La voz temblorosa del monigote del hermano menor, me dio satisfacción verlos asustados.—De manera que, ¿ahora si tienen miedo? —solté una carcajada—. Rata, este güevon se cagó en el pantalón.—Patrón están cagados desde hace varios días.—Lo siento no hemos sido nada cortés. —miré al jefe de seguridad y le sonreí—. Por favor debemos enmendar ese pequeño error.La celda tenía un inodoro y un lavamanos, sin cama, así que han dormido en el piso. Pero al estar atados no lo usaban.—¿Qué quieres de nosotros?Volví a sonreír, tocaron a la puerta, Rata subió las escaleras para recibir el plato de comida solicitado que me trajeran antes de verlos. Lo dejó en la mesa, era una gran cantidad de carne asada, la debilidad de los Cárdenas. Comencé a comer delante de ellos. Los ojos se les cristalizaron.—¡Está muy buena! ¿Por qué se rebelaron y no nos delataron a los federales?Sus miradas se desviaron en mi plato de carne, la gula, vaya pecado capital el de estos tipos.» Necesito una respuesta.
Me estiré en la cama, desde las tres de la mañana escuché a mi padre caminar por la casa, en menos de una hora debía levantarme, ayudo a ordeñar las vacas. D’Artagnarn se subió a la cama, dormía conmigo al pie de ella, acomodé su cambuche de cobijas y no había poder humano que lo sacara de la recámara, en el fondo no quería separarme del único recuerdo que me quedaba de Roland.La primera semana fue dura. El señor Fausto estaba feliz porque me alejé de esa «mala influencia», el problema era mi corazón, ese sentía lo contrario, no he puesto de acuerdo a la razón y al corazón, este último lo ha justificado hasta más no poder.Mi orgullo se ha jactado en que vendrá a buscarme, pero no fue así. La segunda semana mi altivez bajó y comencé a llorar al darme cuenta de que él no me amaba. No lloraba delante de ellos, lo hacía cuando galopo o en los momentos cuando estoy trabajando. Trato de sonreír, aunque sabían que lo hacía por cortesía.Los golpes en la puerta me sacaron un quejido, la vid
No comprendía la razón por la cual estaban juntos. Y mi curiosidad iba en aumento. ¿Por qué él se encontraba con Raúl?—Estoy con todos ellos de hecho, no precisamente con Cebolla… Anoche nos emborrachamos.—No quiero saber nada y ni se te ocurra darle mi número de teléfono, ¡Flaco te lo prohíbo!—Vero… Mejor te llamo cuando esté en mi casa, ¿te parece? —quería volver a escucharlo por más que dije que no.—Bien.Cerré. Mi corazón quedó acelerado, mi hermano entró a mi cuarto y le tiré la almohada.» ¡Qué vicio el tuyo no tocar antes!—Ya te he visto desnuda, desde chiquita o quién crees que te cambiaba los pañales embarrados de popo.—¡Idiota!Me lanzó la almohada y me eché a reír. La mejor terapia del mundo en situaciones de tristeza, depresión o confusión era estar con tu familia o personas que te trataban como si nada malo estuviera pasando en tu vida.Saben por lo que estás pasando y te han demostrado su apoyo, se quedan a tu lado, no te restriegan tu dolor, te acompañan el tiempo
Seguía escribiéndome con Raúl, pero debía poner un alto, solo se lo digo a mi mente, apenas pueda llenaré de preguntas.«Él no toma, ¿pasó algo?»Esto era una estupidez, no podía evitarlo, guardé el celular y entré a la casa. En la sala esperaba mi padre, ya había dejado en el cuarto a Santiago, le di las buenas noches.—Ya puedes acostarte papá, regresamos a casa.—Sí, ahora si me dio sueño. —sonreí.—Hasta mañana.—Que Dios te bendiga, hija.—Gracias, papá.Me quité la ropa e ingresé al baño, me sentía pegajosa, me di una rápida ducha, busqué pijama, sonó el celular. Era el Flaco. D’Artagnan ya se había acostado en su cambuche.—Hola, amiga. —hablaba en susurro.—¿Por qué hablas así?—Tenemos dos días bebiendo.—¿Quiénes? —El corazón latía a mil.—Con tu tormento y déjame decirte mi Vero que…—¿Qué? —quería exprimirle las palabras.—No. Haz lo que tengas que hacer y ven a Bogotá, acá hablamos. —odio que me deje así.—No puedo ir. —refuté.—¡Pues me lo debes!, me dejaste tirado cuál
Lo veíamos hablar. Se veía feliz, en verdad mi hermano lo estaba.—Es una buena muchacha.—Por lo que les pasó a sus padres se fue por un mes, gracias a Dios regresa mañana y no quiero pasar más tiempo lejos de ella, así que háganse a la idea, apenas se gradúe me caso. —El viejo Fausto se quedó con la boca abierta, me levanté y abracé a Santiago.—Bueno hijo… —Se le formó un nudo en la garganta—. ¿Qué puedo decirte?, felicidades, es una buena mujer.—Y la amo con el alma.—Eso es lo único importante.Santiago me dejó en la terminal, voy de camino una vez más a Bogotá, tenía muchas ganas de ver a mi Flaco. Tenía cita en la tarde para sacar el pasaporte y mañana paso a recogerlo, me dijeron que los entregaban de un día para otro, no estaré ni un día más.Espero que él no tenga a Raúl vigilado. Le pedí que no le comentara nada a Cebolla. Seguía nerviosa, no voy a verlo a él… ¿Y si lo veía como actuaré? Espero no pase. Universo no quiero encontrármelo con ella.Raúl fue a buscarme a la te
Enfrenté a Cebolla y al retroceder tropezó con una matera la cual se partió, Rata me tomó por el brazo y Beatriz se alejó asustada por la reacción. Mi amigo calmó a la gente, le dijo al administrador que pagaríamos los daños. La cara de Cebolla era de total asombro.—Se lo juro, señor. No sabía nada referente a la señorita Verónica, no sabía que se encontraba en Bogotá.—¡No me digas, tremenda coincidencia, no!Beatriz tomó mi mano y se la quité con brusquedad, hace un momento se lo permití para mantener a Verónica alejada, no porque quiera tener algo con ella.» ¿Qué parte de no me toques, no entiendes?—Pero si acabas…—¡Mira! Necesitaba mantenerla lejos. Vete a tu casa.—Mis padres no saben que me encuentro aquí, estoy hospedada en un hotel.Bajó la mirada, extendió la mano con una tarjeta. Cebolla se levantaba y lo miré, alzó las manos.—Se lo juro, no sabía nada. No he hablado con Raúl en varios días.—Roland. —miré a Rata.—Cebolla… disculpa. Lleva a Beatriz al hotel, yo necesit
No podía dejarla sola, eso jamás. No me quedaba nada más que esperar a que llegara su amigo.—Bueno… Gracias. —Se sentó a mi lado otra vez—. El piso parece que se me está moviendo. —solté una carcajada, ella al verme reír sonrió conmigo—. Ya estoy borracha, es mi segunda borrachera, no sé si te lo conté, la primera fue después de la muerte de mi mamá, cuando comprendí que nunca volvería… Es irónico, hoy me di cuenta de que tú tampoco volverás.Volvió a reír con llanto incluido y apreté mis puños para no limpiarle las lágrimas. No se siente nada bien hacerla llorar.—Y ¿cuál es el motivo por el cual tomar hoy? —Me hice el tonto. Se limpió las lágrimas.—Hoy te sepulto a ti. —sonrió con amargura, el corazón comenzó a palpitar más fuerte—. Sé que… —Se encogió de hombros—. No importa.—Dime.Fue una orden, la ansiedad me estaba matando. Se tomó otra copa, se levantó. Intenté ayudarla y su mano me detuvo.—No, déjame. —Se echó a reír—. Bueno, ya me dejaste, no sé por qué, pero lo hiciste.
No había dejado de llorar desde que me desperté, jamás me había sentido tan rechazada, tan humillada, tan insignificante, Juan no dejaba de mirarme cada vez que podía. No había dejado llorar y llorar, aquí se acabó todo, lo noté en su última frase, era tan descarado de ofenderse al verme marchar con Juan. —¿Puedo saber a dónde te llevo? Siempre guardaba pañuelos en la guantera, saqué uno para limpiarme la nariz. —Debo recoger mi pasaporte y luego mis cosas en el apartamento de Raúl. —dije entre sollozo. —Vale, ¿a dónde? —Como te sea más fácil, cancillería, Quinta Paredes, luego terminal de transporte. Recordé la tarde antes de la presentación en el cumpleaños de Roland, los nervios que teníamos, de haber sabido lo que pasaría… No era adivina, me contestó una voz interior y lo único que pude hacer fue llorar y llorar más fuerte. —Bueno. —Juan se sentía impotente. —Perdóname por ponerte como mi chofer. —No hay problema, ¿puedo saber qué pasó? Él me dejó muy claro que no me acer