Beltaine quedó momentáneamente en blanco, sumida en un torbellino de pensamientos sobre cómo rescatar a su Alfa de la situación crítica en la que se encontraba. ¿Cómo diablos podría sacar esa hoja de espada vampírica que se había clavado tan profundamente en el cuello de Kyrios?Tan absorta estaba en sus cavilaciones que ni siquiera oyó el llamado del hombre lobo.—¿Cabeza de fuego?Silencio.—¿Beltaine?Nada.—¡Beltaine!Parecía que la pelirroja se había adentrado en un universo paralelo.Entonces, con la velocidad de un rayo, Kyrios le arrebató la copa de vino añejo de las manos y, con una determinación feroz, se abalanzó sobre ella, decidido a captar su atención de una manera más... física.Beltaine soltó un chillido, tratando de defenderse, pero era como luchar contra una tormenta contra el asalto de cosquillas de Kyrios.—Oye, llama de fuego...—Kyrios no iba a darse por vencido hasta asegurarse de que Beltaine lo escuchara claramente—. ¿Estás ahí?—Te... estoy escuchando...—Belta
Beltaine mascullaba entre dientes, cada palabra salía como un gruñido mientras intentaba encontrar una posición cómoda en su asiento.—¡Ese Alfa desgraciado!—exclamó con una mezcla de dolor y burla, ajustándose en el asiento como si pudiera escapar de su propia piel.Los costados le ardían y el vientre le palpitaba, recuerdos risueños de las cosquillas salvajes del licántropo. Marcas moradas decoraban su piel, testimonio de un agarre tan firme como inesperado.—Por su culpa, estoy hecha un mapa de dolores. ¡Maldito sea!Con meticulosidad, continuó abrillantando sus botas de agente especial, cada movimiento calculado para evitar un nuevo estallido de dolor.—Por momentos, es un caballero conmigo... ¡y al siguiente, se convierte en el mismísimo demonio encarnado!—Se llevó una mano a la frente, buscando alivio en el gesto—. Me tiene al borde del colapso...Un suspiro se le escapó, pesado como el plomo.—Decídete, ¿eres el malo o el bueno? No puedes jugar a ser ambos, ¡ya no estás en la p
—¿De verdad? ¿Te soltó esa barbaridad así, sin anestesia?Beltaine no daba crédito. Si no fuera porque veía a su colega hecha un manojo de nervios, asintiendo con una intensidad que rozaba la histeria, habría pensado que era una broma de mal gusto. ¿Bastian, su compinche de mil batallas, estaba tan mal?—Esa mirada... era como si el mismísimo invierno se posara en sus ojos, por eso quería salir de ahí como alma que lleva el diablo. Pero justo cuando me lancé a la carrera, esquivando y zigzagueando entre los casilleros, él me frenó con un "tú" que cortaba el aire. Me quedé paralizada, con el corazón en la garganta, apenas pude articular un "¿Sí?" tembloroso, sin siquiera girarme para enfrentar esos ojos glaciales. Y él, con esa voz que parecía arrastrar cadenas, suelta: "¿Te has enterado? Esos desgraciados están cayendo como moscas, podrían palmarla."Beltaine se quedó con la boca abierta, como si un fantasma le hubiera atravesado. ¿Habría perdido Bastian el juicio?—Y no paraba, "Es d
La noche había caído sobre la ciudad como un manto pesado, sofocando los últimos vestigios de luz con su oscuridad opresiva. En la comisaría del Distrito 5, el bullicio era ensordecedor. Los agentes policiales se movían con una urgencia que rozaba el pánico, sus radios crujían con cada nueva transmisión, y los teléfonos no dejaban de sonar, cada llamada una voz más aterrada que la anterior.El agente García respondió el teléfono: —Comisaría del Distrito 5, ¿cuál es su emergencia?Una voz asustada y quebrada le contestó:—¡Por favor, ayuda! ¡Hay algo enorme afuera! Parece un... un monstruo, ¡está destrozando todo!El agente García calmó al ciudadano y luego colgó el teléfono con una mano temblorosa, intercambiando una mirada de desconcierto con su compañero, el agente López, quien acababa de recibir otra llamada similar.El agente López estaba igual de incrédulo que su compañero.—Tenemos otra llamada de 'ataque de monstruo'. ¿Qué está pasando hoy?Las llamadas seguían llegando, cada
La noche había caído sobre el parque, y con ella, la quimera descendió de los cielos oscuros. Sus alas, vastas y oscuras como la misma noche, batían con un sonido que recordaba al trueno lejano. Los colmillos de la bestia, afilados y brillantes, destellaban con un brillo mortífero mientras se abrían paso a través de la carne de sus víctimas. La piel de la criatura, un tapiz de plumas negras y escamas duras como el acero, reflejaba la luz de las farolas rotas del parque.Los humanos, atraídos por la voz hipnótica de la quimera, habían buscado refugio en el almacén, creyendo que las paredes de concreto podrían protegerlos. Pero la criatura era astuta, y su melodiosa llamada era una trampa mortal.Un humano rechoncho comentó con voz temblorosa:—¡No puede ser real! ¡Esto tiene que ser una pesadilla!—Oh, pero es tan real como el miedo que ahora inunda tus venas—la Quimera rió con deleite.—¡Tenemos que salir de aquí!—una humana con gafas gritó mientras intentaba abrir una puerta bloquead
—¡Bastian, Andrés, sigan mis pasos sin titubear!—rugió el líder con una voz que resonaba como un trueno, impregnada de autoridad y urgencia—. El resto de ustedes, formen una barricada. Ese ser escurridizo podría intentar una fuga artera. Mantengan los ojos bien abiertos y el pulso firme, listos para enfrentar lo desconocido.Los soldados, con la solemnidad de su deber reflejada en sus ojos, asintieron con una resolución férrea, moviéndose con la precisión de un reloj bien engranado. Se dispersaron, cada uno a su puesto, como hojas llevadas por el viento de un otoño implacable. Beltaine, con la mirada aguda de un halcón, notó algo que perturbó la calma de su espíritu guerrero: las marcas ominosas en el cuello de Bastian, que se asomaban como sombras traicioneras cada vez que él giraba, reveladas por el baile de su uniforme. Eran cicatrices de un pasado que quemaba, marcas de cigarrillos que hablaban de noches de tormento.—Y no olviden...—la voz del líder se perdió en el viento, pues B
Con cada latido resonando en sus oídos, el comandante y su escuadrón de valientes sacaron sus armas con manos que apenas disimulaban un temblor incontrolable. La oscuridad los envolvía, y ellos, con linternas en mano, desafiaban la noche que se cernía sobre el parque, un enemigo invisible y omnipresente.El comandante, con su corazón golpeando contra su pecho como un tambor de guerra, se encontraba al borde del abismo. La experiencia grabada en su piel y alma no era nada comparada con el mito viviente que ahora enfrentaba. Un monstruo de leyendas antiguas, un gigante de sombras, se decía que habitaba en aquel almacén abandonado, un depredador nacido de pesadillas y hambre de sangre.Avanzaron con cautela, cada paso un eco en la vastedad del almacén. El comandante, con voz firme pero cargada de una tensión palpable, ordenó que cada rincón fuera bañado en luz. Y entonces, sus ojos se toparon con la escena que desafiaba toda lógica y razón. La sangre se extendía como un océano carmesí, s
—¡Por las barbas de Merlín, no descansaré hasta que esa arpía dorada muerda el polvo!—exclamó Bastian, con el dedo tembloroso sobre el gatillo, apuntando a la bestia mitológica. La Quimera, hinchada de ira y con los ojos inyectados en sangre, se preparaba para lanzarse sobre el desdichado humano, cuando de repente, un aliado monstruoso, un camarada de sombras, se deslizó junto a él.—¡Alto ahí, compadre!—La voz del recién llegado era un susurro grave que se deslizaba como la niebla entre los árboles. Su figura era alta y esbelta, una silueta que se recortaba contra la luz mortecina que se filtraba a través de las ramas desnudas.El grito inesperado congeló a la bestia y a Bastian, que voltearon al unísono hacia la nueva sombra. La Quimera, con sus fauces babeantes y sus múltiples ojos parpadeando con desconcierto, parecía medir al intruso, sopesando si era un nuevo enemigo o un simple estorbo.—Este mortal ya tiene dueño, un licántropo lo ha reclamado.—La criatura que hablaba no era m