Antonella salió de la trastienda al escuchar la campanilla de la puerta, señal de que alguien había entrado. Llevaba en la mano una nueva selección de flores, listas para preparar algunos pedidos. Las dejó sobre la mesa y luego miró hacia la puerta con una sonrisa profesional. Una mujer estaba de pie en medio de la florería. Antonella la evaluó en silencio durante unos segundos, con la sensación de que la había visto antes.—Hola, buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó, y entonces la recordó. Ella había estado en su florería algunas semanas atrás en busca de un ramo para el cumpleaños de su madre—. Oh, bienvenida otra vez. Espero que a tu mamá le gustaran las flores que compraste —dijo, tratando de ser agradable, aunque aún recordaba cómo había intentado llamar la atención de Leo.—¿Me recuerdas? Por supuesto que lo haces. No creo que todos tus clientes rompan la mercancía cuando vienen. Por cierto, otra vez una disculpa por eso.Antonella rió suavemente. No parecía una mujer
Leo no había planeado acercarse a Antonella y romper su promesa de darle tiempo, pero después de ver a la misma mujer de semanas atrás, sus alarmas habían saltado. Las había observado de cerca, desde las sombras para que ninguno notara su presencia, listo para intervenir en cualquier momento. No iba a permitir que Antonella saliera lastimada.Todavía no tenía nada útil sobre la mujer, o o Annalise, según el mensaje reciente de Fi, tras enviarle una fotografía. Dudaba que ese fuera su nombre real. Fi le había dicho que tendría la información completa a más tardar para el final del día y esperaba tener una idea más clara de sus intenciones y si era un verdadero peligro.Después de que Antonella se despidiera de Annalise, la siguió de regreso a la florería y se las arregló para llegar segundos antes que ella. Aunque tal vez debería haber seguido a la otra mujer. No obstante, su prioridad era asegurarse de que Antonella estuviera a salvo.—No esperaba verte —dijo Antonella y continuó cami
Antonella levantó la mirada, con el corazón acelerado, al escuchar la campanilla de la puerta, pero se tranquilizó al ver que no era Leo. La última hora había sido un vaivén de emociones. Cada vez que alguien cruzaba la puerta, esperaba que se tratara de Leo. Aunque Leo le había indicado que llegaría a la hora de cierre y para eso faltaba mucho. Sin embargo, no podía evitar el nerviosismo y el anhelo que la invadía, con cada minuto que pasaba. Sacudió esos pensamientos y mantuvo una sonrisa profesional mientras atendía al hombre que acababa de entrar.—Muchas gracias —dijo el hombre cuando le entregó su pedido.—Espero a su esposa le gusten las flores y feliz aniversario para los dos.El hombre le dedicó una sonrisa antes de darse la vuelta. Antonella no pudo evitar sonreír al recordar la historia que él le había contado sobre cómo había conocido a su esposa. Si había algo que amaba de su trabajo, eran las historias personales que cada cliente compartía con ella.Antonella fijó la mir
Leo tomó un sorbo de su agua, mientras esperaba que Antonella terminara de comer. Le había prometido contarle todo sobre Annalise cuando terminaran de cenar. Sabía que, en cuanto comenzara a hablar, Antonella se perdería en un torbellino de suposiciones y no podría continuar comiendo.—Listo —anunció Antonella colocando los cubiertos en su plato antes de alejarlo—. ¿Comenzarás a hablar ahora?Leo no pudo evitar sonreír. Era como una pequeña niña curiosa e impaciente.—La primera vez que Annalise estuvo en tu tienda, levantó algunas de mis sospechas —dijo, adoptando una actitud más seria—. Aunque intentaba disimularlo y lo hacía muy bien, parecía observar las cosas con demasiado interés. Podría haberlo descartado como simple curiosidad, de no ser porque la vi dejar algo en el mismo lugar donde rompió el regalo. Cuando lo revisé, confirmé que se trataba de un audífono.—¿Hay audífonos en mi tienda?—Sí, pero me encargué de ellos, ya no pueden trasmitir nada.—Eso no tiene lógica, qué ga
—No quiero que renuncies —dijo Antonella y esperó alguna reacción de Leo. Quizás un suspiro de alivio al no tener que decirle adiós a su trabajo, pero eso no sucedió. El continuó impasible. Antonella entendió que había hablado muy en serio cuando se ofreció a renunciar—. Dudo que alguna vez me acostumbre a la idea de saber que corres peligro cada vez que sales en una misión. Probablemente contaré cada día que pases fuera y esperaré ansiosa a que regreses a mí con vida.—¿Eso significa que no terminarás lo nuestro?Antonella se tomó unos segundos antes de responder.—No.Leo soltó un suspiro que claramente era de alivio.—Estás demasiado metido bajo mi piel y no creo que pueda sacarte de allí, tampoco quiero intentarlo.Antonella era consciente de que aun si Leo no tuviera un trabajo tan peligroso, podía morir cualquier día, al igual que ella y cualquier persona en el mundo. Quizás el riesgo era más alto, pero no iba a dejar que el miedo la mantuviera lejos de él. Lo amaba y no le habí
Leo miró a Antonella por el rabillo del ojo. Ella no había dicho nada desde que salieron del departamento y, aunque por lo general apreciaba el silencio, no lo quería cuando estaba con Antonella. Le encantaba escuchar su voz y escucharla divagar sobre cualquier tema.—¿En qué piensas? —preguntó, rompiendo finalmente el silencio.—Estoy tratando de encontrar una buena excusa para cancelar el trabajo con Annalise. Es una suerte que no firmáramos el contrato aún, no habría podido librarme de ello tan fácil.—No entres en demasiados detalles o te delatarás.—Lo sé, soy demasiada mala para mentir.Leo tomó su mano y la levantó para darle un beso en el dorso.—Saldrá bien, no necesitas preocuparte demasiado.Leo decidió cambiar de tema y el ambiente en el coche se volvió más relajado.—Iré a dejar esto en la cocina —dijo Leo, cuando llegaron a su casa, refiriéndose a las bolsas de comida que habían pedido para llevar en un restaurante en el camino—. Puedes ir a ponerte más cómoda. Tus cosas
—No tienes que quedarte aquí —dijo Antonella, situándose detrás del mostrador.Le sorprendía haber encontrado las ganas y la energía para levantarse de la cama después de hacer el amor con Leo. Él casi la había persuadido para quedarse en casa con él, pero con San Valentín tan cerca, aún le quedaban muchos preparativos por hacer. Además, prefería no postergar su encuentro con Annalise. Cuanto antes hablara con ella, más tranquila se sentiría. Aunque no iba a admitírselo a Leo, le preocupaba no saber qué estaba tramando Annalise y de lo que era capaz.—No pienso ir a ningún lado y no está a discusión. Quien sabe cómo reaccionara Annalise cuando le digas que no trabajarás para ella —replicó Leo.—Aunque te gusta pensar que soy bastante vulnerable, sé cómo defenderme.—No lo dudo, pero no voy a correr el riesgo de que algo te suceda. —Estoy segura que, aun en tu línea de trabajo, no puedes faltar cuando quieras.—Seguro que mi jefe lo entenderá. Antonella apretó los labios para no so
Leo miró la pantalla de su computadora, sus ojos fijos en Fi, quien se encontraba del otro lado de la video-llamada.—¿Aún no tienen nada sobre ella? —preguntó, con la voz cargada de tensión. La frustración hervía en su interior con el nulo avance en la búsqueda de información sobre quién demonios era Annalise.Fi negó con la cabeza.—Lo siento, no.Leo frunció el ceño, tratando de contener su impaciencia.—¿Cómo es eso posible?—Me gustaría tener una respuesta para ti. Pero no sé cómo logró ocultar rastro de su pasado y diseñarse una vida tan perfecta. —Fi, se veía aún más frustrada de lo que él se sentía—. Es demasiado buena en esto o alguien de los círculos más altos la ayudó a lograrlo.Leo cambió su atención a Fernández, esperando mejores noticias.—¿Nuestros hombres lograron averiguar algo?Fernández suspiró y negó con la cabeza.—Nada. Tiene una rutina bastante establecida. Si está mintiendo, lo está haciendo muy bien. Va al trabajo todos los días, luego va a almorzar al mismo