estaba sabiendo a él. Y también se convenció de que a los pocos segundos lo supo de memoria. Solo entonces, Muchomeo se permitió hablar para decir su frase favorita: "Voy al baño". ¿Qué se dijo cuando, luego de unos segundos, Muchomeo regresó y pudo al fin comenzar la reunión, en la que Bardo informó al líder de las cooperativas locales sobre su proyecto? Se dijo lo que ya se sabe del proyecto de Bardo y sobre la necesidad del camión para que el plan llegara a buen término. El viejo escuchó con atención y dio su bendición a la idea, asegurando de paso el vehícu lo y algunos brazos que ayudaran a cargarlo. El acuerdo quedó sellado. El proyecto siguió su camino. Nueve lo veía raro a Eleazar. Hacía días que parecía estar obsesionado por transmitirle todo lo que sabía sobre los ritos indispensables para reparar las partes afectadas de las inutilidades rodadas que solían caer en su taller. Nueve se había convertido en una joven esponja y absorbía todo lo que oía, pero no de
los demás y que había resuelto no hacerse millonario conese secreto porque no quería perder su taller mugriento enel olvidado barrio de la Fábrica. Y entonces le preguntópor qué había decidido quedarse. Eleazar lo miró comopara que Nueve supiera que su mirada era también unapalabra y le contestó esto: "Por las telenovelas". Nueve optó por no sorprenderse y esperó simplemente alguna aclaración. Que vino y fue verdadera:—Eso, por las telenovelas. ¿Vos no viste que en las telenovelas son todos millonarios, como vos decís? Bueno,¿y te fijaste en las caras de esos tipos? Siempre en guardia, como mirando para atrás, odiados por todos, porqueson más malos que el hígado hervido y, si alguna vez seconsiguen una mujer, es por la plata que tienen y viven aterrorizados de que se la saquen. A la plata, digo. La mujerles interesa un pepino. Y a mí esa vida no me atrae paranada. Entonces me dije: "Eleazar, a vos te gusta el salamínpicado grueso, deja el jamón crudo para los que se banqu
térica y que ahora se encargaba de la enorme mayoría delas reparaciones, ante la mirada complaciente de Eleazar.—Pero no es eso lo que te quiere decir, amor —lo interrumpió la muchacha—. No te está hablando solamente de que en algún momento te va a dar todo lo que sabe.Creo que es algo más. A mí me parece que se está despidiendo.—¿Por qué despidiendo?—Eso no lo sé. Tendrías que preguntárselo a él. Pero alo mejor es verdad lo que dijo el otro día. Tenes que empezar a leer mejor en la cara de la gente o vas a tener problemas.Cuando llegaron, el taller estaba ya como el día.Totalmente a oscuras. Abrieron la puerta con cuidado y, antes de que la mano de Sandra pudiera acercarse a la llavede luz, la voz de Eleazar la detuvo.—No prendan nada. No quiero ver —dijo desde el fondo del taller la figura que se adivinaba sentada en el pisofrío de cemento—. Vengan, siéntense aquí conmigo.Los chicos buscaron dos almohadones que usaban siempre para esos casos y se sentaron frente al vie
Costa de Marfil, acompañados por una danza con el cuer po untado en aceite de lino aromatizado con jengibre. En realidad, Nueve ya no quería seguir escuchando. Quería tomar a Sandra de un brazo y salir corriendo ha cia su cuarto para que al día siguiente todo volviera a ser como siempre y estuviera el mate sobre la mesa de la cocina y el viejo preparándolo y él esperando para saber qué había que hacer ese día. Pero también estaba seguro de que, si hacía eso, no habría mate ni cocina ni órdenes y, sobre todo, no habría viejo. Eleazar seguía hablando y Nueve tuvo que volver a la oscuridad del taller y al murmullo que de allí nacía: —La parte, digamos, "legal" ya la dejé toda arreglada. El taller va a ser tuyo en cuanto seas mayor de edad o en cuanto te cases, que me parece que es lo que va a pasar antes. Mientras tanto, vas a hacerte cargo de los arreglos que van a seguir cayendo porque todos ya saben que el aprendiz es tan bueno como el maestro, y no te van a tener desconf
primeras horas del día eran duras para él. Se había acos tumbrado a que cuando aparecía por la cocina ya estábil el mate listo y alguna cosa para masticar. Ahora, esas pe quenas ceremonias cotidianas tenían que encontrarlo a él como planificador, antes que como ejecutor. Eso le moles taba porque le indicaba a fuego que Eleazar ya se había ido, que no iba a volver, que él estaba solo de nuevo y que el mundo volvía a estar lleno de enemigos. Además, el negó ció tenía que estar abierto más o menos a la misma hora de siempre. Los clientes no habían resentido mucho la au sencia del maestro porque, tal como el viejo había previs to, la habilidad del aprendiz los había convencido de que el taller les garantizaba la misma calidad y rapidez de an tes en las reparaciones. Pero había que levantar la cortina, atender a los dueños de autos más madrugadores o más necesitados, iniciar los primeros diagnósticos para determinar los ritos más adecuados a los efectos recupérate rios, lle
Ya estoy podrido de hacer eso todos los días. El Hugo tiene razón. Esto termina con un cuetazo en la cabeza. En lanuestra o en la de otro, y yo no quiero ninguna de las dos.Pero esta es mi vida, viejo, ustedes hagan la suya. Yo veré después qué mierda hago.Por ese día el hacer de Bardo se redujo a lo de siempre. Ir hasta la casa de Hugo, que ya había cerrado la carpintería y empezaba su transformación cotidiana enElizabeth.—Hola, Bardón —dijo ella—. ¿Cómo pinta todo?—¿Qué tal, Eli?, ¿cómo pinta? ¿Yo qué sé? Estos díaslo veo todo negro, así que si pinta de algún color, será negro nomás.—¿Y el plan?—Eso parece que marcha bien. Todo lo que planeamosestá saliendo como habíamos pensado. Y sin embargo nosé. Tengo como un presentimiento de que algo está fallando en algún lugar. Ya revisé todo punto por punto variasveces y no la veo. Aunque la piense y la repiense, no la veo.—¿Y por qué no paras la cosa hasta que estés seguro?Bardo miró a Elizabeth como pidiéndole que se quedara
el corbatero, la camisa en el estante, el pantalón en la percha y meterse de nuevo en la cama, porque maldita seael maldito tiempo y el maldito destino que me hizo ponerme todo eso para estar en esta maldita esquina en este maldito segundo y ese auto se ha vuelto loco porqueviene derecho hacia donde estoy yo con mi corbata pantalón camisa y mi cara de imbécil que debería estar durmiendo y estoy aquí muriéndome.Tres días seguidos volvió Bardo a la carpintería y la encontró siempre cerrada y sin su propietario adentro, loque terminó de confirmar sus certezas. "Ya está —se dijo—, esta soledad que se me vino encima es la señal quenecesitaba. Mañana damos el golpe."Averiguó los detalles finales. Todo parecía indicar queMuchomeo había hecho la parte que le tocaba con solvencia. Bardo reunió a su estado mayor en su casa, aprovechando que la madre había viajado al interior con los hijosmás chicos y que Sandra estaba en el taller, ahora que tenía un descanso en su papel de madre susti
Poco más o menos a esa hora de la todavía recién estrenada mañana, golpean en la casa de Bardo. Él ya está levantado porque está esperando noticias del Pelado y piensa que puede ser él, pero se equivoca. Es Nueve. Bardo se alarma pensando en Sandra. —¿Qué pasa? —pregunta con una inquietud que se le dibuja en la mirada. —Nada, no te asustes. Te venía a avisar solamente. Acabo de internarla a la Sandra. Está todo bien. Los médicos calculan que en unas horas va a parir. Yo la dejé un ratito para venir a avisarte. ¿Qué vas a hacer? Bardo lo mira antes de responder y piensa que ya el rencor se le murió adentro y que ahora Nueve es apenas el hombre que eligió su hermana, o tal vez empiece a ser, nada menos, el hombre que eligió su hermana. Todavía no lo sabe, pero no tiene urgencia por encontrar la verdad. Ya tendrá tiempo para averiguarlo cuando acabe el día que está apenas empezando. Ah, tiene que hablarle a ese muchacho tan parecido a él que se quedó esperando una respues