Capítulo 4

Isabela

Apenas escucho esa frase, salgo sin decir más, sin mirar atrás. ¿A dónde ir? Lejos de mi realidad un momento. Solo puedo oír unos pasos tras de mí mientras me dirijo a la playa. Pienso que es papá, no lo era, para variar mi desgracia Eduardo me sigue.

— ¡Isabela! ¡Espera!

Lo escucho gritar, sigo caminando sin escucharlo, con la mirada hacia la arena, trataba de que el brillo del sol reflejado en sus fragmentos desviara mi tensión.

— ¡Espera! —Corre  y me alcanza, se pone frente a mí caminando hacia atrás.

— ¿Qué quieres? — respondo fastidiada.

—Por lo que veo esto te afectó más que a mí, pero ya no podemos hacer nada.

—Ay —grité haciendo mi pataleta.

— ¿Te pasa algo? —Deteniéndose un poco.

—Tengo coraje, me molesta que no me haya dicho nada. Si quería convertir estas vacaciones en una pesadilla, lo está logrando. No tenía idea que estaba viéndose con alguien. Eso me duele mucho; no teníamos secretos, desde que mamá murió nos convertimos en los mejores amigos, confiábamos mutuamente y aunque nunca volvimos a tener un trato tan cercano, todo era… y ahora esto ¿Cuántas mentiras más me ha dicho? Creí que nuestra relación de padre e hija era perfecta, no sé qué está pasando — dejo caer mis lágrimas.

Sin pensarlo dos veces Eduardo me abraza, como si supiera que necesitaba un hombro donde llorar. Me aferro a su cuerpo y lloro mientras recuerdo la estúpida cara de Yolanda sonriendo cuando acariciaba a mi padre. ¿Estaba celosa de que exista otra mujer e su vida después de mamá? Quizá quiero seguir manteniendo los recuerdos de mis padres juntos ¿Acaso no tiene derecho papá de rehacer su vida? Ha pasado 10 años solo, aferrado a un amor que no volverá.

—Nunca conocí a mi padre, solo sé que desapareció un día de nuestras vidas, no quiso saber más de nosotros. Mamá se hizo cargo de todo, no te digo esto porque sea mi madre, pero es buena, no es la bruja malvada que llegará a tu vida para destruirla. — dice mientras seguíamos abrazados recibiendo las lágrimas de mis ojos.

Pasado unos segundos nos separamos y pude ver una ligera sonrisa dibujada en su rostro, que me animaba a dejar de llorar. Toma mis manos y trata de desviar mi sufrimiento con sus palabras. Sabe que necesito escuchar algo positivo entre tanta confusión formada en mi cabeza.

—Lo único que deseo es que nos llevemos bien, no quiero que seamos como los típicos hermanastros que se odian a morir. Sé que lo que te digo es hiriente y quizá no quieras escucharlo, pero si vamos a tener este parentesco, hay que llevarnos bien ¡Demostremos que podemos hacer la diferencia!

No sé si fue su acento al hablar, pero me hizo sonreír. Había logrado quitarme la tristeza en unos segundos, hasta olvidé el propósito de mi salida de la casa.

—Por ahora solo quiero procesar todo esto — digo caminando de vuelta a la escena de mi pesadilla.

No creí que pueda existir algo peor que eso, hasta que mi adorado Eduardo soltó la bomba. Nuestros padres habían planeado no solo decirnos sobre su noviazgo, sino el convivir juntos todos en verano. El desayuno era el inicio de una realidad horrible. ¿Cómo podría mirarlo a los ojos cada mañana sin sentir estas cosas inexplicables? Vuelvo a soltar un grito de terror y rabia sin importarme que me miraran los que estaban paseando por la playa a esa hora.

—Entiendo tu posición, no quiero que te sientas mal con nuestra presencia. Hablaré con mi madre y le aré entender que por ahora esta posibilidad de la convivencia no va a funcionar. Para mí también es un poco apresurado y loco, es como si ya estén planeando casarse y nos quieren preparar para la vida familiar. —sonríe estremeciéndose.

— ¡No! ni siquiera quiero imaginarme… bueno no por ahora.

Crucé los brazos y revivo las veces que vi a mi padre lleno de tristeza hablándome de mamá y me sentí mal al negarme a que sea feliz, cuando muchas veces le reiteré lo contrario. Aquellas veces que lo vi sumergido en la tristeza profunda hasta dormirse, apuñalaban mi corazón.

—Aunque no lo creas, también se me hace raro ver a mi madre con una nueva pareja, tomando en cuenta que ya ha tenido malas experiencias —Dice con la mirada fija en la playa.

Mi padre no es una mala persona le recalqué mientras seguía oyendo sus palabras.

—Ambos sabemos cómo son nuestros padres, el tratar de llevar la fiesta en paz es mejor para todos. Si quieren estar juntos, no hay que ser una piedra en sus zapatos, somos mayores de edad. Ellos saben lo que hacen, está por demás sentirnos mal por sus decisiones. Hay que apoyarlos como hijos — Fueron las palabras más razonables que escucho.

Tenía razón en aclararme ese punto. Me sonrie y esos hoyitos que se dibujaban en su rostro me volvieron a hechizar. Eso y su acento gracioso que provocaba en mí una ligera sonrisa.

Me mira y extendiéndome su mano, me pide que lo acompañase de vuelta a casa. Por un momento me sentí feliz al caminar de su mano, sintiendo que mi corazón bailaba al ritmo del temblor de mi veinte. Entramos con la clara convicción de llevar la fiesta en paz. Nos dirigimos al comedor, donde nuestros padres esperaban con el desayuno puesto en la mesa. Papá se veía súper feliz al lado de Yolanda, pero no pude evitar tener esa rabia incontenible, ver ese cuadro romántico me hacían creer que papá había echado al olvidado el recuerdo de mi madre.

— ¿Así que se conocieron ayer? — Dijo Yolanda tratando de romper el hielo que existía entre las dos. No quise mirarla, solo levanté la vista en dirección de Eduardo que al mirarme interpretó que debía contestar.

—Así es, un desagradable suceso que no llegó a mayores — Manifiesta, sin apartar el tenedor de los tamales.

—Siempre estaré muy agradecido con él — Agrega papá sonriendo.

Seguía con la mirada esquiva observando mi desayuno. Levanté la vista hacia papá, se veía incómodo y Yolanda igual. Eduardo seguía comiendo, ¡sí que tenía hambre! Así que intente darle una oportunidad, por mi padre, después de todo había planeado este viaje con el fin de que la conocerla. No era justo comportarme como una chica inmadura.

— ¿Hace cuánto se conocen? —dije mirándolos dibujando una ligera sonrisa en mi rostro.

—Hace dos años y medio — Dice Yolanda emocionada.

— Dos años y medio —Recalqué — ¿Por qué no me dijiste nada papá?

—Quería que se conocieran primero, además tú siempre has dicho que sea feliz. —me dice.

Eso fue un golpe bajo, así lo sentí. Es fácil decirlo, pero ahora que lo veo, es horrible, es una pesadilla ver a tu padre con alguien más que no sea tu madre.

—Pero me hubieras dicho antes el propósito de este viaje, me hubiese ahorrado unos buenos sustos —Sonrio.

—Le expresé a Derek ese detalle, pero insistió que sea una sorpresa. —Dice ella, un poco avergonzada.

—Vaya sorpresa madre — dijo Eduardo sonriendo —por poco me da un infarto.

—Espero que no te de un infarto el día de la boda —sonrió Yolanda.

— ¿Boda? —Eduardo y yo gritamos al mismo tiempo.

Eduardo se ahogó con el tamal y yo con la leche. Cuando finalmente pude decir algo grito “¿Van a casarse?” Eduardo estaba rojo tosiendo, lo que pudo decir dio a entender que no tenía idea de los planes de su madre.

—Tranquilos chicos, estas vacaciones son precisamente para eso. Sé que es difícil ahora, son adultos y ver a sus padres tomar la decisión de formar otra familia, los asusta. Pero espero que como adultos que somos todos, llevemos esta convivencia en armonía. Los amamos y esta boda no va a cambiar ese amor. Deseo que formemos una gran familia feliz. Sé que ahora eso es imposible de pedir. Pero tratemos —manifestó papá tomando la mano de su amada.

Con Eduardo nos miramos resignados a nuestro destino.

— ¿Y para cuándo es la boda? — pregunto recostándome en la silla.

—A fines de septiembre — dijo Yolanda con una enorme sonrisa en la cara.

— ¿Qué? —Grito —Lo siento es que aún no puedo asimilar esta noticia —tratando de calmarme.

—Te parece apresurada princesa — Manifiesta papá con tristeza.

Quiero que sea feliz, que deje atrás el pasado doloroso, si ella lo llena de dicha no puedo negarme. Me levanto y caminando hasta su asiento, lo abrazo.

—Que seas muy feliz papito. Disculpa por mi reacción, es que han sido muchas emociones juntas. Pero, lo que más quiero es que seas feliz.

—Te entiendo princesa —Me deja un beso en la frente.

Eduardo me miró feliz, ¡Se ve tan tierno! Luego nos dimos un abrazo para felicidad de nuestros padres, sellando de esa manera la paz, por así decirlo.

Después se instalarse en la casa salimos a caminar por la playa y luego Yolanda nos lleva a un restaurante cercano para degustar un almuerzo marino. Un delicioso arroz con mariscos, cebiche, chicharrones y un calientito chilcano de entrada y unos grandes vasos de refrescante Chicha morada.

Ahí se nos pasó algunas horas, reímos y hablamos, nuestros padres eran los más felices, en realidad Eduardo y yo no tenemos intención de llevarnos mal.

— ¿Te gusto la comida? — Pregunta Eduardo curioso.

—Me encanta. Mamá solía decirme que la comida peruana era deliciosa y tenía sabores únicos. Lo estoy comprobando—Sonrio.

—Uff te falta mucho por probar y conocer.

Al regresar a casa ya eran casi las tres, la hora de mis clases de natación.

No sé si pueda intentarlo, mi temor puede más que mis ganas de aprender, pero ahora estoy súper motivada de hacerlo. Pero ver a mi padre feliz me entristecía, porque Eduardo estaba más pronto en convertirse en mi hermanastro y empezaba a sentir esto que no es correcto, tengo novio y esto no está bien, aunque él infeliz de Emmanuel sea un miserable.

Sigo pensando un rato tirada en mi cama, hasta que me animo a colocarme el traje de baño, tomo el celular para ver algunas notificaciones y los mensajes de Priscila. Sí que estaba ansiosa por saber más y más de Eduardo. Pero la noticia que le daría no era precisamente la que desea saber, no obstante, tengo que contarle lo que está sucediendo; no puedo sostener más mi corazón. Hasta el momento lo he tomado con calma, pero muero de la angustia.

Dejo el celular en la mesa de noche y bajo a la primera tortura de las muchas que vendrían; lo difícil no es aprender a nadar. Es recordarme que pronto seremos hermanastros, mientras miro sus ojos.

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