Matthew. Este día había empezado bien. Le había enviado un mensaje a Isabella invitandola a cenar esta noche como siempre ella había aceptado, pero me dijo que pagaría ella, ya que el último comercial que hizo fue gracias a nuestra farsa, reí ante eso. Pero el día estaba por amargarse. Estaba revisando unos informes cuando escuché unos pasos decididos y apresurados por el pasillo. No tuve que mirar para saber quién se acercaba. Rebecca siempre hacía una entrada, incluso cuando estaba molesta, y por el sonido de sus tacones, estaba muy molesta esta vez.—¿Qué estás haciendo, Matthew? —preguntó mientras irrumpía en mi oficina sin llamar. Se plantó frente a mi escritorio con los brazos cruzados, su rostro enrojecido por la ira.La miré con calma. Sabía que esto llegaría eventualmente, pero no imaginaba que sería tan rápido.—¿Qué es lo que parece que estoy haciendo? —respondí, sin levantarme de mi asiento—. Trabajo, como siempre.Rebecca resopló, claramente frustrada por mi tono relaj
Días después. Habían pasado solo unas horas desde que Matthew recibió la llamada de su padre exigiéndole que fuera a su despacho en la mansión familiar. El tono autoritario en la voz de su padre era claro, y Matthew sabía que no podía ignorarlo, aunque sospechaba el motivo.Al llegar, su padre se encontraba de pie frente a la ventana, las manos cruzadas a la espalda, con una postura rígida y dominante que parecía llenar toda la habitación. Sin volverse a mirarlo, el padre de Matthew comenzó, su tono frío y despectivo:–Finalmente llegas, Matthew. Parece que tu... “relación” te tiene bastante ocupado –dijo, enfatizando la palabra con desprecio.Matthew respiró profundo, preparándose para la confrontación.–Si me llamaste solo para criticar mi vida, no pienso quedarme a escuchar. Ya he tenido suficiente de esto –respondió con firmeza, acercándose y cruzando los brazos.Finalmente, su padre se volvió, con una expresión dura en el rostro.–Matthew, no te equivoques –dijo con voz cortante
Días después. Era un día inusualmente silencioso en la vida de Matthew, aunque su mente estaba en constante ruido. Desde el momento en que había escuchado la verdad sobre el pasado de Isabella, una presión nueva lo atormentaba, y la necesidad de ocultárselo a ella hacía que esa presión fuera insoportable. Al entrar en su oficina, se lanzó a buscar toda la información posible sobre los padres de Isabella, especialmente en los archivos de su padre. No tenía sentido que Isabella fuera huérfana, y ahora lo entendía todo... pero necesitaba pruebas, algo tangible para no quedarse solo con una confesión que sonaba demasiado cruel. Unos minutos después, mientras miraba las fotos antiguas de una familia destrozada, recordó algo que lo sorprendió. —Sus padres… —murmuró para sí mismo—. Y su tío… De inmediato, se dirigió a su asistente y le pidió que localizara la dirección del hombre. Sabía que había estado en prisión y que, al salir, había intentado localizar a Isabella, pero, según lo
Isabella estaba en el salón de la casa de Matthew, revisando algunos correos en su teléfono, cuando la puerta principal se abrió de golpe. Al levantar la mirada, vio a Rebecca entrando con paso firme y una mirada que hacía evidente que su presencia no era bienvenida. —Oh, Isabella. No esperaba encontrarte aquí... otra vez — le dijo sonriendo con aire de superioridad Isabella mantuvo la compostura. Había aprendido a ignorar las provocaciones de Rebecca, pero esta vez algo en su tono la hacía querer responder. —No te esperábamos aquí, Rebecca. ¿Algo en lo que pueda ayudarte?— —Podrías ayudarme a entender qué haces aquí, jugando a ser algo que claramente no eres. ¿De verdad crees que puedes reemplazarme? — preguntó mirándola de abajo hacia arriba —No estoy intentando reemplazar a nadie. Si estoy aquí es porque Matthew lo quiere así, y no tengo que justificar mis decisiones... mucho m
Días después. Isabella respiró hondo antes de bajar del auto. Frente a ella se alzaba la imponente fachada de mármol del salón de eventos, iluminada por luces que destacaban los detalles elegantes de la arquitectura. A su lado, Matthew la miraba y, con una sonrisa cómplice, le ofreció su brazo. —Estás lista, Isabella. Esta noche, eres la estrella. Él le dio un ligero apretón en la mano, transmitiéndole la seguridad que necesitaba. Mientras caminaban hacia la entrada, sintió las miradas de los invitados que ya se encontraban en los jardines. Notó los susurros, los ojos que la recorrían de arriba a abajo, tratando de descifrar quién era aquella mujer de piel morena y porte elegante que acompañaba a Matthew Carrington. —No prestes atención a los murmullos —susurró Matthew, inclinándose ligeramente hacia ella—. Solo estamos tú y yo. La sonrisa de Isabella fue apenas perceptible, pero suficiente para seguir adela
Isabella seguía el ritmo suave de la música, dejándose llevar por los movimientos de Karl en la pista de baile. Aunque al principio sintió un leve nerviosismo, la conversación fluida en alemán la había ayudado a relajarse. Karl era un caballero, y su actitud amigable hacía que bailar con él fuera una experiencia agradable.Mientras bailaban, Isabella notó cómo los asistentes seguían observándola, algunos con admiración y otros, como Rebecca, con evidente incomodidad. Al borde de la pista, Matthew observaba la escena con una mezcla de orgullo y satisfacción. Para él, ver a Isabella desenvolverse con tanta naturalidad en un ambiente tan exclusivo era prueba de su autenticidad y fuerza.Cuando la música llegó a su fin, Karl se inclinó para agradecerle el baile, y ella le dedicó una sonrisa sincera antes de regresar junto a Matthew. Sin embargo, apenas llegó, Rebecca y Logan se acercaron a ellos, sus expresiones cuidadosamente medidas.—Isabella, ese
Isabella. El bullicio de la fiesta llena cada rincón del inmenso salón de los Carrington. Las luces doradas cuelgan de lo alto, reflejando destellos sobre el suelo de mármol, mientras los invitados, vestidos con trajes impecables y vestidos que parecen costar más que todo lo que he ganado en mi vida, se mueven de un lado a otro como si el mundo les perteneciera. Para ellos, quizás lo es. Para mí, solo es otro turno de trabajo.Estoy aquí, bandeja en mano, sirviendo copas de champán a personas que ni siquiera me miran. El uniforme blanco y negro de camarera se siente más pesado de lo normal, tal vez porque en días como este, los contrastes entre ellos y yo parecen aún más marcados. Yo, una chica de tez morena, humilde y anónima, mientras que ellos, los poderosos y ricos Carrington, disfrutan de una noche más de lujos sin fin.—¿Lista para otra noche de gala? —me pregunta Sofía, una compañera del catering, con una sonrisa cómplice.—Siempre lista —respondo, aunque en el fondo lo único
Isabella. Me despierto antes de que el sol asome por la ventana de mi pequeño apartamento. El mundo sigue envuelto en sombras, pero yo ya estoy en movimiento. No hay tiempo para disfrutar la tranquilidad de la mañana, ni siquiera para un segundo de reflexión. Mi vida ha sido así desde que tengo memoria: un constante correr, sin pausa. Algunas personas tienen el privilegio de detenerse a oler las flores, pero yo apenas tengo tiempo de respirar.El despertador apenas ha sonado cuando ya estoy de pie, en mi pequeña cocina, calentando un café. El estómago me gruñe, pero no hay mucho que comer. Unas galletas viejas, quizás. El alquiler está a punto de vencer, y cada centavo cuenta. La mesa en la que apoyo los codos está llena de papeles: facturas, cuentas atrasadas y un portafolio de fotos que he rehecho tantas veces que ya no sé si tiene sentido.Ser modelo. Ese ha sido mi sueño desde que era una niña, pero cada día parece más lejano. Cada vez que entrego mi portafolio a una agencia, esp