Trata de entender un poco, no juzgues Verónica ni te pongan en el plan de menospreciarte. Mira todo desde otros puntos de vista.—Es bueno saberlo. —Le di un codazo a Roland, sonrió y se alejó un poco—. Entonces no es necesario continuar con una enfermera.—No es necesario la verdad.El doctor lo miró, luego se encogió de hombros, metió sus manos en los bolsillos del pantalón, sus ojos me miraron con tristeza. ¿Qué rondará por su cabeza?—Gracias por todo doctor.Mi novio lo acompañó hasta la puerta. Fui a la cocina para preparar la cena, lo vi sentarse al otro lado de la barra, me analizaba desde ese punto, los nervios se apoderaron de mí. Preparé crepes, puse los platos en la barra.—¿Qué te pasa Verónica?Entendió las miradas de mi parte mientras cocinaba, él realizaba, no sé qué cosa en su computador.—A mí nada… ¿Y a ti?Negó, cerró el portátil, cogió los cubiertos y comenzó a comer. Suspiré, al parecer no me dirá nada. Cenamos en silencio, se mostró incómodo, le pasa algo. Mient
Puse los platos de comida. Comenzó a llover. Me levanté de la mesa, le abrí la puerta de la terraza a D’Artagnan quien entró y corrió a meterse en mi habitación, cada vez que llueve se pone muy nervioso y se calma debajo de mi cama. Si comienza a tronar, no habrá poder humano que lo saque de su refugio. Roland sonrió al verlo salir precipitado a esconderse. —Vaya, ¡qué gran cuidador tienes! —A pesar de los nervios, me reí ante su comentario—. Te quedó muy rica la comida. —Debo ser honesta, la preparó Raúl, mientras yo me arreglaba para ti. Sonrió forzosamente, y el dolor volvió. Me obligué a comer, al terminar tomó el vino y sirvió una copa para cada uno. Mientras se tomaba el vino miraba su reloj, le acaricié el dorso de su mano. —Le quedó muy rico. Debes hablar, siempre te ha gustado la honestidad y aclarar las cosas cuando van mal en cualquier faceta de tu vida. ¿A qué le tienes miedo? ¿A qué le temes? —Necesito hablar contigo antes de que te vayas Roland. Me levanté, fui ha
Me acosté a dormir, puse el celular para despertarme a las cuatro de la madrugada. No he dormido nada, pasé llorando, tenía claro lo que debía de hacer. Al despertarme tomé una ducha, tomé ropa para hacer deporte, tenis cómodos, la chaqueta, tomé el bolso, manos libres, saqué varias cosas que le dejaría.—¡D’Artagnan!Di un par de palmadas a mi muslo para llamar a mi perro, tomé su cadena, se la puse.» Hoy me acompañarás a trotar, y de paso ayúdame a despejar las dudas. —Ya tenía una decisión.La ciudad amaneció helada, después de la lluvia de anoche, no era para menos, la capa de neblina era espesa. Saludé al vigilante el cual miró la hora, cuando le digan a Roland, ya será muy tarde cuando le pregunten. Además, salí con un bolso pequeño cruzado, con la pinta de ejercicio y con el perro. No di señal de desear irme.Había situaciones y acciones que no se deben pasar por alto. Cuando uno de los dos miembros en una relación busca en otro lado, lo por derecho puede encontrar en su parej
Se cruzó de brazos, a mi vieja no podía gritarle como lo hacía con otras personas.—Según el señor Dios.—¡No metas a Dios en esto!Me regañó, aún no sé cómo la gente tiene tanta fe en él. Aunque fui partícipe de un milagro después de realizar la promesa. Además, sé lo que sentí, eso no podía negarlo.» El culpable de lo que te pasa eres tú. A él déjalo a un lado. —Me miraba y recriminaba, como supongo deben hacer las madres—. ¡Y asume tus decisiones, jovencito! Si tanto la amas, ¿por qué la dejaste ir? ¿Por qué no le dijiste que esa arpía vino a decirte que no le importaba tu novia, la muy ofrecida se te puso en bandeja de plata para ser tu amante? ¿Qué mujer digna y respetable se rebaja de esa forma?Sus manos bailaban de un lado al otro. Su tez morena brillaba más por el enojo conmigo.» Por primera vez eres lo que tanto he deseado. La niña Verónica es tu vida, hijo.—Ya no puedo tocarla. —dije, me levanté y me dirigí a la puerta.—¿Cómo qué no la puedes tocar?—Inés, solo te digo,
La voz temblorosa del monigote del hermano menor, me dio satisfacción verlos asustados.—De manera que, ¿ahora si tienen miedo? —solté una carcajada—. Rata, este güevon se cagó en el pantalón.—Patrón están cagados desde hace varios días.—Lo siento no hemos sido nada cortés. —miré al jefe de seguridad y le sonreí—. Por favor debemos enmendar ese pequeño error.La celda tenía un inodoro y un lavamanos, sin cama, así que han dormido en el piso. Pero al estar atados no lo usaban.—¿Qué quieres de nosotros?Volví a sonreír, tocaron a la puerta, Rata subió las escaleras para recibir el plato de comida solicitado que me trajeran antes de verlos. Lo dejó en la mesa, era una gran cantidad de carne asada, la debilidad de los Cárdenas. Comencé a comer delante de ellos. Los ojos se les cristalizaron.—¡Está muy buena! ¿Por qué se rebelaron y no nos delataron a los federales?Sus miradas se desviaron en mi plato de carne, la gula, vaya pecado capital el de estos tipos.» Necesito una respuesta.
Me estiré en la cama, desde las tres de la mañana escuché a mi padre caminar por la casa, en menos de una hora debía levantarme, ayudo a ordeñar las vacas. D’Artagnarn se subió a la cama, dormía conmigo al pie de ella, acomodé su cambuche de cobijas y no había poder humano que lo sacara de la recámara, en el fondo no quería separarme del único recuerdo que me quedaba de Roland.La primera semana fue dura. El señor Fausto estaba feliz porque me alejé de esa «mala influencia», el problema era mi corazón, ese sentía lo contrario, no he puesto de acuerdo a la razón y al corazón, este último lo ha justificado hasta más no poder.Mi orgullo se ha jactado en que vendrá a buscarme, pero no fue así. La segunda semana mi altivez bajó y comencé a llorar al darme cuenta de que él no me amaba. No lloraba delante de ellos, lo hacía cuando galopo o en los momentos cuando estoy trabajando. Trato de sonreír, aunque sabían que lo hacía por cortesía.Los golpes en la puerta me sacaron un quejido, la vid
No comprendía la razón por la cual estaban juntos. Y mi curiosidad iba en aumento. ¿Por qué él se encontraba con Raúl?—Estoy con todos ellos de hecho, no precisamente con Cebolla… Anoche nos emborrachamos.—No quiero saber nada y ni se te ocurra darle mi número de teléfono, ¡Flaco te lo prohíbo!—Vero… Mejor te llamo cuando esté en mi casa, ¿te parece? —quería volver a escucharlo por más que dije que no.—Bien.Cerré. Mi corazón quedó acelerado, mi hermano entró a mi cuarto y le tiré la almohada.» ¡Qué vicio el tuyo no tocar antes!—Ya te he visto desnuda, desde chiquita o quién crees que te cambiaba los pañales embarrados de popo.—¡Idiota!Me lanzó la almohada y me eché a reír. La mejor terapia del mundo en situaciones de tristeza, depresión o confusión era estar con tu familia o personas que te trataban como si nada malo estuviera pasando en tu vida.Saben por lo que estás pasando y te han demostrado su apoyo, se quedan a tu lado, no te restriegan tu dolor, te acompañan el tiempo
Seguía escribiéndome con Raúl, pero debía poner un alto, solo se lo digo a mi mente, apenas pueda llenaré de preguntas.«Él no toma, ¿pasó algo?»Esto era una estupidez, no podía evitarlo, guardé el celular y entré a la casa. En la sala esperaba mi padre, ya había dejado en el cuarto a Santiago, le di las buenas noches.—Ya puedes acostarte papá, regresamos a casa.—Sí, ahora si me dio sueño. —sonreí.—Hasta mañana.—Que Dios te bendiga, hija.—Gracias, papá.Me quité la ropa e ingresé al baño, me sentía pegajosa, me di una rápida ducha, busqué pijama, sonó el celular. Era el Flaco. D’Artagnan ya se había acostado en su cambuche.—Hola, amiga. —hablaba en susurro.—¿Por qué hablas así?—Tenemos dos días bebiendo.—¿Quiénes? —El corazón latía a mil.—Con tu tormento y déjame decirte mi Vero que…—¿Qué? —quería exprimirle las palabras.—No. Haz lo que tengas que hacer y ven a Bogotá, acá hablamos. —odio que me deje así.—No puedo ir. —refuté.—¡Pues me lo debes!, me dejaste tirado cuál