¿QUÉ HAY MÁS ALLÁ DE TI?

Abrí los ojos y me encontré sola en la habitación de esa clínica. Pensé que toda la conversación de esa noche anterior había sido irreal, producto de mi alta fiebre.

Sí, Tarren no existe. Me convencí, aun agotada. Y sí existe, no es un lobo. Los hombres lobos no son seres reales, ¡son un absurdo mito arcaico!

Con debilidad toqué mi costado con una mano. Allí, donde el trozo de cristal había perforado mi piel, había un vendaje. Aun sentía un ligero dolor, pero era nada en comparación a lo que había sufrido horas antes.

Exhalando en la mascarilla, miré entrar a la doctora. Ella sonrió al verme despierta.

—Felicidades, señorita, logró sobrevivir. Debió ser un horrible accidente.

Acercándose, revisó mis reflejos y estudió el vendaje. Luego suspiró y asintió, satisfecha.

—Todo está bien. Ahora descansé. Sé quedará aquí unos días, hasta que se recupere. Luego usted y su novio podrán irse.

¿Novio? Automáticamente recordé a Zaid. Habíamos discutido, y planteado terminar nuestra relación, había ocurrido el accidente, la aparición de esas bestias desde el bosque, corriendo hacia nuestro auto...

Y el impacto. ¿Él realmente estaba muerto? Cerré los ojos y lloré en silencio. Habíamos sido novios por 5 años, desde que yo tenía 15 años, hasta la actualidad, cuando estaba a punto de cumplir 20 años.

Durante los próximos 5 días, seguí convenciéndome de que ese hombre no existía en la realidad, me autoengañé, y él no se presentó ni una vez. No lo vi durante mi recuperación, tampoco escuché de él. Solo de vez en cuando, recordaba su voz grave y profunda pronunciando las palabras: Lobos, manada, Alfa y Luna.

¿Qué era una Luna? Nunca había escuchado de ello.

Sin embargo, el último día de mi recuperación, todo eso revivió de golpe y se volvió una realidad. Esa mañana, cuando desperté, encontré a Tarren de pie al lado de mi cama.

Era exactamente como lo recordaba de esa noche; todo su rostro, su cabello, y sus ojos: grises y hostiles, penetrantes y demandantes.

En un segundo me senté en la cama y me pegué a la cabecera, lo más lejos posible de él. Reprimí una mueca, sintiendo la herida en mi costado.

—¿Qué haces aquí? —mascullé, ocultando el miedo que me inspiraba.

Sin alterarse, él apoyó una mano en la cama y se inclinó hacia mí. Inspiró hondo, con su rostro muy cerca del mío.

—¿Que por qué estoy aquí? Humana, ¿has olvidado nuestra conversación? —musitó cerca de mi oído, provocándome escalofríos—. Te dije que vendrías conmigo y vivirías como mi Luna.

Sentí como mi interior se paralizaba. ¿Todo había sido real?

—Yo... no puedo ir contigo —murmuré con los ojos clavados en mis piernas—. Mi vida completa... está aquí.

Él suspiró contra mi piel. Y sentí como esbozaba una leve sonrisa nada amigable.

—También te dije que no tienes opción. Recuérdalo, tú elegiste vivir, y vivirás así.

Cerré los ojos, aterrada hasta los huesos. ¿Qué había hecho? ¿Le había vendido mi alma al diablo?

—Por favor...

Pero irguiéndose repentinamente, me cortó y dijo:

—Levántate ahora y prepárate.

Colocó sobre la cama una mochila negra, llena de cosas.

—Te espero afuera, y ni se te ocurra tratar de huir, porque te encontraré, aunque te ocultes bajo tierra.

Aun cuando salió de la habitación, yo tardé un momento en reaccionar y recuperar el dominio de mi cuerpo. Me llevé ambas manos al negro cabello y oculté el rostro entre las piernas. ¿No había escape? ¿Ese era el precio por vivir?

Luego de algunos minutos, salí de la cama y con resignación abrí la maleta. Dentro había ropa y zapatos, o más bien, solo un largo vestido de satín rojo y unos altos tacones de aguja color plata.

Cuando logré vestirme, tomé del fondo de la maleta un anillo. Parecía antiguo, pero era muy hermoso. La sortija era de oro, pero estaba adornada con pequeños diamantes, y en el centro, una piedra de circón azul oscuro que parecía una estrella. Y a cada costado de la estrella, había una media luna hecha de plata.

Tragué fuerte y me puse el anillo. Me quedó a la perfección.

Cuando terminé, tomé la maleta y salí de la habitación. Recé porque afuera no hubiera nadie, pero no funcionó. Al salir de la clínica, él estaba allí, esperándome como había prometido. Usaba un sofisticado abrigo y, delante de él, nos esperaba un elegante coche negro clásico.

Al verme aparecer, se giró y me observó un momento. Luego meneó la cabeza y se acercó, me quitó la maleta de las manos.

Yo evité retroceder y cerrar los ojos cuando de repente alzó una mano en mi dirección, pero él solo me acomodó el cabello. Lo colocó cuidadosamente sobre mi hombro, y pasó los dedos por él una vez.

—Bajo esos escombros y cubierta de sangre, no parecías nada bonita —con un dedo rozó mi boca, separando un poco mis labios—. Pero, ahora debo aceptar que eres atractiva, más de lo que hubiese imaginado.

Contuve el aliento. ¿Realmente ese hombre era un lobo, un Alfa? Lo aceptaba, era guapo, más que un humano. Aunque, aun así...

—Dime cuál es tu nombre.

Inspiré, como sí decirle mi nombre fuese otra condena.

—Cyra... Dane —le dije—. Me llamó Cyra Dane. Y tengo casi 20 años.

Después de pensarlo un poco, Tarren asintió y tomó mi mano. Bajando la vista, miró el anillo en ella. Esbozó algo parecido a una sonrisa, o quizás era más bien una mueca.

—Cyra, ya veo. Es un nombre único, incluso entre los míos.

No dije nada. Su tacto no me inspiraba repudió, pero tampoco me gustaba.

—Este anillo... Nunca pensé que una humana llegaría a usar una joya hecha solo para Lunas, para lobas, y menos a causa mía.

Al alzar los ojos, vi que, como yo, él tampoco me quería a su lado.

—No lo hagas —le supliqué nuevamente, zafando mi mano de la suya y dando un paso atrás—. Por favor, no...

—A partir de ahora, mantén este anillo siempre en tu dedo —ordenó, cortándome en seco—. Para ti, es equivalente a un anillo de matrimonio.

Sentí la garganta seca y bajé la vista a mi mano. ¿Equivalente a un anillo de matrimonio?

—¿Eso significa que nosotros...?

Meneó la cabeza y apoyando una mano en mi espalda baja, me empujó hacia el coche. Abrió la puerta y me hizo entrar a la fuerza. Y antes de que yo pudiera salir de nuevo, me cerró la puerta en la cara y puso el seguro.

—¡No, no lo hagas! —golpeé el cristal con los puños—. ¡Espera...!

Ignorándome, tocó el cristal del conductor. Solo entonces me percaté del chico delante de mí.

—Llévala y cruza la frontera con ella. Yo los esperaré más allá.

El chico asintió.

—Si, Alfa.

Él asintió y me miró a través del cristal tintado. Con las manos en la ventanilla, observé sus ojos, tan distintos a los míos.

—Ten cuidado y procura protegerla —agregó, mirando las lágrimas en mis ojos—. No olvides que ahora en una Luna. Su vida está conectada a la mía.

Él chico movió la cabeza en un sí y él se alejó un poco. Inmediatamente mi conductor encendió el motor y se puso en marcha. Llena de pánico, miré como cruzábamos las vacías calles, y como ese hombre se quedaba atrás, observando cómo nos alejábamos.

Cuando lo perdí de vista, exhalé y reprimiendo el llanto, miré al conductor.

—Para el coche.

No respondió, ni siquiera volteó.

—¡Te he dicho que detengas el maldito auto! —le exigí, tirando inútilmente de la manija—. ¡Para el coche, no puedes llevarme contigo a la fuerza!

Alarmado, me miró por el espejo retrovisor. Cuando conectamos miradas, vi con sorpresa unos suaves ojos color miel, dóciles y limpios.

—No puedo hacerlo. Debo llevarla o el Alfa me matará.

Apreté los puños, mirando como nos internábamos en una vacía carretera en medio de las frías montañas.

—¿A dónde debes llevarme? —pregunté, ahogando mis miedos.

—Más allá de la frontera.

No entendía de qué hablaba, pero no importaba. Debía aprovechar que él no estaba allí para escapar.

—Por favor, déjame ir. Si lo haces, prometo desaparecer.

Él sacudió la cabeza y señaló a un costado de la carretera, más allá de los tupidos árboles. Solo entonces, cuando seguí su gesto y miré entre la maleza, fue que creí completamente en que la vida tal cual la conocía había terminado. Pues más allá de los espesos pinos, muy lejos de la ruta, entre los árboles y las sombras, se alcanzaba a ver una oscura figura descomunal corriendo a la par del coche.

Mi respiración se detuvo un momento, mientras mis ojos seguían la sombra oscura de esa bestia. Tarren nos estaba siguiendo.

Realmente existen, me dije, aun sin dar crédito a lo que veía. Los lobos existen. Los hombres capaces de transformarse en bestias. Todo eso es real.

—¿Lo ve? Es imposible aceptar su trato. El Alfa la vigila. No puede irse, Luna. 

Mis manos temblaron en mi regazo y apenas pude tragar saliva. Después de eso, dejé de insistir, solo permanecí sentada y en silencio. Más tarde, la figura más allá del bosque desapareció, se perdió entre la profundidad de los árboles.

Y unas horas más tarde, después de internarnos más allá de lo que creí posible, vi de nuevo al Alfa. Pero ya no cómo bestia, sino como hombre.

El coche se detuvo al límite de la carretera, donde ya no había asfalto, solo una descuidada carretera de finas rocas. A cada costado de la ruta, había una especie de muro de más de 4 metros de altura, hecho de solido granito gris. El muro no tenía ranuras o grietas, solo una perfecta y enorme pared lisa.

Abriendo la puerta, el Alfa me tomó de un brazo y me hizo salir del coche. El chico también salió y después de intercambiar una mirada con su líder, entró en el bosque.

—En cuanto cruces ese muro, todos sabrán acerca de ti —me dijo, apretándome el brazo—. Y seguramente provocarás un lio. Tu existencia ya es un lio.

Le oculté mi miedo y repliqué:

—Entonces reconsidéralo y déjame volver...

—No puedes. No siendo mi Luna.

Exasperada, apreté los dientes.

—¡No soy una m*****a Luna! ¡No lo soy!

Acercándose más, apoyó una mano en mi nuca. Y aunque me opuse, sin esfuerzo atrajo mi rostro hacia el suyo.

—Lo eres, eres una Luna —replicó, casi besándome—. En cuando mi sangre pasó a tu cuerpo, te convertiste en una.

—No te conozco. Solo sé lo peor de ti.

Ante mi tono, su agarré se aflojó y cuando apartó la vista para mirar ese gran muro frente a nosotros, yo aproveché para liberarme.

—¡¿Por qué no puedes dejarme volver?! —le pregunté retrocediendo.

Sin escucharme, él se acercó al muro con el ceño fruncido. Y luego de un segundo de mortal silencio, abrió mucho los ojos y se volvió hacia mí con rapidez. Pero fue demasiado tarde, pues en ese momento sentí algo afilado rozar mi cuello.

—¡Cyra! —exclamó él.

Y tras de mí, una lenta exhalación siseante.

—Veo que volvió rápido, Alfa —dijo en mi oído una fina pero amenazante voz de mujer—. Pero, ¿dónde está el desertor al que fue a cazar?

Él apretó los dientes y estrechó los ojos. Miró a la mujer detrás mío con los mismos ojos con lo que me había visto a mí esa noche en la que me confesó quién era.

—Más importante, Alfa Lex . ¿Por qué trajo a una humana consigo? Sabes mejor que nadie lo que nuestras leyes prohíben, Tarren.

Para enfatizar su punto, apretó su cuchillo contra mi garganta, hasta que emití un quejido. Al ver lo que ella hacía, la mirada de Tarren se agudizó, tornándose afilada y poderosa. Nunca en mi vida había visto una expresión tan dominante y autoritaria en los ojos de un humano.

—¡¿Te atreves a amenazar la vida de tu Alfa?! —estalló, con sus grises ojos refulgiendo en ira—. ¡Agudiza tus sentidos, Makya! ¡Ella tiene mi sangre, es mi Luna, y su vida es la mía!

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