Andrea estaba parada frente a mí, con la determinación pintada en sus ojos oscuros. Me había pedido ayuda. A mí.Respiré hondo, pasé una mano por mi nuca y desvié la mirada un segundo ante de tomar una decisión.—Está bien —dije finalmente, con un tono más calmado de lo que me sentía—. Te ayudaré con la conferencia de prensa.Andrea sostuvo la mirada con intensidad, pero no hubo sorpresa en su expresión. Como si supiera que diría que sí. Como si, de alguna manera, confiara en mí.—Gracias, Leo —murmuró con una pequeña sonrisa.Y justo en ese instante, mi estómago traicionero decidió reclamar su derecho a ser alimentado. El sonido era lo suficientemente fuerte como para romper la tensión en el ambiente.Andrea con un destello divertido en la mirada, ese brillo juguetón que rara vez dejaba salir.—Por ahí me pasaron el dato de que ayer estuviste tomando —comentó con un tono despreocupado, casi burlón—. Así que, bien, date una ducha mientras yo preparo el desayuno.La observe con cierta
**ANDREA**El sonido del agua corriendo en la cocina se mezclaba con el leve murmullo de Leonardo mientras hablaba por teléfono en la sala. Sus palabras eran claras, seguras, coordinando la conferencia de prensa con los periodistas con la facilidad de quien tiene el control absoluto de la situación. Yo, en cambio, sentía mi mente hecha un caos.Mis manos se movían mecánicamente bajo el agua fría, cubiertas de espuma mientras tallaba un plato con más fuerza de la necesaria. El jabón se deslizaba entre mis dedos, pero la sensación apenas lograba alejar el torbellino de pensamientos que me envolvía.—Déjalo, yo puedo encargarme —dijo Leonardo de repente.Levanté la vista y lo vi avanzar con paso relajado, tomando el otro mandil sin prisa. Se lo colocó con naturalidad, como si esta escena doméstica le resultara habitual. Su camisa blanca estaba ligeramente desabrochada en el cuello, las mangas arremangadas hasta los antebrazos, dándole un aire peligrosamente relajado.—No hay problema, la
En el instante en que mis labios rozaron los suyos, sentí cómo mi mundo se desaparecía. No fue un roce tímido ni un error impulsivo. Fue un estallido de emociones contenidas, una colisión de sentimientos que habíamos callado demasiado tiempo.Al principio, su boca se posó sobre la mía con una mezcla de duda, como si aún no creyera que esto realmente estaba pasando. Pero yo sentí su deseo, su temor y esa lucha interna reflejada en la forma en que sus manos se aferraron a mi cintura, como si tuviera miedo de que desapareciera. Un escalofrío me recorrió la piel cuando lo sentí titubear por un instante, como si aún tuviera la opción de bajarme y alejarse.Pero no lo hizo.En cambio, cedió. Y cuando lo hizo, lo sentí con toda su intensidad. Su boca reclamó la mía con hambre, con esa desesperación de quien ha reprimido demasiado, de quien se ha prohibido sentir, pero que ya no puede contenerse más. Me devoró como si hubiese esperado toda su vida para este momento.El sabor amargo de la cerv
**SANTIAGO**La pila de documentos frente a mí era una montaña sin sentido. Todos los papeles que normalmente manejaba con precisión ahora no eran más que un revoltijo de letras y números sin importancia. Pasé una mano por mi rostro, intentando encontrar un resquicio de concentración, pero era inútil. Desde que la noticia del embarazo de Valeria, mi mundo se había vuelto un caos.Andrea no me contestaba. Traté de convencerme de que no importaba, de que no tenía derecho a exigirle nada.Mis dedos tamborileaban contra la mesa hasta que el pensamiento se instaló con más fuerza en mi cabeza. ¿Estaría con él ahora mismo? ¿Estaría enamorándose de él como alguna vez se enamoró de mí? La idea fue un golpe seco en el estómago.Mi puño se cerró sobre la mesa con tal fuerza que los nudillos palidecieron. Contuve el impulso de arrojar todo por los aires, de descargar esta furia que se acumulaba en mi pecho como una bomba a punto de estallar. No podía seguir así. Tenía que hacer algo. Tenía que ha
Me levanté de un salto y me dirigí al baño. El aire frío me envolvió, pero no me detuve. Abrí la ducha y dejé que el agua helada cayera sobre mi piel sin intentar regular la temperatura. No me moví. No hice el más mínimo esfuerzo por alejarme del frío. Solo la dejé correr, como si el agua pudiera arrastrar con ella el peso en mi pecho, el cansancio que no era solo el eco de una borrachera, sino de meses, quizás años, de desgaste. Cerré los ojos y apreté los puños contra las baldosas húmedas mientras las imágenes volvían con una claridad despiadada.Mi Andrea riendo. Mi esposa mirándome con amor. La forma en que pronunciaba mi nombre, sin reservas, sin la frialdad de ahora, como si aún significara todo para ella. La imagen de ella embarazada de nuestro segundo hijo, mientras yo sostenía a nuestra hija en brazos. Mi familia feliz.Un sueño. Un maldito sueño que no era real, pero que se sentía tan tangible que casi podía extender la mano y tocarlo. Y, por primera vez en mucho tiempo, co
**ANDREA**Mi mirada se fijó en la suya, sentía el latido de mi corazón en la garganta, un eco sordo que me recordaba que, por primera vez en mucho tiempo, estaba a punto de hacer algo diferente.Respiré hondo, luego, con una sonrisa sutil, pronuncié las palabras que sellaban mi decisión.—Está bien, Leo… iré contigo a la gala.Leonardo se quedó en silencio por un instante, pero la sonrisa que se formó en su rostro fue suficiente para hacerme sentir que había tomado la decisión correcta. No dijo nada más, pero sus ojos reflejaban una chispa de satisfacción, como si ya supiera cual sería mi respuesta.Mientras terminábamos el desayuno, me quedé en silencio, moviendo la cucharilla dentro de mi taza de café, viendo cómo el líquido formaba remolinos oscuros. Había algo inquietante en la calma de esa mañana, una sensación extraña que se alojaba en mi pecho. No era exactamente tristeza ni ansiedad, pero tampoco podía llamarlo alivio. Tal vez era una mezcla de ambas, un sentimiento de antici
**LEONARDO**Mientras caminábamos por la playa, el aire salado impregnaba mis sentidos, pero lo único que realmente quería retener era el perfume de Andrea. Dulce, cálido, inconfundible. Un aroma que, sin darme cuenta, ya se había convertido en parte de mi mundo.Mis pensamientos flotaban en el futuro, en lo que deseaba más que nada. Esto es lo que quiero. Esto es lo que siempre he querido. Estar con ella, construir algo real, sólido, donde no existieran sombras ni distancias. Donde pudiera verla reír todos los días, verla despertar a mi lado, amada, segura, feliz. Le tomé las manos con suavidad, permitiéndome transmitirle todo lo que anhelaba sin necesidad de palabras. Pero entonces, algo en mi interior se agitó. Una punzada de inquietud, una señal sorda que no podía ignorar.Fue en ese momento cuando los fuegos artificiales iluminaron el cielo nocturno, tiñendo las olas con reflejos dorados y escarlatas. Sin embargo, yo no pude disfrutar del espectáculo. Algo en la periferia captó m
Me dejé caer sobre la arena, sintiendo la frialdad de los granos filtrarse entre mis dedos, pero ni siquiera eso lograba apaciguar el torbellino en mi pecho. El mar oscuro se extendía ante mí, sus olas rompiendo contra la orilla con una cadencia monótona, casi burlona. La brisa nocturna agitaba mi cabello, pero no me refrescaba, no aliviaba la sensación de asfixia que se apoderaba de mí desde que Leonardo soltó aquellas palabras."Tal vez tu amante no es la persona a la que le debes la vida."Fruncí el ceño y pasé una mano por mi rostro, frustrado. La frase se repetía en mi cabeza como un eco maldito, clavándose en mi mente como una espina imposible de ignorar. ¿Qué demonios querían decir con eso?Todo este tiempo he creído que Valeria fue quien me salvó aquel día en el lago. Nunca lo cuestioné. ¿Para qué lo haría? Mis padres me lo confirmaron al verla. Ella misma me contó la historia con lujo de detalles: cómo se lanzó al agua sin pensarlo, cómo luchó contra la corriente hasta alcanz