**ANDREA**La impotencia me consumía. Aún sentía la rabia ardiendo en mi pecho después de la pelea con Santiago. Sus palabras resonaban en mi cabeza, clavándose como cuchillas en cada rincón de mi mente. La frustración se mezclaba con el dolor, y aunque intentaba convencerme de que había hecho lo correcto al echarlo de mi departamento, una parte de mí seguía temblando.Me dejé caer en el suelo de la sala, con las piernas recogidas contra mi pecho. Respiré hondo, intentando calmar el torbellino de emociones que me dominaba. No podía permitir que Santiago siguiera afectándome así. No después de todo lo que había hecho.Justo en ese momento, el timbre de la puerta sonó con insistencia.Me puse de pie de un salto, con el corazón martilleando en mi pecho. ¿Era él otra vez? Camine con pasos firmes hacia la puerta, lista para terminar de una vez con cualquier intento suyo de seguir interfiriendo en mi vida.Abrí bruscamente.—¡Ya te dije que te largues, Santiago! —solté sin pensar.Pero no e
Unos destellos cegadores me volvieron a la realidad. Los flashes de las cámaras explotaban a mi alrededor, transformando la alcaldía en un espectáculo caótico de luces y sombras. Cada destello era un latigazo de la realidad, un recordatorio brutal de que mi vida privada ya no me pertenecía. El murmullo crecía, convirtiéndose en un zumbido ensordecedor mientras las preguntas llovían sobre mí como una tormenta implacable.Mi nombre, el de Santiago, la palabra esposa, todo flotaba en el aire como una sentencia inapelable. Quise moverme, retroceder, hacerme invisible, pero mi cuerpo no me respondería.Entonces sentí una mano firme aferrarse a mi brazo. Un tirón me sacó del estupor y me obligó a reaccionar. Santiago. Su presencia me envolvió en un instante, su agarre transmitía una urgencia innegable, una necesidad instintiva de protegerme, aunque ni él mismo pareciera consciente de ello.Me atrajo contra su pecho en un gesto automático, como si aún le importara, como si el vínculo invisib
**SANTIAGO**El reflejo azul del celular parpadeaba en la penumbra del estudio, iluminando con intermitencia la superficie de madera del escritorio. No necesitaba ver la pantalla para saber de qué se trataba. Desde hacía horas, mi nombre era tendencia en redes sociales.Los titulares eran un golpe certero, uno tras otro, con frases calculadas para hundirme. «Santiago Benavides humilla a su esposa en público». «El millonario que trató a su mujer como un estorbo». «Andrea Rojas, la víctima de un matrimonio invisible».Apreté la mandíbula, sintiendo cómo la rabia se mezclaba con un desasosiego sofocante. No me importaba lo que dijeran de mí. Ya estaba acostumbrado a las críticas, a la presión mediática, a los rumores que siempre terminaban por esfumarse. Pero lo que estaban haciendo con Andrea... eso era otra cosa.Los comentarios, llenos de odio, hablaban de ella con lástima, con morbo, como si fuera una mujer débil, como si no fuera la misma Andrea que había construido su propio imperi
**LEONARDO**El licor ardía en mi garganta, pero ni siquiera eso lograba calmar el torbellino de pensamientos que me consumían. Giré el vaso en mis manos, observando el remolino ámbar del whisky como si en él pudiera encontrar respuestas, aunque sabía que ninguna vendría de ahí.El bar estaba casi vacío. Apenas un par de almas errantes ocupaban las mesas más apartadas, cada una sumida en su propio infierno personal. La tenue melodía de jazz que flotaba en el aire y el murmullo lejano de la televisión encendida sobre la barra eran el acompañamiento perfecto para alguien que solo quería perderse en su propia miseria.—Bien hecho, Montenegro —murmuré con amargura antes de darle otro trago al whisky, sintiendo cómo el ardor descendía hasta mi estómago.Andrea de seguro me odia. ¿Cómo no hacerlo? Todo explotó de la peor manera posible, con la prensa como testigo de un espectáculo que nunca debió salir a la luz. No así. No con los titulares destrozándola, no con la mirada herida que me dedi
Andrea estaba parada frente a mí, con la determinación pintada en sus ojos oscuros. Me había pedido ayuda. A mí.Respiré hondo, pasé una mano por mi nuca y desvié la mirada un segundo ante de tomar una decisión.—Está bien —dije finalmente, con un tono más calmado de lo que me sentía—. Te ayudaré con la conferencia de prensa.Andrea sostuvo la mirada con intensidad, pero no hubo sorpresa en su expresión. Como si supiera que diría que sí. Como si, de alguna manera, confiara en mí.—Gracias, Leo —murmuró con una pequeña sonrisa.Y justo en ese instante, mi estómago traicionero decidió reclamar su derecho a ser alimentado. El sonido era lo suficientemente fuerte como para romper la tensión en el ambiente.Andrea con un destello divertido en la mirada, ese brillo juguetón que rara vez dejaba salir.—Por ahí me pasaron el dato de que ayer estuviste tomando —comentó con un tono despreocupado, casi burlón—. Así que, bien, date una ducha mientras yo preparo el desayuno.La observe con cierta
**ANDREA**El sonido del agua corriendo en la cocina se mezclaba con el leve murmullo de Leonardo mientras hablaba por teléfono en la sala. Sus palabras eran claras, seguras, coordinando la conferencia de prensa con los periodistas con la facilidad de quien tiene el control absoluto de la situación. Yo, en cambio, sentía mi mente hecha un caos.Mis manos se movían mecánicamente bajo el agua fría, cubiertas de espuma mientras tallaba un plato con más fuerza de la necesaria. El jabón se deslizaba entre mis dedos, pero la sensación apenas lograba alejar el torbellino de pensamientos que me envolvía.—Déjalo, yo puedo encargarme —dijo Leonardo de repente.Levanté la vista y lo vi avanzar con paso relajado, tomando el otro mandil sin prisa. Se lo colocó con naturalidad, como si esta escena doméstica le resultara habitual. Su camisa blanca estaba ligeramente desabrochada en el cuello, las mangas arremangadas hasta los antebrazos, dándole un aire peligrosamente relajado.—No hay problema, la
En el instante en que mis labios rozaron los suyos, sentí cómo mi mundo se desaparecía. No fue un roce tímido ni un error impulsivo. Fue un estallido de emociones contenidas, una colisión de sentimientos que habíamos callado demasiado tiempo.Al principio, su boca se posó sobre la mía con una mezcla de duda, como si aún no creyera que esto realmente estaba pasando. Pero yo sentí su deseo, su temor y esa lucha interna reflejada en la forma en que sus manos se aferraron a mi cintura, como si tuviera miedo de que desapareciera. Un escalofrío me recorrió la piel cuando lo sentí titubear por un instante, como si aún tuviera la opción de bajarme y alejarse.Pero no lo hizo.En cambio, cedió. Y cuando lo hizo, lo sentí con toda su intensidad. Su boca reclamó la mía con hambre, con esa desesperación de quien ha reprimido demasiado, de quien se ha prohibido sentir, pero que ya no puede contenerse más. Me devoró como si hubiese esperado toda su vida para este momento.El sabor amargo de la cerv
**SANTIAGO**La pila de documentos frente a mí era una montaña sin sentido. Todos los papeles que normalmente manejaba con precisión ahora no eran más que un revoltijo de letras y números sin importancia. Pasé una mano por mi rostro, intentando encontrar un resquicio de concentración, pero era inútil. Desde que la noticia del embarazo de Valeria, mi mundo se había vuelto un caos.Andrea no me contestaba. Traté de convencerme de que no importaba, de que no tenía derecho a exigirle nada.Mis dedos tamborileaban contra la mesa hasta que el pensamiento se instaló con más fuerza en mi cabeza. ¿Estaría con él ahora mismo? ¿Estaría enamorándose de él como alguna vez se enamoró de mí? La idea fue un golpe seco en el estómago.Mi puño se cerró sobre la mesa con tal fuerza que los nudillos palidecieron. Contuve el impulso de arrojar todo por los aires, de descargar esta furia que se acumulaba en mi pecho como una bomba a punto de estallar. No podía seguir así. Tenía que hacer algo. Tenía que ha