36. No tenías que hacer todo esto

Ale no le discutió, no tenía fuerzas y, honestamente, tampoco ganas, aunque se sentía un poco culpable por distraerlo de sus labores para cuidarla a ella enferma, se sentía que abusaba de su amabilidad. Noah la depositó sobre la cama con cuidado, quitó sus zapatos y la cubrió con la colcha.

—Voy a buscarte algo para aliviar el dolor —dijo él, y sin esperar respuesta, salió de la habitación en busca de agua y el medicamento que seguramente estaría en camino.

Ale cerró los ojos, dejando que la oscuridad la envolviera. Aunque el malestar seguía siendo fuerte, el solo hecho de tener a Noah cerca la hacía sentir más tranquila. Era como si su presencia tuviera el poder de calmar su cuerpo y mente, aunque fuera un poco.

Noah fue hasta la cocina y empezó a abrir cajones, en búsqueda de los vasos, revisó la nevera y encontró una jarra llena de agua fría. Unos golpes en la puerta llamaron su atención y fue a abrir con prisa, antes de que Ale aumentara su malestar con el sonido.

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