—No quiero que renuncies —dijo Antonella y esperó alguna reacción de Leo. Quizás un suspiro de alivio al no tener que decirle adiós a su trabajo, pero eso no sucedió. El continuó impasible. Antonella entendió que había hablado muy en serio cuando se ofreció a renunciar—. Dudo que alguna vez me acostumbre a la idea de saber que corres peligro cada vez que sales en una misión. Probablemente contaré cada día que pases fuera y esperaré ansiosa a que regreses a mí con vida.—¿Eso significa que no terminarás lo nuestro?Antonella se tomó unos segundos antes de responder.—No.Leo soltó un suspiro que claramente era de alivio.—Estás demasiado metido bajo mi piel y no creo que pueda sacarte de allí, tampoco quiero intentarlo.Antonella era consciente de que aun si Leo no tuviera un trabajo tan peligroso, podía morir cualquier día, al igual que ella y cualquier persona en el mundo. Quizás el riesgo era más alto, pero no iba a dejar que el miedo la mantuviera lejos de él. Lo amaba y no le habí
Leo miró a Antonella por el rabillo del ojo. Ella no había dicho nada desde que salieron del departamento y, aunque por lo general apreciaba el silencio, no lo quería cuando estaba con Antonella. Le encantaba escuchar su voz y escucharla divagar sobre cualquier tema.—¿En qué piensas? —preguntó, rompiendo finalmente el silencio.—Estoy tratando de encontrar una buena excusa para cancelar el trabajo con Annalise. Es una suerte que no firmáramos el contrato aún, no habría podido librarme de ello tan fácil.—No entres en demasiados detalles o te delatarás.—Lo sé, soy demasiada mala para mentir.Leo tomó su mano y la levantó para darle un beso en el dorso.—Saldrá bien, no necesitas preocuparte demasiado.Leo decidió cambiar de tema y el ambiente en el coche se volvió más relajado.—Iré a dejar esto en la cocina —dijo Leo, cuando llegaron a su casa, refiriéndose a las bolsas de comida que habían pedido para llevar en un restaurante en el camino—. Puedes ir a ponerte más cómoda. Tus cosas
—No tienes que quedarte aquí —dijo Antonella, situándose detrás del mostrador.Le sorprendía haber encontrado las ganas y la energía para levantarse de la cama después de hacer el amor con Leo. Él casi la había persuadido para quedarse en casa con él, pero con San Valentín tan cerca, aún le quedaban muchos preparativos por hacer. Además, prefería no postergar su encuentro con Annalise. Cuanto antes hablara con ella, más tranquila se sentiría. Aunque no iba a admitírselo a Leo, le preocupaba no saber qué estaba tramando Annalise y de lo que era capaz.—No pienso ir a ningún lado y no está a discusión. Quien sabe cómo reaccionara Annalise cuando le digas que no trabajarás para ella —replicó Leo.—Aunque te gusta pensar que soy bastante vulnerable, sé cómo defenderme.—No lo dudo, pero no voy a correr el riesgo de que algo te suceda. —Estoy segura que, aun en tu línea de trabajo, no puedes faltar cuando quieras.—Seguro que mi jefe lo entenderá. Antonella apretó los labios para no so
Leo miró la pantalla de su computadora, sus ojos fijos en Fi, quien se encontraba del otro lado de la video-llamada.—¿Aún no tienen nada sobre ella? —preguntó, con la voz cargada de tensión. La frustración hervía en su interior con el nulo avance en la búsqueda de información sobre quién demonios era Annalise.Fi negó con la cabeza.—Lo siento, no.Leo frunció el ceño, tratando de contener su impaciencia.—¿Cómo es eso posible?—Me gustaría tener una respuesta para ti. Pero no sé cómo logró ocultar rastro de su pasado y diseñarse una vida tan perfecta. —Fi, se veía aún más frustrada de lo que él se sentía—. Es demasiado buena en esto o alguien de los círculos más altos la ayudó a lograrlo.Leo cambió su atención a Fernández, esperando mejores noticias.—¿Nuestros hombres lograron averiguar algo?Fernández suspiró y negó con la cabeza.—Nada. Tiene una rutina bastante establecida. Si está mintiendo, lo está haciendo muy bien. Va al trabajo todos los días, luego va a almorzar al mismo
—¿Deseas algo de beber? —preguntó Valentino, mientras se acercaba a la licorera de madera.Leo declinó la invitación con un movimiento de cabeza.El padre de Antonella tomó una de las botellas, por el color del contenido Leo dedujo que se trataba de whisky, y lo sirvió en un vaso con algo de hielo. Luego caminó de regreso a su escritorio.—Entonces, ¿a qué debo el honor de tu visita? —preguntó Valentino. Le dio un sorbo a su bebida y, después de dejar el vaso encima de su escritorio, se reclinó en su asiento.—Vine a verlo porque necesito hablarle sobre algo importante.Valentino inclinó la cabeza levemente hacia un lado y un brillo de interés apareció en sus ojos.—Adelante —lo instó él.Leo se tomó unos segundos antes de comenzar.—Creo que Antonella podría estar en peligro —dijo finalmente, sin andarse con rodeos.Los hombros de Valentino se tensaron y cualquier rastro de ligereza desapareció de su rostro.—¿Qué te lleva a pensar eso? —preguntó Valentino, con el ceño fruncido.Leo
La sonrisa de Antonella no vaciló al ver a Annalise en su florería. Sus miradas se encontraron y ella le hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo antes de empezar a moverse por la tienda. No era la única cliente que estaba allí, había otras cuatro personas mirando la exhibición de flores. Además, su nueva guardaespaldas estaba de pie mirando casualmente los regalos que estaban a la venta. Estaba segura de que ella había reconocido a la recién llegada en cuanto entró y que estaba atenta a cada uno de sus movimientos.La presencia de Laura, su guardaespaldas, le daba una sensación de seguridad, y agradeció que tanto su padre como Leo hubieran insistido en contratarla.—Quiero ese para llevar —dijo uno de los clientes, señalando uno de los ramos—. ¿Podrías agregarle una tarjeta, por favor?—Por supuesto —dijo, concentrándose en el hombre—. ¿Le gustaría algo más?—Una botella de vino. ¿Cuál me recomiendas?Antonella le mencionó los dos mejores según su perspectiva y el hombre eligió e
Antonella soltó un quejido al sentir un dolor agudo. Lentamente, levantó una mano y se tocó la cabeza. Notó algo húmedo deslizándose hacia abajo y, al bajar la mano, vio con horror que era sangre.—¿Estás bien? —preguntó Laura, con la voz teñida de preocupación.Antonella se giró hacia ella y tardó un segundo más de lo habitual en responder. Era como si todo transcurriera en cámara lenta.—Recibí un fuerte golpe en la cabeza, pero creo que sobreviviré —dijo, tratando de aligerar la tensión—. ¿Qué sucedió?—Un auto nos embistió. No lo vi venir a tiempo, así que no pude evitar el impacto —respondió Laura con el ceño fruncido.Antonella miró más allá de la ventana y reconoció el camino casi silencioso en dirección a casa de Leo. Confundida, volvió a mirar a su guardaespaldas.—¿Por qué estamos aquí?No recibió una respuesta; en cambio, Laura le ordenó con firmeza:—Pase lo que pase, no bajes del auto. Los refuerzos están en camino, llegaran pronto.Antonella siguió la mirada de su guarda
Antonella se acomodó mejor en los brazos de Leo. Él se había convertido en su sombra desde que llegó a la escena del enfrentamiento. No la había dejado a solas ni siquiera cuando demandó explicaciones al equipo de seguridad. En ese momento, viajaban de regreso a casa. Ella descansaba sobre sus piernas en el asiento trasero del auto, mientras otro miembro del personal de seguridad que su padre había contratado los llevaba de regreso a casa, por fin.Leo prácticamente la había obligado a ir al hospital para una revisión, a pesar de que le había repetido que estaba bien. Ella había accedido con la condición de que Laura también recibiera atención médica. En su momento, no se había dado cuenta, pero una de las balas había rozado en el brazo a su guardaespaldas. Lo menos que podía hacer después de que ella había arriesgado su vida para protegerla, era asegurarse de que estaba bien. En menos de un minuto, alguien había subido a Laura a un auto para llevarla al hospital más cercano.—Annalis