Kassio golpeaba un dedo contra el volante mientras observaba por el parabrisas el edificio donde vivía Sienna. Ella había decidido ignorar cada una de sus llamadas y la única forma de hablar con ella, al parecer, era en persona. El problema era que vivía en uno de los edificios más seguros del país y, si ella se negaba a recibirlo, no había manera de que pudiera acercársele.¿Cuándo se había vuelto tan indeciso? Iría hasta el edificio y solicitaría hablar con Sienna. Si ella no lo recibía, entonces se olvidaría del asunto.Sujetó la manija y abrió la puerta, pero antes de poder bajar, un auto que conocía muy bien se detuvo unos metros delante de él, justo frente al edificio. Se preguntó qué hacía Maxim allí y no tardó en obtener su respuesta.Su hermano bajó del auto y lo rodeó para abrir la puerta. Se sorprendió al ver bajar a Sienna. —Maldición —siseó y apretó el volante con fuerza al verlos interactuar como si fueran amigos cercanos.Esperó hasta que su hermano se subió a su auto
Kassio observó con deleite la expresión nerviosa en el rostro de Sienna. Una sonrisa juguetona curvó sus labios mientras la sujetaba del mentón con una mano.—¿Es esa una invitación?—¡Genial! Justo ahora es cuando encuentras tu sentido del humor. —No sonaba tan atrevida como de costumbre.Kassio se inclinó hacia ella y la vio ponerse nerviosa. Lo que sea que lo hiciera susceptible a Sienna, también parecía afectarle a ella. —Quién iba a decir que podías sonrojarte —susurró cerca de sus labios, cuando un rubor cubrió las mejillas de Sienna.Deslizó la mano desde su mentón hasta su nuca. Un suspiro escapó de los labios de Sienna y él aprovechó el momento para cerrar el poco espacio que los separaba y reclamar sus labios en un beso apasionado. Cuando Kassio encontró la fuerza necesaria para separarse, el aire estaba cargado de electricidad, sus respiraciones entrecortadas y las pupilas dilatadas de Sienna reflejaban su deseo.—Ahora es cuando te alejas y desapareces por días o semanas
Kassio despertó algo aturdido, aunque no tardó mucho recordar lo sucedido en la noche y parte de la madrugada. Giró la cabeza hacia el otro lado y frunció el ceño al encontrar que estaba vacío. Si ese hubiera sido su propio apartamento, habría pensado que Sienna se había escapado mientras él dormía. El reloj sobre el velador marcaba las ocho de la mañana. Demasiado tarde para alguien como él que estaba acostumbrado a madrugar. Tenía suerte de que fuera Domingo o estaría llegando tarde al trabajo, algo que nunca le había sucedido en el pasado. Odiaba la impuntualidad. Se levantó de la cama, se colocó su bóxer y entró al baño para lavarse el rostro. Sin molestarse en ponerse el resto de su ropa, salió de la habitación en busca de Sienna. La encontró en la cocina, de pie frente a la isla, con su camisa puesta. La prenda la cubría casi hasta las rodillas, dándole un aspecto tierno y sexy a la vez. —Allí estás —dijo y ella dio un respingo. Sienna lo miró sobre el hombro y le dio una son
Sienna se recostó contra el marco de la puerta, cautivada por la figura de Kassio. Sus músculos tensos se delineaban mientras levantaba pesas, y su rostro irradiaba determinación. Le habría encantado acercarse y explorar cada uno de sus músculos con las manos… y la boca.Era innegable, estaba obsesionada con él.Kassio no había desaparecido después del domingo que habían pasado juntos. Por el contrario, él la había invitado a almorzar o cenar más de una vez en las últimas dos semanas y también habían pasado algunas noches juntos.—¡Joder! ¡Qué sexy te ves! —halagó, al verlo bajar las pesas—. ¿Podrías quitarte la camiseta? Eso lo haría más interesante.Kassio se sentó y la miró con reproche, aunque pudo ver también el leve indicio de una sonrisa mientras pasaba una toalla por su rostro.—Deja de hablar y ponte a entrenar.—Eres un dictador. —Soltó un suspiro y encogió los hombros dramáticamente mientras avanzaba en dirección de la caminadora. El gimnasio de Kassio estaba casi tan equip
—Señor, la señora Volkova está en su oficina —informó Susan acercándose a él en cuanto pasó por su escritorio—. Le dije que no estaba, pero ella insistió en esperarlo.La pobre mujer se veía algo tensa, probablemente su madrastra la había llevado a ese estado. —Gracias, me haré cargo.Su secretaria dejó escapar un suspiro y se quedó atrás mientras él continuaba en dirección a su oficina. Al abrir la puerta, encontró a Nastia ocupando su silla, revisando uno documento, que dejó sobre el escritorio en cuanto él entró.—¿Es este mi aviso de despido? —preguntó, sin emoción, tomando asiento frente a Nastia.—Kassio, que bueno que ya estás aquí. Llevo un tiempo esperándote. —El reproche en su voz no le pasó desapercibido—. ¿Qué te hace pensar eso?—Si hubieras coordinado una cita, no habrías tenido que esperar. La próxima vez, sería conveniente que llames primero. —Kassio vio que Nastia quería decir algo, pero continuó—. Y lo mencionaba porque estás ocupando mi lugar. Tu hijo y tú parecen
Kassio contempló la imponente fachada de la casa frente a él durante un breve instante antes de dirigirse a la entrada principal. Una mujer vestida con un uniforme impecable le abrió la puerta en cuanto tocó el timbre, con una rapidez que sugería que ya estaba aguardando al otro lado, lista para recibirlo, y lo guio hasta la sala.Aunque había llegado con algunos minutos de antelación Nastia ya estaba allí junto a otras dos personas. —Buenas noches —saludó.—Hijo —su madrastra se levantó—. Justo estábamos hablando de ti. Ellos son Baldassare y Giada Pronti. Los padres de tu prometida.Evaluó con la mirada a la pareja y no le tomó mucho tiempo reconocer al hombre mientras su madrastra se lo presentaba. Era un político de renombre al que había visto en algunos eventos.—Señor Pronti —saludó, extendiendo la mano.—Kassio, un gusto verte otra vez. —El hombre le dio una sonrisa típica de los políticos, destinada a encantar al público, pero que no alcanzaba a llegar a sus ojos. —Señora
La sonrisa en el rostro de Sienna se desvaneció, remplazada por una expresión de confusión, al percatarse de la presencia de una mujer a pocos metros de distancia, parada junto a un reluciente coche negro. Se veía que era alguien elegante, sin un cabello fuera de lugar, un traje de chaqueta y falda hecho a medida y joyas costosas adornando sus muñecas y cuello. Pero no fue todo eso lo que llamó su atención, sino la intensa mirada que le dirigía, como si estuviera evaluándola minuciosamente.—Sienna Morelli —dijo la mujer cuando estuvo cerca de ella. Era evidente que estaba al tanto de quién era, ya que sus palabras no fueron pronunciadas como una pregunta.—¿La conozco?—Soy Nastia Volkova.Al escuchar el apellido, algo hizo click en su mente. Era la madrastra de Kassio. No es que él la hubiera mencionado, en realidad, no le había dicho mucho sobre su vida o familia. Era Serena la que había mencionado a Nastia una o quizás dos veces. La había descrito como una mujer de mirada gélida,
Sienna había pasado de la furia a la tristeza y luego de nuevo a la furia incontables veces en las últimas veinticuatro horas. Aunque había tratado de no aferrarse demasiado a la segunda emoción. Era mejor pensar en las formas en las que podía asesinar a Kassio que ponerse a llorar.El timbre del ascensor la sacó de sus pensamientos. Las puertas se abrieron y entró al departamento de Kassio. El lugar estaba en silencio, pero sabía que Kassio había regresado. Estaba allí porque él la había invitado a ir. Recorrió el lugar hasta llegar a la sala y se apoyó a un lado de la ventana. Aunque parecía estar viendo a través de ella, en realidad sus pensamientos estaban a kilómetros de allí. Su mente estaba hecha un lío y, por más que intentaba concentrarse en algo más, solo podía recordar una y otra vez las palabras de Nastia. Al menos no le había dado el gusto de verla afectada.—Oh, ya llegaste —dijo Kassio—. Ordené algo de comer.Sienna se tomó un momento antes de dar la vuelta. Kassio es