Capítulo 38
Ella no pudo evitar mostrar una expresión de desesperación total.

—Presidenta, vámonos ya— insistió Rosa.

Marta miró de reojo a Juan, su rostro mostró una expresión de lucha interna, pero luego se resolvió con determinación: —No, no me voy.

Después de todo, esta situación había surgido realmente por su culpa. No podía simplemente dejar a Juan en la estacada. Además, Juan seguía siendo su prometido, aunque fuera solo de nombre.

Pronto, pasaron diez minutos. Una voz sombría y autoritaria se oyó de repente a lo lejos: —¿Quién se atreve a enfrentarse a los Pérez?

Con estas palabras, un anciano vestido de traje, acompañado de una docena de guardaespaldas, se acercó en ese instante con una expresión amenazante.

El anciano, con una expresión indiferente y una mirada aguda como la de un audaz halcón, infundía temor a quien lo mirara. Era Alejandro, el mayordomo principal de los Pérez.

Detrás de él, los guardaespaldas lo seguían con miradas muy frías y llenas de intención asesina.

—Alejandro, f
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