La noche había caído.Dentro de la villa que la familia Abarca había preparado para Celeste, la mesa estaba llena de comida exquisita, acompañada de dos botellas de vino tinto.Juan, observando a Celeste moverse de un lado al otro, y luego mirando los platos humeantes y deliciosos que decoraban la delicada mesa y el lugar, no pudo evitar decir: —Hermana, ya es suficiente. Solo somos dos personas. No sigas cocinando más.—Espera un poco, solo falta un último plato, — respondió Celeste desde la cocina, bañada de sudor por el esfuerzo.Poco después, apareció con una olla humeante de sopa de tofu con cabeza de pescado y la colocó en la mesa.Juan, al ver el sudor que corría por su frente, no pudo evitar sentir un poco de preocupación. —Hermana, somos solo nosotros dos. Hiciste demasiada comida, no podremos comer todo.—Lo que sobre lo guardaremos en el refrigerador para mañana. Desde que nos reencontramos, no hemos tenido la oportunidad de sentarnos y disfrutar de una buena comida juntos,
Celeste, con una suave sonrisa, llenó de nuevo su copa de vino y miró a Juan con ternura. —Aunque nunca me has contado todo lo que has pasado estos años, sé que esto no ha sido fácil para ti.—Perdóname, hermano, por no haberte encontrado antes y cuidarte como lo merecías.De repente, su voz se quebró y comenzó a llorar desconsolada, cubriéndose la boca con la mano mientras las lágrimas caían de forma incontrolable.Juan se le acercó y, con suavidad, le dio unas palmaditas en el hombro. —Hermana, esto no es culpa tuya. Nos separamos por cosas del destino, no por tu culpa.Celeste, todavía llorando, lo abrazó con fuerza y, entre llantos, dijo: —Pero me duele, Juan. Tú solo tenías ocho años cuando pasó todo esto.—Ya, ya... No llores más. Estoy aquí y ahora y estoy bien, — la consoló Juan, acariciándole suavemente la espalda.A pesar de sus palabras, los ojos de Juan también se humedecieron un poco.Celeste lo consoló, pero no lo soltó ni una sola vez. Después de varios segundos de silen
En ese momento, todas las miradas se dirigieron hacia Juan y Celeste.Los rostros de la familia la Abarca y la familia Landa se tornaron sombríos al instante.Clarisa, con una sonrisa sombría, dijo: —Juan, ¿qué hacen aquí?Juan, sin inmutarse, respondió: —Naturalmente, he traído a mi hermana para que se una a La Orden del Dragón Celestial.Celeste mantenía la cabeza baja, evitando el contacto visual con los miembros de la familia barca, temerosa de ser en ese momento ridiculizada por ellos.Ella en realidad no quería venir, pero no había podido resistirse a la insistencia de Juan, quien la había traído prácticamente a la fuerza.—¿Crees que La Orden del Dragón Celestial es un mercado? ¿Te imaginas que puedes unirte, así como así? —Clarisa respondió con desprecio.Juan afirmo con una expresión tranquila: —Así es, si quiero que alguien se una, entonces esa persona se unirá.Las personas alrededor no pudieron evitar reírse ante el atrevimiento de sus palabras.¿Que alguien podía unirse so
Ella no estaba cuestionando la decisión de Juan, sino que simplemente pensaba en el bienestar de Celeste.Al escuchar esto, todos los presentes quedaron sorprendidos, pensando que habían oído mal.¿Anabel la había aceptado?¿Cómo era posible?¿Sería tan fácil entrar en la Orden del Dragón Celestial?Celeste también se quedó asombrada ante tal suceso.Clarisa, notando una oportunidad muy clara, dio un paso adelante y tartamudeando dijo: —Señora, yo también quiero unirme a la Orden del Dragón Celestial.—¿Tú? ¿Te crees digna? —Anabel la miró con desprecio.Clarisa se quedó al instante sin palabras.A Anabel no le importaba lo que los demás pensaran. Miró de reojo la hora y dijo: —Muy bien, es suficiente. Los nuevos miembros que han sido seleccionados para ingresar a la Orden del Dragón Celestial, por favor sigan conmigo.Tras sus palabras, varios jóvenes se adelantaron de inmediato, entre ellos Quirino y Benigno.—Hermana, es tu turno, — le dijo Juan a Celeste.Celeste, aún dudando, preg
El Rey del Fuego nunca se habría imaginado que su intento de ser astuto terminaría saliendo mal. Y mucho menos que Juan lo golpearía deesa forma tan brutal.Mientras se tocaba el ojo hinchado, el Rey del Fuego se levantó con la intención de ir a echar a Quirino. De repente, Juan lo detuvo: —Espera, ¿dónde está mi hermana?—Celeste está en la prueba de selección ahora mismo, — respondió el Rey del Fuego, inclinándose y con una sonrisa fingida.—Sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad? —preguntó Juan, esbozando una sonrisa astuta.—Lo sé, — dijo apresurado el Rey del Fuego.—Bien, entonces ve y asegúrate de que mi hermana esté siendo bien atendida.Juan agitó la mano, dándole el permiso oportuno para marcharse. El Rey del Fuego, sintiéndose aliviado, se apresuró a dirigirse al lugar de la prueba.Justo en ese momento, Tiberio entró en la sala: —Jefe, todos los nuevos reclutas ya están formados. ¿Deberíamos ir a verlos ahora mismo?—No hay prisa alguna.Juan alzó la vista hacia el sol ab
—¡Habla!—¡Me llamo Quirino!El rostro de Tiberio se tornó oscuro y frío mientras decía: —Quirino, ¿verdad? ¿Ni siquiera sabes contar? ¿Qué tienes en la cabeza?—Informe, yo... me distraje por un momento, — trató de justificarse Quirino, nervioso. Tiberio no pudo evitar sonreír, aunque de forma escalofriante. —Estamos en entrenamiento militar y tú, ¿te distraes? ¡Sal de la fila inmediatamente!Quirino, con la vergüenza a flor de piel bajo las miradas de lástima de sus compañeros, avanzó al frente. —Cincuenta flexiones, ¡ahora! —ordenó Tiberio, con la cara seria e imperturbable. Quirino palideció de inmediato. ¿Cincuenta? ¡Ni siquiera podría hacer diez sin agotarse! Él, acostumbrado a una vida de comodidades y lujos, jamás había hecho ejercicio físico. Sus únicas —hazañas— de esfuerzo se limitaban a conquistar mujeres. Tiberio lo miró de manera violenta. —¿Tienes algún problema con la orden? Si no quieres hacerlo, lárgate. En La Orden del Dragón Celestial no necesitamos i
En ese momento, Quirino era la persona más ansiosa por la llegada del comandante General González. Sabía que su desempeño había sido pésimo, lo que aumentaba aun más la posibilidad de ser expulsado. Pero si lograba ver al comandante General González y ganarse su favor, tal vez tendría una oportunidad para quedarse en la Orden del Dragón Celestial. Además de Quirino, Benigno también esperaba con gran expectativa. Benigno apretaba los puños con mucha fuerza. Si lograba estrechar las relaciones entre el comandante General González, la familia Landa ganaría un aliado poderoso. Con ese respaldo, destruir a la familia Abarca sería tan sencillo como levantar una mano. Y sobre Celeste y Juan, acabar con ellos sería una tarea muy fácil. Pensando en ello, la emoción de Benigno aumentaba cada vez más. El sonido de pasos lentos y seguros se acercaban, provocando que todos los presentes contuvieran la respiración por un instante, mirando al frente sin atreverse a hacer el menor ruido.
Al escuchar la orden de Juan, exclamó: —¡Sáquenlo de aquí!Tiberio no perdió tiempo y dio instrucciones presisas para que levantaran a Quirino y lo sacaran del lugar.Benigno, por su parte, cayó de rodillas angustiado, con el rostro cubierto de remordimiento, rogando desesperadamente: —Señor González, por favor, perdóneme. No debí ofenderlo, le suplico que me deje vivir.En ese momento, el rostro de Benigno reflejaba el más profundo arrepentimiento. Si hubiera sabido la verdadera identidad de Juan, jamás me habría atrevido a acercarme a Celeste, ni mucho menos habría pensado en vengarse de él. Ahora, al recordar cómo había planeado vengarse, deseaba haberse dado unas cuantas bofetadas.Juan, con un tono desafiante, le respondió: —Benigno, aquella noche en la cena, pensé que con una pequeña lección habrías aprendido a mantenerte bajo control.—Pero no, después de eso, viniste con tus hombres a atacar a la familia Abarca, buscando vengarte de mí. —Eres vengativo y estás cegado por