Capítulo 6

Días atrás.

Isabella

La alarma suena a las cinco de la mañana, como todos los días. La apago de un golpe y me quedo un segundo más bajo las mantas. La cama es incómoda, el colchón está gastado, pero es mi refugio, al menos por unos minutos más antes de enfrentar el día. Respiro hondo y, mientras estiro los músculos doloridos, pienso en cómo llegué aquí. Las deudas, el alquiler atrasado y las cuotas de la universidad me golpean la cabeza como si fueran una segunda alarma.

No tengo dinero para pagar el último semestre. Me duele admitirlo, pero es la verdad. Cada centavo que gano en el catering se va en comida y en mantener este pequeño departamento que comparto con más gente de la que debería. No me quejo. Hay gente que la tiene peor. A veces me pregunto si lograré algo más que sobrevivir, si podré algún día estudiar actuación como lo soñé desde niña. Ser actriz, estar en una pantalla grande, o al menos en una pasarela. Ese es mi sueño más profundo, pero los días pasan, y sigo atrapada en esta rueda de la rutina.

Me levanto de la cama finalmente, y mientras me preparo, no puedo evitar pensar en cómo todo se siente cuesta arriba. Las agencias de moda no me toman en serio. He entregado mi portafolio a tantas que ya perdí la cuenta. Siempre es lo mismo: "Nos pondremos en contacto contigo". Pero nunca lo hacen. No lo dicen en voz alta, pero sé que mi tez morena tiene algo que ver. En esta industria, ser diferente no siempre es una ventaja, y ser latina, sin contactos y sin dinero, es casi como tener una barrera invisible frente a ti.

Al salir del edificio, el aire frío me despierta un poco. Tomo el autobús rumbo a la academia de danza. Es el único lugar donde realmente me siento viva. Bailar, aunque no pague las cuentas, me da algo que ningún otro trabajo puede darme. Libertad. En el espejo de la sala de danza me siento yo misma, como si por fin todo encajara, aunque solo sea por una hora al día. Mis alumnas llegan puntuales, a pesar de que sé que algunas también tienen dificultades económicas. Me esfuerzo por ser una maestra generosa, siempre con una sonrisa, porque sé lo que es no tener mucho. Les doy más tiempo del que debería, las animo a seguir adelante. Me veo reflejada en ellas, soñando con algo mejor.

Termino la clase y, por un momento, me siento satisfecha. Sé que mi vida no es perfecta, pero cada pequeña victoria, como ver a mis estudiantes sonreír, me hace sentir que, de alguna manera, estoy contribuyendo a algo bueno. Sin embargo, en cuanto salgo de la academia, la realidad vuelve a caer sobre mí. Me queda poco dinero, y el alquiler vence en una semana. Camino de regreso, pensando en cómo podré cubrir los gastos.

Llego a casa y me siento en la pequeña mesa de la cocina. Miro los papeles del alquiler y las facturas. Ni siquiera me atrevo a calcular cuánto me falta para cubrir todo. Sé que no es suficiente. Hago números en mi cabeza, pero no importa cómo lo mire, siempre me falta algo. Decido dejar de pensar en ello, al menos por hoy. Necesito mantener la cabeza fría.

Me recuesto en la cama, mirando el techo, y dejo que mi mente vuele por un momento. Me imagino en la pasarela, caminando con seguridad, las luces brillando sobre mí. Es un sueño que siempre ha estado ahí, desde que era pequeña, viendo desfiles por televisión. Mi madre siempre me decía que si trabajaba lo suficiente, lo conseguiría. Pero ahora, con los años pasando y la vida siendo tan dura, me pregunto si es realmente posible.

Los portafolios que envié a las agencias siguen sin respuesta, y no puedo evitar sentir que el mundo me cierra las puertas por algo tan superficial como el color de mi piel. No es que sea la primera vez que lo experimento, pero duele igual cada vez. He trabajado tanto, invertido tanto en mis fotos, en mi preparación, y aun así, parece que no es suficiente. La industria no está lista para alguien como yo, o eso me han hecho sentir. Pero no puedo rendirme. No puedo permitirme el lujo de rendirme.

Me distraigo mirando mi teléfono. Un mensaje de mis compañeras del catering. Tenemos un evento importante esta noche, y aunque no me apetece nada, sé que necesito cada centavo. Respiro hondo, me preparo mentalmente para una noche larga. Al menos sé que el trabajo, aunque agotador, me ayudará a despejar mi mente de todo lo demás.

Mientras me preparo para salir, me detengo frente al espejo. Veo mis rasgos marcados, mi piel morena, mis ojos llenos de determinación, pero también de cansancio. Me digo a mí misma que soy más fuerte de lo que pienso, que un día esto cambiará. Que un día no estaré sirviendo copas en fiestas lujosas, sino caminando como una invitada, o mejor aún, como la estrella del evento.

El autobús me lleva hasta el lugar del evento, una mansión impresionante en una zona que claramente no es para gente como yo. Cuando llego, me reúno con mis compañeros de trabajo. Bromeamos, reímos. Al menos, en estos momentos, la carga es más ligera. No hablamos de nuestras preocupaciones, todos sabemos que están ahí, pero las dejamos fuera de la conversación, al menos por unas horas. Aquí somos iguales, al menos entre nosotros.

La noche pasa entre bandejas de canapés y copas de champán. Los invitados, con sus trajes caros y vestidos de diseñador, parecen vivir en un mundo completamente diferente al mío. Pero no me dejo afectar. Hago mi trabajo, sonrío cuando es necesario, y mantengo la cabeza baja. Sin embargo, por dentro, sigo soñando. No sé cómo, ni cuándo, pero sé que encontraré una manera de lograr lo que quiero. Porque, aunque el mundo me cierre puertas, yo encontraré una ventana para abrir. Siempre lo he hecho.

Al regresar a casa, estoy exhausta, pero satisfecha. Otro día ha pasado, otro obstáculo superado. No tengo respuestas claras, ni soluciones inmediatas, pero tengo algo más importante: la determinación de seguir adelante. Y eso, aunque no pague las cuentas, es lo que me mantiene en pie.

Gracias por leer este capitulo.

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