Regalos anónimos

—¡Qué te importa!— exclamó él— lo importante aquí es, que ella es a quien amo y deseo formar una familia con ella, además de que espera un hijo mío.

— ¿Y quien no dice que ese hijo es de otro? — gritó Stella— a lo mejor tu amante es una zorra.

— No tienes altura para ofender a una mujer como ella,— dijo él— ¿una zorra? ¡Mira quien habla! ¡Una mujer que ni siquiera fue capaz de cuidar a su hijo por andar follando a cada rato!

¡Plaf! Se oyó cuando la mano de ella se estrelló contra el rostro de él; Richard lívido por la rabia que sentía, la tomó por la muñeca haciendo que ella emitiera un quejido de dolor.

— ¡Me estás lastimando!— exclamó Stella.

— ¡No se te ocurra volver a alzarme la mano Stella, voy a olvidar que eres mujer y la vas a pasar muy mal!— le susurró él muy despacio.

— ¿Serías capaz de pegarme Richard?— preguntó ella desafiante.

— ¡Prueba y lo verás! — amenazó él marcando cada palabra— ¡Quiero que recojas tus cosas y salgas de mi casa!

— ¡Esta es mi casa, también! —
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