La noche había caído sobre la ciudad como un manto pesado, sofocando los últimos vestigios de luz con su oscuridad opresiva. En la comisaría del Distrito 5, el bullicio era ensordecedor. Los agentes policiales se movían con una urgencia que rozaba el pánico, sus radios crujían con cada nueva transmisión, y los teléfonos no dejaban de sonar, cada llamada una voz más aterrada que la anterior.El agente García respondió el teléfono: —Comisaría del Distrito 5, ¿cuál es su emergencia?Una voz asustada y quebrada le contestó:—¡Por favor, ayuda! ¡Hay algo enorme afuera! Parece un... un monstruo, ¡está destrozando todo!El agente García calmó al ciudadano y luego colgó el teléfono con una mano temblorosa, intercambiando una mirada de desconcierto con su compañero, el agente López, quien acababa de recibir otra llamada similar.El agente López estaba igual de incrédulo que su compañero.—Tenemos otra llamada de 'ataque de monstruo'. ¿Qué está pasando hoy?Las llamadas seguían llegando, cada
La noche había caído sobre el parque, y con ella, la quimera descendió de los cielos oscuros. Sus alas, vastas y oscuras como la misma noche, batían con un sonido que recordaba al trueno lejano. Los colmillos de la bestia, afilados y brillantes, destellaban con un brillo mortífero mientras se abrían paso a través de la carne de sus víctimas. La piel de la criatura, un tapiz de plumas negras y escamas duras como el acero, reflejaba la luz de las farolas rotas del parque.Los humanos, atraídos por la voz hipnótica de la quimera, habían buscado refugio en el almacén, creyendo que las paredes de concreto podrían protegerlos. Pero la criatura era astuta, y su melodiosa llamada era una trampa mortal.Un humano rechoncho comentó con voz temblorosa:—¡No puede ser real! ¡Esto tiene que ser una pesadilla!—Oh, pero es tan real como el miedo que ahora inunda tus venas—la Quimera rió con deleite.—¡Tenemos que salir de aquí!—una humana con gafas gritó mientras intentaba abrir una puerta bloquead
—¡Bastian, Andrés, sigan mis pasos sin titubear!—rugió el líder con una voz que resonaba como un trueno, impregnada de autoridad y urgencia—. El resto de ustedes, formen una barricada. Ese ser escurridizo podría intentar una fuga artera. Mantengan los ojos bien abiertos y el pulso firme, listos para enfrentar lo desconocido.Los soldados, con la solemnidad de su deber reflejada en sus ojos, asintieron con una resolución férrea, moviéndose con la precisión de un reloj bien engranado. Se dispersaron, cada uno a su puesto, como hojas llevadas por el viento de un otoño implacable. Beltaine, con la mirada aguda de un halcón, notó algo que perturbó la calma de su espíritu guerrero: las marcas ominosas en el cuello de Bastian, que se asomaban como sombras traicioneras cada vez que él giraba, reveladas por el baile de su uniforme. Eran cicatrices de un pasado que quemaba, marcas de cigarrillos que hablaban de noches de tormento.—Y no olviden...—la voz del líder se perdió en el viento, pues B
Con cada latido resonando en sus oídos, el comandante y su escuadrón de valientes sacaron sus armas con manos que apenas disimulaban un temblor incontrolable. La oscuridad los envolvía, y ellos, con linternas en mano, desafiaban la noche que se cernía sobre el parque, un enemigo invisible y omnipresente.El comandante, con su corazón golpeando contra su pecho como un tambor de guerra, se encontraba al borde del abismo. La experiencia grabada en su piel y alma no era nada comparada con el mito viviente que ahora enfrentaba. Un monstruo de leyendas antiguas, un gigante de sombras, se decía que habitaba en aquel almacén abandonado, un depredador nacido de pesadillas y hambre de sangre.Avanzaron con cautela, cada paso un eco en la vastedad del almacén. El comandante, con voz firme pero cargada de una tensión palpable, ordenó que cada rincón fuera bañado en luz. Y entonces, sus ojos se toparon con la escena que desafiaba toda lógica y razón. La sangre se extendía como un océano carmesí, s
—¡Por las barbas de Merlín, no descansaré hasta que esa arpía dorada muerda el polvo!—exclamó Bastian, con el dedo tembloroso sobre el gatillo, apuntando a la bestia mitológica. La Quimera, hinchada de ira y con los ojos inyectados en sangre, se preparaba para lanzarse sobre el desdichado humano, cuando de repente, un aliado monstruoso, un camarada de sombras, se deslizó junto a él.—¡Alto ahí, compadre!—La voz del recién llegado era un susurro grave que se deslizaba como la niebla entre los árboles. Su figura era alta y esbelta, una silueta que se recortaba contra la luz mortecina que se filtraba a través de las ramas desnudas.El grito inesperado congeló a la bestia y a Bastian, que voltearon al unísono hacia la nueva sombra. La Quimera, con sus fauces babeantes y sus múltiples ojos parpadeando con desconcierto, parecía medir al intruso, sopesando si era un nuevo enemigo o un simple estorbo.—Este mortal ya tiene dueño, un licántropo lo ha reclamado.—La criatura que hablaba no era m
De repente, el pequeño guardián de madera en el bolsillo de Beltaine comenzó a agitarse con urgencia, como si quisiera comunicar una advertencia crítica o estuviera abrumado por el estrés de la situación. Era un baile frenético, una danza de pellizcos y tirones que no dejaba lugar a dudas: algo andaba mal.La pelirroja soltó un exabrupto, frunciendo el ceño ante la insistencia del pequeño bastón. "¿Qué demonios te pasa ahora?" murmuró, sintiendo cómo el objeto golpeaba su pierna con insistencia. Era como si el guardián intentara despertarla de un sueño profundo, alertándola del peligro inminente.—¿Líder?—la voz de su compañero, Andrés, temblaba como hoja al viento, cargada de un pánico que amenazaba con desbordarse en cualquier momento. Sus palabras eran un hilo delgado, a punto de romperse bajo el peso de la locura que se cernía sobre ellos—. Agente Escurra, ¿está...?Beltaine soltó otra maldición. Si sus sospechas eran correctas, no podría contar con Andrés en un estado tan vulnera
En el corazón de un almacén olvidado, donde las sombras jugaban con la luz mortecina, la batalla entre Beltaine y las criaturas de pesadilla se desplegaba como un lienzo de violencia y arte. La Quimera, con su cuerpo retorcido de bestia y pesadilla, se movía con una gracia perversa, sus múltiples ojos brillando con una inteligencia malévola. El compañero de la Quimera, una abominación de tentáculos y dientes, se retorcía en el suelo, su sangre formando charcos de un líquido que desafiaba la naturaleza.—¿Qué abominación de fuerza es esta?—rugió el compañero de la Quimera, su voz temblaba mientras su cuerpo se desmoronaba, víctima del feroz contraataque de la guerrera de cabellos de fuego.El monstruo tosió, un estertor gutural, mientras un líquido viscoso y alienígena brotaba de sus entrañas. La espada de Beltaine había desatado un ataque letal.—No debía ser así...—susurró con un hilo de voz, ahogándose en el río carmesí que fluía de su boca—. ¡Esto traiciona toda predicción!Beltain
Beltaine abrió los ojos desmesuradamente, un grito mudo se desgarró en su garganta al sentir el abrasador dolor del plomo en su brazo. Se desplomó al suelo, su mirada se clavó en Bastian, quien se llevaba las manos a la cabeza con un gesto de confusión y comenzaba a farfullar:—¿Qué te he hecho? —exclamó con un gesto de incredulidad, negando con la cabeza mientras se sujetaba las sienes—. ¡Vale, vale, entendido! —apretó el arma aún humeante entre sus dedos—. ¡Prometo que haré lo que me pidas!El charco carmesí que se expandía bajo él era testimonio de su derrota ante la Quimera.—Si es la muerte lo que buscas, será un placer concedértela... —Bastian esbozó una sonrisa desquiciada mientras fijaba su mirada en Beltaine. Sus ojos danzaban frenéticos, como si en lugar de a ella, viera una mera fantasía.Avanzó con paso de muerto viviente, cada movimiento le costaba un mundo, apuntando con la pistola a la pelirroja ya malherida. La tos le arrancaba borbotones de sangre, pero eso parecía no