EthanEl viaje a casa de mis padres fue tranquilo, pero mi mente no lo estuvo en ningún momento. Manejé despacio, asegurándome de que cada curva, cada frenada, no fuera lo suficientemente brusca como para marear a Alayna. —Ethan, estoy bien —había dicho ella en un momento.—Lo sé. Pero no hay prisa. —Intenté sonar relajado mientras enviaba un mensaje rápido a mi madre, explicándole que llegaríamos un poco más tarde de lo previsto, pero que estaríamos a tiempo para la cena. —¿Estás nervioso? —preguntó Alayna, observándome con una sonrisa curiosa. —¿Yo? Para nada. Ella rio suavemente, pero no dijo nada más. Blizzard, en la parte trasera del coche, permanecía tranquilo, como si entendiera que esta noche no se trataba de él. Cuando finalmente llegamos, la gran casa de los Graham estaba iluminada con luces navideñas que bordeaban las ventanas y la puerta principal. La nieve cubría el camino y el tejado, y el calor que emanaba del interior era casi palpable. Ayudé a Alayna a salir del
AlaynaLlegué a casa con Blizzard corriendo delante de mí, su entusiasmo por estar de vuelta era casi contagioso. Me quité los zapatos en la entrada y encendí las luces, observando cómo todo el espacio se iluminaba con un brillo cálido y familiar. Había sido una noche increíble. La cena con los Graham había superado mis expectativas, y la calidez de su familia era algo que nunca habría imaginado experimentar. Su madre, Alice, era un encanto; su padre, Robert, divertido y amable, y Paula, un torbellino de energía. Todos ellos me hicieron sentir como si perteneciera a ese lugar, aunque solo por unas horas. Ethan me había dejado en casa después de despedirse con un beso suave y prometer que nos veríamos pronto. Los planes habían cambiado ligeramente: él pasaría Navidad con sus primos y tías en un gran almuerzo familiar, mientras que yo… bueno, le había dicho que iría a ver a mi padre. No era cierto. El plan inicial había sido volver a la cabaña, pero no quería interponerme entre Ethan
EthanEl bullicio era ensordecedor. Las risas, los brindis y el constante ir y venir de familiares llenaban cada rincón de la casa de mi tía Sofía. Podría haber sido un ambiente reconfortante, pero no lo era para mí. No hoy. El plan para este día siempre fue pasarlo con Alayna, pero todo había cambiado tanto que ya no era agradable.Este no era mi plan, así que no me sentía muy cómodo.Paula me arrastró por la casa como si fuera un trofeo que mostrar. Cada vez que veía a alguien que no había saludado, me empujaba hacia adelante con su entusiasmo contagioso, presentándome como si yo fuera una versión mejorada del Ethan Graham Taylor que todos conocían. —¡Mírenlo! Dos años fuera y vuelve más guapo que nunca, ¿no creen? —decía Paula mientras yo intentaba mantener una sonrisa educada. Había saludado a tantas personas que ya no podía seguirles la pista. Los primos, las tías, los tíos, incluso las parejas nuevas de algunos familiares que no recordaba haber conocido antes. Me encontré fre
EthanEl tiempo en la sala de espera no tenía sentido. No sabía si habían pasado minutos o una eternidad desde que me habían dicho que aguardara. Mi cabeza estaba baja, mis manos temblorosas descansaban sobre mis rodillas, y Blizzard estaba acurrucado a mis pies, como si también sintiera el peso de lo que estaba ocurriendo. Las luces blancas del hospital eran frías, impersonales, y el murmullo de conversaciones a mi alrededor se sentía como un ruido lejano, distante. Todo lo que podía pensar era en Alayna, en las horas que había pasado sin saber nada de ella. Cuando el médico finalmente apareció, lo vi acercarse con un paso firme pero contenido. Llevaba una bata blanca impecable, un bolígrafo en el bolsillo, y una expresión grave que no auguraba nada bueno. Me puse de pie de inmediato, con el corazón golpeando en mi pecho. —¿Ethan Graham? —preguntó el doctor con voz tranquila. —Sí. ¿Cómo está Alayna? ¿Qué le ha pasado? —Mis palabras salieron atropelladas, casi desesperadas. El mé
Morí el 17 de abril del 2031.Sí, morí, pero también viví. No sé cómo empezar a describir los últimos años de mi vida, no basta con decir que fueron buenos años, porque, en parte, eso podría ser mentira. Es decir, no todos fueron buenos, no, no me atrevo a mentir. Cada día fue una batalla, una mezcla de amor, dolor, miedo y esperanza. Y aunque ahora estoy escribiendo estas palabras desde un lugar donde ya no siento el peso de la enfermedad, mi corazón aún late con cada recuerdo de lo que dejé atrás. Recuerdo cuando todo parecía perdido, cuando el cansancio y la desesperación me consumían. Hubo días en los que me pregunté si seguir valía la pena, si había algo más allá del dolor, si rendirme era la solución, si… podía seguir intentándolo. Pero Ethan... él nunca dejó de creer en mí. Durante dos años, luchamos juntos. Él me sostuvo en los días en los que no tenía fuerzas para levantarme, ni para ser yo misma. Me recordó quién era cuando la enfermedad intentaba borrar cada parte de mí,
Ethan Graham Taylor permanecía inmóvil frente a la vitrina, su mirada fija en la colección de anillos que brillaba bajo las luces estratégicamente colocadas. Su postura recta, las manos metidas en los bolsillos del abrigo oscuro, y la expresión severa en su rostro lo hacían parecer más una estatua que un hombre en busca de algo tan íntimo como un anillo de compromiso. Sin embargo, detrás de esa apariencia impecable y controlada, su mente era un torbellino, sopesando cada detalle.A su lado, Alayna Rivers mantenía el paso con discreción. Su perfil, de una elegancia sencilla, reflejaba un profesionalismo absoluto. Era como si ella misma hubiera trazado la línea que separaba su cercanía laboral con el hombre que tenía al lado. Y, aun así, bastaba con que Ethan girara ligeramente la cabeza para que la tensión invisible que los unía se hiciera evidente.—¿Qué piensas de este? —preguntó Ethan finalmente, señalando un anillo de corte clásico.Alayna inclinó la cabeza para observar mejor. El
Ethan Graham Taylor estaba sentado en el banco de madera de la celda, la cabeza inclinada hacia adelante y las manos colgando entre las rodillas.Había un corte en uno de sus nudillos, apenas seco, que escocía bajo la presión de su propia piel. El aire en el pequeño espacio era denso, y el olor metálico de la sangre impregnaba sus sentidos. Su mente era un páramo vacío, incapaz de sostener un pensamiento coherente por más de un segundo. Solo quedaba el eco de sus propios gritos y el retumbar de sus puños contra Tadeo, como si los golpes se hubieran quedado atrapados en sus huesos. Y luego estaban las palabras. Las de Tracy. Su risa. Las miradas que compartieron. Un sonido seco lo sacó de su trance: el guardia golpeó los barrotes con la porra. —Han pagado tu fianza. Puedes salir. Alayna Rivers estaba de pie en el frío vestíbulo de la comisaría, abrazada a sí misma mientras trataba de controlar su respiración. Llevaba un abrigo delgado que no era suficiente para la nieve que caía af
Alayna Me desperté con el sabor metálico de la sangre aún en la boca. No abrí los ojos de inmediato. El aire era seco, pesado, y un pitido insistente me taladraba los oídos. Ya sabía dónde estaba antes de sentir la incomodidad de la bata del hospital o la presión del oxímetro en mi dedo. Lo sabía porque no era la primera vez. Esta vez era diferente. Había algo en mi pecho, no físico, sino un peso que no se iba. Era como si mi cuerpo y mi mente finalmente hubieran decidido rendirse al mismo tiempo. Abrí los ojos lentamente. La luz blanca del techo era agresiva, tanto que me obligó a entrecerrarlos. A mi izquierda, el monitor cardiaco seguía con su ritmo monótono, ese que siempre he odiado porque no dice nada, no grita, no advierte. Solo está ahí, como si fuera suficiente. Quise incorporarme, pero me detuve cuando el dolor en mis costillas protestó. Tosí. Fue un reflejo, pero la sensación que siguió fue un aviso cruel: esa quemazón en la garganta, ese sabor oxidado que nunca había