EthanEl bullicio era ensordecedor. Las risas, los brindis y el constante ir y venir de familiares llenaban cada rincón de la casa de mi tía Sofía. Podría haber sido un ambiente reconfortante, pero no lo era para mí. No hoy. El plan para este día siempre fue pasarlo con Alayna, pero todo había cambiado tanto que ya no era agradable.Este no era mi plan, así que no me sentía muy cómodo.Paula me arrastró por la casa como si fuera un trofeo que mostrar. Cada vez que veía a alguien que no había saludado, me empujaba hacia adelante con su entusiasmo contagioso, presentándome como si yo fuera una versión mejorada del Ethan Graham Taylor que todos conocían. —¡Mírenlo! Dos años fuera y vuelve más guapo que nunca, ¿no creen? —decía Paula mientras yo intentaba mantener una sonrisa educada. Había saludado a tantas personas que ya no podía seguirles la pista. Los primos, las tías, los tíos, incluso las parejas nuevas de algunos familiares que no recordaba haber conocido antes. Me encontré fre
EthanEl tiempo en la sala de espera no tenía sentido. No sabía si habían pasado minutos o una eternidad desde que me habían dicho que aguardara. Mi cabeza estaba baja, mis manos temblorosas descansaban sobre mis rodillas, y Blizzard estaba acurrucado a mis pies, como si también sintiera el peso de lo que estaba ocurriendo. Las luces blancas del hospital eran frías, impersonales, y el murmullo de conversaciones a mi alrededor se sentía como un ruido lejano, distante. Todo lo que podía pensar era en Alayna, en las horas que había pasado sin saber nada de ella. Cuando el médico finalmente apareció, lo vi acercarse con un paso firme pero contenido. Llevaba una bata blanca impecable, un bolígrafo en el bolsillo, y una expresión grave que no auguraba nada bueno. Me puse de pie de inmediato, con el corazón golpeando en mi pecho. —¿Ethan Graham? —preguntó el doctor con voz tranquila. —Sí. ¿Cómo está Alayna? ¿Qué le ha pasado? —Mis palabras salieron atropelladas, casi desesperadas. El mé
Morí el 17 de abril del 2031.Sí, morí, pero también viví. No sé cómo empezar a describir los últimos años de mi vida, no basta con decir que fueron buenos años, porque, en parte, eso podría ser mentira. Es decir, no todos fueron buenos, no, no me atrevo a mentir. Cada día fue una batalla, una mezcla de amor, dolor, miedo y esperanza. Y aunque ahora estoy escribiendo estas palabras desde un lugar donde ya no siento el peso de la enfermedad, mi corazón aún late con cada recuerdo de lo que dejé atrás. Recuerdo cuando todo parecía perdido, cuando el cansancio y la desesperación me consumían. Hubo días en los que me pregunté si seguir valía la pena, si había algo más allá del dolor, si rendirme era la solución, si… podía seguir intentándolo. Pero Ethan... él nunca dejó de creer en mí. Durante dos años, luchamos juntos. Él me sostuvo en los días en los que no tenía fuerzas para levantarme, ni para ser yo misma. Me recordó quién era cuando la enfermedad intentaba borrar cada parte de mí,
Ethan Graham Taylor permanecía inmóvil frente a la vitrina, su mirada fija en la colección de anillos que brillaba bajo las luces estratégicamente colocadas. Su postura recta, las manos metidas en los bolsillos del abrigo oscuro, y la expresión severa en su rostro lo hacían parecer más una estatua que un hombre en busca de algo tan íntimo como un anillo de compromiso. Sin embargo, detrás de esa apariencia impecable y controlada, su mente era un torbellino, sopesando cada detalle.A su lado, Alayna Rivers mantenía el paso con discreción. Su perfil, de una elegancia sencilla, reflejaba un profesionalismo absoluto. Era como si ella misma hubiera trazado la línea que separaba su cercanía laboral con el hombre que tenía al lado. Y, aun así, bastaba con que Ethan girara ligeramente la cabeza para que la tensión invisible que los unía se hiciera evidente.—¿Qué piensas de este? —preguntó Ethan finalmente, señalando un anillo de corte clásico.Alayna inclinó la cabeza para observar mejor. El
Ethan Graham Taylor estaba sentado en el banco de madera de la celda, la cabeza inclinada hacia adelante y las manos colgando entre las rodillas.Había un corte en uno de sus nudillos, apenas seco, que escocía bajo la presión de su propia piel. El aire en el pequeño espacio era denso, y el olor metálico de la sangre impregnaba sus sentidos. Su mente era un páramo vacío, incapaz de sostener un pensamiento coherente por más de un segundo. Solo quedaba el eco de sus propios gritos y el retumbar de sus puños contra Tadeo, como si los golpes se hubieran quedado atrapados en sus huesos. Y luego estaban las palabras. Las de Tracy. Su risa. Las miradas que compartieron. Un sonido seco lo sacó de su trance: el guardia golpeó los barrotes con la porra. —Han pagado tu fianza. Puedes salir. Alayna Rivers estaba de pie en el frío vestíbulo de la comisaría, abrazada a sí misma mientras trataba de controlar su respiración. Llevaba un abrigo delgado que no era suficiente para la nieve que caía af
Alayna Me desperté con el sabor metálico de la sangre aún en la boca. No abrí los ojos de inmediato. El aire era seco, pesado, y un pitido insistente me taladraba los oídos. Ya sabía dónde estaba antes de sentir la incomodidad de la bata del hospital o la presión del oxímetro en mi dedo. Lo sabía porque no era la primera vez. Esta vez era diferente. Había algo en mi pecho, no físico, sino un peso que no se iba. Era como si mi cuerpo y mi mente finalmente hubieran decidido rendirse al mismo tiempo. Abrí los ojos lentamente. La luz blanca del techo era agresiva, tanto que me obligó a entrecerrarlos. A mi izquierda, el monitor cardiaco seguía con su ritmo monótono, ese que siempre he odiado porque no dice nada, no grita, no advierte. Solo está ahí, como si fuera suficiente. Quise incorporarme, pero me detuve cuando el dolor en mis costillas protestó. Tosí. Fue un reflejo, pero la sensación que siguió fue un aviso cruel: esa quemazón en la garganta, ese sabor oxidado que nunca había
EthanEl club estaba lleno. La música, un ritmo pesado y constante, golpeaba como un tambor en mi pecho. La gente se movía a mi alrededor, risas, cuerpos que se rozaban, el sonido de voces que no podía distinguir. Pero no importaba. El ruido era perfecto para lo que necesitaba: un refugio donde no tuviera que pensar.La copa en mi mano estaba vacía otra vez. No recordaba cuántas llevaba esa noche, ni cuántas veces alguien había rellenado el vaso sin que yo lo pidiera. A lo lejos, vi a una mujer que me miraba. No sabía su nombre, pero tampoco me importaba.Sonrió cuando nuestras miradas se cruzaron, un gesto deducido que entendí al instante. Me incliné hacia el barman y señalé hacia ella. Pronto, una copa estaba en sus manos, y el brillo de su sonrisa creció. Esto era fácil, automático. Lo suficiente para mantener a raya el vacío que seguía aferrándose a mí.—¿Eres inglés? —preguntó ella cuando finalmente se acercó, su acento francés adornando cada palabra.—¿Lo parezco? —respondí, esb
EthanEl avión aterrizó con un leve sacudón, devolviéndome a un lugar que no veía desde hacía dos años. Miré por la ventana mientras el paisaje familiar se extendía bajo el cielo gris, cubierto por una ligera capa de nieve. Las luces de las pistas de aterrizaje brillaban como estrellas caídas, y algo en mi pecho se apretó. Había prometido volver después de Navidad, pero los días se habían convertido en semanas, y las semanas en años. Primero Ginebra, donde traté de ahogar mi dolor en fiestas interminables. Luego Nueva York, una ciudad que me dio la ilusión de movimiento, pero que no ofreció nada más. Francia fue un suspiro, una pausa breve y sin significado, y el norte de España… bueno, no hay mucho que decir sobre los lugares donde uno solo busca desaparecer. Ahora estaba de vuelta, listo para retomar lo que dejé atrás, o al menos eso quería creer. Recogí mi equipaje y caminé hacia la salida, donde un grupo de personas esperaba a sus seres queridos. Mis pasos se detuvieron por un