SOLO SI VIVES

Entreabrí los parpados, con los sentidos aturdidos. Sobre mi cabeza, había un techo blanco y una lampara cegadora. Escuchaba un pitido en los oídos y sobre él, el bib bib de un monitor cardiaco, y más allá, una conversación. Era sobre mí.

—¿Un accidente de auto? —inquirió una voz de mujer—. ¿Usted es pareja de la paciente?

Y una grave voz masculina dio una respuesta rotunda:

—No. No somos nada.

—Entonces tendré que informar a la policía...

Escuché una irritada maldición.

—Solo ayúdela en silencio. A cambio, le pagaré lo suficiente, lo que valga su discreción.

Hubo un momento de silencio y tensión tras su propuesta. Yo parpadeé lento, sin poder moverme. Ya no sentía dolor, pero aun podía sentir que me vida escapaba.

—En ese caso, necesitaré de su ayuda —accedió la mujer, una doctora—. Por fortuna para la paciente, el cristal no perforó un órgano, pero sí está perdiendo mucha sangre. Podría morir desangrada, necesitará una transfusión.

Sobre mi rostro, había una mascarilla de oxígeno. Aun así, fui capaz de ver la sombra de ese hombre a los pies de la cama. ¿Me había ayudado llevándome a un hospital? ¿Cómo?

A pesar de mi visión difusa, esta vez pude verlo con mayor claridad. Vi su castaño cabello rizado, la piel tostada, su gran altura de casi dos metros; y, sobre todo, esta vez fui capaz de ver bien su rostro. Para mi sorpresa, era joven, solo unos años mayor que yo. Y era muy apuesto, de cejas marcadas y pestañas gruesas, labios carnosos y rostro cuadrado. Todos sus rasgos eran suaves y casi hermosos, excepto sus ojos. Era de un precioso color gris intenso, pero en ellos había una solidez e inexpresión que nunca había visto.

Para empezar, ¿quién era él? ¿Un conductor que presenció el accidente?

—¿Una trasfusión de sangre? ¿Qué problema hay con eso?

La doctora se aclaró la garganta.

—Esto es una clínica. No tenemos sangre de donadores. Pero sí usted está dispuesto...

Fue rápida la manera en que negó.

—Es imposible. Yo no puedo donarle —dijo de forma rotunda.

Exhalé en la mascarilla, mareada y débil. Entonces, ¿al final sí iba a morir? ¿Y todo por la mezquindad de ese apuesto extraño?

—Escuche, joven, si no lo hace, ella morirá. Sí acaso son compatibles, ella podría vivir.

Solo en ese momento, él trasladó su grisácea mirada hacia mí, y para su molestia, se topó con la mía. Nos sostuvimos la mirada con intensidad, y si no hubiese estado al borde de la muerte, me habría sonrojado. Sí, era muy guapo. El hombre más guapo que en mi vida había visto.

—Sí le doy mi sangre, realmente me habré equivocado —dijo acercándose a mi lado, solo para verme mejor—. No puedo involucrarme con ella así, sería un problema, pero...

Cerró los ojos un momento, luchando consigo mismo. En medio de mi agonía, me pregunté por qué se negaba. ¿Por qué no quería donarme un maldito litro de su sangre? ¿Acaso tenía sida?

Con gran trabajo, estiré los dedos y rocé el dorso de su mano en una última suplica silenciosa. Su piel era suave y cálida. Y yo quería vivir.

Él respondió a mi tacto abriendo los párpados, me observó con leve sorpresa. Y poco a poco vi formarse la resolución en el fondo de su tormentosa mirada grisácea.

—Está bien. Seré su donante —accedió a regañadientes, sin dejar de verme.

Inhalé profundo, aliviada.

—Perfecto. Solo necesito hacer unos exámenes para saber si serán compatibles...

—No es necesario. Créame, tenemos el mismo tipo de sangre.

La doctora vaciló un momento, luego se apresuró a preparar todo. En pocos minutos, lo hizo sentarse en la cama vecina y tras pincharle un brazo, comenzó a llenar una bolsa con su sangre.

Después de un momento, cuando ella se marchó y nos dejó a solas, me esforcé por preguntar:

—El chico que... estaba conmigo en el auto, ¿dónde... está?

Lo vi apretar la mandíbula con renuencia. Y lo que respondió, me partió el alma.

—Murió. No había nadie vivo, aparte de ti.

Con la mirada perdida por el dolor, miré el flujo de su sangre entrar a mi cuerpo a través de un tubo y una intravenosa. Él me estaba salvando de la muerte, yo iba a vivir, pero Zaid no. Se había ido para siempre.

Al final, realmente habíamos terminado.

—Lo siento —dijo al ver cómo algunas lágrimas se deslizaban por mi rostro.

Algo aturdida, lo miré. Era apuesto, un extraño hombre que, tras aparecer en lugar de mi novio, me había hecho suplicarle para que me salvara la vida.

Entre nosotros, nuestros brazos estirados casi se tocaban por los dedos. Ver sus rasgos casi perfectos en ese rostro glorioso, carente de sincera empatía, me hizo recordar el accidente: mi discusión con Zaid, la figura enorme acercándose desde un costado de la ruta, el impacto de su cuerpo contra el coche, los gritos, las vueltas de campana, los vidrios estallando, y el fuego.

A decir verdad, ahora que lo pensaba bien, no me había desmayado tanto tiempo luego del accidente. Y no había escuchado a ningún otro coche acercarse. Entonces, ¿qué había sobre él?

—Tú... ¿Quién eres?

Él hizo un leve gesto, y no contestó. Más allá de mi agonía, su silencio me inquieto todavía más.

—¿Qué... hacías en esa solitaria ruta? —insistí, con un agudo instinto despertando desde el fondo de mi ser—. Dime... quién eres...

De nuevo silencio, solo una mirada fija y seria. Con inquietud me llevé una mano al rostro e intenté quitarme la mascarilla. Al ver lo que trataba de hacer, él se levantó de su cama y colocó su mano sobre la mía.

Negó suave, pero rotundamente.

—Yo me llamo Tarren Lex. Y tú me pediste salvarte, y eso es lo que hago. Lo que suceda contigo después, solo serán las consecuencias de tu decisión.

Fruncí el ceño, mirándolo con otros ojos. Él no era un salvador, algo me lo decía. Había algo mal en ese guapo chico, algo que despertaba las alarmas en todo mi ser.

—¿Qué significa? —musité con el alma en un hilo.

Tarren alejó mi mano de la mascarilla, y frente a mi mirada, entrelazó nuestros dedos. Su mano era grande y sus dedos largos, además, parecía ser muy fuerte.

A pesar de mi débil condición, se me erizó la piel cuando me tocó. ¿Era miedo? ¿Por qué?

—Dime, humana. ¿Sabes algo sobre aquellos hombres que, tras una metamorfosis, se transforman en bestias?

Inhalé hondo en la mascarilla, mirando esos ojos, grises y demandantes. Eran el reflejo de una tormenta, oscura y amenazante, justo sobre mí.

—Seguro crees que son leyendas, mitos absurdos —agregó con su mano aun sujetando la mía—. Y creer eso hubiese sido lo mejor para ti, que todo mundo pensara que falleciste en un accidente, luego de que tu coche fuera golpeado por algún oso o venado.

Levantó la vista y respiró profundo. Vi su manzana de Adán moverse en su cuello cuando trago saliva, mirando al techo.

—Pero, me temo que ya no podrá ser así —dijo con una exhalación—. Es verdaderamente una lástima por ti, pero creo que, pronto desearás haber muerto en esa carretera.

Cuando bajó la vista, sus ojos eran levemente diferentes. Habían tomado un peculiar resplandor azulado en los bordes, como un peligroso hoyo azul intenso devorando el gris habitual.

Por instinto, mi respiración se aceleró e intenté zafar mi mano de la suya. ¿Quién era ese hombre realmente?

—En realidad, más que por tus suplicas, salvarte fue mi elección. De alguna forma, era mi deber, ya que estuviste en esa situación por mis elecciones, por mi responsabilidad.

Me quedé quieta, dejé de intentar liberar mi mano de su agarre y solo lo miré, paralizada en todo sentido. El accidente, ¿había sido culpa suya? ¿Cómo? ¡No podía ser! El auto se había salido de control, no por culpa de un hombre, sino a causa de esas figuras que habían emergido del bosque...

De tener algo de color, habría desaparecido por completo en ese momento, cuando lo comprendí todo. Incluso mi corazón pareció a punto de colapsar.

—En la caza de un desertor, elegí cruzar la frontera, hasta el dominio de los hombres. Llevé a mi manada por ese bosque, tras ese lobo traidor.

Su molestia hizo que apretara mi mano y cerrara los ojos con fuerza. Pero yo no sentí dolor, la conmoción me había hecho perder todo sentido. Ni siquiera sentía la herida abierta en mi costado. ¿Lobos, manadas? Nada de eso existía.

—Pero, su estúpido deseo por escapar, llevó a ese idiota a intentar alcanzar una ciudad y perderse entre los humanos.

Abrió sus grises ojos lentamente.

—Así alcanzamos esa carretera, y así fue como tú, humana, estás aquí.

Está... loco, pensé en shock. Es un lunático enfermo. Nada de eso es posible, no puede ser posible.

—Suéltame... —pedí con un fino hilo de voz.

No lo hizo. Pero se inclinó sobre la cama, hacía mí.

—Te lo dije. Te dije que te arrepentirías, no debiste pedirme salvar tu vida.

Apretó mi mano con la suya, con su rostro a un palmo del mío. Teniéndolo tan cerca, pude ver sus ojos a detalle; eran una gris tormenta de nubes oscuras espesas, siendo consumida por un claro color azul, profundo y oscuro, pero destellante.

Era un color único, distinto, algo que en mi vida había visto.

—Ahora que vivirás, deberás pagar el precio de tu elección.

Deslizó los dedos, hasta que dejó de entrelazarlos con los míos. Pero no me liberó, solo deslizó su agarre hasta mi muñeca.

—Elegir vivir, no será tan bueno como crees.

Sujetó mi muñeca y levantó un poco mi brazo, hasta que pude ver la intravenosa conectándonos. A través de un delgado tubo, su sangre seguía fluyendo de su cuerpo al mío.

Al ver su roja sangre entrando en mi cuerpo, mis labios se abrieron. Estaba recibiendo la sangre de un hombre lobo. Su sangre... Por eso se había negado a donar, pero yo le había suplicado.

Había rogado que una bestia me salvara la vida.

—En este mundo, el amor conecta a los humanos, a las parejas —lo escuché decir—. Pero, más allá, en mi mundo, el intercambio de sangre es lo que marca la unión entre un hombre lobo y su mujer.

¿Unión? Parpadeé una vez y exhalando en la mascarilla, volví a mirar ese atractivo rostro sobre mí. Tuve que mirarlo, no tenía opción. Eso era una horrible pesadilla, no había más explicación.

—Gracias a tu deseo por vivir, he profanado un sagrado ritual. La unión por sangre es un ritual especial, únicamente para el Alfa de una manada y su Luna, una loba.

Tarren meneó la cabeza con frustración y enfado.

—Yo soy un Alfa, líder de una manada, pero tú... Tú no eres una loba.

Traté de convencerme de que nada de aquello era real, que ese hombre frente a mí no existía, que yo estaba ebria y dormida en el auto, mientras Zaid conducía en la noche. El accidente no había sido real. ¡Imposible!

No obstante, una frase de ese hombre rompió esa ilusión en millones de trozos.

—Pero ya no hay remedio, mi sangre ahora está en tu humano cuerpo. Así que, a partir de esta noche y durante toda tu corta vida, yo seré tu Alfa. Y tú, serás mi Luna. No hay otra salida, para ninguno de los dos.

Sin fuerzas, intenté zafarme de su agarre una última vez, y claro que fue inútil. Solo estrujó mi piel con su mano, mirándome con resentimiento.

—Te dije que no te gustaría vivir. Pero ya no tienes opción, vendrás y vivirás a mi lado, como mi Luna. Hasta que tu corta vida humana se marchite.

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