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Capítulo III: El peor de los hombres que conocí

Richard caminaba por el gran salón, solo quería irse, huir de ahí, Fred se acercó a él

—¡Hermano! ¡Felicidades! ¡vaya, vaya! ¿Así que al fin has sentado cabeza? ¿Quién diría que lo conseguirías? Pero, eres así, el mejor Richard Steele, siempre consigues lo que quieres —dijo dándole un suave golpe en el hombro, aunque Richard pudo sentir la agresividad pasiva en su tono de voz

—¿A qué te refieres, Fred?

—Siempre quisiste a Carolina para ti, y mira, lo conseguiste, porque no hay nada que un Steele no consiga, ¿Verdad?

Richard bajó la mirada, y negó con desespero

—No estoy de ánimo.

—¿No estás de ánimo en tu boda? Lo imagino, ahora solo debes estar pensando en la noche de bodas, si fuera tú, ya me hubiese ido con Carolina, hasta la habitación y no la dejaría salir de ahí por mucho tiempo.

—¡Ya basta! —exclamó con coraje, Fred no esperaba tal reacción y lo miró intrigado

—¿Qué pasa? No era lo que querías, ¡Morías por Carolina desde la escuela! Ahora la tienes, ¡Felicidades! Después de todo, lo conseguiste, nada te importó, ni siquiera que yo mismo te dijera que sentía algo por ella.

Richard le miró con furia, se acercó a él, mirándolo fijamente

—Tú nunca quisiste a Carolina, realmente, Frederick, tú solo has querido todo lo que yo tengo, toda tu vida has querido ser yo.

Fred frunció el ceño, y lo miró con coraje

—¡¿Eso piensas?!

—Entiéndelo, aquí y ahora, Fred, ¡Nunca serás yo!

Richard se alejó de él. Fred le miró con rencor, su madre Rachel se acercó

—Hijo, ¿Qué pasa? ¿Por qué no te vestiste con tu traje? La abuela está furiosa, ha visto tu actitud como símbolo de rebeldía, ¿Por qué no te comportas? No me pongas en aprietos —sentenció Rachel

—¿Por qué, madre? ¿Por qué siempre me han hecho sentir como una escoria en mi propia familia? Tal vez no sea de verdad un Steele de sangre, pero mi padre Albert me quería, me amaba como a su hijo, por eso me dio su apellido, si estuviera vivó, él me defendería de todos ustedes, incluso de ti.

—¡Hijo! No digas eso, yo te adoro, ¿Acaso no te he defendido siempre?

—¿Siempre? Mentira, madre, has dejado que me pisoteen, para ti solo existe Richard, has permitido que la abuela Marian me trate como el peor de los bastardos.

Frederick no esperó más y se fue, dejando a su madre sufriendo.

Carolina abrazaba a la tía Elisa, ella la cuidó esos cinco años, desde que sus padres fallecieron en un accidente de auto, y ella quedó sola

—Hija, cuídate mucho, sabes que siempre puedes volver a tu casa en Francia, siempre, hija, René estará viniendo aquí seguido para asegurarse de que estés bien.

Carolina sonrió y asintió

—Gracias, tía, no debes preocuparte, estaré bien, estaré con la familia que mis padres soñaron para mí, así que, por favor, no te preocupes, pronto los iré a visitar.

Carolina no quería preocupar a su tía, si ella se enterara de todo, no dudaría ni un solo instante en anular ese matrimonio para llevarla consigo, seguramente Carolina no necesitaría el dinero, su primo René, le daría todo el dinero que ella necesitara, incluso Carolina podía trabajar, pero ella quería algo más, quería buscar a un hombre que era el epicentro de todos sus anhelos, ese hombre era su salvador, como ella lo llamaba, era quién le salvó la vida en el accidente donde sus padres murieron, y era también el único hombre que recordaba de su pasado.

La abuela se acercó a ella, junto con Richard

—Hijos, todo está listo para la luna de miel.

Richard miró a su abuela con gran confusión

—¿Luna de miel? Abuela, fui claro, no tengo tiempo para luna de miel, te dije claramente que tengo mucho trabajo en la empresa, como para hacer eso.

—En esta vida hay tiempo para todo, hijo, pero el tiempo para vivir con tu esposa debe ser el más valioso, irán conmigo a Lorf, ahí pasarán su luna de miel.

Richard y Carolina se miraron con rostros serios

—¿Qué pasa? ¿Por qué tienen esas caras? Parece un funeral, ¿Acaso no están felices?

Ambos sonrieron, trataban de fingir una alegría que en realidad no sentían.

—Bien, abuela, en ese caso, Carolina y yo nos iremos adelantando a la mansión, ahí pasaremos la noche, y mañana te veremos en el aeropuerto para ir a Lorf.

—Me parece muy bien —dijo Marian, y besó la mejilla de su nieto y luego también besó la mejilla de Carolina—. Mañana los veré.

Carolina intentó caminar con rapidez, pero sintió la mano de Richard que la detuvo con firmeza, él la llevó, caminando por delante de ella, y lo siguió, fue una sensación extraña, sentir tanta cercanía, aun así, salieron.

Fred lo vio y corrió a alcanzarlos, quería despedirse, pero no lo logró.

Carolina y Richard subieron al auto, él manejó apurado y la miró de reojo

—Ponte el cinturón de seguridad aseveró

—¿A dónde vamos? —preguntó ella confundida, sintió inseguridad al estar cerca de él

—¡Solo obedece! Es por tu seguridad —exclamó él

Ella lo hizo, solo por su seguridad, avanzaron rápido sobre la carretera, ella notaba el semblante severo de Richard, tenía nervios, ¿A dónde iban? Sintió miedo de pensar que pronto estarían juntos en una habitación, hacía unos minutos él le dijo que la odiaba, ¿Qué podía esperar de él?

El móvil de Richard resonó y él respondió orillándose, bajó del auto, era Maya

—¿Dónde estás?

—¿Estás con ella? —exclamó Maya con la voz rota y llorosa

—¿Estás bien?

—¡No! Voy a matarme, Richard, me suicidaré por ti, ahora ya tienes a esa mujer que tanto amaste, ahora puedes ser feliz, pero, ¡No olvides que ella te traicionó! Por favor, recuérdame con amor.

Richard sintió pavor ante sus palabras

—¡No digas tonterías, Maya! Tú y yo estamos juntos, esto no ha terminado, ¿Entiendes? Este matrimonio solo es una farsa, pronto me divorciaré, y estaremos juntos, es nuestro pacto, ¡Entiéndelo!

—No quiero que duermas con ella, no soportaría pensarlo.

—No lo haré.

—Demuéstramelo, ven conmigo ahora mismo —sentenció

—Bien, ve a mi apartamento, ahí te veré.

Maya sonrió y colgó la llamada, satisfecha de lo que había logrado.

Richard subió al auto, y condujo de nuevo. De pronto, Richard detuvo el auto de forma abrupta a medio camino.

—Bájate del auto.

—¡¿Qué?! —exclamó Carolina incrédula, al notar que era de noche y estaban en un lugar desierto

—He dicho que te bajes —aseveró

Ella miró el lugar, no era el mejor para una dama, pero estaba tan ofendida, lo maldijo entre dientes.

—¡Eres un cobarde! —dijo para estampar la puerta con fuerza

—¡¿Qué has dicho?! —exclamó bajando del auto, pero cuando ella repitió lo dicho en su cara, no supo que responderle—. Llama a tus amiguitos, sé que tienes una larga lista, ¡Qué vengan por ti!

—Richard Steele, cualquier hombre es mejor que tú —sentenció en su cara, y él la miró irresoluto, con el odio quemando sus entrañas—. ¡No te necesito! Ni a ti, ni a nadie más.

Carolina dio la vuelta y comenzó a caminar con rapidez. Richard encendió el auto para irse. Pero, no pudo avanzar, sintió temor por ella, por dejarla ahí, volvió de inmediato, y bajó del auto, sin embargo, no esperaba que de pronto ella ya no estaba por ninguna parte, provocándole enojo y gran temor.

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