Antonella despertó con las luces del sol filtrándose a través de las cortinas. Se dio la vuelta en busca de Leo, pero encontró el otro de la cama vacío. Frunció el ceño al notar que las sábanas estaban frías, lo que significaba que él ya se había levantado hace un buen rato.—Leo —llamó, pero no recibió ninguna respuesta.Se levantó de la cama y se quedó quieta junto a ella por un instante, esperando que Leo apareciera, listo para obligarla a volver a la cama o llevarla en brazos por toda la casa. Casi se rio de sí misma por sus pensamientos cuando eso no sucedió. Aunque, ¿cómo no asumir algo así tratándose de su novio sobreprotector?Se dirigió al baño y se tomó su tiempo en la ducha. Después de vestirse, salió en busca de su novio. No tenía que trabajar ese día —nunca lo hacía el día después de San Valentín—, así que planeaba quedarse en casa. Además, después de lo ocurrido la noche anterior, no estaba lista para enfrentarse al exterior.La primera planta de la casa estaba igual de
—Leo, toma asiento —le indicó su jefe en cuanto entró a su oficina—. Leí tu mensaje, pero me gustaría que me cuentes lo que sucedió. Leo se sentó frente al escritorio de su jefe y empezó a hablar. Debería haber llamdo a su jefe durante el fin de semana para darle los detalles del ataque de Annalise, pero se había limitado a enviarle un mensaje corto, al igual que a sus compañeros de equipo para alertarlos, luego había centrado su atención completa en mimar a Antonella. Incluso si ella parecía estar bien durante el día, había sufrido de algunas pesadillas durante las noches. Sacó la nota que Annalise le había enviado con las rosas y la colocó sobre la mesa. Su jefe la tomó y la leyó antes de devolversela.—Eso confirma que se trata de una venganza y que su objetivo soy yo. Necesito autorización para continuar con nuestras investigaciones y neutralizar a la amenaza.Aunque confiaba en el equipo de seguridad que había contratado Valentino, Leo prefería encargarse personalmente de enco
—Esto es algo que he querido decirte desde hace un tiempo, pero no sabía cómo hacerlo. —Fi apretó los labios y continuó—. Hace cinco años, en nuestra misión en Croacia, cuando conociste a Antonella, estuve en tu habitación la mañana después de que ustedes pasaran la noche juntos. Dettori no estaba contento de que hubieras desaparecido durante todo el día y menos cuando se enteró del motivo. —Continúa —ordenó Leo, al ver que Fi no decía nada más. Necesitaba saberlo todo. —Nunca te habías distraído en una misión antes y Dettori no lo vio con buenos ojos. Él me ordenó encargarme del asunto. No sabía si ella significaba algo para ti o si la volverías a contactar, pero debía asegurarme de que eso no sucediera. Entonces, vi un pequeño pedazo de papel, Antonella lo había escrito, y yo... lo tomé. Leo recordó cada palabra de Fi mientras miraba el rostro inexpresivo de su jefe.—No tenías derecho a interferir en mi vida.—Hice lo que se debía hacer y no me arrepiento de ninguna de las decis
Antonella levantó su celular al escucharlo timbrar. El día estaba siendo tranquilo, y aprovechaba para revisar algunas cuentas mientras Ariana, la nueva ayudante que había contratado a tiempo completo, se encargaba de preparar los pedidos. No había sido difícil tomar la decisión de contratarla. Ariana había trabajado con ella a medio tiempo en el pasado, ayudándola a cubrir eventos, y Antonella sabía que era alguien responsable. Cuando pensó en contratar a alguien, recordó el comentario que Ariana le hizo durante San Valentín, mencionando que estaba buscando trabajo.—Hola, buenos días —respondió al celular, sin apartar la mirada de su computadora.—Bonita blusa. —La voz al otro lado de la línea era inconfundible, helada y burlona—. No hay demasiadas personas hoy, a diferencia del día de San Valentín. Por cierto, las rosas rojas eran hermosas, aunque nunca supe si a leo le gustaron. El corazón de Antonella se detuvo por un instante, y una corriente helada recorrió su espalda. En la ú
Antonella miró su celular. Lo había apagado y dejado sobre el velador para no ceder a la tentación de llamar a Leo. Durante todo el día, su teléfono no había dejado de sonar con mensajes de Leo, diciéndole cuánto la extrañaba y cuánto deseaba hablar con ella. No había respondido a ninguno de ellos.Sienna entró a la habitación y Antonella alejó la mirada del aparato.—Estoy lista para comenzar.—¿Vas a mudarte a algún lugar? —preguntó al verla cargar una bolsa que parecía que podía explotar en cualquier momento.—Ja, ja, ja. Muy graciosa.Antonella sonrió, a pesar de que no estaba de buen humor. No quería comportarse como una aguafiestas y arruinarle la noche a su gemela, en especial cuando ella estaba haciendo su mejor esfuerzo para distraerla.—Hace mucho que no teníamos una pijamada —dijo Sienna con una sonrisa radiante.Su gemela le hizo agarrar dos copas y luego sacó la botella de vino de la cubeta con hielo que había dejado en el suelo unos minutos atrás.—Esta noche vamos a beb
Annalise salió de las sombras y entró en el gimnasio. Ella sostenía un arma en sus manos apuntaba directamente a Leo. A pesar de la amenaza palpable, él no se dejó intimidar. Había aislado sus emociones. En ese momento solo era un hombre enfocado únicamente en el objetivo que tenía por delante. Y nada iba a desviar su atención. No era la primera vez que alguien le apuntaba. Durante sus años de trabajo, se había enfrentado a situaciones mucho peores y había salido de ellas.—Lamento la demora, no es fácil llegar hasta ti —dijo Annalise con voz fría, su tono lleno de desdén.Leo, con una calma calculada, tomó uno de los extremos de la toalla que estaba en su cuello y se limpió el sudor de la frente como si fuera un día cualquiera. Su acción pareció irritar a Annalise, justo como esperaba. Se movió ligeramente para dejar la botella de agua encima del minibar, pero no llegó demasiado lejos antes de que las palabras de Annalise lo detuvieran.—Quédate justo donde estás o jalaré del gatillo
Leo avanzó por el pasillo mientras trazaba un plan de acción. A su espalda, podía escuchar los pasos firmes de Annalise. Se concentró en el sonido e intentó calcular la distancia que los separaba. De repente, se detuvo abruptamente, y apenas un segundo después sintió el duro metal del arma de Annalise presionando contra su espalda. Como lo había supuesto, ella no había estado demasiado lejos.—¿Qué haces? Sigue caminando —ordenó Annalise.—Sabes, te equivocaste en algo —dijo Leo, sonando calmado.—Avanza —repitió Annalise. No podía verla, pero era evidente que estaba molesta. Ella presionó el cañón del arma con más fuerza contra su espalda—. No me obligues a disparar.Sus ojos captaron el ligero parpadeo de la cámara de seguridad oculta en el rincón del techo. Sabía, con total certeza, que Fi y Fernandez lo estaban observando del otro lado, listos para actuar a su señal. —Antes dijiste que me había vuelto descuidado —dijo—. N es cierto, solo te dejé creer que era así. Estás justo do
Antonella revolvió el contenido de la olla una última vez y apagó la cocina. Sirvió el líquido humeante en una taza y se sentó frente a la isla. Tomó su taza con ambas manos y se la acercó a los labios. Cerró los ojos e inhaló profundamente, dejando que el familiar aroma del chocolate caliente le diera algo de consuelo. Llevaba horas dando vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño, cuando finalmente se rindió y decidió levantarse.—¿No puedes dormir? —La voz de su hermana la sobresaltó.Antonella levantó la mirada y vio a Sienna de pie en el umbral de la puerta.—No —admitió, su voz apenas un susurro.—¿Aún hay algo de chocolate para mí? —preguntó Sienna, esbozando una pequeña sonrisa.—Está en la olla —dijo. Había anticipado la llegada de su hermana y había preparado una taza extra de chocolate.Antonella siguió con la mirada los movimientos de su hermana. —¿Qué sucede? —preguntó con suavidad Sienna, sentándose frente a ella, ya con su taza de chocolate en manos.Antonella