Oí...

Me desperté con el tictac del reloj y la sensación de que mi cabeza pesaba unos cincuenta kilos. Le pedí a la criada dos analgésicos, que dejó preparados para cuando saliera de la ducha.

Me puse un traje blanco de lino y me miré en el espejo, insegura de poder pasar por una mujer seria y responsable. Abrí el cajón del maquillaje y miré las cajas selladas que me había enviado Theo. Las toqué con ternura. Si él supiera la verdadera razón por la que nunca las he abierto ni utilizado... Suspiré, segura de que nunca lo entendería, porque Theo era muy inteligente para algunas cosas, pero cuando se trataba de mí, su inteligencia simplemente ya no existía.

Mi hermano no me trataba como prestaba atención a los demás. Siempre me juzgaba, de la peor manera posible. Y por mucho que me abrazara y pareciera que le caía bien, sus acciones mostraban indiferencia e incluso cierta implicación. Y sí, yo era la maldita hermana que lo hacía todo mal, siempre.

El caso es que mis padres nunca me juzgaron. P
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