—Zaid, para el coche. Detente ya.
Él rió y le dio un sorbo a la botella de licor.
Se suponía que viajábamos por carretera para celebrar el cumpleaños de mi novio, pero hasta ahora solo discutíamos, y romper parecía ser lo único que quedaba. Sin embargo, yo no quería, no estaba lista.
—¿No crees que es suficiente? Ya no quiero discutir, Cyra.
Sintiendo un picor en los ojos y unas increíbles ganas de llorar, frené la discusión y miré por la ventanilla del coche. Era más de medianoche y fuera había una gran luna llena en el cielo nocturno, era brillante y enorme. Exhalé con una esfera de pena en la garganta y desplacé los ojos al oscuro bosque al costado de la carretera.
Pero al ver esos árboles sin forma, todo comenzó a cambiar. Primero vi una gran sombra aproximarse desde un costado de la ruta, corría veloz y en dirección a la carretera. Directo hacia nosotros.
Mientras tanto, tras la primera sombra emergieron repentinamente del bosque otras 3, eran figuras grandes que corrían a 4 patas. ¿Se trataban de animales salvajes? Sea como sea, también fueron en dirección a la ruta.
En un microsegundo supe lo que ocurriría si no nos deteníamos. Con alarma me volví hacia Zaid y golpeé el tablero del coche con desesperación.
—¡Para, para ya! ¡Para el coche, Zaid! ¡Detente ahora!
Esta vez me escuchó, rápidamente pisó el freno y giró el volante. Aunque, fue demasiado tarde, el auto iba muy rápido y la primera figura golpeó el frente. El impacto estremeció todo el interior y se escuchó la carrocería romperse. Me escuché gritar en medio del caos.
Apenas un segundo después, la fuerza del golpe hizo girar el coche sobre sí mismo. Los cristales estallaron en miles de pedazos entre un giro y otro, algunos me arañaron la cara, mientras el coche daba vueltas de campana. Escuché los gritos de Zaid, tan fuertes y aterrados como los míos.
Pero antes de poder verlo, el cinturón de seguridad estalló en pedazos y tras sentir el pinchazo de un trozo de cristal rozar mi costado, salí disparada fuera del coche. Dejé de gritar y me perdí por completo cuando caí sobre el duro asfalto, rodando entre vidrios rotos.De cara al suelo, dejé de escuchar y sentir, todos mis sentidos desaparecieron. Me sumí en la inconciencia. No supe nada ni vi nada, solo una basta oscuridad sin dolor o miedo.Sin embargo, esa paz duro poco. Lentamente comencé a volver en mí, primero abrí los parpados. Y lo primero que vi fue el destrozado coche, ardiendo en la noche a varios metros de mí, con las llantas derretidas apuntando al cielo estrellado.Luego escuché el sonido del fuego, acompañado del crujir del metal quemándose y los últimos cristales estallando. Olí el olor a quemado en el aire...Mi novio, pensé saliendo de mi estupor. Zaid.No lo pensé, solo reaccioné y lo llamé a gritos.—¡Zaid! ¡Zaid, ¿dónde estás?!Grité a todo pulmón, preocupada por él más que por mí.—¡Por favor, Zaid! ¡Responde, Zaid! ¡Zaid!En ese punto y luego de tanto gritar, apareció el dolor, ardió primero en mi garganta, pero no fue nada en comparación a lo siguiente. Cuando intenté levantarme para ir en busca de mi novio, aullé de dolor y volví al suelo.Me llevé una mano al costado, sintiendo como si mi alma estuviese escapando por allí. Al tocar mi piel, noté mi camiseta rota, llena de sangre y... Palidecí. Había un gran trozo de cristal perforando mi abdomen.Como pude, me recosté boca arriba, y presioné la herida, pero sin tocar el cristal. Miré las estrellas, nítidas y brillantes. ¿Iba a morir sola en esa desolada carretera? ¿Y Zaid...? ¿Él... estaba vivo? ¿Ambos moriríamos allí?Noté las lágrimas acumularse en mi garganta, estrujando mi pecho. No quería morir. No sola y así.—Zaid... —dije cerrando los parpados.A pesar de mis intentos por contenerla, la sangre no dejaba de fluir fuera de mi cuerpo, drenándome la vida. Pronto todas mis fuerzas se acabarían, y entonces sería mi fin.—Por favor, Zaid, ayúdame —le rogué, pálida y débil—. No te vayas aún.Durante un rato, no obtuve respuesta, solo un silencio más allá de las llamas consumiendo mi coche.—Por favor, alguien... —supliqué con la voz rota y cansada, agotando toda esperanza—. Sí hay alguien... le suplico que me ayude. No quiero... morir sola.Tal como esperaba, nadie contestó. Pero, justo cuando me rendí y toda fuerza dejó mi cuerpo, escuché a alguien aproximarse. Oí el crujir de los cristales bajo sus pisadas, se acercó lento y cuidadoso. Y solo cuando se detuvo a un paso de mi cabeza, logré entreabrir la mirada. De pie cerca de mí, había un hombre. Su rostro fue difuso al principio, pero luego se volvió nítido.Aunque estaba muriendo, exhalé débilmente con sorpresa. A pesar de ser de noche, pude ver que ese hombre conmigo no era Zaid, sino alguien completamente diferente. A través de las penumbras, vi que era alto y fornido bajo un abrigo largo, sus cabellos eran castaños, largos y rizados.Y sus ojos, sus ojos eran grises, agudos y hostiles.—¿Quién...?—Lo lamento, pero no voy a ayudarte —dijo con una vibrante voz grave—. Tendrás que morir. No puedo hacer nada por ti.Hubiese fruncido el ceño, pero ya no tenía energía para nada. Solo seguí respirando por la boca, sintiendo como sí cada exhalación fuese la última. Mi piel estaba helada, pero sudaba frio.—¿Por...? ¿Por qué... no?Sus ojos se deslizaron hasta mi costado sangrante, meneó la cabeza con sutileza al ver la herida y el trozo de cristal incrustado en ella.—Lo siento, pero como te dije, no puedo ayudarte. Ya nos involucramos demasiado en esto, y hacerlo de nuevo al ayudarte, podría resultar peor.Poco a poco, mi mirada comenzó a perder agudez. Comencé a verlo difuso, a través de una ventanilla empañada por el frio.—Yo no puedo salvarte, esto es todo para ti —negó y se dio la vuelta—. Lamento que haya resultado así para ti, humana. Créeme, morir aquí es mejor.Lo escuché comenzar a alejarse, dejándome atrás para morir sola. Solo entonces, con la muerte sobre mí, logré sacar energía de mi fuerza de voluntad para girar sobre mí misma y sujetar con los dedos el borde de su largo abrigo.Se detuvo al sentir mi agarre. Yo ignoré el dolor que me invadía y con el rostro sudando frío, alcé los ojos hacía él. Su expresión estaba en penumbras debido a la noche.—Te lo ruego, ayúdame —le supliqué con la poca energía que me restaba—. Por favor... no te vayas. No... no quiero morir sola aquí. Me asusta... ¡Por favor... ayudame!El hombre me miró sobre el hombro, pero yo no podía ver su expresión.—Sí te salvo, ¿lidiarás con las consecuencias de tu elección? Para ti, vivir podría ser peor que morir aquí.No entendía qué significaba todo eso. Solo quería vivir, lo deseaba desesperadamente. Apreté el doblez de su abrigo con mis escasas fuerzas.—Te lo suplico, por favor... ¡Ayúdame! No dejes que... yo muera así.Luego de unos segundos, abrió los labios y dijo algo. Sin embargo, yo no pude oír su respuesta. En ese momento mis dedos perdieron su poca fuerza y mi visión comenzó a oscurecerse de nuevo.En el fondo, nunca creí que me suplica tendría efecto en ese hombre. Y más tarde, me arrepentiría por haberle rogado devolverme mi vida, pues a cambio, me arrebataría mucho más.Entreabrí los parpados, con los sentidos aturdidos. Sobre mi cabeza, había un techo blanco y una lampara cegadora. Escuchaba un pitido en los oídos y sobre él, el bib bib de un monitor cardiaco, y más allá, una conversación. Era sobre mí. —¿Un accidente de auto? —inquirió una voz de mujer—. ¿Usted es pareja de la paciente? Y una grave voz masculina dio una respuesta rotunda: —No. No somos nada. —Entonces tendré que informar a la policía... Escuché una irritada maldición. —Solo ayúdela en silencio. A cambio, le pagaré lo suficiente, lo que valga su discreción. Hubo un momento de silencio y tensión tras su propuesta. Yo parpadeé lento, sin poder moverme. Ya no sentía dolor, pero aun podía sentir que me vida escapaba. —En ese caso, necesitaré de su ayuda —accedió la mujer, una doctora—. Por fortuna para la paciente, el cristal no perforó un órgano, pero sí está perdiendo mucha sangre. Podría morir desangrada, necesitará una transfusión. Sobre mi rostro, había una mascarilla de o
Abrí los ojos y me encontré sola en la habitación de esa clínica. Pensé que toda la conversación de esa noche anterior había sido irreal, producto de mi alta fiebre. Sí, Tarren no existe. Me convencí, aun agotada. Y sí existe, no es un lobo. Los hombres lobos no son seres reales, ¡son un absurdo mito arcaico!Con debilidad toqué mi costado con una mano. Allí, donde el trozo de cristal había perforado mi piel, había un vendaje. Aun sentía un ligero dolor, pero era nada en comparación a lo que había sufrido horas antes. Exhalando en la mascarilla, miré entrar a la doctora. Ella sonrió al verme despierta. —Felicidades, señorita, logró sobrevivir. Debió ser un horrible accidente. Acercándose, revisó mis reflejos y estudió el vendaje. Luego suspiró y asintió, satisfecha. —Todo está bien. Ahora descansé. Sé quedará aquí unos días, hasta que se recupere. Luego usted y su novio podrán irse. ¿Novio? Automáticamente recordé a Zaid. Habíamos discutido, y planteado terminar nuestra relació
“... En este mundo, el amor conecta a los humanos, a las parejas. Pero, más allá, en mi mundo, el intercambio de sangre es lo que marca la unión entre un hombre lobo y su mujer...” Apreté los dientes, sintiendo el filo del cuchillo en mi piel, la punta de la hoja presionando poco a poco. Dolorosamente lento. —¡¿Te atreves a amenazar la vida de tu Alfa?! —estalló el hombre que me había llevado hasta allí, con sus grises ojos refulgiendo en ira—. ¡Agudiza tus sentidos, Makya! ¡Ella tiene mi sangre, es mi Luna, y su vida es la mía! En cuanto Tarren dijo todo esto, la hoja del cuchillo se alejó de mi piel. La mujer detrás de mí me soltó, como sí yo la quemará. Mientras ella apretaba los puños a los costados, yo me dirigí hacia el único lugar seguro allí, hacía el Alfa. Él me empujó detrás suyo, manteniéndome a resguardo de esa chica. —Es una Luna, Mi Luna —enfatizó—. No puedes amenazar su vida, Makya. Hacerlo sería desafiarme. Ella apretó el cuchillo en su mano, y además de furia, v
“A pesar de ser humana, mi Luna me dará descendientes. Puedo jurarles qué pasará. Cyra Dane, mi Luna, me dará herederos. Y lo hará pronto”. ¿Hijos? ¿Por qué decía algo así? ¿Era la única forma de mantenerme a salvo? Sentí la sangre subir hacía mi rostro, llenándome de vergüenza. —¿Tan seguro está de qué su Luna humana podrá darle hijos, Alfa? —la voz de Víctor estaba cargada de escepticismo—. Humanos y hombres lobo no pueden procrear, es imposible, y lo sabe. ¿Por qué asegurar que ocurrirá? Todos asintieron, de acuerdo con él. Pero Tarren mantuvo su rostro serio, impasible, y repitió: —Les puedo prometer que esta mujer humana dará a luz a mis descendientes —su mano apretó la mía frente a todos, hasta que ellos vieron el antiguo y valioso anillo que él mismo había puesto en mi dedo—. ¿Creen que no sé lo importante que es mi linaje como Alfa? No hace falta que se preocupen por mí, ni por mi Luna. Así que dejen de amenazar su vida. Mientras todos susurraban la imposible promesa de s
Temblé en el suelo, cuando Tarren se me aproximó y me olisqueó una vez. Apreté los labios, con esas fauces afiladas a un centímetro de mi rostro. Cerré los ojos y me estremecí al oírlo emitir un amenazante gruñido gutural. ¿Iba a matarme él mismo? ¿Planeaba desgarrarme la garganta allí mismo? —Por favor, no lo hagas. Lo siento... Asustada como nunca, esperé mi muerte. Sin embargo, él no me atacó. Después de oler mi aroma, se alejó y miró a uno de los 5 lobos que me rodeaban. Se trataba de un lobo más pequeño que el resto, de pelaje castaño y ojos claros. Después de intercambiar una mirada lobuna con su Alfa, ese lobo se internó entre los árboles. Cuando volvió a salir, vi que se trataba de Makya. Sin decirme nada, se acercó y me tomó del brazo. Me hizo levantarme del fangoso suelo, y bajó la lluvia tiró de mí lejos del muro, en dirección a la fortaleza. El resto de los lobos nos dejaron pasar, perdiéndose entre el denso bosque. Al verme arrastrada de nuevo a es peligroso lugar, f
Durante la fiebre y la noche, soñé con mi novio muerto. Miré a Zaid en nuestros primeros días de novios, cuando era dulce y estaba totalmente enamorado de mí, como yo de él. En mi sueño, él usaba su uniforme de preparatoria y con mi mano en la suya, me sonreía entre miradas repletas de felicidad, contagiándome su ánimo y llevándome a creer que ese sentimiento nos uniría toda la vida. Que siempre nos gustaríamos, y que nada cambiaría. Pero luego, ese sueño se volvió un remolino grisáceo y se trasformó en algo más, en nuestros últimos momentos juntos, instantes antes del accidente, cuando ya no había nada entre los dos, solo rutina y traición. En sueños, volví a revivir ese trauma, cuando todo se desmoronó y cambió: “Había sido humillante, más que humillante, algo denigrante. Pero a él no le importaba. —Vamos, Cyra, no exageres. Solo fue un juego, nada más. Toqué la etiqueta de la botella de vino con los dedos, a la vez que mis labios se fruncían en una mueca. Entre las piernas
Abrí los ojos bajos las sábanas, mirando la luz del día traspasar la tela. Suspiré despacio, llevando ambas manos a mi pecho desnudo, notando todo mi cuerpo expuesto, solo cubierto por las finas sábanas. ¿Qué había sucedido durante la noche? Con pesar me recordé despertando de golpe a mitad de la noche, y a Tarren entrando a la habitación apresuradamente, solo para verme sentada sobre la cama, ardiendo en fiebre y desnuda... Apreté los muslos y cerré los parpados. El resto de la historia vino con facilidad a mi cabeza, y me hizo sentir demasiado avergonzada. Nos habíamos besado, le había dejado tocarme, colocarse sobre mí... Y seguramente... —No te hice nada —dijo su voz repentinamente, sobresaltándome—. Nunca me atrevería a acostarme con una mujer enferma, como tú lo estabas anoche. Me ruboricé un poco, mientras me asomaba más allá de las sábanas y miraba en torno, solo para encontrarlo sentado al borde de la cama. Tarren exhaló, mirándome con el ceño fruncido. —¿Creíste que
“... ¡¿Te atreves a amenazar la vida de tu Alfa?! ¡Agudiza tus sentidos, Makya! ¡Ella tiene mi sangre, es mi Luna, y su vida es la mía! …” Abrí los parpados levemente y expiré lento, aturdida. A mi lado Makya tenía una aguja en la mano y una mascarilla en el rostro. Al verme despertar, apareció Tarren y se inclinó sobre mí con expresión angustiada. —¿Cómo te sientes, Cyra? Te desmayaste un momento y... perdiste un poco de sangre —dijo tomando mi mano entre las suyas—. Makya cambió los puntos de sutura y ya estás bien. Sin abrir los labios, me limité a mirar a la chica detrás de él. Tras su mascarilla, ella me lanzó una mirada casi amenazante y seria. Lo que había dicho en el salón, ¿era verdad? Todo eso sobre el pacto de sangre y la muerte de Tarren, ¿era real? ¿Realmente su vida dependía de la mía? Sí, debía ser verdad. La misma Makya a mi llegada lo había insinuado, pero yo no lo había visto: “... ¡¿Cómo pudo anclar su vida a la de una mujer humana?! ¡Ella nunca podrá corr