Todos en la casa de César habían observado el documental que le habían encargado realizar a Matías. Estaban realmente satisfechos de cómo lo había planteado. Éste se había quedado impresionado al ver la llamada de atención de César y había acudido al momento. Luego de disculparse varias veces con él y de asegurar que Teresa Vivaldi era quien lo había puesto a hacerlo, sin dejar de asumir su culpa. Le aseguró que haría todo lo que le había solicitado con la mayor profesionalidad y lo había cumplido.—Es bueno el condenado —dijo Fenicio al lado de César.—Sí que lo es. Esperemos que de ahora en adelante no se deje manipular por nadie más. ¿Crees que lo vio Lord Henry? —preguntó César.—Seguro, el noticiero de Matías es el de mayor audiencia en Capitalia —respondió Fenicio.En ese momento fueron interrumpidos por la presencia de Carlos. Casi se habían olvidado de que lo habían vuelto a emplear en los servicios. Fenicio se puso de pie y fue a su encuentro.—¿Qué haces aquí, Carlos? —preg
César se retiró a su habitación después de discutir todos los detalles con Fenicio. Le pidió a Carlos que mantuviera vigilado al nuevo guardia y que hiciera creer a Delia que cumpliría con su petición. A partir del día siguiente, Carlos se encargaría de ayudar a Sofía y a Elvira a arreglar el jardín de la mansión del Sir, que para Elvira parecía tenebroso y deseaba llenar de flores. Elvira se propuso transformar la extraña y misteriosa mansión del Sir en un hogar lleno de amor y luz. Sin desechar nada de su interior, decidió darle vida. Comenzó llenando cada rincón con colores vibrantes y retratos que contaban historias de felicidad. Ordenó abrir las cortinas y las ventanas, dejando que la luz del sol inundara cada habitación. Con cada pincelada de color y cada flor que plantaba en el jardín, Elvira sentía cómo la mansión cobraba vida. Los oscuros pasillos se iluminaban con la alegría que emanaba de su corazón. Las sombras se disipaban y eran reemplazadas por una cálida luminosidad
El Sir, al escuchar la pregunta de su único hijo, notó un deje de temor en su voz y se detuvo, girándose hacia él. Sin pensarlo dos veces, lo abrazó, dejando a César sorprendido y sin saber cómo reaccionar. Aunque temía por la vida de su hijo y esposa, en ese momento su padre lo abrazaba como si fuera un niño asustado.—Estás a salvo aquí, hijo mío—, dijo el Sir sin dejar de abrazarlo, como si necesitara sentir eso, más por el miedo que él mismo había experimentado que por el que pudiera tener su hijo. —Nunca más permitiré que corras peligro como hoy, te doy mi palabra de honor.—Padre...—, alcanzó a decir César.—Sí, soy tu padre que estuvo ausente toda mi vida, por eso no puedo permitirme ahora, que te he encontrado, no asumir mi papel como debí hacer desde que naciste—, continuó el Sir. Separándose de César, se dirigió al mayordomo. —Llévalos a las habitaciones que mandé a arreglar especialmente para ellos. Mi nieto está muy asustado, descansen. Mañana analizaremos todo. César y
Cuando todos se levantaron al otro día, había un ambiente de prisas y preparaciones. La vieja mansión, con su estilo renacentista y que la señora Elvira había ido llenando de luz y color en los días anteriores, había cambiado de pronto en una sola noche. Las grandes y pesadas cortinas, que impedían que entrara la luz, estaban todas abiertas, dejando que el sol lo inundara todo y revelando los increíbles y antiguos muebles que mantenían el esplendor de su grandeza en aquella época. Cada lámpara dorada de araña que colgaba del techo estaba iluminada. Los sirvientes se movían presurosos. El mayordomo, con su impecable uniforme negro y su porte distinguido, dirigía a los sirvientes con voz firme. En la cocina, los chefs trabajaban diligentemente, preparando platos exquisitos. El olor a café recién hecho se mezclaba con el aroma de pan recién horneado. En cada rincón de la mansión, se podía sentir la anticipación y el esfuerzo por crear una experiencia memorable. A medida que avanzab
Después de disfrutar del hermoso desayuno preparado por Sir Alexander Cavendish para su familia, su felicidad era tan abrumadora que no quería separarse de sus seres queridos. Al levantarse de la mesa, decidió hacer otro anuncio.—Hoy nadie trabajará. Les mostraré toda la propiedad. Mi nieto —dirigió su mirada hacia el pequeño Javier—, ¿te gustaría tener un caballo? Vamos a elegir uno que te encante. César al escucharlo miró el susto en Sofía, se levantó rápidamente y se dirigió a su padre.—Padre, entiendo que estés feliz y nosotros también, pero ¿no crees que es demasiado arriesgado para mi pequeño hijo? —preguntó realmente preocupado, lo que no esperó la respuesta de su padre. Sir Alexander sonrió con confianza. Podía ver la preocupación y temor en la mirada de César debido a su inexperiencia en ese sector.—No te preocupes, hijo. Ven con nosotros también. Como mi heredero y Sir que eres, es imperdonable que no sepas montar a caballo. Vayan a cambiar de ropa. El mayordomo ya las
Elvira se acercó lentamente en su caballo, observando cómo Sir Alexander descendía del suyo y venía en su ayuda. Al ayudarla a desmontar, por un breve momento se quedaron abrazados, ante los ojos de su hijo, que descubrió en ese instante el gran amor que se profesaban sus padres. Sintió una profunda emoción al presenciar ese gesto de cariño, pero también una pizca de tristeza al recordar el tiempo que estuvieron separados por las manipulaciones de su difunta suegra Victoria y su falso abuelo.—¿Cómo pudieron separar a dos personas que se aman de esa manera? —se preguntó César mientras levantaba a Javier, quien cabalgaba con su madre. Hizo una señal a todos para que los dejaran a solas disfrutar de su felicidad. El resto observó con ternura la escena y, respetando el momento íntimo entre Elvira y Sir Alexander, se alejaron discretamente. Sofía, conmovida por lo que acababa de presenciar, se acercó a su esposo y le dijo comprendiendo lo que César estaba sintiendo al ver como volteaba
Fenicio reaccionó con rapidez, sacando su arma y disparando al dron. El dron cayó al suelo, inerte, y un silencio tenso se apoderó del lugar. Mía miró a Fenicio con ojos llenos de preocupación, mientras él permanecía alerta, escudriñando el horizonte en busca de cualquier señal de peligro.—¿Qué está pasando, Fenicio? —preguntó Mía. Fenicio la tomó de la mano, tratando de transmitirle tranquilidad a pesar de la incertidumbre que les rodeaba en lo que avanzaban con cuidado hacía el sitio donde el pequeño aparato aún sonaba.. —No lo sé, Mía. Pero no podemos bajar la guardia. Algo no está bien, porque no parece que sea uno de esos que poseen armas. César se acercó a ellos, llevando a su hijo en brazos, seguido de Sofía, con una expresión seria en el rostro.—¿Qué fue eso? ¿Por qué disparaste? No parecía ser dañino —dijo César.—No sé qué cosa es y me conoces, no hagas preguntas que sabes la respuesta, yo primero disparo y luego pregunto —contestó muy serio Fenicio—. Quédense aquí, i
Por su parte, Teresa Vivaldi observaba con recelo al hombre que tenía delante de ella, aparentando ser un vagabundo a simple vista. Sin embargo, algo en su forma de moverse y mantener una postura erguida revelaba que no era cualquier vagabundo. Intrigada, Teresa le invitó con un gesto de la mano a sentarse.—Buenas noches—, comenzó a hablar el hombre con un acento extranjero que Teresa no pudo identificar. —Sé que mi presencia aquí en su casa le resulta extraña.Teresa Vivaldi lo observó en silencio mientras junto a dos hombres de seguridad se acercaban y se sentaban frente al extraño. Aún continuaba mirando al hombre, quien se dejaba observar con una tranquilidad aterradora. Tal como su sirviente le había descrito, llevaba un parche en el ojo derecho y sus ropas, aunque limpias, parecían muy desgastadas. Sin embargo, un bastón reluciente parecía mantener su esplendor. Una vez satisfecha con su observación, Teresa decidió responder.—Buenas noches. Por más que trato de imaginar por