Antonella no podía concentrarse en nada de lo que sus papás y hermanos estaban diciendo. Ellos estaban en medio de una conversación bastante animada, pero lo único en lo que Antonella podía pensar era en Leo y si estaría bien.Él había dicho que estaría fuera por unos días, pero ya casi había transcurrido una semana desde que se fue y la única noticia que había recibido de él fue un mensaje que le había enviado unos días atrás diciendo que tenía que quedarse un poco más.¿Quedarse dónde? ¿Por qué? No lo explicaba en el mensaje. Había intentado contactarlo después de eso sin ningún resultado.No le gustaba... No le gustaba nada.La incertidumbre la estaba matando. No entendía porque tanto secretismo y toda clase de escenarios empezaban a pasar por su mente.¡Diablos! Se estaba volviendo loca.En cuanto volviera a ver a Leo, iban a tener una charla larga y seria. Esta vez no iba a contentarse con respuestas a medias.Se levantó y disculpó con su familia para tomar un poco de aire libre,
Leo reaccionó con rapidez, lanzando un puñetazo al hombre frente a él antes de que este se diera cuenta de lo que estaba sucediendo. Sin perder tiempo, recargó su arma y continuó avanzando por el pasillo. De repente, el eco de pasos apresurados resonó en sus oídos y se detuvo en seco, escuchando. En cuanto vio al par de hombres que se acercaban a toda velocidad, Leo no vaciló. Con precisión letal, disparó, asegurándose de neutralizar la amenaza.Las cosas no estaban saliendo en absoluto como las habían planeado, y odiaba cuando eso sucedía. Cada cambio inesperado podía significar el fracaso de una misión. Primero, habían perdido el rastro de su objetivo y les había llevado demasiado tiempo volver a encontrarlo. Leo había empezado a considerar la posibilidad de que el objetivo hubiera abandonado el país y estaba por ordenar la retirada cuando, hace apenas unos días, lograron ubicarlo nuevamente. Luego estaba el problema con la nueva ubicación. Tuvieron que estudiar nuevos planos y la me
A Leo no el gusto el brillo de miedo que vio en los ojos de Antonella, pero le desagradó aún más ser el responsable de haberlo puesto allí. Comenzó a avanzar, ansioso por envolverla en sus brazos.—Quédate de ese lado del mostrador —advirtió Antonella, con los ojos entrecerrados—. Y comienza a hablar.Leo no quería tener secretos con ella, pero sabía que jamás podría decirle toda la verdad. Era por su propia seguridad. Jamás se perdonaría si algo le sucediera.—También te extrañé, sweeteheart —dijo, rodeando el mostrador y tomó a Antonella del rostro—. Soñé contigo cada noche y eras lo primero en lo que pensaba al despertar —musitó cerca de sus labios y cubrió sus labios con un beso demandante.Un gemido de placer vibró desde su pecho al probar el sabor de sus labios y sentir la calidez de los mismos. Era como volver a respirar después de pasar un tiempo largo conteniendo la respiración. La había extrañado más de lo que podía expresar en palabras y se sentía tan bien estar de nuevo ju
—Volveré a mi departamento por un tiempo —anunció Antonella.—¿Qué?—Leo, no puedo quedarme aquí mientras decido que hacer a continuación.—Puedes tener todo el tiempo y espacio que quieras aquí. Ni siquiera me verás, si es lo que quieres. Soy muy bueno para pasar desapercibido.Antonella se habría reído de eso antes de saber a lo que Leo se dedicaba, pero en ese momento no dudaba de que Leo hablaba muy en serio.—Leo, por favor.La súplica en la voz de Antonella le dijo a Leo que tenía que darle lo que pedía. No se estaba rindiendo, nunca lo haría con Antonella. Sin embargo, la conocía bastante bien para saber que si la presionaba demasiado solo terminaría perdiéndola. Si era tiempo lo que quería, entonces se lo iba a dar. Sabía que había cometido un error al ocultarle la verdad y necesitaba asumir las consecuencias. —Te llevaré a tu departamento —dijo, aunque era lo último que quería hacer.—¿Así de fácil? —preguntó Antonella.Leo creyó escuchar algo de decepción en su voz y cas
Antonella salió de la trastienda al escuchar la campanilla de la puerta, señal de que alguien había entrado. Llevaba en la mano una nueva selección de flores, listas para preparar algunos pedidos. Las dejó sobre la mesa y luego miró hacia la puerta con una sonrisa profesional. Una mujer estaba de pie en medio de la florería. Antonella la evaluó en silencio durante unos segundos, con la sensación de que la había visto antes.—Hola, buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó, y entonces la recordó. Ella había estado en su florería algunas semanas atrás en busca de un ramo para el cumpleaños de su madre—. Oh, bienvenida otra vez. Espero que a tu mamá le gustaran las flores que compraste —dijo, tratando de ser agradable, aunque aún recordaba cómo había intentado llamar la atención de Leo.—¿Me recuerdas? Por supuesto que lo haces. No creo que todos tus clientes rompan la mercancía cuando vienen. Por cierto, otra vez una disculpa por eso.Antonella rió suavemente. No parecía una mujer
Leo no había planeado acercarse a Antonella y romper su promesa de darle tiempo, pero después de ver a la misma mujer de semanas atrás, sus alarmas habían saltado. Las había observado de cerca, desde las sombras para que ninguno notara su presencia, listo para intervenir en cualquier momento. No iba a permitir que Antonella saliera lastimada.Todavía no tenía nada útil sobre la mujer, o o Annalise, según el mensaje reciente de Fi, tras enviarle una fotografía. Dudaba que ese fuera su nombre real. Fi le había dicho que tendría la información completa a más tardar para el final del día y esperaba tener una idea más clara de sus intenciones y si era un verdadero peligro.Después de que Antonella se despidiera de Annalise, la siguió de regreso a la florería y se las arregló para llegar segundos antes que ella. Aunque tal vez debería haber seguido a la otra mujer. No obstante, su prioridad era asegurarse de que Antonella estuviera a salvo.—No esperaba verte —dijo Antonella y continuó cami
Antonella levantó la mirada, con el corazón acelerado, al escuchar la campanilla de la puerta, pero se tranquilizó al ver que no era Leo. La última hora había sido un vaivén de emociones. Cada vez que alguien cruzaba la puerta, esperaba que se tratara de Leo. Aunque Leo le había indicado que llegaría a la hora de cierre y para eso faltaba mucho. Sin embargo, no podía evitar el nerviosismo y el anhelo que la invadía, con cada minuto que pasaba. Sacudió esos pensamientos y mantuvo una sonrisa profesional mientras atendía al hombre que acababa de entrar.—Muchas gracias —dijo el hombre cuando le entregó su pedido.—Espero a su esposa le gusten las flores y feliz aniversario para los dos.El hombre le dedicó una sonrisa antes de darse la vuelta. Antonella no pudo evitar sonreír al recordar la historia que él le había contado sobre cómo había conocido a su esposa. Si había algo que amaba de su trabajo, eran las historias personales que cada cliente compartía con ella.Antonella fijó la mir
Leo tomó un sorbo de su agua, mientras esperaba que Antonella terminara de comer. Le había prometido contarle todo sobre Annalise cuando terminaran de cenar. Sabía que, en cuanto comenzara a hablar, Antonella se perdería en un torbellino de suposiciones y no podría continuar comiendo.—Listo —anunció Antonella colocando los cubiertos en su plato antes de alejarlo—. ¿Comenzarás a hablar ahora?Leo no pudo evitar sonreír. Era como una pequeña niña curiosa e impaciente.—La primera vez que Annalise estuvo en tu tienda, levantó algunas de mis sospechas —dijo, adoptando una actitud más seria—. Aunque intentaba disimularlo y lo hacía muy bien, parecía observar las cosas con demasiado interés. Podría haberlo descartado como simple curiosidad, de no ser porque la vi dejar algo en el mismo lugar donde rompió el regalo. Cuando lo revisé, confirmé que se trataba de un audífono.—¿Hay audífonos en mi tienda?—Sí, pero me encargué de ellos, ya no pueden trasmitir nada.—Eso no tiene lógica, qué ga