza de jalado. Marcó el ritmo y con tal de que no me soltara mantuve un poco la renuencia. No sé lo que sucede entre los dos, pero algo sucedía. Mi abuela anoche habló conmigo sobre las salidas con el nieto de sus amigos. Sus palabras volvieron.—¿No crees que sea malo?Acarició mi cabello. En el cine la había pasado mal y bien. Lo malo era el miedo de quedarme sola y por eso, me tocó pedir compañía, hablar con ella, menguó el susto. Pero lo que pasaba con él me tenía aún más asustado. —No hija. De hecho, lo v
No sé si hice bien traerla, espero que sí. Para mí, ella había sido ese oasis ante mis problemas familiares. Y ahora con lo de irnos del país… No sé por qué había pensado en tener algo con ella. Sin embargo, mis problemas son delicados, más no irreversibles. Solo habían pasado unas tres semanas más o menos de la muerte de su madre. Eso ya era otro nivel. Me limité a abrazarla. Estábamos en el mirador, la brisa jugaba con su cabello rosado. No me soltó, y tampoco quería hacerlo. Los minutos pasaron, no dije nada hasta que ella habló. —Gracias, Iskander. —Sin dejar de abrazarme, se apoyó en mi pecho para volver a mirar la linda vista—. Es hermoso, a mamá le gustaban estos lugares. —Lo siento. —No, era lo que necesitaba. —levantó la mirada, esos lindos ojos azul claro desbordaban lágrimas, quise limpiárselas, sin embargo, me contuve—. Tenía rabia con el de arriba, sigo estando enojada, aunque al llegar aquí se sintió bonito. Gracias. Ella me gustaba, no podía negarlo, nuestros acerca
Mi corazón latía a millón. Una centena de hormigas comenzaron a revolotear mi estómago y creo que dejé de respirar.—Emily, debes abrir la boca y sigue mis movimientos.Lo hice más por la vergüenza que acababa de pasar. Fue evidente que le di a entender; eres el primero en besarme. ¡Tierra trágame! Sin embargo, sus suaves labios me fueron guiando, la sensación fue tomando auge. Nos separamos por falta de aire, acarició mi nariz con la suya.Reanudamos el beso, poco a poco tomaba confianza ante el intercambio de fluidos, mordiscos y sutiles gemidos.» Son muy suaves tus labios pelirosada.Mi rostro lo sentí arder, y él no ayudó con su risita burlona. No le pude sostener la mirada. No debería sentir tales sensaciones de alegría. Mi mamá murió hace muy poco. —Se nos enfría el chocolate.No pude mirarlo, comimos en silencio. Tenía razón, la arepa era deliciosa. Terminé chupándome los dedos.—Te dije que era la mejor.—Tenías razón.Una empleada pasó a recoger los platos y volvimos a se
Mi corazón latía cada vez que Iskander me besaba. La cena estuvo deliciosa, en un restaurante fino en la ciudad. Erika había escrito; hoy era la fiesta de una amiga de ella y me invitó. Pero decliné dicha reunión. Por nada del mundo me perdería el quedarme con «Mi, no es nada».Actuábamos como novios, sin embargo, tenía claro que no lo éramos. De serlo solo duraría cuatro semanas más. Sin embargo, su manera de mirarme era cautivante, misteriosa y cautivadora. Nos habíamos quedado un buen rato en el parqueadero del restaurante dentro de auto. Hablando o compartiendo silencios, otras tantas besándonos hasta quedar sin aliento.—Me gusta mucho tu cabello rosado. ¿Piensas mantenerlo?—Por ahora sí. Luché mucho para obtener el permiso de mi madre, no quería dejarme cambiar de color. Además, no es un rosado escandaloso, es un rosado lindo.—Muy lindo. ¿Qué tal es Guarne?—Un pueblo frío. El año pasado, cuando le entregaron la finca en las tardes, usábamos ruanas. Se siente más fuerte en el
Llegamos a Guarne. La finca de los Zuluaga quedaba a veinte minutos del pueblo. Todo era montañas; como todo en Antioquia. Era una finca típica de esta región. Con una arquitectura conocida como fincas cafeteras. Se veía muy hogareña con los colores vivos, con helechos en los balcones, ventanas de madera y barrotes.Ella se bajó del auto de sus abuelos, parecía estar hablando por celular. Mi abuela y hermanita también se bajaron, les ayudé con las maletas. No logro comprender cómo la abuela traía una maleta gigante para pasar máximo tres semanas. Con razón el abuelo la regañaba.La situación con mi padre seguía igual de tirante, se había calmado porque mi madre aceptó el posponer mi mandato en las empresas hasta ser un profesional, la entrega de la herencia y las compañías seguirían por unos siete años más bajo su cuidado.A pesar de lo ocurrido notaba a mamá preocupada, se veía demacrada. En un mes nos volveremos a ver, sin embargo, me preocupaba. Ahora estaba con el abuelo arregland