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Capítulo 1

No podía creer todo lo que había provocado la torpeza en mis pies, ahora me tendría que montar en una moto, con un desconocido para que me diera el pastel y evitarme la ira de mi mamá.

Sí, definitivamente, haría de todo con tal de no ver la ira de mi madre.

 Me monté en la parte de atrás.

-Yo debería llevar el pastel -sugerí-, ahí se te puede caer.

-Entonces tendrás que sujetarla -dijo.

¿Uh?

Antes de que le refutara, él chico arranco y mis manos salieron voladas a agarrar la caja en sus piernas y pegándome a su espalda como una garrapata.

 Mi corazón latía demasiado rápido, nunca me había montado en una moto, ni nunca había estado tan cerca de un muchacho… principalmente porque en nuestra religión era muy mal visto.

Definitivamente estaba haciendo todo mal.

 El perfume del chico era muy embriagante, tenía una fragancia exquisita, pegué mi cara a su clavícula e inhalé profundamente, permitiendo perderme en mis sentidos, sentí que de repente frenó la moto y volteó su cabeza hacia mi.

Uy.

 -Nada –Grité, mi rostro se volvió de un intenso sonrojo, el muchacho alzó una ceja con un gesto incrédulo.

 -¿De qué? –Dijo confuso-, te iba a preguntarte donde vives.

Oh.

 Por el cosquilleo en mis mejillas, estaba segura que estaba más roja que un tomate. El semaforo cambió de color y un auto hizo sonar la bocina a nuestras espaldas para que nos moviéramos.

 -En la segunda calle –dije intentando calmar mi respiración, su rostro estaba a centímetros del mio y solo podía pensar en mis manos prácticamente sobre él y mi cuerpo contra el suyo.

«Debes calmarte Katiana».

Pero aquí estaba con todas las hormonas revueltas.

 El chico arrancó, esta vez solo apoyé mi mejilla de su espalda e intenté disfrutar el paseo, de esa forma evitaría alguna torpeza. Al llegar a la segunda calle, él desaceleró la moto y pude respirar profundo, me separé de él aclarando mi garganta.

 -¿En qué casa? –volteó su cabeza, detrás de su oreja parecia tener una mancha negra, pero por la poca luz de los faroles, se me hacia dificil diferenciar qué era.

¿Tal vez un tatuaje?

 -Dejame aquí –me bajé intentando sin éxito ser elegante-, mis padres no pueden verte… conmigo.

 El muchacho alzó ambas cejas, en cada gesto que hacia se me hacia imposible buscarle alguna imperfección.

 -¿Padres sobreprotectores? —preguntó.

Él no tenía ni idea…

 -Mucho –me limité a decir-. Escucha, llevaré la torta y regresaré con el dinero…

 Mi voz se apagó cuando lo vi que comenzaba a negar con la cabeza y dijo:

 -¿Catira, qué me garantiza que regresarás a pagarme?

No entendía por qué seguía llamándome catira.

 -Soy de la comunidad Santa –dije orgullosa, casi todos en la ciudad permanecíamos ahí, y ser hija del alto sacerdote era algo muy respetado por todos-, puedes confiar en mí.

La comunidad Santa era algo parecido a una iglesia, pero era algo mucho mas extremo que la religión católica u otra religión; éramos mas radicales.

 -No confio en los cristianos –replicó él, su sonrisa parecía encubrir una broma, pero su tono era realmente frivolo.

 -¿Qué propones entonces? –Dije-, no puedo llevarte a mi casa, mis padres me matarían si me ven llegar con un chico que tiene una motocicleta.

 El muchacho fijó sus ojos azules en los mios, mi piel se erizó y mi respiración se descontroló, pero intenté disimularlo abrazandome como si tuviera frio, este chico me hacia sentir muy aterrorizada. Su mirada rodó a mi mano, entonces me di cuenta que en realidad observaba la pulsera que tenía en mi muñeca, decía: «Amor en tiempo de paz» era el lema del templo de la comunidad Santa.

 -Dame esa pulsera, entonces podrás ir con la torta a tu casa, y cuando regreses con el dinero, te la devolveré.

 Bien, parecía ser un buen trato. Me quité la pulsera de goma y se la di, él la observó unos instantes y pude ver otra vez esa sonrisa secreta. Tomé el pastel y comencé a caminar hacia mi casa, era la quinta casa de la calle, me imaginaba que ya el muchacho sabía donde vivia, pero no era como si lo pudiera evitar.

 Entré a la casa y me di cuenta que habían llegado muchas mas personas del templo de la comunidad Santa, saludé a la mayoría y me abrí paso hasta la cocina, mi madre me sonrió, por lo menos todo valió la pena, no me gustaba cuando mi mamá se molestaba conmigo.

Eran momentos oscuros cuando hacia algo malo.

 Me dirigí a mi habitación y saqué de mis ahorros el dinero del costoso pastel.

 Me alejé poco a poco hasta que logré salir sin ser vista y caminé rapidamente en la calle solitaria observando que el chico seguía ahí, estaba apoyado de la moto, su mirada perdida en la pantalla del telefono lo hacia lucir como el chico malo de una película, alzó la mirada cuando me acerqué hasta detenerme frente a él.

Si, justo como lo recordaba… era muy lindo.

«Calmate Katiana».

 -¿Listo, catira? –preguntó, su tono profundo me hizo dar un paso atrás cuando se enderezó, era realmente grande. ¿Qué edad tendría?, ¿26?, ¿30?

 Afirmé con la cabeza dándome por vencida a que me apodara de esa forma e intenté inhalar y exhalar con total normalidad, sin embargo no pude evitar que mis piernas temblaran, volteé a los lados para asegurarme que nadie nos estuviera viendo, no podía imaginar que se manchara la reputación de la familia del alto sacerdote teniendo un escandalo.

 -Muchas gracias –dije entregandole el dinero-, me sacaste de apuros. El alto supremo te lleve.

Pero él no tomó el dinero, solo se limito a observarme.

 -Tomalo –exigí-, ahí van mis audifonos, no me hagas arrepentirme y devolverte el pastel.

 El chico soltó una pequeña carcajada.

 -¿Sabes? –Dijo-, tomalo como un regalo para mi suegro.

 Lo miré como si me hubiera hablando en otro idioma, ¿suegro?, ¿Quién?, su sonrisa en sus labios me revolvió el estomago, con un agil movimiento; se montó en su moto.

 -Hasta luego, Katiana –dijo, mi cara ilusa fue todo lo que pude mostrar cuando arrancó la moto y desapareció en la oscuridad de la noche.

 Entonces supe lo que se refería a cuando dijo: «tomalo como un regalo para mi suegro», se suponía que bromeaba refiriéndose a que yo era su novia, a veces era muy lenta en esas cosas, eso me hizo sonrojarme y hasta sentirme algo engreida de que me hubiera coqueteado, pero luego fruncí el ceño y la emoción desapareció de mi rostro…

 Yo no le había dicho mi nombre, ¿Cómo lo sabía entonces?

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