Leo avanzó por el pasillo mientras trazaba un plan de acción. A su espalda, podía escuchar los pasos firmes de Annalise. Se concentró en el sonido e intentó calcular la distancia que los separaba. De repente, se detuvo abruptamente, y apenas un segundo después sintió el duro metal del arma de Annalise presionando contra su espalda. Como lo había supuesto, ella no había estado demasiado lejos.—¿Qué haces? Sigue caminando —ordenó Annalise.—Sabes, te equivocaste en algo —dijo Leo, sonando calmado.—Avanza —repitió Annalise. No podía verla, pero era evidente que estaba molesta. Ella presionó el cañón del arma con más fuerza contra su espalda—. No me obligues a disparar.Sus ojos captaron el ligero parpadeo de la cámara de seguridad oculta en el rincón del techo. Sabía, con total certeza, que Fi y Fernandez lo estaban observando del otro lado, listos para actuar a su señal. —Antes dijiste que me había vuelto descuidado —dijo—. N es cierto, solo te dejé creer que era así. Estás justo do
Antonella revolvió el contenido de la olla una última vez y apagó la cocina. Sirvió el líquido humeante en una taza y se sentó frente a la isla. Tomó su taza con ambas manos y se la acercó a los labios. Cerró los ojos e inhaló profundamente, dejando que el familiar aroma del chocolate caliente le diera algo de consuelo. Llevaba horas dando vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño, cuando finalmente se rindió y decidió levantarse.—¿No puedes dormir? —La voz de su hermana la sobresaltó.Antonella levantó la mirada y vio a Sienna de pie en el umbral de la puerta.—No —admitió, su voz apenas un susurro.—¿Aún hay algo de chocolate para mí? —preguntó Sienna, esbozando una pequeña sonrisa.—Está en la olla —dijo. Había anticipado la llegada de su hermana y había preparado una taza extra de chocolate.Antonella siguió con la mirada los movimientos de su hermana. —¿Qué sucede? —preguntó con suavidad Sienna, sentándose frente a ella, ya con su taza de chocolate en manos.Antonella
Annalise soltó un gruñido de dolor. Su agarre sobre el arma vaciló mientras llevaba la mano izquierda hacia su brazo derecho para presionar la herida sangrante. —¡Maldición! Eso sí que dolió.—Baja tu arma o mi próximo disparo no será en el brazo —advirtió Leo con la voz firme.Annalise esbozó una sonrisa.Él supo en el preciso instante en que ella se disponía a jalar el gatillo. Sin dudarlo, se adelantó y le disparó en el vientre, asegurándose de no impactar en ningún órgano vital.Otro quejido de dolor escapó de los labios de Annalise, más fuerte que el primero, y su mano con el arma comenzó a temblar, mientras se aferraba aun a su arma. Era obvio que no pensaba rendirse sin luchar. Ella miró hacia su abdomen, la sangre comenzaba a empapar su ropa—Entrégame tu arma —exigió.Annalise levantó la mirada. Estaba algo pálida.Leo se acercó lentamente a ella, su propia arma aún en alto, y en estado de alerta. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, agarró el arma de Annalise y tiró con
Antonella sentía que apenas se había quedado dormida cuando la sacudieron de los hombros y la llamaron por su nombre. La voz le pareció un sonido lejano, y se sintió tentada a ignorar a quien sea que la llamara. Sin embargo, la persona era bastante insistente.—¿Laura? —preguntó, confundida, al abrir los ojos y encontrarse cara a cara con su guardaespaldas.—Debemos salir de aquí cuanto antes —dijo ella.—¿Qué? —preguntó Antonella, aún medio dormida.—Ahora —repitió Laura, con una nota de apremio en su voz.Antonella se sentó y miró a su hermana, que estaba colocándose un abrigo. No parecía nada contenta, y Antonella entendía el motivo. Sienna nunca estaba de buen humor cuando la sacaban del sueño tan… ¿temprano? No estaba segura de la hora exacta, solo que afuera parecía seguir oscuro.—Ponte esto —dijo Laura, entregándole uno de sus abrigos—. Debe ser suficiente, no hay tiempo para que te cambies.—¿Qué está sucediendo? —preguntó mientras hacía lo que ella le había ordenado.—Les exp
Leo acarició suavemente el rostro de Antonella mientras la observaba dormir. Después de haber sido sacada de su departamento en medio de la noche, estaba agotada y había caído rendida en cuanto se recostó en la cama. Él, por otro lado, no podía conciliar el sueño. No era que no estuviera cansado, lo estaba, pero su mente estaba llena de pensamientos que lo mantenían despierto.Antonella parecía un ángel mientras dormía, y Leo se preguntó si realmente la merecía. Ella le había dicho que lo consideraba un gran hombre, pero él dudaba de serlo. Las palabras se Annalise lo habían afectado más de lo que deberían. Jamás había pensado en hacer otra cosa con su vida porque era bueno en su trabajo, pero ahora que había renunciado y aún no había decidido qué hacer, todo parecía incierto. Incluso si encargarse de los tipos malos era parte de quien era, quería ser realmente digno de Antonella y su amor.Después de un rato considerando sus opciones, el sueño al fin lo venció. Logró dormir un par de
Leo llegó a lo que parecía ser un almacén abandonado. Avanzó a través de los corredores silenciosos. Encontró a Fi y Fernández en una de las habitaciones ubicadas en el fondo de la primera planta.—Hola, jefe —saludó Fernández al verlo.No importaba cuántas veces le dijera que no era el jefe, Fernández seguía llamándolo así, así que ya ni siquiera se molestaba en corregirlo.—Bishop —dijo Fi casi al mismo tiempo.Leo hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo.—¿De quién es este lugar?—De un amigo de un amigo —respondió Fernández con una sonrisa en el rostro—. Me debía un favor.—¿Y le dirá a alguien de nuestra pequeña estancia aquí?—Casi pareciera que no me conocieras —replicó Fernández.—¿Dónde está ella?—En la habitación de al lado —dijo Fi—. Detuve su sangrado lo suficiente para evitar que se muriera y le inyecté algunos analgésicos.—Un desperdicio de medicamentos —comentó Fernández.—No creo que sobreviva, si un médico no la ve pronto. Podríamos dejarla aquí y esperar a que
Antonella miró a Leo, preocupada. Él no había dicho una palabra durante toda la cena y, aunque no era tan extraño tratándose de él, lo conocía demasiado para saber que algo le estaba molestando.Estiró la mano y la colocó sobre el muslo de Leo, dándole un suave apretón. Él dejó de prestar atención a la carretera y la miró, con una expresión de confusión, como si por un instante hubiera olvidado que ella estaba allí.—Te amo —dijo, eligiendo esas palabras en lugar de las preguntas que tenía en mente.Leo esbozó una pequeña sonrisa, una que no logró alcanzar sus ojos. Él tomó su mano y, entrelazando sus dedos con los de ella, la llevó hasta su boca y le dio un beso en el dorso.—Y yo a ti, sweetheart —dijo Leo y regresó su atención a la carretera.Antonella abrió y cerró la boca un par de veces, queriendo preguntarle qué le sucedía, pero al final decidió permanecer en silencio. Durante el resto del viaje, se dedicó a mirar por la ventana perdida en sus pensamientos.—Tomaré una ducha —d
Antonella descansaba con la mitad superior encima de Leo y los brazos cruzados debajo de su mentón. Toda tensión había abandonado su cuerpo después de la manera en la que Leo le había hecho el amor, habría podido quedarse dormida con facilidad, de no ser porque aun tenía una conversación pendiente con él y no quería postergarlo.—Entonces, ¿qué sucede? —preguntó, dejando un suave beso en el pecho de Leo.Él permaneció en silencio, organizando sus pensamientos antes de hablar.—¿Sabes a dónde fui esta tarde?—Me hago una idea. ¿Está… ella está muerta?Leo dudó antes de responder. Pese a lo que Antonella le había dicho antes, era inevitable preguntarse si su respuesta cambiaría la forma en que ella lo veía, que ella se asustara al ver que no sentía remordimiento después de haberle arrebatado la vida a una persona. —Lo está —respondió, por fin, observándola fijamente para ver si algo cambiaba en su expresión—. Te prometí que nunca más te haría daño, y me aseguré de que sea así.Antone