Kassio despertó algo aturdido, aunque no tardó mucho recordar lo sucedido en la noche y parte de la madrugada. Giró la cabeza hacia el otro lado y frunció el ceño al encontrar que estaba vacío. Si ese hubiera sido su propio apartamento, habría pensado que Sienna se había escapado mientras él dormía. El reloj sobre el velador marcaba las ocho de la mañana. Demasiado tarde para alguien como él que estaba acostumbrado a madrugar. Tenía suerte de que fuera Domingo o estaría llegando tarde al trabajo, algo que nunca le había sucedido en el pasado. Odiaba la impuntualidad. Se levantó de la cama, se colocó su bóxer y entró al baño para lavarse el rostro. Sin molestarse en ponerse el resto de su ropa, salió de la habitación en busca de Sienna. La encontró en la cocina, de pie frente a la isla, con su camisa puesta. La prenda la cubría casi hasta las rodillas, dándole un aspecto tierno y sexy a la vez. —Allí estás —dijo y ella dio un respingo. Sienna lo miró sobre el hombro y le dio una son
Sienna se recostó contra el marco de la puerta, cautivada por la figura de Kassio. Sus músculos tensos se delineaban mientras levantaba pesas, y su rostro irradiaba determinación. Le habría encantado acercarse y explorar cada uno de sus músculos con las manos… y la boca.Era innegable, estaba obsesionada con él.Kassio no había desaparecido después del domingo que habían pasado juntos. Por el contrario, él la había invitado a almorzar o cenar más de una vez en las últimas dos semanas y también habían pasado algunas noches juntos.—¡Joder! ¡Qué sexy te ves! —halagó, al verlo bajar las pesas—. ¿Podrías quitarte la camiseta? Eso lo haría más interesante.Kassio se sentó y la miró con reproche, aunque pudo ver también el leve indicio de una sonrisa mientras pasaba una toalla por su rostro.—Deja de hablar y ponte a entrenar.—Eres un dictador. —Soltó un suspiro y encogió los hombros dramáticamente mientras avanzaba en dirección de la caminadora. El gimnasio de Kassio estaba casi tan equip
—Señor, la señora Volkova está en su oficina —informó Susan acercándose a él en cuanto pasó por su escritorio—. Le dije que no estaba, pero ella insistió en esperarlo.La pobre mujer se veía algo tensa, probablemente su madrastra la había llevado a ese estado. —Gracias, me haré cargo.Su secretaria dejó escapar un suspiro y se quedó atrás mientras él continuaba en dirección a su oficina. Al abrir la puerta, encontró a Nastia ocupando su silla, revisando uno documento, que dejó sobre el escritorio en cuanto él entró.—¿Es este mi aviso de despido? —preguntó, sin emoción, tomando asiento frente a Nastia.—Kassio, que bueno que ya estás aquí. Llevo un tiempo esperándote. —El reproche en su voz no le pasó desapercibido—. ¿Qué te hace pensar eso?—Si hubieras coordinado una cita, no habrías tenido que esperar. La próxima vez, sería conveniente que llames primero. —Kassio vio que Nastia quería decir algo, pero continuó—. Y lo mencionaba porque estás ocupando mi lugar. Tu hijo y tú parecen
Kassio contempló la imponente fachada de la casa frente a él durante un breve instante antes de dirigirse a la entrada principal. Una mujer vestida con un uniforme impecable le abrió la puerta en cuanto tocó el timbre, con una rapidez que sugería que ya estaba aguardando al otro lado, lista para recibirlo, y lo guio hasta la sala.Aunque había llegado con algunos minutos de antelación Nastia ya estaba allí junto a otras dos personas. —Buenas noches —saludó.—Hijo —su madrastra se levantó—. Justo estábamos hablando de ti. Ellos son Baldassare y Giada Pronti. Los padres de tu prometida.Evaluó con la mirada a la pareja y no le tomó mucho tiempo reconocer al hombre mientras su madrastra se lo presentaba. Era un político de renombre al que había visto en algunos eventos.—Señor Pronti —saludó, extendiendo la mano.—Kassio, un gusto verte otra vez. —El hombre le dio una sonrisa típica de los políticos, destinada a encantar al público, pero que no alcanzaba a llegar a sus ojos. —Señora
La sonrisa en el rostro de Sienna se desvaneció, remplazada por una expresión de confusión, al percatarse de la presencia de una mujer a pocos metros de distancia, parada junto a un reluciente coche negro. Se veía que era alguien elegante, sin un cabello fuera de lugar, un traje de chaqueta y falda hecho a medida y joyas costosas adornando sus muñecas y cuello. Pero no fue todo eso lo que llamó su atención, sino la intensa mirada que le dirigía, como si estuviera evaluándola minuciosamente.—Sienna Morelli —dijo la mujer cuando estuvo cerca de ella. Era evidente que estaba al tanto de quién era, ya que sus palabras no fueron pronunciadas como una pregunta.—¿La conozco?—Soy Nastia Volkova.Al escuchar el apellido, algo hizo click en su mente. Era la madrastra de Kassio. No es que él la hubiera mencionado, en realidad, no le había dicho mucho sobre su vida o familia. Era Serena la que había mencionado a Nastia una o quizás dos veces. La había descrito como una mujer de mirada gélida,
Sienna había pasado de la furia a la tristeza y luego de nuevo a la furia incontables veces en las últimas veinticuatro horas. Aunque había tratado de no aferrarse demasiado a la segunda emoción. Era mejor pensar en las formas en las que podía asesinar a Kassio que ponerse a llorar.El timbre del ascensor la sacó de sus pensamientos. Las puertas se abrieron y entró al departamento de Kassio. El lugar estaba en silencio, pero sabía que Kassio había regresado. Estaba allí porque él la había invitado a ir. Recorrió el lugar hasta llegar a la sala y se apoyó a un lado de la ventana. Aunque parecía estar viendo a través de ella, en realidad sus pensamientos estaban a kilómetros de allí. Su mente estaba hecha un lío y, por más que intentaba concentrarse en algo más, solo podía recordar una y otra vez las palabras de Nastia. Al menos no le había dado el gusto de verla afectada.—Oh, ya llegaste —dijo Kassio—. Ordené algo de comer.Sienna se tomó un momento antes de dar la vuelta. Kassio es
—Hija, creo que eso ya está listo. Sienna frunció el ceño con confusión al encontrarse con la mirada de su madre, antes de desviar la atención hacia la masa que estaba amasando. Por supuesto, necesitaba usar algo de fuerza extra, pero lo suyo con esa masa ya parecía algo personal. —¿Por qué no dejas que me encargue del resto? —sugirió su madre, con una sonrisa suave. —No me molesta continuar. —Lo sé, pero creo que la masa me lo agradecerá. Ya has demostrado que no tiene ninguna oportunidad en contra de ti, así que ahora dale un respiro. —Su madre le dio un guiño. —¿Hay algo más que falte hacer? —No, tengo todo bajo control —insistió su madre—. Ahora, siéntate y cuéntame que es lo que te tiene de mal humor. —No es nada. —¿Estás segura? —preguntó su padre, entrando a la cocina. —¿Tienes alguna especie de radar para el chisme? ¿O estabas escuchando a escondidas? —respondió Sienna con un tono juguetón en lugar de dar una respuesta directa. —¿No hay algo de lo que quieras hablar
Kassio se recuperó rápidamente de la sorpresa inicial y, poniéndose de pie, señaló el asiento frente a él. —Por favor, tome asiento. Esperó a que Valentino tomara asiento antes de retomar su lugar. Mantuvo su rostro imperturbable, aunque lo único en lo que era capaz de pensar era en los motivos que habían llevado al padre Sienna hasta su oficina. Aunque algunas sospechas cruzaban su mente, decidió fingir ignorancia. Prefería no correr el riesgo de revelar algo por accidente. —¿En qué puedo ayudarle? —En realidad, pasaba cerca de aquí y creí que sería buena idea venir a saludar. No te he visto desde la fiesta de Vincenzo, aunque si me he mantenido informado. Kassio todavía se mantuvo imperturbable. —Me mando a investigar —afirmó. —Una vieja costumbre que aprendí de un amigo bastante desconfiado, y debo admitir que ha probado ser útil en más de una ocasión —Valentino sonrió. Aunque se veía en muy buena forma para su edad, bastaba con mirar en sus ojos para percibir la sabiduría y