—Esto es algo que he querido decirte desde hace un tiempo, pero no sabía cómo hacerlo. —Fi apretó los labios y continuó—. Hace cinco años, en nuestra misión en Croacia, cuando conociste a Antonella, estuve en tu habitación la mañana después de que ustedes pasaran la noche juntos. Dettori no estaba contento de que hubieras desaparecido durante todo el día y menos cuando se enteró del motivo. —Continúa —ordenó Leo, al ver que Fi no decía nada más. Necesitaba saberlo todo. —Nunca te habías distraído en una misión antes y Dettori no lo vio con buenos ojos. Él me ordenó encargarme del asunto. No sabía si ella significaba algo para ti o si la volverías a contactar, pero debía asegurarme de que eso no sucediera. Entonces, vi un pequeño pedazo de papel, Antonella lo había escrito, y yo... lo tomé. Leo recordó cada palabra de Fi mientras miraba el rostro inexpresivo de su jefe.—No tenías derecho a interferir en mi vida.—Hice lo que se debía hacer y no me arrepiento de ninguna de las decis
Antonella levantó su celular al escucharlo timbrar. El día estaba siendo tranquilo, y aprovechaba para revisar algunas cuentas mientras Ariana, la nueva ayudante que había contratado a tiempo completo, se encargaba de preparar los pedidos. No había sido difícil tomar la decisión de contratarla. Ariana había trabajado con ella a medio tiempo en el pasado, ayudándola a cubrir eventos, y Antonella sabía que era alguien responsable. Cuando pensó en contratar a alguien, recordó el comentario que Ariana le hizo durante San Valentín, mencionando que estaba buscando trabajo.—Hola, buenos días —respondió al celular, sin apartar la mirada de su computadora.—Bonita blusa. —La voz al otro lado de la línea era inconfundible, helada y burlona—. No hay demasiadas personas hoy, a diferencia del día de San Valentín. Por cierto, las rosas rojas eran hermosas, aunque nunca supe si a leo le gustaron. El corazón de Antonella se detuvo por un instante, y una corriente helada recorrió su espalda. En la ú
Antonella miró su celular. Lo había apagado y dejado sobre el velador para no ceder a la tentación de llamar a Leo. Durante todo el día, su teléfono no había dejado de sonar con mensajes de Leo, diciéndole cuánto la extrañaba y cuánto deseaba hablar con ella. No había respondido a ninguno de ellos.Sienna entró a la habitación y Antonella alejó la mirada del aparato.—Estoy lista para comenzar.—¿Vas a mudarte a algún lugar? —preguntó al verla cargar una bolsa que parecía que podía explotar en cualquier momento.—Ja, ja, ja. Muy graciosa.Antonella sonrió, a pesar de que no estaba de buen humor. No quería comportarse como una aguafiestas y arruinarle la noche a su gemela, en especial cuando ella estaba haciendo su mejor esfuerzo para distraerla.—Hace mucho que no teníamos una pijamada —dijo Sienna con una sonrisa radiante.Su gemela le hizo agarrar dos copas y luego sacó la botella de vino de la cubeta con hielo que había dejado en el suelo unos minutos atrás.—Esta noche vamos a beb
Annalise salió de las sombras y entró en el gimnasio. Ella sostenía un arma en sus manos apuntaba directamente a Leo. A pesar de la amenaza palpable, él no se dejó intimidar. Había aislado sus emociones. En ese momento solo era un hombre enfocado únicamente en el objetivo que tenía por delante. Y nada iba a desviar su atención. No era la primera vez que alguien le apuntaba. Durante sus años de trabajo, se había enfrentado a situaciones mucho peores y había salido de ellas.—Lamento la demora, no es fácil llegar hasta ti —dijo Annalise con voz fría, su tono lleno de desdén.Leo, con una calma calculada, tomó uno de los extremos de la toalla que estaba en su cuello y se limpió el sudor de la frente como si fuera un día cualquiera. Su acción pareció irritar a Annalise, justo como esperaba. Se movió ligeramente para dejar la botella de agua encima del minibar, pero no llegó demasiado lejos antes de que las palabras de Annalise lo detuvieran.—Quédate justo donde estás o jalaré del gatillo
Leo avanzó por el pasillo mientras trazaba un plan de acción. A su espalda, podía escuchar los pasos firmes de Annalise. Se concentró en el sonido e intentó calcular la distancia que los separaba. De repente, se detuvo abruptamente, y apenas un segundo después sintió el duro metal del arma de Annalise presionando contra su espalda. Como lo había supuesto, ella no había estado demasiado lejos.—¿Qué haces? Sigue caminando —ordenó Annalise.—Sabes, te equivocaste en algo —dijo Leo, sonando calmado.—Avanza —repitió Annalise. No podía verla, pero era evidente que estaba molesta. Ella presionó el cañón del arma con más fuerza contra su espalda—. No me obligues a disparar.Sus ojos captaron el ligero parpadeo de la cámara de seguridad oculta en el rincón del techo. Sabía, con total certeza, que Fi y Fernandez lo estaban observando del otro lado, listos para actuar a su señal. —Antes dijiste que me había vuelto descuidado —dijo—. N es cierto, solo te dejé creer que era así. Estás justo do
Antonella revolvió el contenido de la olla una última vez y apagó la cocina. Sirvió el líquido humeante en una taza y se sentó frente a la isla. Tomó su taza con ambas manos y se la acercó a los labios. Cerró los ojos e inhaló profundamente, dejando que el familiar aroma del chocolate caliente le diera algo de consuelo. Llevaba horas dando vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño, cuando finalmente se rindió y decidió levantarse.—¿No puedes dormir? —La voz de su hermana la sobresaltó.Antonella levantó la mirada y vio a Sienna de pie en el umbral de la puerta.—No —admitió, su voz apenas un susurro.—¿Aún hay algo de chocolate para mí? —preguntó Sienna, esbozando una pequeña sonrisa.—Está en la olla —dijo. Había anticipado la llegada de su hermana y había preparado una taza extra de chocolate.Antonella siguió con la mirada los movimientos de su hermana. —¿Qué sucede? —preguntó con suavidad Sienna, sentándose frente a ella, ya con su taza de chocolate en manos.Antonella
Annalise soltó un gruñido de dolor. Su agarre sobre el arma vaciló mientras llevaba la mano izquierda hacia su brazo derecho para presionar la herida sangrante. —¡Maldición! Eso sí que dolió.—Baja tu arma o mi próximo disparo no será en el brazo —advirtió Leo con la voz firme.Annalise esbozó una sonrisa.Él supo en el preciso instante en que ella se disponía a jalar el gatillo. Sin dudarlo, se adelantó y le disparó en el vientre, asegurándose de no impactar en ningún órgano vital.Otro quejido de dolor escapó de los labios de Annalise, más fuerte que el primero, y su mano con el arma comenzó a temblar, mientras se aferraba aun a su arma. Era obvio que no pensaba rendirse sin luchar. Ella miró hacia su abdomen, la sangre comenzaba a empapar su ropa—Entrégame tu arma —exigió.Annalise levantó la mirada. Estaba algo pálida.Leo se acercó lentamente a ella, su propia arma aún en alto, y en estado de alerta. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, agarró el arma de Annalise y tiró con
Antonella sentía que apenas se había quedado dormida cuando la sacudieron de los hombros y la llamaron por su nombre. La voz le pareció un sonido lejano, y se sintió tentada a ignorar a quien sea que la llamara. Sin embargo, la persona era bastante insistente.—¿Laura? —preguntó, confundida, al abrir los ojos y encontrarse cara a cara con su guardaespaldas.—Debemos salir de aquí cuanto antes —dijo ella.—¿Qué? —preguntó Antonella, aún medio dormida.—Ahora —repitió Laura, con una nota de apremio en su voz.Antonella se sentó y miró a su hermana, que estaba colocándose un abrigo. No parecía nada contenta, y Antonella entendía el motivo. Sienna nunca estaba de buen humor cuando la sacaban del sueño tan… ¿temprano? No estaba segura de la hora exacta, solo que afuera parecía seguir oscuro.—Ponte esto —dijo Laura, entregándole uno de sus abrigos—. Debe ser suficiente, no hay tiempo para que te cambies.—¿Qué está sucediendo? —preguntó mientras hacía lo que ella le había ordenado.—Les exp